martes, 12 de octubre de 2021

Sí señora

“Calle décima sur con carrera 15”, ya me la aprendí sin duda. El taxista se ve que entiende que no tenemos tiempo y que tenemos afán. Menos mal el desayuno es un café y listo. Ojalá lleguemos a tiempo. La vez pasada llegué justo cuando empezaba la misa. Qué aburridas que son esas misas. Me dan miedo las vírgenes, todavía me acuerdo de esa pesadilla de la escultura moviéndose y tomando café. En el recreo le haré caritas a la señora de la cooperativa. Ella me rebaja para comprar la lecherita; pero mi mamá dice que coma saludable, un yogurt con una mantecada. Las niñas de mi salón tienen loncheras bonitas. Mi maleta está muy pesada. Se me bajan las medias, me quedan grandes, quiero unas nuevas, siempre me toca heredar la ropa de mis hermanas. Estos zapatos del colegio son muy duros, no me gustan. Le voy a decir a la profesora que tengo ganas de ir al baño para ir a saludar a mi mamá. Ella sabe que soy yo porque le rasgo la ventanita de la secretaría y me abre. Le voy a pintar unos corazones y se los dejo en el bolso. La profesora se dio cuenta porque salí corriendo y ahora me toca ir el baño y hacerle creer que tengo ganas. Me gusta encontrarme con mis hermanas en el recreo. Hoy es martes, que pereza, nos toca ir a almorzar donde la señora Emita. Me encanta el timbre de la hora de salida. Me gustaría tener ruta como las otras niñas de mi salón. 

¡Ay no!, ¿Esa señora hizo habichuelas otra vez?, son horribles. Si no fuera martes, comería rico con los almuerzos de doña Adela. Los fríjoles de ella son mis favoritos. Mi hermana Pocha dice que me faltan las plumas por hablar tanto entre el carro. Me encanta ver a mi papá reírse por eso. Ya no me gustan tanto las tareas; las de dibujar, plastilina o de papel sí, pero que aburridas las otras. Tengo sueño, ojalá no tuviera que bajarme del carro. Mi papá me va a preguntar otra vez por las tareas y si le digo mentiras me vuelve a dar correa. Entremos rapidito. Es raro que casi nunca entramos por la puerta grande de la casa sino por el patio. Salieron cerezas, podría subirme otra vez por la reja, llegar al árbol y comérmelas. Me tengo que quitar el uniforme y sacar la ropa de la cómoda. Mi mamá debería quedarse por las tardes con nosotras. No podemos ver televisión, igual no hay nada chévere que ver. Que nombre tan ridículo ese de “Caminito alegre”. Lo único que nos dejan ver es “Lola Calamidades” porque a mi hermana Tata la mayor, le gusta.

Hoy no vino mi prima Laura con su vestido nuevo. Voy a jugar con Pocha. La voy a hacer reír. Tengo sueño. Mi hermana me va a poner otra vez a hacer tareas. Ella hace de profesora. Yo le dije que el macho de la gallina era el gallino. Me va a morder los cachetes. Me gustaría tener un tocador y una barbie. Creo que nunca tendré una, son muy caras. Cuando sea grande me quiero casar y tener hijos, para tener una familia tan bonita como la mía. Hice reír tanto a Pocha que se volvió a orinar de la risa. Juguemos ajedrez. Mi papá se despertó, me va a preguntar por las tareas. Me puso a leer el Quijote, que aburrido. Ya es de noche y mi mamá no llega. Me toca plisar el uniforme y embetunar los zapatos, que aburrido. Mi hermana mayor me amenaza con contarle a mi mamá que no hice caso. ¡Pues que le cuente!. Mi mamá llamó de la universidad y otra vez le dieron quejas. “Lilo, al teléfono”. Sí señora, sí señora, sí señora. Ya hice lo que debía haber hecho. Me tengo que bañar pero está lloviendo y hace mucho frío. Diana dijo que de pronto me daba pulmonía. Me voy a dormir. ¡La cartelera! Se me olvidó. No me puedo dormir. Me van a regañar y no me puedo dormir si no la hago. Mi papá está bravo. Ya la hice y me quedó divina. No quiero madrugar. Escucho los tacones de mi mamá llegando. Debe ser muy tarde. La alcanzo a ver por la ventana caminando. Que me de un besito y me acuesto. ¡Otra vez me toca levantarme muy temprano!. 

Quiero ser grande para no tener que madrugar. Me faltan como 10 años para salir del colegio. Cuando sea grande me voy a casar a los 25 años, esa es la edad para casarse. Pocha se demora mucho en el baño, es la única que entra sola. Ya me cepillé los dientes. Mi mamá me pone esa camiseta de borde verde, por debajo del uniforme para el frío. Si nos toman la foto del colegio, me bajo bien la camiseta para que no se me vea. No me gusta el frío de las mañanas. ¡El café está hirviendo! mi mamita me lo pasó a otro pocillo. Es tan linda. Tenemos afán. Me parece curioso que no nos sentamos nunca a desayunar al comedor entre semana. Esa sillas son muy frías. 


¡Hoy es viernes! puedo salir a jugar baloncesto por la tarde. Podría alquilar una película y llamar a Paola, una niña de mi salón. Mejor alquilo una película en Betamax con las monedas de las chaquetas de mi papá o las de la alcancía de Tata. No me imagino cómo seré cuando sea grande. Pero seré linda. Quiero ser un payaso para hacer reír a la gente. También quiero ser famosa. Puedo jugar toda la tarde porque es viernes. Otra vez me raspé las rodillas. Mi mamá no debería dejarnos tan cortico el pelo. La bicicleta me encanta pero es para mis hermanas grandes. No me alcanzan los pies a los pedales. Cuando sea grande la voy a poder usar. Quiero ser jugadora de baloncesto profesional. Me gusta correr, mi vecina corre rapidísimo. Unos niños nos dijeron lagartijas porque somos muy flacas. No nos importa. ¿Por qué se tutean en vez de decir "sumercé"?. Me gusta arrancar las flores para dárselas a mi mamá. Me gusta mi familia. 

