lunes, 3 de septiembre de 2018

La mamá de los pollitos

Un grupo de científicos del Reino Unido de la Universidad de Bradford, Inglaterra, realizó un estudio sobre la memoria y los recuerdos, y afirman que se pueden tener recuerdos reales en la infancia desde los 4 años de edad. De acuerdo con esto, el primer recuerdo que tengo de mi niñez, se remonta al día en el que sentí un dolor infinito en mis orejas, pues me hicieron ver estrellas, al ponerme unos “topitos” o “aretes” de oro que tenían una esmeralda verde en el centro. Ese color se convierte en el favorito de la mujer que me abrazaba mientras yo lloraba cuando me los ponían. La belleza de las esmeraldas de esos aretes pareciera que se hubieran posado en sus ojos para iluminar los días de mis abuelos, mis tíos, de mi papá, mis hermanas, mis cuñados, mis sobrinos y por supuesto los míos. 

Es así como durante toda mi vida esos ojos verdes me han recargado de energía pura e infinita. No se si son mi criptonita o si son mi mayor fuente de radiación electromagnética. Esa pequeña energía nuclear nace en las tierras santandereanas de un pueblo en el que las mujeres de descendencia alemana se multiplicaban de manera natural y esa combinación entre la fuerza y la dulzura, un día se convertieron en ella: Cécile ó Cécilie en francés, Cecily en inglés, Cäcilie en alemán, Sidsel en noruego o simplemente “Cecilia” en español. 


Cecilia nació un 3 de septiembre con una perfección que ella se resiste y niega a creer. Su cabello luminoso como el sol, sus intensos ojos verdes y su piel blanca se volvieron la debilidad de dos seres muy importantes en la vida de Cecilia: Don Luis y Doña Cenaida. Una pareja trabajadora y amorosa que dejaron en ella lo mejor de sus vidas.  Gracias a ellos, ella se convirtió en la mujer ideal que toda pareja desearía tener y que en miles de “memes” mencionan como si no existiera: dedicada, amorosa, berraca, valiente, organizada, dispuesta, entregada, comprometida, divertida, intensa, tranquila, tierna, fuerte, incondicional y un sin número de cualidades que quien no la conozca diría que estoy mintiendo.

Pero como toda perfección, no viene con manual. En él no decía cómo hacer para que volviera a limpiar sus zapatos del colegio con las medias puestas, para que volviera a explicar de dónde viene el término “carajo” según La Biblia, para que explicara cómo se ponían los cubiertos en la mesa  luego de terminar de almorzar, para que sentara en una silla giratoria, riendo a carcajadas y de paso la regañara el suegro, para que se volviera a disfrazar e imitar a Papá Noel, para que se subiera de nuevo en la ventana de un carro gritando por su “zona” de Cafam Melgar en una caravana con la probabilidad infinita de que la vieran sus compañeros de trabajo, para que no se tomara otra sopa de mute y la repitiera, para que la dejaran cuidando unos zapatos en el mar y los perdiera por la revolcada de las olas, o simplemente para que dejara salir de nuevo esa niña loca que tanto se contiene para mantener la seriedad que aún no me explico quién le hizo creer que debía tener por ser mujer, señora, mamá o jefe.

Cecilia guarda en su corazón un sin número de sentimientos donde cabe el amor para todos, los queridos por todos, los olvidados, los indiferentes, los débiles, los niños y en especial los abuelos. Ese corazón se formó por su ejemplo de tenacidad. La de dejar a los 19 años su pueblo y enfrentar al león de una ciudad como Bogotá, que venía sin advertencias, con las puertas cerradas, llena de calles empinadas con tacones, de barrios silenciosos, de noches y madrugadas constantes para cumplir con su deber. De dolores de cabeza que sacaban lágrimas, de plancha, loza, camas, comida, cuentas, niñas, universidad, trabajo, familia, pensiones, créditos y todo eso, exactamente todo eso al mismo tiempo.

Lo curioso es que en la historia de ella, sus recuerdos son mucho más que eso. No tienen nada que ver con su sufrimiento sino con esfuerzo, no es dolor sino recompensa, no es sacrificio sino experiencia, no es en lo más mínimo rencor, sino un deber que se convirtió en el placer de vivir con intensidad, progreso y crecimiento.

Esa mujer tan berraca, es mi mamá. Fue la que me enseñó a dar las gracias, a amarrarme los zapatos, a reír, a hacer locuras, a saludar, a arreglar mi casa, a cuidar mis cosas por más gastadas que pudieran estar, a ser honesta, a ser divertida, a querer a mi familia, a unir, a hablar en positivo, a verle el color a la vida, a volver “todo nada” cuando estoy triste. Ella me ha llevado a pie cuando me enseñó a caminar, me ha llevado en bus y no me ha dejado perder mi lonchera (mi chochera), me ha llevado en taxi a la calle décima sur con carrera 15, me ha llevado en carro con los cutes de mi trabajo de tesis amarrados al techo del carro, me ha llevado en avión a Bucarmanga, me ha llevado por el tren de la vida empresarial y algún día espero llevarla en un crucero a recorrer el mundo.

