sábado, 19 de marzo de 2022

No es San José

Ojo, no es San José, es José.

Así le pusieron sus papás católicos, supongo que era porque creían mucho en la historia, en la Biblia y en Dios. Sus hermanos dicen que de santo no tiene mucho. Si su mamá estuviera en la tierra, diría lo contrario y tal vez defendería a su José como seguramente lo haría cualquier mamá con su hijo. Yo creo que las hadas madrinas sí existen y por eso los nombres parecen pinceladas de virtudes que se sellan con agua bendita. Realmente ese nombre se lo pusieron en una ceremonia religiosa para que tuviera el mismo nombre de un hombre maravilloso como su papá: "José". 

No es San José, pero ese hijo de Manuel José ha sido un orgullo para su familia. Trabajador, persistente, talentoso y un artesano con sus manos. Lo he visto ser justo y noble. Ser leal y coherente. Niega su edad, nunca la dice y es mejor no hablar de eso. Algunas personas se atreven a llamarlo viejo pero así como en la iconografía paleocristiana, dicen que es un hombre joven y que "de viejo" no tiene nada. Yo cada vez que lo veo digo que es como un niño y está lleno de vida. Lo he visto emigrar, trabajar luchar y contemplar el silencio. 

No es San José, pero sin proponérselo, ha asumido un rol de consejero lleno de esas acciones como las que describen Mateo o Lucas. Sus amigos y familia, inconscientemente recurren a él porque creen en su criterio. Le hacen preguntas y él siempre contesta con otras preguntas, es un buen escucha y entre todas sus reflexiones ayuda a que otros tomen buenas decisiones. Esas que salen de la razón y el corazón. No impone y confía en que si sus palabras vienen cargadas de verbos sensatos, hace correctamente su labor de ser un buen José para sus amigos y su familia. Su don sin duda, es el don de la palabra.

No es San José, pero me gusta que se llame José. 

Ese José de mi universo y posiblemente de mi imaginación, es leal, honesto, humilde y sobre todo sencillo. Es un niño, es un hombre, es un buen ser humano, buen amigo, buena pareja y le hace bien a mi vida. No tengo amigos terrenales que se llamen Mateo, Lucas, Marcos o Juan. Pero seguramente si los tuviera, se burlarían de mi asociación metafórica de un ser humano lleno de defectos con un Santo que claramente no existe ni pretendo que exista en el mundo terrenal. Aún así, el man de arriba me escuchó cuando le dije que quería un José.

Aunque en esta tierra no existen "San Josés" como de los que hablan mis amigos espirituales Mateo, Marcos, Juan o Lucas, todas las mujeres queremos creer que sí pueden existir y que tenerlos cerquita nos hace mejores personas. Hoy nos inventamos un día para agradecer por la existencia de esos hombres sencillos que saben dar abrazos, escuchar, reír y llorar. Esos buenos hombres por los que vale la pena escribir, viajar, cuidar, soñar y amar.

Feliz día del hombre mi José, gracias por existir y hacerme sonreír.

miércoles, 9 de febrero de 2022

¿Cuándo se jodió Vargas Llosa?

Era octubre. La cita empezó a las once de la mañana, con un café, una pantalla de computador y un cuaderno de apuntes. Escribí en mayúscula el nombre de la clase y la encerré con un marcador de color azul para diferenciar fácilmente los apuntes de hojas llenas de anotaciones importantes sobre la escritura. “El cartón de la maestría se llama disciplina lectora, disciplina escritora” afirmó el escritor, periodista y profesor de la clase. Me acomodé en la silla con algo de preocupación por el énfasis en esa afirmación que requería un alto nivel de compromiso de mi parte pero seguí escuchando atenta. La clase continuó con la definición del autor a tratar, que sin duda estaba alineado con los principios de la asignatura y sorpresivamente aumentaron mis expectativas cuando el profesor mencionó que estudiaríamos la obra de Mario Vargas Llosa. Fue así como iniciamos un transcurso de profundos análisis sobre algunos de sus libros, ensayos y entrevistas. 

