viernes, 7 de diciembre de 2012

El poder de un troll, el que todos llevamos dentro!

Según Wikipedia, "un troll o trol, describe a una persona que publica mensajes provocativos, irrelevantes o fuera de tema en una comunidad en línea, como un foro de discusión, sala de chat o blog, con la principal intención de provocar o molestar, con fines diversos y de diversión, a los usuarios y lectores en una respuesta emocional o, de otra manera, alterar la conversación normal en un tema de discusión, logrando que los mismos usuarios se enfaden y se enfrenten entre sí." es decir, es un personaje que escribe cosas para ofender.

Pero en realidad quién no ha tenido ganas de escribir palabras ofensivas que logren sacar la ira que nos produce nuestra propia intolerancia?.

Ser tolerante significa para muchos la nobleza en su más bajo nivel, para otros, es la sabiduría y la mayor inteligencia frente a una situación adversa, pero creo que la mejor manera de describirla, es como lo hacía Confucio: "El que domina su cólera domina a su peor enemigo."

Aún así, hay una terapia que estoy segura funciona, y es escribir la ira, escribir las palabras que podrían ser ofensivas, esas que no se pueden decir. Al hacerlo se siente un placer infinito y aún más, si lo compartes a escondidas con alguien. Lo he hecho, no lo niego, pero en el fondo me daría vergüenza que alguien me leyera.

Algunos lo escriben en un chat camino a la casa, embutidos en un transporte público que se supone debería ser muy útil pero se convierte en un infierno y podrían dañarte de 2 a 4 horas de tu día, otros en un trancón en un día de lluvia y en hora valle, yo lo hago generalmente en los bancos, en la atención de la comercial papelera, en el sitio más rico de sushi de Bogotá pero con una atención pésima! (pescocentro), en la incompetencia del que no es de esta ciudad, en el taxista que roba $300 en cada carrera, en el incumplimiento del proveedor, en el cliente que no paga, en el negociante que quiere su tajada, ^*·$"·" en fin!... en cada momento privado entre tu dispositivo móvil, y tú, para decirle al mundo: "que mierrrda!". Lo siento pero necesitaba escribirlo.

Algunos necesitan escribirlo públicamente en las redes, como lo hacen los famosos "trols", los cuales no soporto, porque solo escriben ofensas que no aportan nada al mundo real. A veces me hacen pensar que son los mismos personajes públicos, esos que escriben que están felices, que van a lugares increíbles, que firman autógrafos, que responden a todos sus fans diciendo: "gracias los amo a todos", que nunca suben una foto fea, que dicen "muy buenos días a todos" y se acuestan con un: "no doy más, los quiero, xoxo", que no ofenden a nadie, que tienen miles de seguidores, que saben que un tweet mal escrito sería lo peor!, y aún así, la ignorancia aumenta sus seguidores. Esos, esos también son trols, son personajes ocultos con dobles cuentas, que solo escriben palabras ofensivas, para poder expresar lo que no pueden hacer en su vida pública y que a su vez también nos hacen reír de su impotencia.

Llevo mi trol guardado, entre mi memoria, entre hojas, correos, chats, entre el tweet que está a punto de ser publicado, pero que afortunadamente va ligado a mi sensatez; lo llevo para no perderme y reírme cuando quiero escribirle a mi amiga del alma: gracias marica! me hiciste la vida feliz!

"xoxo"
"besos"
"feliz fin de semana"
Que va! mejor digamos, lo que diremos en un mes: Pa la mierda los pastores que se acabó la navidad!

:D






jueves, 23 de febrero de 2012

Unos patines, una bici o un carro?


Navidad, 80's, enero, menor de tres hermanas y llega el niño Dios con 3 regalos, dos pares de patines de cuatro ruedas y una muñeca casi igual de alta a mí, que aún conservo.

Yo lograba entender que mis hermanas podían patinar por ser más grandes y era feliz jugando al frente de mi casa, con una cobija y una camita para dormir a mi muñeca, pero las ganas de querer tener unos patines, era un sentimiento inevitable.

