lunes, 2 de noviembre de 2020

Como dos pepas de mamoncillo

Con el murmullo de las voces de la casa de a lado, intentaba conciliar mi sueño. Un martes, luego de un partido de fútbol, en plena pandemia donde era imposible salir a celebrar, Colombia ganaba 3 a 0. Mi obligación diaria del trabajo, me forzó a tratar de dormir, a pesar de mis ganas de salir a algún bar. 

Mi cama era los suficientemente grande y cómoda para descansar. La puerta de la habitación permanecía abierta. Las ventanas ondeaban las cortinas levemente, porque el viento refrescaba la habitación, que en la noche, fácilmente podía alcanzar los 30 grados centígrados. En ocasiones utilizaba una manta para el frío de la madrugada, pero me sentía relajada y con la serenidad propia del momento de ir a descansar

Los ruidos de las hojas, el crujir de los árboles, el ronroneo del gato de la vecina y el bajo volumen del televisor antes de dormir, me arrullaban casi a punto de hacerme caer en los brazos de Morfeo. El temporizador a las 23:05 apagó el televisor y entre los saltos de las ovejas de mi imaginación, las vecinas desataron un alarido que retumbó la casa por completo. Duró aproximadamente unos 8 segundos y finalizó con un gemido de llanto.

Mis ojos se abrieron como dos pepas de *mamoncillo. Fruto jugoso y redondo, conocido en otros países como mamón, maco, quenepa, limoncillo, huaya, motoyoé o coquito de San Juan, que al quebrar su cáscara, expulsa su pulpa esférica. Así estaban mis ojos en esa oscuridad a media noche. 

Aunque un grito así, podría ser ocasionado por cualquier evento, como un golpe, una broma o incluso una herida, mis oídos se afinaron como un silbato que se utiliza para ahuyentar a los perros. Mi cabeza casi erguida como la de un pavo real, con las plumas de mi pelo electrizadas, en vez de escuchar las voces de las mujeres, escuchaban los latidos de mi corazón. El latir de mi pecho casi a punto de romper mis costillas, se aumentaba con el silencio que inició con el enmudecimiento de las dos mujeres. Esperaba atenta, un grito que dijera: "ayuda", o "llamen una ambulancia", o "¿Qué te pasó?", o "¿Y ahora qué hacemos?", ¡o algo!, pero ¡nada!. No musitaron palabra alguna.

En ese justo instante empezaron mis miedos a mezclarse con cada uno de los sonidos del exterior. Pero como si hubiera sido un espanto, el gato dejó de ronronear. Las hojas de los árboles no se movían con el viento y la sombra sobre mi ventana, quedó paralizada. Empezaba a creer que alguien de pronto entraría por la puerta de la habitación. Pero me llené de valentía y me puse en pie para asomarme a la ventana. Mientras caminaba hacia ella, las cortinas dejaron de moverse y quedé paralizada. Retrocedí, cerré la puerta y casi sin mirar para los lados, volví a mi cama.

Escuchaba ruidos leves en el techo. Podría ser alguien caminando, o seguro estaría intentando entrar a la casa de mi vecina, pero ¿Y por qué no se escuchaban más gritos o conversaciones lejanas?.

No lo sé, pero empecé a sudar frío y mi miedo me impedía encender el televisor, moverme o intentar descifrar el aullido que parecía el avistamiento de un fantasma en medio de la noche en plena carretera de lluvia, luego de pasar cerca a un cementerio. Realmente fue aterrador. Ni mi sensatez, ni mi madurez, ni mi edad lograban controlar mi imaginación. Intenté dormirme pero fue casi imposible. Tuve que orar y pedirle a Dios que me dejara dormir. Pero solamente pude conciliar el sueño por una hora desde la 1:00 am hasta las 5:00 am, momento en el que por fin empezaba a salir el sol. 

Me levanté, le pregunté a quienes esa noche también dormían en la casa pero nadie había escuchado los gritos de las mujeres. A pesar de la luz del día, mi pánico se intensificaba, los latidos de mi corazón permanecían fuertes y se mantuvieron constantes hasta las 3 de la tarde del mismo día. Momento en el que mi mamá le preguntó a la vecina si algo les había sucedido. Y si. efectivamente el grito de sus dos hijas la había hecho también levantar de su cama como a mí.

Cuando me dice mi madre: "resuelto el misterio", esperaba que estuviera relacionado con algún espanto, pero no. La causa había sido la fobia de sus hijas por las cucarachas voladoras. Una del "tamaño de un ratón", dijeron.

No me pregunten cómo un grito por algo tan insulso me pudo llenar de terror durante toda la noche y casi todo el día siguiente. Pero les aseguro que se pusieron de acuerdo las cortinas, el televisor, las ramas, los árboles, el gato, las sombras y las cucarachas para hacer una de las peores noches de terror en el encierro de la pandemia.


**Escrito para el Tercer Mundial de Escritura - consigna día 8: escribir sobre resolver enigmas, alrededor de un sonido indescifrable.






sábado, 31 de octubre de 2020

6000 hilos

Un refugio. Un lugar en el corazón. 

Un momento de pausa, un lugar donde no hace ni frío ni calor. Tiene la temperatura perfecta. Ahí, a veces puedo caminar en medias, suaves y con hilos como si estuviera entre las nubes. Allí la luz entra por la ventana y con los rayos del sol calientan la habitación. Cuando hay completo silencio, se puede escuchar el sonido de los pájaros, e incluso el movimiento de los árboles. En la madrugada a veces se cuela el frío por entre mis guantes, pero la taza de café me calienta los dedos. Esa neblina, con algo de sol, alborota mi pelo y el viento lo mueve lentamente cuando cierro los ojos y dejo que la silla colgante se mueva al compás de mi corazón.

