Un grupo de científicos del Reino Unido de la Universidad de Bradford, Inglaterra, realizó un estudio sobre la memoria y los recuerdos, y afirman que se pueden tener recuerdos reales en la infancia desde los 4 años de edad. De acuerdo con esto, el primer recuerdo que tengo de mi niñez, se remonta al día en el que sentí un dolor infinito en mis orejas, pues me hicieron ver estrellas, al ponerme unos “topitos” o “aretes” de oro que tenían una esmeralda verde en el centro. Ese color se convierte en el favorito de la mujer que me abrazaba mientras yo lloraba cuando me los ponían. La belleza de las esmeraldas de esos aretes pareciera que se hubieran posado en sus ojos para iluminar los días de mis abuelos, mis tíos, de mi papá, mis hermanas, mis cuñados, mis sobrinos y por supuesto los míos.
Es así como durante toda mi vida esos ojos verdes me han recargado de energía pura e infinita. No se si son mi criptonita o si son mi mayor fuente de radiación electromagnética. Esa pequeña energía nuclear nace en las tierras santandereanas de un pueblo en el que las mujeres de descendencia alemana se multiplicaban de manera natural y esa combinación entre la fuerza y la dulzura, un día se convertieron en ella: Cécile ó Cécilie en francés, Cecily en inglés, Cäcilie en alemán, Sidsel en noruego o simplemente “Cecilia” en español.
Cecilia nació un 3 de septiembre con una perfección que ella se resiste y niega a creer. Su cabello luminoso como el sol, sus intensos ojos verdes y su piel blanca se volvieron la debilidad de dos seres muy importantes en la vida de Cecilia: Don Luis y Doña Cenaida. Una pareja trabajadora y amorosa que dejaron en ella lo mejor de sus vidas. Gracias a ellos, ella se convirtió en la mujer ideal que toda pareja desearía tener y que en miles de “memes” mencionan como si no existiera: dedicada, amorosa, berraca, valiente, organizada, dispuesta, entregada, comprometida, divertida, intensa, tranquila, tierna, fuerte, incondicional y un sin número de cualidades que quien no la conozca diría que estoy mintiendo.
Pero como toda perfección, no viene con manual. En él no decía cómo hacer para que volviera a limpiar sus zapatos del colegio con las medias puestas, para que volviera a explicar de dónde viene el término “carajo” según La Biblia, para que explicara cómo se ponían los cubiertos en la mesa luego de terminar de almorzar, para que sentara en una silla giratoria, riendo a carcajadas y de paso la regañara el suegro, para que se volviera a disfrazar e imitar a Papá Noel, para que se subiera de nuevo en la ventana de un carro gritando por su “zona” de Cafam Melgar en una caravana con la probabilidad infinita de que la vieran sus compañeros de trabajo, para que no se tomara otra sopa de mute y la repitiera, para que la dejaran cuidando unos zapatos en el mar y los perdiera por la revolcada de las olas, o simplemente para que dejara salir de nuevo esa niña loca que tanto se contiene para mantener la seriedad que aún no me explico quién le hizo creer que debía tener por ser mujer, señora, mamá o jefe.
Cecilia guarda en su corazón un sin número de sentimientos donde cabe el amor para todos, los queridos por todos, los olvidados, los indiferentes, los débiles, los niños y en especial los abuelos. Ese corazón se formó por su ejemplo de tenacidad. La de dejar a los 19 años su pueblo y enfrentar al león de una ciudad como Bogotá, que venía sin advertencias, con las puertas cerradas, llena de calles empinadas con tacones, de barrios silenciosos, de noches y madrugadas constantes para cumplir con su deber. De dolores de cabeza que sacaban lágrimas, de plancha, loza, camas, comida, cuentas, niñas, universidad, trabajo, familia, pensiones, créditos y todo eso, exactamente todo eso al mismo tiempo.
Lo curioso es que en la historia de ella, sus recuerdos son mucho más que eso. No tienen nada que ver con su sufrimiento sino con esfuerzo, no es dolor sino recompensa, no es sacrificio sino experiencia, no es en lo más mínimo rencor, sino un deber que se convirtió en el placer de vivir con intensidad, progreso y crecimiento.
Esa mujer tan berraca, es mi mamá. Fue la que me enseñó a dar las gracias, a amarrarme los zapatos, a reír, a hacer locuras, a saludar, a arreglar mi casa, a cuidar mis cosas por más gastadas que pudieran estar, a ser honesta, a ser divertida, a querer a mi familia, a unir, a hablar en positivo, a verle el color a la vida, a volver “todo nada” cuando estoy triste. Ella me ha llevado a pie cuando me enseñó a caminar, me ha llevado en bus y no me ha dejado perder mi lonchera (mi chochera), me ha llevado en taxi a la calle décima sur con carrera 15, me ha llevado en carro con los cutes de mi trabajo de tesis amarrados al techo del carro, me ha llevado en avión a Bucarmanga, me ha llevado por el tren de la vida empresarial y algún día espero llevarla en un crucero a recorrer el mundo.
Gracias a mi mamá aprendí a hacer empresa, a tratar a la gente con respeto, a organizar mis papeles, a tener dinero para comer, para pagar mis impuestos, mis deudas, a tener una casa, a darle momentos y cosas a los demás sin esperar nada a cambio, a perdonar a mi familia, a ser buena esposa, a no ser exigente, a inventarnos "joditas" para ser felices, a ser agradecida con la vida y todo porque eso a ella le sobra a borbotones.
Mi mamá son tantas cosas, que siempre me he negado a escribirle un blog porque no me alcanzan las hojas, no me alcanzan las palabras de agradecimiento, porque sabía que lloraría como una niña que siempre he sido para ella, y porque gracias a ella, he tenido el sueño de ser como ella, una mamá, una mamá única e irreptible.
Te amo amor de mi vida, feliz cumpleaños mamita.
Tu bebé.