Voy a jugar.


*Escrito como ejercicio de "qué contaríamos de nuestra vida infantil", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

viernes, 27 de agosto de 2021

Morir para vivir

MUERTE:

Ella sabía que había muerto. Pálida, sentada, en posición fetal, el agua caía sobre su cabeza y su espalda. El día gris, el silencio ensordecía y el frío se metía por debajo de las puertas. Se levantó como un ánima en pena y cerró la llave. Secó sus pies, su cuerpo y su pelo. No había reflejo en el espejo, el vaho nublaba la posibilidad de mirarse. Las huellas se evaporaban camino al armario. Una blusa de seda, estampada y de flores. Un pantalón cualquiera. Unas botas. Un gabán y una pashmina. Accesorios ruidosos, perfume, maquillaje para cubrir sus ojeras, un bolso vistoso, las llaves del auto y el celular. Un auto por cambiar por uno nuevo, sus gafas oscuras y el viento entraba por el sunroof. 

Un largo día de trabajo, trancones, conversaciones telefónicas y otro día sin sol. Volvió a su casa y recordó su funeral. El tiempo se detuvo y ella estaba ahí parada con una mano en su cintura y con la otra cubriendo su boca. "¿Cómo he muerto?", se preguntaba. Fue así como se quitó sus botas, lanzó su gabán al sillón, arrancó sus joyas y segundo a segundo su ropa fue quedando por el suelo hasta llegar a la ducha. El agua desvanecía su rímel y parecían grietas sobre su cara. Surcos enormes de sangre que llegaban hasta su corazón. Empezó a sollozar, los decibeles de su llanto aumentaban, hasta que gritó tan fuerte que el agua se detuvo. Una hora dejando caer el agua, hasta el punto de no saber cómo llegó su cuerpo hasta su cama. Enterrado entre las almohadas, las sábanas y la profundidad de la espuma. Antes de cerrar sus ojos escuchó una voz que decía "descansa en paz, eso quieres, ¿verdad?". Fueron varias noches largas de velación, rosarios y palabras bonitas para la muerta. Del cadáver siempre se dice que es bueno.
-Se fue muriendo lentamente, pero en medio de todo, ella fue una buena mujer.


NACIMIENTO:

El siguiente día empezó con un llanto. Pero con una salida imprevista como si hubiera sido desde el vientre de su madre. No sabía que la estaban esperando con tanta emoción. La alegría de su mejor amigo y de muchos años atrás, era adrenalina pura. El primer contacto sobre su piel fue un abrazo. El llanto había sido de felicidad. Entró a una casa nueva como si sus padres la hubieran decorado para ella. Una cuna nueva. Música, baile, carcajadas, recuerdos y abrazos, muchos abrazos. Camisetas, jeans y tenis, incluso caminaba descalza. Sin maquillaje y despelucada como una niña. ¿Cómo no agradecer por ese renacer que había pedido a gritos el día de su muerte?. Dios lo había hecho nuevamente. La hizo ver la luz, cortó su cordón umbilical, el agua limpió su cuerpo, la crema suavizó su piel, estrenó una nueva muda, jugó como una niña en la playa, en el parque, entre escondites, arequipe y recortes de papel. Había vuelto a nacer, pero para eso, había tenido que morir.

Olvidar que podía ser amada como cuando había sido niña, la estaba matando por dentro. Ella misma se había asesinado. Se subió al tren de sus propias exigencias y había perdido la posibilidad de volver a vivir como una niña, una adolescente, una universitaria o una completa mujer. La única manera de poder volverse a sentir viva fue muriendo. Podía tener más de 40 años, pero su cuerpo ya no estaba atrapado. Era la niña y la adulta que siempre había querido ser.


*Consigna día 9 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre los dos días más importantes de la misma persona:su nacimiento y su muerte.

Volveré a las nubes

No conocía Nueva York. Una de las ciudades de mayor influencia artística y cultural en el mundo. Luego de haberla visto, podría decir que sin duda ese viaje hizo un click profundo en mi universo como diseñadora gráfica.

Caminar por las calles entre galerías de arte, boutiques, salas de teatro, de cine, escuelas de música, tiendas de ropa, casas de moda y un sin fin de lugares comerciales llenos de magia, se convirtió en una de las mejores experiencias de mi vida.

Los taxis amarillos de ajedrez que delineaban las vías y la rapidez de los transeúntes en medio de las cebras y los postes saturados de adhesivos, eran toda una melodía de “The Weekend” de “luces cegadoras”. Las pantallas gigantes vigilando mis movimientos, hablándome con la perfección de su alta definición, hicieron de ese viaje algo inolvidable. Podía ver en cámara lenta mi cuerpo girar, mientras el sol iluminaba mi frente y el día se pasaba a más de 250 millas por hora.

Hombres de traje, mujeres atractivas, artistas de colores, adolescentes a carcajadas, miradas de jóvenes perdidos, habitantes de calle semidesnudos con cartones escritos a mano, indocumentados y personas de todas partes del mundo, dejaban un halo de textos en el aire, que me fascinaron. Yo quería escuchar sus conversaciones, saber hacia dónde iban, dónde compraban sus botas pantaneras escocesas, sus gabanes para el frío, sus guantes ajustados, sus gafas setenteras y sus estilos de personajes de vídeos musicales en medio de un día cotidiano en Nueva York.