Me gusta el olor de las flores. En especial el olor amarillo de los girasoles. Pero hay unas nuevas que han llegado a mi refugio, Orquídeas rosadas, que ahora me miran desde el cielo y sin pausa y sin prisa. A veces las veo llorar. Sus lágrimas caen con el rocío de la lluvia. Esa que da suaves golpeteos y pasan de ser notas musicales a melodías perfectas, en un pentagrama armónico de mi silenciosa habitación.

En una pared, está plasmada la teoría de la ilusión. Un manual tipográfico que flota en el aire y se va tatuando en nuestro corazón. Es el rojo del amor, el intenso, el que huele a piel y a perfume. Puedo cerrar mis ojos y sentir tus manos enredadas en mi pelo. Me hacen descansar, me hacen sentir en mi refugio.

Me gusta saber que duermes a mi lado, con una respiración sutil y sin preocupación. Ahí, en mi refugio el tiempo no acosa, no acelera, no me condiciona, no me exige, no me compromete, no me pide nada a cambio. Solamente late, como si se sincronizara con los latidos de mi corazón. Nunca he sentido sus movimientos dentro de mi, pero ahí, en nuestro refugio, puedo escuchar tu risa, sentir tu pelo y tu mirada miel sobre mis ojos.

Hay un momento en el día en el que despliego mis manos sobre la colcha, parecen más de 6000 hilos unidos para recargarse con la pausa de los minutos del día. Con el paso de las horas se levantan como aves en un lento vuelo de sábanas para la noche. Ahí es cuando mi refugio empieza a caer con el azul de la tarde. 

Amo mirar el lila del cielo. Los naranjas, amarillos y blancos que me desconectan de todo. Pierdo la noción del tiempo. Mi apetito pasa a ser algo espiritual, mi energía finaliza con las luces de las velas de la noche. Ese momento para volver a los hilos, sentir tu respiración y los latidos de tu corazón. Te abrazo, me reconfortas, cruzo mis dedos con los tuyos y me haces soñar. 

Sueño con un refugio nuevo. Uno que no tenga las lágrimas sobre nuestras almohadas separadas. Uno que huela café en la mañana y al final de las tardes. Uno que sepa a cenas deliciosas, a películas de pantallas con infinitas pulgadas. Con sillones distintos que se unan con nuestras manos al final del día. Uno que inicie con las palabras que fueron la poesía de nuestra unión y termine con la posibilidad del milagro de dar vida.

Lo imagino y mi corazón se acelera, porque no es producto de mi imaginación. Conozco la luz de la  habitación, puedo sentir los hilos, los que no nos han tocado, los que nos siguen esperando, para despertarnos nuevamente y convertirse en sincronías de una mirada que nuestro refugio nos dio. El refugio de Dios, el de nuestro corazón.



*Escrito para el Tercer Mundial de Escritura - consigna día 6: recorrer la casa y observar el entorno inmediato, y escribir sobre qué dice la arquitectura del lugar,  los objetos a tu alrededor y los espacios de la casa. Elegir dos elementos de cualquier naturaleza y usarlos como disparadores para escribir un texto. 



Brillantina

Hacer por primera vez una fiesta en la casa cuando se tiene 20 años, significaba compromiso, detalle y dedicación. Esa fiesta debía ser perfecta. Elegir la fecha era sencillo: “Halloween”. Temática: libre. 

 

Entre mi hermana y yo convencimos a nuestros padres y nos permitieron utilizar por primera vez, la sala, el comedor y el garaje, para hacer una fiesta inolvidable. 

 

Mi hermana era estudiante universitaria, rodeada de ingenieros tipo “The Big Bang Theory”, y yo, con dos años menos, también era estudiante pero de otra universidad y rodeada de diseñadores. 

 

Esa mezcla sería una bomba para la fiesta. Se nos volvió un plan y un reto para ambas. Enfrentamos nuestro amor la profesión y planeamos el premio al mejor disfraz. Era el “ingenio” de los amigos nerds de mi hermana, enfrentados a la creatividad de mis “amigos” diseñadores, súper underground, cool y cuánto adjetivo propio del universo artístico.

 

Nuestra casa, tenía el espacio perfecto. El comedor para los pasabocas, la sala para quienes se cansaran de tanto bailar y el garaje para la súper rumba. Equipo de sonido con 5 unidades de CD, bafles distribuidos por todo el área, empapelado con bolsas plásticas negras para impedir el paso de la luz por todo el garaje, luces bajitas y listo. 

 

La parte fácil, estaba lista y definida en nuestra mente. Pero faltaba lo más importante: el disfraz. La mayoría de mis atuendos anteriores estaban llenos de despeine, de colores estruendosos y de poca feminidad. Así que decidí tratar de verme como Olivia Newton-John con un vestido azul de los años 60, con peinado de peluquería propia de la época y por supuesto, con mi respectivo parejo: John Travolta, con su chaqueta de cuero y peinado de gomina, para ser la pareja perfecta de “Brillantina”

 

Mi hermana como siempre, amante de la costura, hizo su propio disfraz de “egipcia”. Sexi, con el cinturón dorado y todos los accesorios necesarios para verse hermosa. El único detalle que no tuvo en cuenta, es que su novio, debía utilizar una bata, tipo falda, mostrando el hombro y con la misma tela del vestido de ella: morado, pastel y de seda. Ahí fue donde empezó a aparecer algo en mi mente que decía “no te burles Lilí, ni se te ocurra reírte”.