En ese recorrido empecé a descubrir a un autor cargado de voces latinoamericanas que me llenaron de un montón de dudas y preguntas. ¿Cómo un escritor despierta un interés desde tan joven y tan profundo sobre ambientes políticos, clases sociales, diferencias económicas y comportamientos humanos? ¿Podría yo como “joven novelista” encontrar respuestas en un autor que al parecer no evidenciaba en su obra la intención de contestar preguntas sobre mis intereses como escritora?. Pensé que necesitaría una respuesta del autor que me explicara por qué entre más me adentraba en sus historias, más me desconectaba de su humanidad. Tal vez entre líneas más adelante lo encontraría.

Mario Vargas Llosa considerado uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, reconocido por numerosos e importantes premios como el destacado Nobel de Literatura 2010, enfatizaba constantemente sus posturas políticas en su obra y se cargaba de un veneno constante de los comportamientos humanos convertidos en animales que cortaban de manera radical mi diálogo con él como persona y como escritor. Tuve la oportunidad de analizar su recorrido desde su ciudad natal donde parecía untar sus manos con la sangre de las dictaduras, la podredumbre de los ambientes militares, rodeados de corrupción y manipulación, hasta los lugares más recónditos de selvas humanas que como caníbales se iban destruyendo unos a otros a partir de diferencias en pensamientos políticos y religiosos. Debo reconocer que en varios momentos me agoté por la manera como relacionó su país con mujeres ganosas que prostituían sus vidas y se contagiaban de frustración. Aunque esa era su intención, era inevitable no ponerle una cara militar a “Los inconquistables que entraron como siempre: abriendo la puerta de un patadón y cantando el himno: eran los inconquistables, que no sabían trabajar, sólo chupar, sólo timbear, eran los inconquistables y ahora iban a culear”1

Tal vez su formación y trabajo periodístico permeó de manera tan profunda, que la posibilidad de poder acceder a la información de las calles y su propia decadencia, de los militares y la corrupción, del gobierno y sus incoherentes leyes, le dieron material suficiente para crear historias que serían un motivo de controversia. Por lo menos conmigo ya tenía una fuerte discusión. En ese momento empecé a ver al autor caer en su propio juego de envidiar el poder y tener la última palabra, y lo vi prostituido en el facilismo del escándalo social con su narrativa tan cruda y contundente. Desacredité por primera vez su obra, reconociendo que la humanidad necesita un morbo constante de nuestro comportamiento, pero que ya era suficiente con las noticias y lo que veo a mi alrededor para tener ahora que leerlo de alguna manera, condicionada en una clase de maestría. Afirmé en mi mente que el autor colgaba la ropa sucia de un país, en las cuerdas del frente de su casa para que las personas sintieran el hedor y así tuvieran razones para hablar de ella, de la ropa sucia de la casa. No importaba qué dijeran, lo importante era que hablaran.

Intentando desconectarme de las percepciones personales y tratando de abarcar su narrativa, me adentré en los ejercicios propuestos por el profesor y descubrí en mi escritura, que realmente era un reto sacar la ropa sucia para entender la intención del autor. Pero nuevamente me resistí a entender su éxito cuando tocó las fibras más sensibles de mi lectura: las afirmaciones sobre la existencia de Dios. Sabiendo que el autor estudiaba detalladamente los contextos históricos, políticos y religiosos, me seguía sorprendiendo con su ironía el lenguaje que utilizaba para hablar de la moral, la razón y el universo espiritual. Nuevamente dejé de ver la obra en su estructura y me centré en la pregunta constante que me repito cuando leo a un autor con el que no comparto algunas de sus afirmaciones: ¿Qué tiene en el corazón o en la mente Mario Vargas Llosa, que no le permite sembrar en el lector algo que no esté cargado de tanto odio y de dolor? Fue entonces cuando empecé a recrear un tablero de fotos conectadas con hilos sobre una pared para lograr entenderlo. Entendí que Vargas Llosa necesita ver para creer, supongo que por eso se hace llamar agnóstico. Y en ese momento me hice la misma pregunta que él le hizo a la vida: ¿Cuándo se jodió el Perú? 2 o mejor… ¿Cuándo se jodió Vargas Llosa?. 