El suelo no era suficiente. Mirar hacia lo alto mantenía mi cuello en un estado de estrés y al mismo tiempo de felicidad por querer capturar todas las imágenes retratadas durante años por mis amigos en redes sociales en medio del Times Square. Fue así como algo se detuvo y la vi. Era la nueva rueda de Chicago frente a mí, que rodó como una argolla de compromiso lentamente ante mis pies. Ahora el "slow motion" se triplicaba y era yo quien me subía a ella y empezaba a ver a mi altura las pantallas incandescentes moverse lentamente. Durante breves segundos, tenía un abismo de mundo creativo y en movimiento bajo mis hombros.

Hermosa, única e irrepetible vista panorámica que nunca olvidaré. Ahora era el suelo quien me dejaba escuchar a Bruno Mars, como un eco de Versace. Un instante de ansiedad y emociones. Un giro de 180 grados en mi mundo paralelo. Mi corazón parecía detenerse, mi piel se erizaba y mis ojos secos por el viento, se humedecieron con un parpadeo. Un sólo pestañeo que jamás olvidaré. Nueva York, la ciudad creativa que desde mi adolescencia, época universitaria, laboral y adultez, me atraía como un imán. Jamás entendí, por qué tardé tanto en conocerla. Como la mayoría de las cosas más maravillosas de mi vida,  me hacen creer que llegan tarde pero no. Llegan justo a tiempo.

No quiero olvidarla, quiero volver, sentirla, cansarme de su caos, repetir las escaleras externas de los edificios, respirar el humo de los extractores del suelo, escuchar los timbres de las bicicletas, sentir el olor del pan y el tintineo de los cafés. Quiero sentir nuevamente la libertad de su estatua, el vacío de las torres imaginadas, el dinero perdido de Wall Street, los sueños imposibles de los bailarines de Broadway y rascar el cielo del Empire State para quitarle el puesto a otro de mis lugares favoritos del mundo: Ámsterdam. Era la ciudad líquida de piedras en mis bolsillos que me mantenía aterrizada, pero New York llegó sin avisar y con un pasaje en cohete que me llevó directo a las nubes. Parecía algo inalcanzable.

Gracias ciudad hermosa, jamás te olvidaré. No se cuándo volveré para que me lleves nuevamente a la luna, pero te prometo que jamás te olvidaré. Volveré a las nubes. Uno de mis lugares favoritos.

PD: Hoy 27 de agosto de 2021 aún no conozco NY.

*Consigna día 8 para el 5to Mundial de escritura. Elegir una noticia del día y escribir sobre ella. Elegí esta: "Nueva York estrena su nueva atracción: una rueda de Chicago en Times Square"
https://www.lafm.com.co/internacional/nueva-york-estrena-su-nueva-atraccion-una-rueda-de-chicago-en-times-square 

martes, 24 de agosto de 2021

Mascachochas

Yace el año 1967 y Pateplomo Jaramillo lideraba el equipo de la banda de guerra, del Colegio Salesiano en el pueblo de Zapatoca. El entrenador Finito Chávez, lo había elegido porque decía que su caminado particular, le daba el estilo perfecto al guionero, en el desfile de la clausura anual del colegio. La organización de sus músicos debía ser "fina" y precisa. Por eso los integrantes llamaban a su entrenador, el Finito Chávez y a su asistente Milímetro Prada. Dos seminaristas con alma de militares cuchillas y exigentes, pero orgullosos de su exactitud armónica.

Al odiado por el rector del colegio lo llamaban Cotorra Rueda. Sus silencios imposibles durante las clases y los descansos escolares, eran el dolor de cabeza de los profesores. Su mejor amigo, Morfeo Rueda, debía ser exactamente su opuesto. Lo había elegido por permanecer en silencio mientras él hablaba, hasta el punto de llegar a quedarse dormido. Eran inseparables.

El equipo de baloncesto era otro de los orgullos del Colegio Salesiano. Su entrenador el Flaco Torrens, los mantenía como los campeones de la región. El Aguao Otero, se encargaba de la hidratación; Pedopicho de mandarlos a las regaderas luego de los partidos y el Ratón Granados de sacarlos de las clases académicas, para ir a los entrenamientos. El Toco Bermúdez era el capitán del equipo; algunos le decían el intocable, porque era el hijo del rector y nadie se metía con él. Cuando empezaban los campeonatos y viajaban a los pueblos cercanos, el Chulo Martínez se conseguía una novia distinta en cada partido. Silbido Barrios era quien le hacía cuarto cuando alguna de las novias preguntaba si aún seguía en las duchas. El palomero del equipo era Medallitas Santos. No fallaba ningún tiro. Entre él y Mafafa Suárez anotaban todos los puntos que aseguraban las victorias. 

Cuando iniciaba la temporada de viajes, debían viajar en el mismo bus, la banda de guerra, el equipo de baloncesto y el de fútbol. Manoloca Serrano el corneta de órdenes de la banda, no soportaba encontrarse con uno de los entrenadores del equipo de fútbol: el Gancho Lozano. Todos le temían por sus brazos enormes y su manera de armar desorden en los partidos. La última vez que lo vieron pelear fue con Calabazo Ortega. Dos profesores que se fueron a golpes en la premiación de los inter colegiados, porque Apracur Vivas y El Cucarrón Márquez, uno de la banda de guerra y el otro del equipo de baloncesto respectivamente, recibirían el premio a los mejores deportistas y no el Negro Reyes, quien era la estrella del equipo de fútbol; no solamente por hacer las mejores jugadas con Molécula Ortega, sino por ser el consentido de Tetanegra Suárez. El árbitro del equipo. 