Viernes, en la noche, lugar, comida, bebidas y todo listo. Solamente faltaban los invitados.

 

La pasarela empezó con la llegada de algunos amigos en común: espantapájaros, curas, muñecas de trapo, gatas, ratonas y unos cuantos más con pelucas. Hasta el momento era divertido, pero nada extraordinario.

 

¿Mis amigos? desaparecidos. En esa época no existían los celulares, así que solamente tocaba tener paciencia y esperar. Cuando empezaron a llegar  los amigos de mi hermana, empezó lo bueno: cada uno de sus amigos “nerds”, se había tomado el trabajo de potencializar sus cualidades físicas. Llegó Drácula, un poco bajo de estatura, pero era un buen disfraz. Juan Tamariz, un disfraz súper ganador y casi perfecto. Pero se peleaba el premio con Krusty el Payaso. ¡Eran increíbles y súper bien creados!. 



La pelea estaría dura. Pensaba. Mis amigos diseñadores aún no llegaban. Yo sentía algo de temor, pero no perdía la Fe. 

 

El retraso, hacía más larga la espera, la expectativa aumentaba y fue cuando por fin llegaron. Llegaron... abrí la puerta y yo, solamente me quedé mirándolos como por 20 segundos, mientras mi cabeza me decía en voz baja, lenta y con un parpadeo largo: “¿Qué, es esto? ¡Que vergüenza de disfraces!”. ¿¡Es en serio!?. ¿Qué es este momento más ridículo como “diseñadora y sus amigos en una fiesta de disfraces”?.


Alcancé a pensar que por fortuna, esos no eran “mis amigos, sino los de mi novio”. Faltaban los míos, ellos seguro iban a llegar y no me iban a dejar morir. 

 

Pero no. Nunca llegaron.


No solamente llegaron tarde y con disfraces improvisados, llegaron borrachos, trabados y sin actitud. 


Entre esos incumplidos, una enfermera desabrida, de pelo rojo y con los ojos perdidos, una jirafa con el pelo y la cara amarilla diciendo que estaba disfrazada de “pollo”, un extraño sin disfraz y mi novio que ya no parecía Jon Travolta, sino un palo de escoba negro con gomina, me hicieron sentir como la diseñadora más ridícula del planeta. 

 

Ese día me juré no volver a ir a una fiesta de disfraces sin tener el mejor disfraz. No sé qué será de la vida de ellos. De los que llegaron y de los que nunca llegaron. Ni idea. Pero si sé que los amigos nerds de mi hermana siguen fieles cada año recordándome esa escena tan deplorable de disfraces de ingenieros de sistemas vs diseñadores gráficos.

 

Aunque la ridiculez me dañó la noche, años después, las ganas y mi amor por los disfraces, me dieron varios premios, pero los mejores fueron el de “The Apple Earphones” en Alma Bar en 2011 que hicimos con mi esposo y el de Cyborgs, en el club El Marquez en 2015 que hicimos con mis primos.

 

Gracias a un momento ridículo, terminé apasionándome locamente por los disfraces.








 


*Escrito para el tercer Mundial De Escritura - Consigan día 5: sobre “la ridiculez” y sentirnos inadecuados.






jueves, 29 de octubre de 2020

Cruz

Sudar por terror, sudar de miedo, sudar sangre, sudar simplemente es por falta de Fe. 

¿Acaso es necesario imaginar una cruz como si fuera un elemento que hace parte del “género del terror en pandemia”?.  
 
La cruz para algunas religiones es una símbolo de maldad, de dolor e incluso de terror. Imaginarse frente al mundo, colgando por la miseria y las culpas de otros, no debe ser nada fácil. Ver la podredumbre del odio de los seres humanos desde la altura de una cruz, debe ser muy triste. Imaginar que el abandono no sería una salvación, eso sí daría terror. ¿En serio, creen que la cruz es un problema de simbolismo o de religión?
 
Algunos relacionan la cruz con la muerte y se olvidan que un suceso así, se volvió historia por más 2000 años. Una historia incomprensible para los que sienten terror de vivir en compañía. Terror de cumplir su palabra, terror de vivir bajo una sola ley. Terror de enfrentar sus miedos. Terror de escuchar su voz interior. Terror de decirle la verdad a sus hijos, a sus parejas o a ellos mismos. Terror es imaginar que sus cuerpos y en especial sus almas, no son de nadie.  
 
No ser de nadie da terror. Ser un alma solitaria que obedece como si fuera un esclavo, da terror. Vivir cada minuto del día detrás de alguien que se siente el “amo”, el “patrón”, “el jefe”o el “rey”, da terror. Algunos incluso llenan su egoteca con animales como mascotas que cumplen esa función. ¿Sería posible que alguien se atreviera a atarlos sobre cruces para producir imágenes de terror?. ?¡Que idea tan absurda, por favor.! ¿De cuándo acá una cruz es lo más cercano al significado  del terror?.
 
Terror debería darnos por creer en agüeros, gatos de mala suerte, en el mal de ojo, en los inventos de los que ven el futuro, terror de los mentirosos, de la gula, de la soberbia, de la  avaricia, del egoísmo, de perder el tiempo, de no escuchar, de no ver, de la pereza, de la ira, terror de no querer vivir.
 
