lunes, 24 de enero de 2022

El último pucho


Afortunadamente el toque había terminado, no había estado tan bueno como los otros martes. El bar iba a cerrar, Vannesa estaba cansada y por lo visto, iría sola a dormir. Sentada en las sillas de la barra, con sus tenis sucios, un jean de rodillas rotas y las uñas negras como el borde de sus ojos, se apagaban con el último cigarrillo de la noche. La nicotina y la cerveza se habían enredado desde la raíz hasta la punta de los dreads de su cabeza. Nuevamente una noche de soledad sin querer llegar a casa. Lo último que quería era ver a su padre con sus amigos borrachos de miradas morbosas. 

Felipe la había observado toda la noche. Él sabía que ella no se había dado cuenta, porque mientras ella reposaba su espalda tatuada con los codos sobre la barra, él limpiaba los vasos, servía la cerveza y recibía la plata. Era inevitable ver los hombros desnudos de aquella mujer de gris e imaginarse que los quería acariciar cuando la noche terminara. Un esqueleto dejaba ver que ella no llevaba sostén y los bordes de sus senos se asomaban sutilmente bajo sus axilas. Sabía que el calor de aquel sótano clandestino y sin ventanas, no le dejaría ver la silueta exacta de sus pezones. Comúnmente él no veía mujeres así. Solas, espantando hombres que caían como moscas, sentadas toda la noche y sin bailar, luego de un toque que dejaba a cualquiera con ganas de seguirla y ella tenía pinta de todo, menos de eso.
-¿Piba, vas a chupar más?.
Vannesa automáticamente giró su cabeza de pensamientos enredados y desconcertada lo miró con furia. Felipe, el bartender, le señaló la cerveza y en segundos ella lo entendió. -Chupar, beber, qué más da. 
Pensó y sonrió.
-No. ¿Cuánto es parce?.
-Sesenta y cuatro barras, pero el último tequila lo paga la casa.
Ella sabía que su estrategia de hacerse pasar por extrangero de medio pelo con su pregunta de juego de palabras, le había funcionado.
-Vale, pero dame el último pucho, pibe.

Con una leve sonrisa, Felipe le pasó un cigarrillo y una cerveza. 
Entre la conversación, los significados de palabras raras y las sonrisas de complicidad, la noche se alargó para ambos. El bar cerró, casi todos los clientes se fueron, la barra se volvió privada y quedaron solamente ellos dos y los músicos del toque. Todos terminaron detrás de la puerta corrediza, en el cuarto trasero del sótano. Un lugar oculto y exclusivo para los amigos del dueño del bar. Un catre, sillas de cine rotativo, poltronas de cuero roído, acetatos, cámaras colgando de puntillas oxidadas en los ladrillos de las paredes, cojines manchados en el suelo, un cuadro de El León de Judá sobre una mesa y las lámparas tenues, eran ahora el nuevo lugar del toque que terminaría en un Jam Session privado. 

Los dedos polvorosos empezaron a hablar con las narices, con los dientes blancos y la nube de Cannabis aumentaba. La excitación se iba volviendo la protagonista de bailes sudorosos entre Felipe y Vannesa. Sus cuerpos expidieron feromonas que olían a ovulación y los labios se los mordieron casi hasta romperlos. Las cervezas se desmayaron sobre el tapete y desaparecieron los espacios vitales de la habitación. Las sillas se marcaron con las rodillas y los codos. Las manos de Felipe por fin acariciaban los pezones de Vannesa y sus abrazos como cavadoras humanas, parecían atravesar la pared. Las cámaras sin rollo tomaban fotos en la mente nebulosa de quienes no tenían pareja, las risas se alargaban y los tatuajes bailaban por toda la habitación.

Un grito ensordecedor al otro lado de la puerta llamando a Vannesa intentó silenciar el lugar. Los cuerpos se soltaron y Felipe caminó tambaleando por entre la nebulosa hasta llegar a la puerta. La abrió y un hombre que expedía fuego por sus ojos, lo empujó, entró gritando y buscó a Vannesa. Mientras ella cerraba la cremallera de sus jeans, el hombre la vio, se acercó y le dio un golpe cerrado en la cara, mandándola al suelo.
-Maldita perra. Le gritó.
El hombre sacó un arma y Felipe por la espalda y sin pensarlo, tomó una botella y la rompió sobre la cabeza del hombre que cayó como una ficha de ajedrez sobre la poltrona. La sangre empezó a recorrer el cuero del sofá como una nueva invitada. Los gritos empezaron a ahuyentar a los que podían mantenerse en pie y el viento por fin entró por la puerta. 

Vannesa aún con el timbre de un electrocardiograma sin pulso en los oídos, intentó ponerse de pie. Felipe trató de ayudar a levantarla, pero como una bolsa de moras explotando en la cara de Vannesa, se escuchó un disparo que salpicó la sangre y atravesó el cuerpo de él. Felipe cayó encima de ella y sus manos acariciaron con desespero y por última vez, el pecho de ella. El hombre casi inconsciente soltó el arma y se sintió satisfecho de haber expulsado su ira. Vannesa lo miró y se acercó al asesino. Era su padre ebrio y drogado que estaba buscándola por todos los bares del centro de la ciudad. Ella tomó el arma y quiso repetir el homicidio. Pero primero se tomó un fondo blanco de tequila, puso sus dedos a hablar con sus narices, untó sus dientes blancos y le apuntó con el arma sobre la cabeza. Con su mano temblorosa, la sangre aún en su cara y recordando la cara de Felipe, pensó que solamente debía apretar el gatillo, pero escuchó una voz en medio de la nebulosa que como una agonía la llamaba:
-Piba, vení, esperate, fumémonos el último pucho.


*Ejercicio de escritura para la Maestría de Escrituras Creativas.