Frijolito Díaz y Julio Blog siempre estuvieron en la banca, pero un día Mascachochas se encargó de hacer una bebida diurética para reemplazar a las estrellitas del equipo de baloncesto. Ese último campeonato no solamente se llevó por delante al equipo de baloncesto, sino al de fútbol y a la banda de guerra. Todos bebieron de la misma jarra de cerveza durante la inauguración de los juegos. 

Al día siguiente El colegio Salesiano de Zapatoca, no pudo representar el orgullo de sus directivos seminaristas que eran sus estudiantes. Fue toda una temporada de dolores de estómago, aguas de apio, canela y cuidados en casa. La generación entre 1965 y 1967 fue recordada por la inolvidable y odiada gracia de las aguas pichas de Mascachochas.


*Consigna día 7 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre algún amigo de la escuela y terminar con algo que comieron.

lunes, 23 de agosto de 2021

El golpe

La luz palpitaba y podía escuchar la vibración de los filamentos.
Nos dividía una pared de aglomerado y una tela azul en el cubículo.
Las enfermeras se reían a carcajadas en la recepción.
Un anciano decía a gritos "Bueno, me voy". "¿Dónde está?" repetía.
Una adolescente acompañaba a su madre viendo videos de Tik Tok.
El  fonocardiograma marcaba los pulsos del corazón.
No había agua para beber. Los vasos eran desechables.
El baño parecía público. Estaba sucio. Olía a orines.
Los dedos del enfermero del frente pulsaban las teclas de manera arrítmica. Hacía los informes de los pacientes.
La voz angelical de otra enfermera y sus rudos movimientos con sus manos, se confundían mientras le cambiaba el pañal a un paciente. Era ordinaria, grotesca, vulgar; cantando canciones de perreo mientras hacía su tarea de enfermera.
Él las puteaba. Quería irse. No entendía nada.
Una mujer dormía sobre su brazo en ángulo recto, sentada en una silla sin espaldar. La pared hacía lo suyo. Parecía un mueble más.
Las cobijas sobraban. Mi abuela tenía calor. Sudaba. Se las quité, intenté entender su temperatura corporal. No sé si lo estaría haciendo bien.
Ella se veía en paz. Yo no lo estaba.
Le acariciaba su mano. Quería que me hablara pero ya ni sus párpados se movían.
Le puse la camándula en la otra mano. Donde tenía puesta la cánula.
Que piel tan suave y delicada. Era hermosa.
Quería que me sintiera, que supiera que no estaba sola. Pero era yo quien no quería estar sola.
Respiraba con un gemido, como intentando hablar. Solamente respiraba.
Yo llevaba un libro para leer, pero mi mente no podía unir ninguna palabra. 
Había un "Chocoramo". Mi favorito, pero tenía sed. Así no me daban ganas ni de comer.
Miraba sus labios secos y con una gasa los mojaba para refrescarla.
Me sentaba, esperaba, trataba de escuchar a Dios en el silencio.
Me paraba, intentaba caminar, suspiraba.
Acomodaba mi cuerpo en la silla de cubo, se me dormían las piernas. El sueño desaparecía. Qué ansiedad.
Pensaba que su último suspiro, sería conmigo. Pero no lo fue.
Quería hablarle, despedirme, decírselo bien, pero no sabía cómo.
Se repetía el sonido de la falta de suero del paciente perdido. "¿Estarán sordas las idiotas enfermeras?". Pensaba. Todas me parecían ajenas al dolor. Tan incompetentes.
Creí que no sería capaz, pero me calmaba. Me negaba a enloquecer.
Durante su vida jamás la vi quejarse. 100 años y ella siempre tan paciente. Yo con pocas horas de una noche tan difícil y me sentí desvanecer.
No tenía ganas de sonreír, no quería, pero sabía que ella necesitaba mi sonrisa.
Pensaba que esa situación era la peor. Sin habitación, sin privacidad, sin los de ella, sin los míos. No se lo merecía. Pero aún yo no lo entendía.
Sentía que la irrespetaban.
Le abrían la bata, la monitoreaban como a cualquier desconocida del hospital. 
Le decían Ana. "¡Que así no la llamen!" me repetía. Quería gritarles. Estuve a punto, pero pensé que de pronto mi abuela podría escucharme. Sí se llamaba Ana, era su primer nombre, pero así nadie le decía. ¡No le digan Ana!.