Creo que mi terror más profundo, sería dejar de ver la cruz. No verla.  
Terror de no escuchar los latidos del alma.
Terror de perder mi rosario.
Terror de perder la Biblia.
Terror de perderme en la imaginación de lo absurdo, de creer que la cruz  podría ser  un símbolo de terror. 
Terror me daría perder mi cruz. 
Terror me daría perder mi anillo. 
Terror me daría perder mi fe. 

Ahí es donde todo perdería sentido.
 
No necesito advertencias de los seres humanos. El que está en la cruz no advierte, no me dice que tenga "cuidado con lo que hago" tipo: "mensaje anónimo". El que está en la cruz simplemente me recuerda que no se está crucificado por una "temática de terror". Está crucificado para que sintamos compasión. Para que dejemos de quejarnos por nuestro dolores, de nuestras culpas, de nuestras preocupaciones absurdas. Estar en la cruz no es una carga, es darle la mano al que está al lado. Es levantarlo cuando siente que ya no puede más. Eso significa cargar la cruz. No tiene que ver con el sufrimiento, lo repito nuevamente: tiene que ver es con la compasión.

Definitivamente no entendemos nada de sudar gotas de sangre por culpa del terror.



*Escrito para el Tercer Mundial de Escritura - Consigna día 4: Sumergirse en el género de terror: una mañana de pandemia encuentro la mascota crucificada en la casa y luego encuentro un mail enviado por mi que dice: "cuidado con lo que haces"



La joven de la perla

Siempre me he preguntado por qué cubrías las poltronas de tu sala con forros de color gris, que ocultaban la belleza del tapiz original color crema. Aunque puedo entenderlo, cuando tus nietos derramaban líquidos sobre los forros y tu rostro no se transformaba en angustia, sino en satisfacción por tenerlas cubiertas con esos forros con cordones que colgaban a los lados de las sillas del comedor. 

Pero, ¿Y el vinipel de la lámpara nueva?, por qué preferías limpiar el polvo sobre el plástico que disfrutar de la belleza de tus lámparas?. Recuerdo que una tarde que fuimos a visitarte no estaban esos forros opacos. En cambio todas las luces estaban encendidas, se veía hermosa tu sala, pero luego entendí que estabas esperando la visita de un posible comprador del tu apartamento. Sentí tristeza, imaginé que los habías quitado por nosotros. Pero aún así fue bonito ver tu sala tan pulcra e impecable. 

No olvido la lámpara acrílica transparente de medusa y asimétrica que colgaba en el centro de la sala, a la que le hacía falta una pieza y que nunca lograste conseguir. Aún tengo la foto en mi cuenta de Instagram, de las formas del reflejo de la luz que se hacían en el techo cuando llegaba la noche y podíamos encenderla. Parecía una obra de arte.

Lo más curioso de todo, era tu habilidad "antinietos" para guardar y ocultar todas las porcelanas cada fin de semana. Aunque nunca guardaste la campanilla metálica y dorada con la banderita de Chile, esa, me encantaba hacerla sonar. Puedo escuchar su tintineo.

Siempre me gustaron tus jarrones vintage de piso, ubicados debajo de tus mesas isabelinas. Con esas pequeñas flores secas que le daban ese toque antiguo que siempre me ha encantado. A veces creo que pertenezco a un siglo pasado. 

El lugar más extraño de tu apartamento, era tu cocina. Siempre pensaba que las ollas de vidrio que guardabas en la alacena, no coincidían con el resto de la vajilla. No precisamente por el color o la forma, sino porque preferías utilizar platos y vasos desechables para servir. En esa casa eras tan cuidadosa y ahorrativa, que me sorprendía ver cómo preferías utilizar plástico. No gastabas casi agua ni jabón para lavar la vajilla. Siempre me dijiste que te daba pereza gastar el tiempo lavando platos y en eso, estoy completamente de acuerdo. Era curioso que utilizaras ese jabón líquido que no producía espuma, yo prefería el de crema. Tampoco me gustaba que utilizas trapos en vez de papel de cocina para limpiar los líquidos, pero aún así, me gustaba la limpieza de tu cocina. Recuerdo el recipiente donde ubicabas la esponja. Aún yo no he podido encontrar uno igual para mi casa, alguna vez conseguí uno similar, pero la señora que hacía el aseo, lo envió a la basura porque pensaba que era el empaque del jabón. Eso me hacía entender y compartir algo de tu rechazo por las señoras del aseo.

Mi manía por sentir la textura de los objetos me hace recordar el salvamanteles de silicona con forma de vaca que tenías bajo la jarra de agua. Servía para que no se resbalara y por esa razón me gustaba pedirte un vaso con agua, o como diría mi papá: "un vaso de agua" y ubicarlo con mucha rigurosidad sobre esa base con forma de vaca.

La primera vez que fui a tu casa, lo que más me impresionó fueron los cuadros de bodegones y de ángeles, pero sobre todo, el cuadro de "La joven de la perla" que iluminaba tu sala. Fue tan impactante y se veía tan real, que la mirada profunda de la joven, me conmovió apenas la vi. Me hizo sentir en un lugar tan acogedor y único, con el que siempre me quedé con las ganas de quitarme los zapatos, y acostarme con una cobija  en el sofá, para sentirme como en la casa de mis abuelos. No en una casa silenciosa, sino como la tuya, una casa llena de risas y carcajadas. 