“Lo peor era tener dudas y lo maravilloso poder cerrar los ojos y decir Dios existe, o Dios no existe, y creerlo.”3  Sin duda en ese momento pensé que esa frase descrita en su libro “Conversación en la catedral”, era la muestra de la pelea interna que él tenía con el único que podía quitarle su lugar. Un Dios en el que muchos creen e idolatran de manera desmesurada y claramente él no iba a alcanzar. Pero como es él, rebelde, persuasivo y con el deseo de querer más, hizo una jugada maestra para obtener ese poder que tanto criticaba y pensé que esa sería la razón por la que decidió lanzarse a la política como candidato presidencial. ¿Qué más que tener el poder al que tanto mencionaba, enfatizaba, describía e idolatraba irónicamente en su obra, siendo presidente de un país que veía lleno de lepra?. Esa sería una batalla ganada que ningún escritor podría superar. Nadie sabía tanto de política como él. Ni siquiera sus escritores rivales que aunque parecía admirar como Gabriel García Márquez y que sutilmente intentó desprestigiar al considerar que la ficción que él fabricaba, suplantaba en cierto sentido el poder de Dios, podría bajarlo de ese pedestal. Pero como el don y la virtud de Vargas Llosa es ser escritor y no una figura política, me hizo creer que por esa razón perdió las elecciones y nuevamente le tocó volver a su escritura y a centrarse en su obra. 

En 1993 escribió su autobiografía “El pez en el agua” que seguí viendo como una oda a su egocentrismo. Personajes como El Tío Lucho descrito como si fuera un patrón y la rigurosidad de su padre, me hacían creer que mientras siguiera compitiendo con esa sed de superioridad como escritor, definitivamente yo no me iba a conectar realmente con él como ser humano ni como persona. Pero analizando detalladamente su niñez sin su padre biológico, la pérdida de su inocencia luego de pasar por la Academia Militar Leoncio Prado en 1950 y el cariño de su madre y su familia, descubrí que realmente lo que el autor hizo con “La guerra del fin del mundo” no fue cuestionar los principios religiosos, sino expresar su frustración por ser reconocido. Describió parte de la condición humana por la incomprensión de marginados en la sociedad, que deseaban recuperar la dignidad y la visibilidad como personas comunes y corrientes. Logró rescatar la capacidad que tenemos para adaptarnos a situaciones difíciles y reconoció que tenemos la Fe suficiente para superarlos. Haber entendido que su motivación venía de un ejercicio periodístico que lo apasionaba y al mismo tiempo lo lastimaba, lo había llevado a contar la historia social y política de su país y de Latinoamérica de la manera más real posible. Entendí su dolor. Aunque sin duda el ego seguía permaneciendo entre sus líneas (porque no entraré en discusión con su manera impecable de narrar) y luego de leer “Cartas a un joven novelista”, la imagen que tenía de un escritor que buscaba la adulación, se desbarató en mi mente como un castillo de naipes. La solidez con la que declaraba mi incompatibilidad de pensamiento con Mario Vargas Llosa se esfumó al leer algunas de sus citas que más me sorprendieron: “El juego de la literatura no es inocuo. Producto de una insatisfacción íntima contra la vida tal como es, la ficción es también fuente de malestar e insatisfacción”. 4  

Sin querer, yo me había convertido en uno de esos militares o políticos que tanto desprecié en algunas de sus obras. Era yo la que estaba jodida, no era Mario Vargas Llosa.  Me había untado del mismo poder leproso al destruir sus escritos solamente por no dejarlo ser libre como escritor, de juzgarlo por sus creencias religiosas. “Bajo su apariencia inofensiva, inventar ficciones es una manera de ejercer la libertad y de querellarse contra los que –religiosos o laicos- quisieran abolirla”.5 Sin duda el poder de sus palabras ficticias estaba tan bien escrito, que me hacía creer que sus historias eran completamente reales. Ese es, fue y sigue siendo el gran don de Mario Vargas Llosa. 