Llegó una mujer, buscaba una cobija. Su hermana tenía frío. Estaba en el corredor. Decía que llevaba horas esperando un cubículo, necesitaba atención, una respuesta. ¡Por lo menos una cobija!
La insensible enfermera le afirmaba que estaban contadas, que no había.
Que aguantara.
Absurda, incompetente, inhumana. Yo la juzgaba.
En la cama mi abuela tenía tres cobijas sin usar. Me demoré en reaccionar. Mi energía cada vez se reducía más y más.
La tomé, llegué al corredor. Eran casi las 2 de la mañana. La mujer y su hermana estaban en una camilla. Hacía un frío infernal. 
Le pregunté si ella era quien buscaba una cobija. La mujer me miró. No hablaba. Me la recibió. Casi grita. Me dio un golpe con su mano abierta en mi brazo. Me agradeció con rabia y al mismo tiempo con emoción. 
"Usted es persona" me dijo. Me dio otro golpe y seguía haciendo afirmaciones de la situación. Esas eran sus caricias. Su manera de agradecerlo. Yo necesitaba un abrazo y ese golpe fue suficiente para llenarme nuevamente de valor.
Casi lloro.
Fue ella quien me animó. Era Dios diciéndome que yo podía. Podía vivir ese momento. Estar ahí. Ver a la muerte convirtiéndose en vida.
Dos hermanas cuidándose una a la otra en un corredor, en ese triste y frío hospital. 
Un momento bello, en medio de una noche. Una muy difícil. Una que llenó mis lágrimas de impotencia. Por el fin de la vida, por no entender el sentido del tiempo.
Tuvo que ser en medio de una pequeña y simple acción de amor.
Fue un golpe. Un gran golpe de amor.
Una grandiosa e inolvidable mujer desconocida, me dio el aliento que yo necesitaba para sobrevivir. Porque me sentí morir. A una situación mínima. A un momento difícil de mi caja de cristal. Pero era mi lucha. Era la vida de mi abuela que se desvanecía.
No era una lucha por la vida. Era una lucha por la impotencia de la situación.
Era mi conversación interior con Dios.
Pero como siempre, él me lo explicó. Me demoré más de 24 horas en entenderlo pero me lo explicó.
Fue una situación, de esas que el universo se vale para hablarme de Dios.


*Consigna día 6 para el 5to Mundial de escritura. Escribir y buscar la pequeñez, dentro de un gran momento de turbulencia. 

viernes, 20 de agosto de 2021

Primero muerta que sencilla

A Rubén no le gustaba que le preguntaran su edad. Pero con algo de esfuerzo, decía que tenía 60 años y su cabeza redonda le ayudaba a ocultar su verdadera edad. Que era un poco más. Se rapaba cada filo negro o gris que se asomara a los lados de su frente con sus pulgares chatos y cuadrados. El baño era su lugar favorito de la casa y el espejo era su mejor amigo. Mantenía gavetas llenas de exfoliantes, cremas, aceites y lociones. Le gustaba lucir su barba perfectamente arreglada, tupida y las canas sutiles decía que eran parte de su sex-appeal. Pesaba más de 75 kilos, calzaba 43 y no medía más de 1,65m, pero ni la báscula, ni la sociedad le quitaban la seguridad de hombre atractivo y corpulento con forma de T con el que salía diariamente de su casa. 

Jamás se casó pero tuvo un hijo a los 20 años. Nicolás. La novia de su mejor amigo era lo suficientemente necia y él lo suficientemente mal amigo. Él nunca se hizo cargo de ese hijo, pero de vez en cuando lo llamaba. Salía con él solamente para que le dijeran que parecía su hermano menor. Andar en el auto clásico y deportivo de su hijo, atraía las miradas de mujeres de todas las edades. Su pasión por las competencias de autos clásicos, hacía que lo reconocieran como el Peter Pan de las carreras.

A veces ocultaba las canas de su barba con el tinte de su peluquero de confianza, Kerin. Él no solamente lo trataba como un rey, sino que le recomendaba cremas para el cuerpo, mascarillas de aloe, depilaciones para la nariz y las orejas, tips para mantener las pestañas encrespadas, fajas masculinas para el abdomen y para eliminar la papada. Por supuesto no podían faltar las secretas liposucciones, botox y ácido hialurónico de su cirujano plástico. Solamente su mejor amigo: el espejo, conocía su vida íntima como todo un personaje de un cuento de hadas.

Nunca tuvo que preocuparse por trabajar y ganar dinero, su madre la señora Adela, se encargaba de sus finanzas, gracias a los negocios que mantenía con su ex esposo quien era dueño de una firma de abogados. Los documentos y los negocios eran su especialidad.

Aunque quería aparentar verse como toda una dama, Adela diariamente lo visitaba para hacerle su desayuno favorito. Él podía devorarse entre 4 y 6 huevos con porciones de pan, tamal, chocolate, jugo y arepa. Ella le planchaba la ropa, le lustraba los zapatos, le lavaba los baños y hasta le pagaba los recibos de su casa. Le compraba su medicina, se encargaba del mercado, de los arreglos locativos, de sus deudas e incluso le cubría sus tarjetas de crédito. Sus otros dos hijos la criticaban porque más que una madre, parecía su empleada. Pero eso ni a él ni a ella les importaba. Eran felices y su madre sabía cada uno de los deseos de su hijo menor, sus problemas, entornos e incluso cada uno de sus secretos más íntimos. Se encargaba hasta de espantar las mujeres que se acercaran y no estuvieran a su altura. Realmente su preocupación, era que Rubén no metiera las patas otra vez y que la llamaran abuela. Envejecer era la palabra prohibida en esa familia.

Rubén se mantenía de fiesta en los clubes con sus amigos y sus fines de semana se volvían cada vez más solitarios y rodeados de gente extraña que despertaba en la sala de su casa. Sus hermanos no soportaban verlo en las reuniones familiares y criticaban su ropa de marca, sus zapatos sin medias, su anillo piscatorio, los botones de su camisa a punto de reventar, su actitud de hijo mantenido y las deudas que su madre asumía por su vida desgobernada. 

Al cumplir 70 años, la madre de Rubén falleció. Ese día, fue la última vez que sus hermanos supieron algo de él. Desapareció sin dejar rastro y solamente encontraron en el cuarto de su madre, un sin fin de documentos con bienes a nombre de su nieto Nicolás. Deudas, créditos, hipotecas e incluso demandas de los bancos por pagos de impuestos retrasados. En ese momento recordaron el lema de su madre, que llevaría a Nicolás a la clínica por un paro cardiaco luego de enterarse de la monumental deuda y herencia de su grandiosa abuela: "Envejecer y pobre, jamás. Primero muerta que sencilla".