Extraño tu refugio Tía Vicky y sé que tu hermana y mejor amiga a la que no has podido ver hace meses, también lo extraña. Verte con ella los fines de semana armando rompecabezas, me generaba una empatía inigualable. No conozco una mujer del sexto piso que tenga esa habilidad de armar rompecabezas de 1000 fichas como tú. Algún día espero llegar a serlo.

Por ahora dejaré los recuerdos colgados en el perchero del laberinto de tu corredor. No dejaré que el frío del sofá de cuero verde que tenías en el estudio, me alejen de ti. Le aumentaré el volumen a mis recuerdos desde tu equipo de sonido, con tocadiscos, cassettera y reproductor de 5 CDs, para que retumben en mi corazón tus almuerzos los fines de semana, los helados de la tarde y de pronto por qué no, el llanto de un bebé o como querías tú, de dos bebés, que nos lleven nuevamente a ti y de pronto te mojen la colcha o el forro antinietos que posiblemente pondrías en tu cama.


*Escrito para el Tercer Mundial de escritura. Consigna día 3: presentar un personaje desde los objetos que lleva consigo y hablar desde ellos.




miércoles, 28 de octubre de 2020

Wikineynidea

1. CORÍLEO, véase colibrí.

Término relacionado con el tono que produce el polen sobre las flores y que atrae a las aves a más de 1 km de distancia. Su composición de ChO2 hace que con la luz del día produzca rayos ultravioleta imperceptibles a la vista del ser humano. La secuencia de ondas del coríleo atrae específicamente aves de la familia de los aleteodoros o conocidos comúnmente como colibríes. 

Historia

Su descubrimiento está asociado con la expedición botánica del año de 1975 entre Brasil y Colombia. El biólogo Saulo Hernández, autor del libro “El coríleo del Amazonas”, plasmó en más de 350 páginas las tonalidades de polvo de polen, a través de reconocidas Ilustraciones. Su publicación fue vista por primera vez en el verano de 1992, en México, luego de un viaje por Latinoamérica del cineasta italiano Marcelo Raveli, quien no solamente popularizó este término, sino que convirtió el coríleo en uno de los colores más predominantes en la década de los 90.

En el arte

Su obra ha sido de gran inspiración para artistas entre fotógrafos y directores de cine como Karla Hamilton, Steve Krug, Carl Reigbert y Jolie Washington. 

James Camerón durante el rodaje de la película Ávatar, aseguró que tuvo que esperar más de 10 años, para lograr la tecnología necesaria que permitiera la nitidez del color coríleo.


2. DIGTÓRICO, véase estado de coma.

Persona que realiza actividades en exceso relacionadas con el uso de todo tipo de dispositivos electrónicos. 

Se estima que existen más de 35 millones de personas en el mundo que no saben que padecen esta enfermad. Aunque aún no se han determinado posibles causas de su padecimiento se atribuye al crecimiento desbordado de la tecnología.

El primer caso catalogado como enfermedad, se presentó en una escuela de California, cuando un adolescente perdió su habla y capacidad de entendimiento que lo llevó casi a un estado de coma, luego de haber realizado durante más de 72 horas seguidas, actividades múltiples, relacionadas con sus equipos electrónicos y diferentes periféricos al interior de su casa. El joven de 22 años, padeció un estado de ansiedad y bloqueo de comunicación que alertó a las autoridades luego de más 15 casos similares en distintos distritos de EU. 

En noviembre de 2017 el gobierno, creó la Ley Dictórica que prohíbe el uso y la compra de más de 20 dispositivos electrónicos por hogar. La ONU, determinó que esta ley violaba los derechos humanos y que no se podía determinar que esta fuera la causa de las enfermedades.

Aún no se conocen consecuencias graves o relacionadas con mortalidad, pero se estima que las nuevas generaciones podrían desarrollar codependencia, analfabetismo e incluso trastornos psicológicos, hasta llegar a un estado de coma irreparable.


3. MONTELLA


Ubicada entre Francia y España, esta provincia es considerada una la más especiales y extrañas del continente europeo. 

La escritora Isabel Allende la usó como inspiración para su trilogía Outlander, que representa el viaje del tiempo a través de las ruinas del monte Partío. 

Se desconoce la historia de sus inicios, pero existen diversos mitos y leyendas que la han convertido en uno de los lugares más inspiradores para los creadores de historias de duendes y fantasía.


*Texto para el mundial de escritura. Consigna día 2: describa tres entradas ficticias de Wikipedia.




lunes, 26 de octubre de 2020

La mesa 6

Vestido blanco, de seda, corto, strapless y de "golas", como decía mi abuela. Es decir una falta rotonda con doble faldón. Mis primeras medias veladas, tacones, peinado alborotado, labial, perfume y mis manos temblaban por ir a mi primera fiesta de 15 años. Esa fue la primera vez que me sentí como una verdadera princesa. 

"Siga señorita Martha, su mesa es la número 6". "'¡Señorita!", me había dicho "¡señorita!". Por fin mi cuerpo delgado y mi cara de niña se habían transformado de una niña a toda una señorita.

Un salón oscuro se iluminaba lentamente con luces de colores, gracias a una bola de espejos pequeños, que giraba lentamente en el techo del centro de la pista de baile. Yo, me dirigía a la mesa 6. Mientras caminaba pensaba que seguramente iba a conocer a alguien, o me iba a tocar con alguna "niña del salón", o de pronto allí estaría el niño de mi vida, con el que tendría un romance de años, me casaría, tendría hijos y una casa enorme. Tal vez, incluso cuando me acercara a la mesa, él me miraría a los ojos y se enamoraría de mi sonrisa, porque el No. 6 era mi número de la suerte. ¡Seguro sería una mesa increíble!.