“Si las palabras y el orden de una novela son eficientes, adecuados a la historia que ella pretende hacer persuasiva a los lectores, quiere que decir que hay en su texto un ajuste tan perfecto […] que el lector […] quedará tan sugestionado y absorbido por lo que ella cuenta que olvidará por completo la manera como se lo cuenta, y tendrá la sensación que ella carece de técnica […]. Ése es el gran triunfo de la técnica novelesca: alcanzar la invisibilidad”.6 

Gracias a este ejercicio, al profesor Nelson Fredy Padilla y a mi discusión con Mario Vargas Llosa, pude entender la obra de un Nóbel de literatura, que como él afirmó: “no estaba esperando ese reconocimiento”, pero sin duda es merecedor por su incansable y permanente publicación de sus escritos llenos de tanta historia, imaginación y cuestionamientos sociales año tras año. Demuestra que su capacidad de alcance narrativo es producto de horas de esfuerzo, estudio, riesgo, voluntad, terquedad, esfuerzo y sobre todo disciplina. Los anhelos de un escritor no deben ser juzgados, porque ahí nacen las expresiones más profundas; no importa sin son insatisfacciones o sueños, simplemente son ficciones que motivan a jóvenes novelistas que necesitan expresión y libertad. 

Como Vargas Llosa afirmó: me llevo todo lo que dijo en su carta tratando de “olvidarlo”, pero me quedo con la mejor tarea de esta clase de Grandes Escritores del Siglo XX descrita en su libro Cartas a un joven novelista: “La tarea creativa consiste en la transformación de aquel material suministrado al novelista por su propia memoria en ese mundo objetivo, hecho de palabras, que es una novela”.7  


* Ensayo para la clase de Grandes Autores del Siglo XX  de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia.


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1 La Casa Verde
2-3 Conversación en la Catedral
4-7 Cartas a un joven novelista


lunes, 24 de enero de 2022

El último pucho


Afortunadamente el toque había terminado, no había estado tan bueno como los otros martes. El bar iba a cerrar, Vannesa estaba cansada y por lo visto, iría sola a dormir. Sentada en las sillas de la barra, con sus tenis sucios, un jean de rodillas rotas y las uñas negras como el borde de sus ojos, se apagaban con el último cigarrillo de la noche. La nicotina y la cerveza se habían enredado desde la raíz hasta la punta de los dreads de su cabeza. Nuevamente una noche de soledad sin querer llegar a casa. Lo último que quería era ver a su padre con sus amigos borrachos de miradas morbosas. 

Felipe la había observado toda la noche. Él sabía que ella no se había dado cuenta, porque mientras ella reposaba su espalda tatuada con los codos sobre la barra, él limpiaba los vasos, servía la cerveza y recibía la plata. Era inevitable ver los hombros desnudos de aquella mujer de gris e imaginarse que los quería acariciar cuando la noche terminara. Un esqueleto dejaba ver que ella no llevaba sostén y los bordes de sus senos se asomaban sutilmente bajo sus axilas. Sabía que el calor de aquel sótano clandestino y sin ventanas, no le dejaría ver la silueta exacta de sus pezones. Comúnmente él no veía mujeres así. Solas, espantando hombres que caían como moscas, sentadas toda la noche y sin bailar, luego de un toque que dejaba a cualquiera con ganas de seguirla y ella tenía pinta de todo, menos de eso.
-¿Piba, vas a chupar más?.
Vannesa automáticamente giró su cabeza de pensamientos enredados y desconcertada lo miró con furia. Felipe, el bartender, le señaló la cerveza y en segundos ella lo entendió. -Chupar, beber, qué más da. 
Pensó y sonrió.
-No. ¿Cuánto es parce?.
-Sesenta y cuatro barras, pero el último tequila lo paga la casa.
Ella sabía que su estrategia de hacerse pasar por extrangero de medio pelo con su pregunta de juego de palabras, le había funcionado.
-Vale, pero dame el último pucho, pibe.