*Consigna día 5 para el 5to Mundial de escritura. Escribir de manera exagerada y extrema.

jueves, 19 de agosto de 2021

La colilla de cigarrillo

Hacía un calor infernal. La carretera destapada no permitía ir a más de 10 km por hora. Las llantas crujían sobre las piedras, levantando algo de polvo, que se entraba por las ventanas del automóvil. Aquel lugar en el mapa  aparecía como "Acapulco". Tenía una única entrada y una única salida. El rayo de sol sobre el medio día, calentaba las tejas de zinc de las casas, construidas con muros de bahereque, solares inmensos, árboles secos alrededor y banderas colgantes gastadas por el viento y la lluvia; pedazos de tela medio azules y casi transparentes con imágenes estampadas de la Virgen María. 

Los perros callejeros dormían en la vía, con las costillas marcadas por el hambre y algunas moscas rondaban sus inmóviles colas. En medio del silencio y a medida que Daniela iba adentrando al pueblo, se incrementaba el volumen del tema de "La Jarretona". Sin saber a dónde la llevaba el GPS de su celular, ella manejaba sin afán por entre las calles de un pueblo recóndito y silencioso.

Algunas ventanas y puertas abiertas dejaban ver algo del interior de las casas, pero el contraluz las oscurecía y solamente el viento hacía mover las cortinas de Acapulco. 

Una mujer con el pelo color ceniza, de extensas caderas y con el cuerpo tumbado sobre una mecedora, observaba inexpresiva pero detenidamente a Daniela. Sus ojos azules pero pequeños, no le permitían ver claramente quién era la mujer extraña que venía en un auto negro y recorriendo aquel pueblo viejo que no tenía nada que ofrecerle a los turistas. No parecía tener alguna intención de levantarse de esa silla de mimbre, pero no dejó de quitarle la mirada hasta verla perderse en la vía.

En algo que parecía una tienda, dos hombres de conversaciones fuertes pero confusas, se sostenían mutuamente. La corpulencia sudorosa de sus cuerpos, el color rojizo de su piel y el olor a hierba, atrajeron a aquella mujer. Iba en busca de Carlos, su primo y sabía que lo encontraría en alguna cantina, con cualquier extraño, perdiendo el tiempo y dejando pasar la vida. La apariencia de esos hombres atléticos, con el sol bronceando sus biceps, le hicieron creer que no pertenecían a un pueblo que no tenía ni el más mínimo vestigio de diversión.

Se detuvo algunos metros atrás, apagó su auto y se bajó lentamente. Al ver a aquella mujer delgada, los dos hombres hicieron silencio y uno de ellos se acercó con curiosidad y al mismo tiempo deseo. Ver el cuerpo casi perfecto de una mujer, con ropa vaporosa, vaqueros ajustados y labios carnosos, hizo que el hombre perdiera el equilibrio, casi terminando encima de las tetas de ella. Una fuerte bofetada de Daniela sobre el hombre lo mandó al piso, pero le permitió ver un tatuaje en su cuello. Levantando sus gafas oscuras, ella lo miró detenidamente y recordó la primera vez que se fumó un cigarrillo. Fue debajo de las escaleras del altillo en la casa de su tío Ovidio. Escondida con su primo y con el susto de que alguien los descubrieran, en un movimiento en falso, la colilla del cigarrillo aún encendido, cayó sobre el cuello de él. Esa marca inconfundible por la que ella recibió un fuerte castigo, no la hizo olvidar el tatuaje que debieron hacerse ella y su primo Carlos, para intentar borrar el recuerdo de una cicatriz mutua que los había mantenido unidos por años. 

-Maldita sea Carlos, por poco y te rompo las bolas. Levántate y vámonos de este pueblo aburrido, que te necesito, sobrio y con un buen baño de agua fría. El tío Ovidio ha muerto y no sé dónde encontrarlo.

*Consigna día 4 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre un momento aburrido sin que suene aburrido, finalizando con algo que cambie la trama.

Las cajas

Mario finalmente nunca quiso tener hijos. Afirmaba que eran un problema y dolor de cabeza.

Un día una mujer corpulenta, de ojos verdes y piel blanca como la arena, tocó la puerta de la casa de la familia Baudelaire. Doña Dolores abrió, y en una conversación de 5 minutos, con sólo ver la mirada de la niña que traía de la mano, ella supo que tenía una nieta, que sin duda era hija de Mario, pero su linaje imaginario de mujer europea, no le permitía aceptar semejante situación. Así que de un portazo hizo retumbar la puerta y nunca más volvió a ver a aquella mujer, ni a la garza diminuta que la acompañaba. Después de ese día, cada mes de julio, recibía una carta del pavo real que había tocado su puerta, contándole de su vida, de los viajes, de los sueños de ellas y de cualquier cosa que intentara descongelarle el corazón. Pero eso jamás ocurrió. Año tras año, esas cartas iban cayendo como plumas entre una caja de cartón. 

Esa no era la única caja que había en el cuarto del difunto. El día que doña Dolores tuvo que abrir los cajones, desocupar el armario y desbaratar la habitación, encontró una caja llena de libretas "Moleskine". De bolsillo, agendas y cuadernos de distintos colores. Unas llenas de textos sin sentido, otras con apuntes de estudio y unas cuantas completamente nuevas y sin estrenar. Entre algunas de esas libretas, había distintas partituras de piano. La quinta sinfonía de Beethoven, la Sonata para piano nº 18 en re mayor de Mozart, el Bolero de Ravel, la Tocata en Re Menor de Bach y un sin número de obras que Mario tocaba en vida, mientras la lluvia golpeaba las ventanas y el cigarrillo humeaba la sala de su casa. 