Mesa No. 6: primera silla, un niñito inquieto y fastidioso de 10 años. Segunda silla: su mamá. Una madre soltera con un vestido fuxia, escotado y pelo alborotado. Tercera silla: un viejo cuarentón, barrigón, medio dormido y poco expresivo. Cuarta silla: una niña como yo, de 14 años, con una falda corta y negra, con una blusa blanca con hombreras. Se veía mucho más moderna y yo empezaba a sentirme extraña con mi vestidito de golas. Quinta silla: esa tenía que ser la mía porque estaba desocupada. Así que con un poco de esperanza me senté y esperé. Alguien debía sentarse a mi lado y seguro sería el papá de mis hijos.

Se apagaron las luces y de manera agitada la mamá de la quinceañera corrió y tomó de la mano a la abuela que aún no tenía asiento y de un empujón la sentó a mi lado. La mesa 6 estaba llena y yo no entendía qué hacía sentada allí. ¡¿Cómo era posible?! Mi primera fiesta de 15 años y rodeada de 5 desconocidos que bloquearían cualquier acercamiento al supuesto papá de mis hijos.

Esa fue una noche larga y eterna. Eterna pero muy divertida. 20 años después, la niña de falta corta se convertiría en mi mejor amiga. No solamente por que esa noche ella me ayudó y con ayuda del niñito fastidioso,a cambiar el número de nuestra mesa 6, con el de la mesa 9 para así confundir a la abuela que estaba a mi lado y de paso convencerla de cambiarse de sitio. Porque los adultos espantan a los adolescentes, en especial al que quisiera sacarme a bailar y por culpa de la abuela, saliera espantado. Y no solamente por haberle agregado alcohol al vaso de jugo para que la mamá soltera de nuestra mesa, terminara en los brazos del otro cuarentón y de paso ellos no volvieran a sentarse en nuestra mesa durante toda la noche. Sino por habernos encontrado nuevamente 15 años después, en la mesa No. 9 el día del matrimonio de nuestra amiga en común, la de "los ochenta". Recordando cómo no nos dimos cuenta que ese niño fastidioso inquieto, ahora tenía 30 años y era todo un hombre, estaba “como un lulo”. Habría podido ser al padre de nuestros hijos.


**Escrito para el Tercer Mundial de Escritura - consigna día 1: escribir sobre el patrón que une a los invitados en una mesa de desconocidos de una fiesta.



domingo, 23 de agosto de 2020

Cuando crean no encontrarme

La Gran Colombia, 23 de agosto 1820.

No puedo tutearlas, ni en lo que fue nuestro futuro, lo que había sido nuestro pasado y menos ahora, en mi presente. Estoy en el "cuando". Ese que nos inventamos por la obsesión con la historia, con el tiempo, al mundo del pasado. Ahora estoy aquí atrapada en la época de los libros, las velas, la guerra, "el pueblo", las ruanas, los encajes, los vestidos, los guantes y las sombrillas.  Ahora sé que por fin estará escrito mi nombre en un libro, porque lo hice para encontrarme, fui artífice de mi propia inspiración. Nunca lo supe, pero volví al pasado sin saberlo, para comprenderlo.

Llevo años, buscando, tratando de entender cómo desperté debajo de esta luna del "cuando". No se cómo terminé acá. Supongo que será un sueño, pero ahora hago parte de él y parece cierto. Tal vez por eso era que mirábamos tanto la luna. Estoy casi segura que eso que decíamos que sentíamos algo cuando la mirábamos, puede ser porque dejé parte de mi mirada en ella. Será nuestra mejor manera en el recuerdo de comunicarnos.

Me gustaría que estuvieran acá para que lo vivieran conmigo. Me hace recodar la Cuba que conocí cuando todos hablaban de guerra, conflicto, poder, política y problemas sociales. Pero yo me siento como si estuviera fumándome la historia entre el sincronizado paso de los caballos. Las voces de una jerga que  aún me cuesta entender, esa que se desvanece entre las calles empedradas de algo que parece un pueblo olvidado, no ese monstruo de ciudad en el que andábamos. Siento el olor de la tierra cuando llueve y se levanta como gotas hacia el cielo que humedecen el aire. Las velas abundan y me hablan de la calma, con su silencio y la voluntad del viento. Olvidé el largo de mi pelo porque diariamente me toca recogerlo y cubrirlo con un sombrero. Huele a leña, se escucha cuando se quiebra mientras se quema. La siento entre mis poros.

Mis dedos están negros de tinta de tanto escribir, pero adoro lavarlos con tanta dedicación que cuando lo hago, hablo en voz alta como si ustedes estuvieran sentadas a mi lado. Contar historias en el papel me libera. Adoro comprarlo, olerlo y ver el color oscuro de la letra escrita a mano, mezclándose con la textura. Esa que parece nueva, pero al mismo tiempo vieja. La que me inventaba con el té y la Coca Cola. ¿Y qué decir del lacre? me sigue derritiendo igual que él mismo, así me esté dejando cicatrices. Aprendí a prepararlo. Aplicarlo es la cereza del pastel. 