Con una leve sonrisa, Felipe le pasó un cigarrillo y una cerveza. 
Entre la conversación, los significados de palabras raras y las sonrisas de complicidad, la noche se alargó para ambos. El bar cerró, casi todos los clientes se fueron, la barra se volvió privada y quedaron solamente ellos dos y los músicos del toque. Todos terminaron detrás de la puerta corrediza, en el cuarto trasero del sótano. Un lugar oculto y exclusivo para los amigos del dueño del bar. Un catre, sillas de cine rotativo, poltronas de cuero roído, acetatos, cámaras colgando de puntillas oxidadas en los ladrillos de las paredes, cojines manchados en el suelo, un cuadro de El León de Judá sobre una mesa y las lámparas tenues, eran ahora el nuevo lugar del toque que terminaría en un Jam Session privado. 

Los dedos polvorosos empezaron a hablar con las narices, con los dientes blancos y la nube de Cannabis aumentaba. La excitación se iba volviendo la protagonista de bailes sudorosos entre Felipe y Vannesa. Sus cuerpos expidieron feromonas que olían a ovulación y los labios se los mordieron casi hasta romperlos. Las cervezas se desmayaron sobre el tapete y desaparecieron los espacios vitales de la habitación. Las sillas se marcaron con las rodillas y los codos. Las manos de Felipe por fin acariciaban los pezones de Vannesa y sus abrazos como cavadoras humanas, parecían atravesar la pared. Las cámaras sin rollo tomaban fotos en la mente nebulosa de quienes no tenían pareja, las risas se alargaban y los tatuajes bailaban por toda la habitación.

Un grito ensordecedor al otro lado de la puerta llamando a Vannesa intentó silenciar el lugar. Los cuerpos se soltaron y Felipe caminó tambaleando por entre la nebulosa hasta llegar a la puerta. La abrió y un hombre que expedía fuego por sus ojos, lo empujó, entró gritando y buscó a Vannesa. Mientras ella cerraba la cremallera de sus jeans, el hombre la vio, se acercó y le dio un golpe cerrado en la cara, mandándola al suelo.
-Maldita perra. Le gritó.
El hombre sacó un arma y Felipe por la espalda y sin pensarlo, tomó una botella y la rompió sobre la cabeza del hombre que cayó como una ficha de ajedrez sobre la poltrona. La sangre empezó a recorrer el cuero del sofá como una nueva invitada. Los gritos empezaron a ahuyentar a los que podían mantenerse en pie y el viento por fin entró por la puerta. 

Vannesa aún con el timbre de un electrocardiograma sin pulso en los oídos, intentó ponerse de pie. Felipe trató de ayudar a levantarla, pero como una bolsa de moras explotando en la cara de Vannesa, se escuchó un disparo que salpicó la sangre y atravesó el cuerpo de él. Felipe cayó encima de ella y sus manos acariciaron con desespero y por última vez, el pecho de ella. El hombre casi inconsciente soltó el arma y se sintió satisfecho de haber expulsado su ira. Vannesa lo miró y se acercó al asesino. Era su padre ebrio y drogado que estaba buscándola por todos los bares del centro de la ciudad. Ella tomó el arma y quiso repetir el homicidio. Pero primero se tomó un fondo blanco de tequila, puso sus dedos a hablar con sus narices, untó sus dientes blancos y le apuntó con el arma sobre la cabeza. Con su mano temblorosa, la sangre aún en su cara y recordando la cara de Felipe, pensó que solamente debía apretar el gatillo, pero escuchó una voz en medio de la nebulosa que como una agonía la llamaba:
-Piba, vení, esperate, fumémonos el último pucho.