Gracias a mi mamá aprendí a hacer empresa, a tratar a la gente con respeto, a organizar mis papeles, a tener dinero para comer, para pagar mis impuestos, mis deudas, a tener una casa, a darle momentos y cosas a los demás sin esperar nada a cambio, a perdonar a mi familia, a ser buena esposa, a no ser exigente, a inventarnos "joditas" para ser felices, a ser agradecida con la vida y todo porque eso a ella le sobra a borbotones. 

Mi mamá son tantas cosas, que siempre me he negado a escribirle un blog porque no me alcanzan las hojas, no me alcanzan las palabras de agradecimiento, porque sabía que lloraría como una niña que siempre he sido para ella, y porque gracias a ella, he tenido el sueño de ser como ella, una mamá, una mamá única e irreptible.

Te amo amor de mi vida, feliz cumpleaños mamita.

Tu bebé.

jueves, 30 de agosto de 2018

Los niños perdidos


Cuenta la historia que una pareja de esposos tuvieron un niño y otros tuvieron una niña. Ellos, entre sus brazos, con el tiempo les enseñaron a caminar, a levantarse cada mañana con una sonrisa, les ayudaron con sus primeros pasos y luego los tomaron de la mano para dejarlos caminar. Un par de niños que fueron descubriendo el mundo entre las voces de quienes los rodeaban, aprendieron a ser adultos y en un abrir y cerrar de ojos sus loncheras pasaron a ser un bolso y un morral. En su mundo, los charcos, el parque, los dulces y las tareas se transformaron en calles de pavimento, cenas y días de trabajo. Cada uno en su camino iba encontrando objetos para guardar en una maleta que cargaban diariamente. Guardaban libros, pinceles, fotos, relojes, canciones, películas y un sin fin de experiencias que los mantenía conectados con su interior. 

Élllevaba a su niño interior entre una caja de roble que su padre le dejó cuando partió a sus 15 años, no quería dejar de ser niño, quería mantener sus risas y dentro del mundo de la diversión. Elladecidió llevar su niña que se negaba a crecer, todo el tiempo con ella, entre su pelo desmarañado, sus tenis y sus medias escurridas.

Un día ellos se encontraron, hablaron como adultos y rieron como niños. Decidieron viajar, cenar, bailar, reír y finalmente un día abrieron sus maletas para compartir sus objetos guardados, contar sus historias y así, sin prisa, finalmente terminaron construyendo un hogar.  

Mientras el mundo de adultos giraba, mientras el reloj se reiniciaba y las nubes se entrelazaban, sus niños internos empezaron a hablar en voz alta, empezaron a golpear la pared a ver si alguien los escuchaba, tenían un sueño, una ilusión, ellos querían escuchar otras voces, encontrar otros niños, querían saltar charcos y enseñarles a otros niños a caminar, ellos querían jugar. 
Algunos niños los escucharon, pero al parecer ellos estaban muy lejos, porque aunque se acercaron, solamente observaron con timidez. Vinieron un par de veces, pero se fueron, simplemente no hablaron y sin alguna explicación se alejaron, nunca se dejaron ver.

Los dos niños no entendieron porqué nadie quería jugar con ellos, la tristeza los invadió y un sentimiento de soledad los hizo mantenerse en un silencio largo y profundo. Él y ella parecían dos niños perdidos cada uno en el interior de dos adultos que entre los deberes y el afán de los días olvidaron su niño interior. 

Las maletas que aún contenían objetos guardados, empezaron a preocuparse por el silencio de sus pequeños dueños. Todos los objetos se reunieron e iniciaron un plan de fuga, armaron un mapa y dibujaron una ruta a través del laberinto en el que se encontraban distantes de sus dueños. La maleta de él estaba llena de libros, letras y letras inquietas que empezaron a cruzarse para controlar la fuerza del viento, la de ella contenía hojas de colores, adhesivos y fotografías que fueron armándose como rompecabezas y así construyeron una balsa. Los relojes de él construyeron un motor que se encendió con las notas de música de sus canciones y fue así como emprendieron su viaje. Mientras navegaban por el laberinto, el ruido de cada uno de sus objetos despertó la curiosidad de los niños que levemente escuchaban las voces de sus maletas. 

Cada uno en su escondite, sentado en el vacío, abrazaba con fuerza sus piernas y su cabeza baja tocaba sus rodillas, empezaron a escuchar en el laberinto, las voces de sus objetos. El niño simplemente le preguntó a la niña: “hola?, estás ahí?” y ella contestó, “si, los escuchas?”, -“si, son ellos”. Y fue así como los objetos empezaron a volar, armónicamente se juntaban para armar de nuevo sus maletas, los colores se reflejaban entre sí y hacían que los niños se levantaran de su soledad. Cada objeto era un motivo, eran otros niños, sólo que ellos no podían verlos porque sólo veían objetos.

En realidad esos objetos eran niños que alguna vez también se habían perdido, pero eran quienes les habían enseñado a caminar, a reír, a bailar, a disfrutar de la vida. Ellos quienes los hicieron tomarse de la mano de nuevo, quienes se ocultan entre las maletas de cada uno, esos niños que no los dejan perder, de nuevo los hacen sonreír y les recuerdan que mientras existan sueños, los niños no estarán solos ni perdidos, estarán siempre dentro de ellos.