Mis días ya no acaban en la anoche, sino en el amanecer. Sigo perdiendo la noción del tiempo cuando escribo y sigue siendo mi mejor momento para hacerlo. Libera mi cabeza de tantas ideas como en los libros que ustedes leían, esos que decían: "si no atrapamos las ideas, alguien más lo hará". A veces cuando necesito sentirlas a ustedes dos, me voy a escuchar al músico del pueblo tocar guitarra. Sus cuerdas se escuchan como arpas del cielo y con eso, con el olor de la lluvia y la imagen de ustedes leyéndome, me voy a dormir.

Espero que algún día me encuentren. Cuando parezca que ya no estoy. Búsquenme entre los libros viejos, las poesías, las historias de los miles de niños que me rodean y el blanco y negro de los dibujos que aún no se han hecho. Ahí estaré mis hermanitas del alma. Viviendo obligada en un pasado que aunque me separa de ustedes, me hace creer que mi propósito está entre las letras. Las creadas desde sus forma tipográfica, hasta la combinación de su retórica.

Las quiero niñas de mi futuro, de mi presente.

Atte,

La de ayer, la de mañana, la de mi hoy...





Consigna: "Escribir una carta de 200 años atrás, para el presente: 2020"



lunes, 10 de agosto de 2020

2 minutos

¿Cómo describir mis dos minutos de meditación?

Tuve que empezar diciendo: ¡silencio!. Con mis ojos cerrados, empezaron los ruidosos tornillos de la cama dañada del piso de arriba e imaginé a los vecinos, pero me repetí: ¡silencio!.

Esos sonidos se fueron pero aparecieron más. Ahora eran los ruidos del camión de basura desocupando unas canecas, que me hicieron pasar saliva por imaginarme el putrefacto olor. Nuevamente me repito: ¡silencio!.

Al ser tan consciente del exterior, quería mandar la cama y a los vecinos de arriba con el camión de basura, pero el ejercicio era "no pensar". Así que con una voz fuerte me dije: ¡hey, que hagas silencio!.

Intenté escuchar los latidos de mi corazón pero increíblemente escuché el sonido de los pájaros que casi nunca se oyen en las mañanas y me elevé para hablar con ellos, pero otra vez: ¡que te calles, no imagines!.

Ya no había ruido exterior, creo que lo estaba logrando. Había silencio. Por fin. Todo se hizo nada, era blanco, quería que fuera tan extenso como el cielo, quería estirar ese momento, convertir esas milésimas de segundo en un estado de plenitud, pero al darme cuenta que era mi mente quien me lo decía, y que otra vez mi cabeza estaba dando órdenes, ¡reaccioné!: no estaba en silencio, estaba imaginando el silencio, ¡no estaba haciendo silencio!. ¡Imposible, callar mi mente era imposible!.

Bendita imaginación que no para. Ni siquiera para dos minutos de obligado silencio. El zumbido de la sangre recorriendo mi cuerpo se volvió ensordecedor. ¡Era ruido! pero, ¿cómo era posible si ya no estaba el sonido del vecino con su cama maltrecha, ni los ecos de las canecas azules desocupando bolsas de basura de la podredumbre de las casas?. No lo sé, pero era un timbre en mis oídos que imaginé volviendo polvo. ¡Eso es! me dije, "¡hazlo polvo!, obsérvalo en cámara lenta hasta te se detenga. Puedes hacerlo, son solamente dos minutos, solamente seré consciente de decirme algo: "ay Diosito, ayúdame, quiero aprender a hacerlo..."

Y como una bofetada por ponerle palabras mentales a mi silencio, di un salto y abrí mis ojos. El cronómetro de mi reloj retumbó mi cabeza, se convirtió el polvo en piedra, parecían aullidos. La alarma con una gritería fastidiosa, había marcado dos minutos exactos y yo ni siquiera había logrado 5 segundos de silencio mental. Esas campanadas sonaron tan fuerte que otra vez mi mente había tomado el control.

¡Que silencio ni que nada!

Imposible, dos minutos para mi mente en ese momento fueron "vecinos, cama, tornillos, pájaros, calle, golpeteos, voces, alarmas, camiones, basura, canecas y ruidos, ruido, que verraco ruido."

Esa frustración me hace pensar que la meditación es un ejercicio demasiado difícil y pareciera que no estuviera hecho para mí. ¿Por qué no puedo callar  mi mente y sí puedo contemplar el sol, disfrutar de la lluvia, respirar fragancias y sentir que saboreo la vida? ¿Por qué no puedo con esa clase de silencio?. 

Tengo hipermetropía, una anomalía que me hace ver objetos y textos a grandes distancias. Cuando hace calor o frío, lo siento por entre las venas. Todo tipo de ácidos me hacen cortar la lengua. Desde mi habitación, sé si hay algo dañado entre la nevera. Puedo escuchar la vibración de un celular timbrando entre una maleta en un salón de clases, pero, ¡no puedo hacer que mi mente se quede quieta!. ¡¿Por qué?!...

No lo sé, pero bueno, curiosamente nunca había sido tan consciente de los sonidos a mi alrededor. Lo vi todo, lo sentí todo, lo olí todo y lo escuché todo. Tal vez algún día con entrenamiento mental pueda controlar mis sentidos para entender el mundo de la meditación. 

Por ahora puedo decir que esos fueron mis dos primeros y únicos minutos de consciente intento de aquella meditación.




Consigna: "Escribir 5 minutos de meditación"

domingo, 2 de agosto de 2020

Poison Ivy

No perderse la movida de un catre, era mi lema para todo tipo de ruptura conocida comúnmente como "tusa". Esa actividad implicaba asistir a fiestas de casa, reuniones familiares, matrimonios de desconocidos, fiestas electrónicas, bares, paseos, eventos deportivos, conciertos, cumpleaños y todo tipo de invitaciones que se me cruzaran por el camino.