Casi 3 años después, ellas seguían creciendo y mientras yo trataba de amaestrar sus patines, mis papás compraban una bicicleta perfecta para nuestra época: una clásica monareta. Tenía de todo, un sillín con un espaldar muy alto, corneta, bocina o claxon que tenía un sonido muy particular, una cesta o canasta para llevar juguetes, espejos retrovisores, parabrisas, pedales con un solo engranaje y dos ruedas estabilizadoras. Por supuesto el momento en que tu padre te suelta sin tener las ruedas laterales estabilizadoras, eso, se vuelve algo inolvidable. Aunque los patines de cuatro llantas ya no eran de mi interés, porque además de que me quedaban grandes y aunque me tocara golpear un pedal con fuerza para que el otro llegara, la nueva bicicleta me hacía sentir invencible haciendo de éste, ahora un momento único.

Los niños pasaban y yo iba muy orgullosa con mi súper bicicleta a menos de 10 km/h, pero pasaba el tiempo, la moda llegaba y ahora yo quería una bicicleta cross, una más veloz, más bonita, más moderna. Tratando de hacer parecer la monareta a una cross quitándole todos los accesorios, y mentalmente creyendo que lo estaba logrando, me llené de valor para pedir formalmente una bicicleta nueva. Era el 4o cuarto de primaria, (no hace mucho pero calificaban con letras), yo debía sacar E (excelente) en todas mis notas para lograrlo, pero una B, me dañó mi esfuerzo y me resigné a no insistir, ahora usaba la bicicleta de mi vecina, no era mía, pero no importaba, esa era más rápida.

Las calles empinadas de un pueblo llamado Zapatoca en Santander, y las bicicletas de mis primas, me hicieron obtener todos los morados, raspaduras y cicatrices suficientes para volverme una aficionada a ese deporte. Como el viaje a ese pueblo bonito era una vez al año, los juegos de niña pasaron a un segundo plano y 15 años después por las calles de Villa del Prado aprendí a manejar un carro, era blanco, setentero, con vidrios mecánicos y de un amigo que sufría cada vez que yo lo manejaba.

Finalmente pasé por Chevrolets, Fords, Renaults y Volkswagen que me hacían sonreír, pero no me hacían tan feliz como mi meteoro... o mi Loli como le puso mi sobrina: mi primer carro!: negro, tranquilo, fugaz, con todo los accesorios que los patines y las bicicletas soñadas podrían tener.

Una insistencia de mi media naranja repitiendo una y otra vez: "decídelo, cómpralo, es uno de tus sueños, qué esperas?!" me hace pensarlo. Es así como un día llegan mis ángeles guardianes, incluyéndolo a él y me ayudan a decidirlo. Me llenan de valor y de poder. Ese poder de manejar mi propio carro, experimentando momentos que todo conductor novato disfrutó: prenderlo, acelerarlo, sentir el viento del "soonruf", controlar el vértigo y disminuir la velocidad, marcar direccionales, salir a la autopista mientras llueve, usar el limpia brisas trasero, usar el aire acondicionado, bajar los vidrios eléctricos mientras sale el sol, subir el volumen y cantar a grito herido, recoger a quien amas, llevar a tu familia, ir a un centro comercial y recibir el tiquete de venta, parquear con cuidado y en reversa, recordar en qué sótano lo dejé, salir en primera por una subida que parece de 90 grados, ver el bombillo del tablero que indica que debes correr para encontrar una bomba de gasolina, abrir el baúl en vez de la tapa de la gasolina, lavarlo, policharlo, comprarle un ambientador, pegarle el sticker de la manzanita, grabar tus emisoras favoritas, hablar con el manos libres durante el trancón, manejar sin tacones, cargar miles de paquetes en la silla trasera, perder un arete entre las sillas, bajarse del carro y activar la alarma... bip, bip... en fin!

Tantos momentos, que es ahí donde termina uno de esos días... pueden ser como los de cualquiera que tiene un carro, pero mientras pasa el tiempo y yo llego a esos momentos rutinarios, para mí siguen siendo días felices teniendo la satisfacción de manejar un "juguete" que me ha ayudado a llegar a donde he querido. Uno que deja de ser un objeto, a ser un punto de responsabilidad y conciencia para cuidar mi vida y hacer lo que yo quiera cada vez que lo decido.