Mi abuelo Luis le enseñó a mi madre el valor de la ética y la honestidad como prioridad en su vida. Ella durante 37 años hizo lo mismo conmigo y durante toda mi vida he tratado de hacerlo, pero debo admitir que es difícil. A los 5 años le mentí a mi mamá diciendo que no me había bañado porque estaba lloviendo y de pronto me daba pulmonía; a los 10 años le mentí a mi papá cuando me dejaban notas en el cuaderno y no le decía; le mentí cuando entró a la casa buscando al perro de la casa que estaba prohibido subir al segundo piso y estaba escondido debajo de mi cama. Recuerdo que por cada mentira dicha, recibí lo que algunos llaman el día de hoy, la mejor correccional del adulto contemporáneo: rejo, juete o pellizco.
Pero definitivamente el día que entendí lo que significaba mentir haciendo daño, fue el día que mi hermana de 18 años abrió su alcancía de "Garfield" a la que le quedaban apenas 2 o 3 monedas. Ella se acercó a mi papá y le dijo que su hermanita menor de 12 años, le había sacado todas las monedas para alquilar películas en "Betamax", y lo hacía todos los viernes en la esquina de la cuadra del barrio. Mi papá sin rejo, ni correa, ni nada, me dio la "juetera" más dolorosa sin ni siquiera tocarme un pelo, me dijo una frase que nunca olvidaré: "estás robando, y a tu propia hermana".
Mis ojos rompieron en lágrimas pues la primera imagen que vi fue la cara de decepción de mi papá, seguida de la que podría tener mi mamá cuando se enterara y por supuesto la de mi correcto y perfecto abuelo. Ese sentimiento fue uno de los más horribles que he tenido. Ese día entendí, que mentir, nunca más, sería una opción para conseguir lo que quería.
Pero decir que no volví a mentir durante mi vida, es la peor mentira. Me fui a fiestas a escondidas, en la universidad me salvé de algunos trabajos por llegar tarde y fui infiel en mi soltería. Pero eso es lo que llamo las "mentiras piadosas".
Durante mis 13 años como profesional he evitado a personas mentirosas, he eliminado a supuestos amigos de mi vida por su falta de ética, me he negado a negocios convenientes y he rechazado por completo el soborno y he tratado de ser lo más justa posible.
La palabra "justicia" (del latín iustitĭa) según Wikipedia, es la "concepción que cada época y civilización tiene acerca del sentido de sus normas jurídicas. Es un valor determinado como bien común por la sociedad." Pero la sociedad de esta ciudad busca esa justicia con una Institución llamada: "La Policía".
En Bogotá existen aproximadamente 18.000 policías, divididos en 3 turnos, distribuidos en 1.071 cuadrantes, en una ciudad de 1.587 metros cuadrados. Eso quiere decir que la ciudad de Bogotá de 7.788.783 habitantes, cuenta con un policía por cada 262 personas, "listo y atento" para proteger al ciudadano. Pero me pregunto ¿dónde está el policía haciendo justicia?
Bogotá, Av. Boyacá, dirección sur-norte, a la altura de la calle 128, 3:20 pm, ya habían transcurrido los 15 minutos de gracia para llegar a mi lugar de destino, pero esos cinco minutos de más, 200 metros y un semáforo, me hicieron encontrar al policía en mi ventana del lado izquierdo del carro, en pico y placa diciendo: "A la orilla señorita". El policía estaba en mi ventana!.
Entró el frío por mi cuerpo, mi pelo se esponjó como un león, mis manos temblaron como las de mi abuelita Luca, se me secó la boca y mi mente lo único que me ordenó fue: a "mentir como nunca mijitica".
Fue ahí donde descubrí mi poder para actuar: empecé a llorar, a suplicar y a explicarle a un policía, que estaba a 200 metros de mi lugar de destino, que tenía todos mis papeles al día y que yo no quería infringir la norma; que por favor me entendiera y me dejara ir sin multarme.
Fue ahí donde descubrí mi poder para actuar: empecé a llorar, a suplicar y a explicarle a un policía, que estaba a 200 metros de mi lugar de destino, que tenía todos mis papeles al día y que yo no quería infringir la norma; que por favor me entendiera y me dejara ir sin multarme.
Pero el policía con su gesto de "tengo el poder y no me importa la norma sino: ¿qué me va a dar?" me llenó de ira y me hizo olvidar a Garfierld, a mi papá, a mi mamá y a mi abuelo. Entre mi actuación de lágrimas y los papeles en mis manos, hice algo que jamás había hecho: doblé y entregué entre mis papeles lo que él quería y cerré la escena con la palabra dicha al típico policía corrupto: "ayúdeme". El policía por supuesto me acompañó en su carruaje a los 200 metros de mi destino, me devolvió mis papeles y se desvaneció entre los carros como un ratón escondido.
Hoy duermo con esa carga de la peor mentira que creo que he dicho, pero que se desvanece por completo cada vez que pienso: ¿en dónde estuvo el policía el día que me robaron un espejo en la décima, el día que rompieron el vidrio del carro de mi mamá para robarle el bolso, el día que los hinchas dañaron a patadas un Transmilenio, el día que salió Colmenares de una fiesta o todos los días que salen personas en la noche para tomar un bus en lugares como la 19, la caracas o cualquier lugar del centro?.
Hoy duermo con esa carga de la peor mentira que creo que he dicho, pero que se desvanece por completo cada vez que pienso: ¿en dónde estuvo el policía el día que me robaron un espejo en la décima, el día que rompieron el vidrio del carro de mi mamá para robarle el bolso, el día que los hinchas dañaron a patadas un Transmilenio, el día que salió Colmenares de una fiesta o todos los días que salen personas en la noche para tomar un bus en lugares como la 19, la caracas o cualquier lugar del centro?.