Realicé durante 4 meses todas esas actividades y nada que lo conseguía. Mi salida de caza furtiva parecía ir al fracaso. Ninguna de las personas que conocía lograba hacerme mantener interesada. Solamente eran sapos y yo sin labial.

Pero una noche, un viernes, en un restaurante que ya no existe, llamado Palos de Moguer, por fin vi el destino cruzarse en cámara lenta cuando lo vi entrar. Mi mirada lo recorrió desde la puerta hasta la mesa a la que se dirigía sin prisa para saludar a sus amigos. Yo, tratando de identificar si era mi imaginación o si realmente lo conocía, silencié mentalmente las voces de mis amigas en la mesa, apagué la música, desapareció el murmullo y lo identifiqué. ¡Si!, lo conocía, ¿de dónde?, no se, pero yo lo sabía. Volvió inmediatamente el ruido, la música e interrumpiendo la conversación les dije a mis amigas: "ese tipo, yo lo conozco, ¿estudió con nosotras?". Efectivamente, hacía 15 años que no lo veía. Mis amigas afirmaban que mi delirio por encontrar pareja, me hacía ver personas conocidas.

Pero yo lo presentía, yo sabía que el de arriba estaba de mi lado y me propuse atraparlo con una mirada. Mi pelo crespo se alborotó como el de Poison Ivy y mis ojos salieron como lanzas disparadas. Mi boca se desplegaba con una sutil sonrisa que nunca me falla cuando estoy de caza. Mis feromonas viajaron por entre las sillas, las mesas y la gente del lugar, hasta llegar a él, para hacerle girar su cabeza lentamente hacia mi irresistible mirada matadora.

Y ahí, en ese instante, su mirada por fin se cruzó con la mía. Mis lanzas lo habían atrapado, el tiempo se detuvo y pude ver el color marrón de sus ojos. Ya no solamente dejé de escuchar nuevamente a mis amigas, sino que la música, el murmullo y la gente había desaparecido. Sin pronunciar una sola palabra, él con su mirada estaba hablando conmigo.... 

Me saludaste con tu mirada, pero yo olvidé tu boca, tu cara, tu pelo y tu cuerpo... Era esa mirada la que había estado buscando por tantos años. Una mirada de un alma auténtica pero desconocida, esas que no tiene morbo pero tampoco inocencia, era con adultez pero con el recuerdo de habernos conocido desde nuestra adolescencia. Yo intenté tomar el control de la fuerza de mi mirada, tratando de quitarte la ropa, pero me detuvieron las sonrisas, las carcajadas, los lugares de los viajes que aún no habían llegado, los futuros recuerdos jugando bajo la lluvia, los abrazos frente a la chimenea, los trasteos y tú recogiéndome en la puerta de mi casa. Intenté nuevamente respirar, enredarte con mi pelo, pero ahora eran nuestras manos las que en mi imaginación se entrelazaban. Levantaste el velo, me diste un beso, me alzaste entrando por la puerta de nuestra casa, me besaste el vientre y mi escena terminó con tu mirada ya no sobre mis ojos, sino sobre nuestros hijos en una increíble casa. 

Pensé que eso había sido una cámara lenta, pero cuando vuelvo a ese recuerdo, ahora detengo por completo mis pensamientos y desde aquí me alejo y ahora me veo. Ahora te veo lanzándome tu mirada. Intento comprender lo que de pronto tú veías desde el otro lado de la mesa. Tal vez viste una salida, un refugio, una sonrisa. Se que te alborotó mi pelo, mi boca roja y mis párpados caídos, pero activaste tu bloqueo de defensa. Supongo que el de tu corazón que desde hacía muchos años estaba sellado. El futuro aún no estaba en tu mirada. No. Viste el pasado, viste a la niña, la que jugaba en tu colegio. Te devolviste en el tiempo y antes de poder saltar el futuro, solamente viste el presente. Estabas en el presente, con miedo del futuro, pero estoy segura que te encantó ese presente.

Intento volver a la realidad, al recuerdo de ese instante, para desactivar la pausa de esa mirada y no dejar sin final la historia, pero sé lo que pasará cuando lo haga: el tiempo habrá pasado tan rápido que no podré describir lo que ocurrió con ese fabuloso duelo, no podré desbaratar los segundos cuando sonreíste y caminaste hacia mi, no podré transcribir nuestra conversación, ni las llamadas, ni los besos, ni la noche, ni el día de 36 horas, ni los 10 años a tu lado... no podré.

Finalmente debo presionar el botón y efectivamente se me escapa con un suspiro el instante de nuestro primer cruce de miradas. Se volvió tan rápido ese duelo que fue un imán instantáneo de sueños encontrados. Es un recuerdo disparado una y otra vez, que me corta y me deja un destello de fantasmas. Quisiera amarrar esos segundos pero las lágrimas me detienen la cabeza. 

Solamente puedo cerrar los ojos y dejarlos que se hidraten por un buen tiempo con varios baldados de agua fría. Habrá que esperar cuando pueda salir nuevamente y asistir a fiestas de casa, reuniones familiares, matrimonios de desconocidos, fiestas electrónicas, bares, paseos, eventos deportivos, conciertos, cumpleaños y todo tipo de invitaciones que se me crucen en el camino, pero seguramente iré con labial y en modo "Poison Ivy" a esa, mi próxima salida de caza.






Consigna: "Describir un cruce de miradas"