Algunas cajas aún mantenían ese olor a nicotina que odiaba doña Dolores. Pero en ese instante, ella deseaba tener nuevamente a su hijo a su lado, así fuera fumando con su postura de viejo cascarrabias. Ya no importaba su ropa vieja, sus tres únicos pares de zapatos, sus medias grises y delgadas, los pocillos sucios de café sobre la mesa o el ruido del radio en la mañana. Doña Dolores extrañaba a su hijo que había dejado sin vida y en silencio aquella habitación después de su partida.

Lo más difícil de empacar fueron sus autos de colección. Las pequeñas cajas de cristal con perfectos acabados y modelos de autos que para la gente del común podrían ser carritos de niño. El simple hecho de saber que cada cajita podía costar un dinero, hacía que doña Dolores pensara dos veces, antes de mezclarlas con el metrónomo, el diapasón, las llaves con boca de estrella, las pinzas de plástico o las lámparas que Mario utilizaba para afinar su piano. Su frustración por desconocer el mundo de él, hacía que presionara más sus labios incoloros, vetados por los años y sus fosas nasales que se agrandaban como un bovino en el lado correcto de la barrera.

Algunas cajas se desfondaron por el peso de los libros. Física, literatura, historia, filosofía, matemática y obras maestras que para él seguían siendo libros de autores que tenían mala redacción, pero que conservó por años en su biblioteca de paredes infinitas. 

Doña Dolores decidió apilar todas esas cajas en la habitación y esperar a que apareciera su sobrina Caroline. La única a la que el tío Mario siempre castigó como si hubiera sido su propia hija. La que invadió miles de veces sus momentos de lectura. La que usaba a escondidas su tornamesa y en dos ocasiones le partió la aguja. La que parecía una chifloreta, desgobernada sin educación y que aparentemente su tío no soportaba. 

Había que esperarla a ella, pues en su testamento, Mario había escrito que todas sus cosas, debían quedarle a ella. No a su madre de uñas impecables y caminar de reina, la única que estuvo a su lado alimentándolo y preocupándose por su ropa, sino a ella, a Caroline, la de pantalones rotos, pelo alborotado y pensamientos liberales. La única persona que desencajaba con la alcurnia de la familia Boudelaire. 

Marcaban las 3:30 cuando sonó el timbre. Doña Dolores abrió la puerta y no solamente estaba Caroline, la acompañaba la garza. Había crecido y no solamente se veía como su madre pavo real, sino que ella y Caroline ya eran dos mujeres adultas y se conocían. Las veía con un gesto de pálpito y vacío interior. Venían a llevarse lo único que le quedaba de su hijo.


*Consigna día 3 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre el obituario de una persona a la que hayan querido mucho a partir de algún tipo de material documental.

martes, 17 de agosto de 2021

Me pregunto... ella y yo

Aún no me has visto, pero el día que lo hagas te preguntarás por qué no tengo el rubio de tu pelo. Tal vez seré yo la que me pregunte en un futuro, por qué ni eso, ni tus ojos verdes, me tocaron a mí. 

He aprendido a hacer silencio, pero tus gritos ensordecedores al nacer, seguro estarán retumbando la sala de parto. 

Cuando recuerdo cuántos charcos he saltado, la cantidad de pelotas que he lanzado y los infinitos juego de Yermis que he ganado, me imagino haciéndolo contigo, pero aún no has empezado ni a caminar. De pronto en un futuro, serán para ti los juegos de la tía viejita.

Solamente tengo una muñeca y un coyote entre mi armario y seguramente tu habitación está llena de juguetes y muñecos reposados sobre tus repisas. Seguro el que yo te regalé, estará esperándote. Si lo conservas por cuarenta años como lo he hecho con el mío, para los demás será espantoso, pero para ti, eso será algo divino.

Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.

Esta semana he cantado a grito herido los temas de Juan Luis Guerra, tú seguramente solamente estarás escuchando canciones de cuna. Pero de pronto exista una versión de "El costo de la vida" para bebés.

Hoy en la mañana me desperté con una franja de luz que se mete como una intrusa por mi ventana y apuesto que esta noche tú estarás como un bombillo encendido con ganas de ver la luz del día, pero no para salir al parque, sino para dormir lo que no dejaste dormir en la noche a tu mamá.

Cuando me ducho y entra algo de frío, es inevitable estornudar y me da risa. Me gusta. Seguramente tu primer estornudo te hará llorar. Creo que a ti te parecerá extraño eso de "estornudar", pero no te preocupes, es herencia de familia.

No he podido abrazar a nadie en las últimas 72 horas, no puedo durar mucho tiempo así. Según los informes, no han dejado de acariciarte y llenarte de abrazos diariamente. Cosa que durará mínimo 5 años.

Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.

Estoy pensando con qué granola o fruta voy a desayunar mañana, tú tienes un dispensador de leche diario, suficiente para mantenerte saludable y seguramente tu última preocupación será engordar.

Me gusta el rojo y a ti te gusta el Violeta.

Siempre he soñado con ser una princesa, pero entre más vieja me pongo, más difícil se pone el tema. Tú no habías llegado y ya tenías el título de princesa.

Tú sin dientes y los míos están cada vez más torcidos.

Yo con años de cremas y jamás tendré la suavidad de tu piel.

Mi mamá será tu nona. La que era tu nona, fue mi tía. Tu mami es la hija más pequeñita, porque ahora es otra de las hijas de mi mamá. Por eso, ahora yo soy su hermana y por lo tanto, yo soy tu tía. Es decir, te convertiste en mi sobrina más pequeñita.

Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.

Creo que llevo la mitad de mi vida y tú hasta ahora estás empezando el camino de la tuya.

Ya me he remachado el corazón un par de veces y sigo con las curitas y el merthiolate entre la maleta. El tuyo está como nuevo y faltan muchos años para que tengas que pedirme la remachadora.  Pero cuando ese día llegue, yo estaré a tu lado princesa hermosa, porque hoy 17 de agosto, le prometí a Dios que te ayudaría a cuidar tu corazón y a hacerte sonreír; en este momento tú llanto de recién nacida, no te deja escuchar mis mofas sobre lo más divertido de la vida:

Amar y a carcajadas, como nos gusta hacerlo en esta familia.

¡Oye! ¡Ya lo entendí!, esos ojos verdes no me tocaron a mí, porque te tocaron a tí, a tu mami y a las nonitas que están esperando conocerte por tu llegada que nos llena de vida.

Quiero verte ya princesa Violeta, alégranos con tus ojos verdes nuestros días.


*Consigna día 2 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre una relación de dos pronombres y sus pequeños contrastes, a partir de la estructura de Natalia Ginzburg. Elegí "ella y yo"

La carta

Elena abrió la puerta e hizo seguir a Mariana. Luego de 20 años, ella veía todo más pequeño de como lo recordaba. El color de las paredes de ladrillo se veía más rojo, el olor de los muebles antiguos seguía siendo a caoba y el suelo mantenía ese efecto de escaleras infinitas tipo "Penrose". Mariana se había jurado no volver allí, pero la vida la había traído de vuelta. La muerte de su tío Rodolfo sería la única razón por la que volvería a entrar a la casa de los más crueles castigos en su niñez. Su tía le preparó una taza de café caliente en la misma vajilla de porcelana que Mariana recordaba. Ese tintineo de la mezcla del azúcar le recordaba las conversaciones de adultos en las reuniones familiares.

-Murió en su habitación. La mañana del lunes, no despertó. Siempre decía que el día que menos le gustaba de la semana, sería el día que elegiría para despedirse de este mundo.

-¿Y ya sacaron las cosas de su cuarto?

-No, te estábamos esperando. Encontramos una carta donde decía que te había dejado algo que solamente alguien como tú, podría cuidar por el valor que siempre le has tenido a la vida.

Mariana se sentía completamente desconcertada por lo que parecía ser una herencia. Su tío nunca había sido afectuoso con ella, sus manos eran pesadas y los recuerdos que tenía de él, eran sobre sus castigo severos en las clases de piano y sus equivocaciones constantes. Entraron a la habitación y el cuarto estaba lleno de cajas. Decenas de cajas de sus viajes sin abrir. La luz apenas entraba por los espacios verticales de una habitación que parecía una bodega de envíos, en vez del antiguo cuarto de todo un académico, culto e impecable como lo era el tío Rodolfo.

-Esto es tuyo Mariana. Ábrela, es una carta que te ha dejado tu tío. La encontramos en su cajón de objetos valiosos.

Con el temor de encontrarse con el tío que nunca tuvo o con el hombre duro de siempre, Mariana se sentó lentamente sobre la cama mientras leía una a una las palabras de su tío.

"Mi pequeña e indefensa Mariana. Quiero dejarte por escrito algo que debí haberte dicho hace mucho tiempo: quiero pedirte perdón por haberte castigado tanto. Jamás pude hacerlo en vida, así que esto lo estarás leyendo cuando yo ya no esté. No sé en qué momento de mi vida lo entendí. Pero creo que fue una mañana de diciembre, cuando el sol entraba aún por las ventanas y la habitación se calentaba y tú ya no estabas. Extraño que no hayas vuelto para tomar mi tocadiscos a escondidas, o para bajar los libros y hacer castillos de naipes. Mis pequeños carros de colección se han llenado de polvo y las repisas parecen flores sin color, porque ya nadie juega con ellos. Es por eso que un día salí a caminar y compré nuevamente un globo terráqueo. Ese que partiste con tus pies diminutos en esa tarde de domingo que recordarla. Aún me hierve la piel. Me senté en la habitación, lo puse nuevamente en mi escritorio y lo contemplé como mi objeto más preciado. Me acerqué al piano y toqué el Concerto No. 21. Me trajo tu recuerdo y mis lágrimas rompieron en llanto porque ya no estás. Envejecí Mariana y esta casa está vacía sin tus gritos, tus risas, tus travesuras y sin tus notas desafinadas que me enloquecían pero me hacían vivir. No quiero que los objetos de mis viajes se queden empacados en cajas viejas que esconden la luz, no quiero que mi piano se desafine aún más y las termitas lo acaben. No quiero que el timbre de mi mesa de noche se quede sin sonar una vez más. Quiero que me recuerdes por siempre Mariana, que me perdones por no haber sido un tío más cariñoso y por no haberte dicho que te quiero".

En ese momento las lágrimas de mariana cayeron sobre la tinta de su carta y el sonido del timbre de la mesa de noche se escuchó nuevamente como si su tío estuviera presente. Un silencio sorpresivo dejó a Mariana y a su tía con el frío helado en su piel, tratando de encontrar una explicación física, del por qué había sonado el timbre si no había nadie más en la habitación del tío Rodolfo. 


*Consigna día 1 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre una casa misteriosa.