*Ejercicio de escritura para la Maestría de Escrituras Creativas.

lunes, 13 de diciembre de 2021

El miedo de volver a amar

Hacía rato que no sentía esto, creo que es miedo. Yo sé que me estás mirando, pero debo confesártelo. ¿Es acaso el amor que está tocando mi puerta y otra vez está haciendo florecer mi habitación?. Amar es un verbo demasiado poderoso. Es eso que escuchas al otro lado del teléfono sin titubeos, cuando agradeces al universo por la presencia del otro. Es saber que las arrugas que te cortan la piel han dejado de ser cicatrices y ahora son perfectas armonías con las primeras canas. Nunca he sentido el tiempo, ese al que le temen los que se miran varias veces al día en el espejo. Mi temor es al tiempo que pasa y que se desvanece en un parque, en un aeropuerto o en una puerta cerrada. Si estoy sintiendo esto será porque posiblemente creo en mi corazón. El que estaba blindado, protegido, con claves, cerraduras, dispuesto a dejarse ver, pero a no dejarse romper. Ahora entiendo el temor ese que él me dijo un día que tenía. He escuchado tantas veces palabras hermosas, han regado mis pétalos con agua de colores, he perdido mis ojos, he dejado de mirarme y me he desvanecido en la luna como un reflejo infinito en el mar. No quiero un desprecio más. No quiero palabras de cansancio, ni más mentiras. Quiero un amor de verdad. Uno para siempre, como el de Dios. Ese que viene con abrazos, deseo, sin lujos, con momentos, con sonrisas silenciosas y con miradas de complicidad. ¿Estaré sintiendo nuevamente que alguien me puede amar por fin y de verdad?, o será una ilusión de mi corazón reflejado en el otro?. A él lo veo tan diferente que tal vez por eso tengo tanto miedo. No entiendo cómo no lo vieron, cómo estaba tan solo como yo, cómo él necesitaba unas pocas gotas de agua para renacer en el desierto del desamor, cómo nadie pudo romper ese bloqueador emocional al que le temía de volverse a quemar por el sol del amor. 

Por favor Dios, no me dejes perder, no otra vez, déjame hacerlo bien, mejor, contigo como mi prioridad. Déjame sentir tu amor, déjame amarte a través de él, déjame creer que no tendré que recoger los pedazos que me quedaron de mi corazón. Esos que están buenos, rojos, vivos, llenos de ADN que unen cicatrices, que tienen vitamina para levantarse cada mañana sonriendo porque estás ahí. Si algún día él me deja de ver, recuérdame que esto que estoy sintiendo hoy, valió la pena porque entregué mi corazón al 100%, como siempre. 

¿Por qué me enviaste alguien tan sincero que lo único que logra es sanar y abrir nuevamente mi corazón?. ¿Es realmente lo que me merezco?, por fin llegó y para siempre?. Dime que sí Diosito, dime que mis lágrimas no son de miedo sino de amor verdadero, ese que tengo desbordado por ti y por la vida. Gracias otra vez. Yo sabía que algún día volvería a llorar de felicidad. ¿Es este el amor del que me hablaste?, es que lo siento tan diferente. Me siento como si tuviera 15 años, nerviosa, ansiosa y con ganas de salir corriendo para agradecer por su vida. ¿Eso será el enamoramiento?, ya ni sé cómo es. Me siento vieja para volverme a enamorar así. No quiero perderlo, quiero mantener esta ilusión. Por siempre. Esa que podría prometer, no por el miedo a lo que él es, sino por la de tener entrelazada mi mano a la de él, hasta cuando tú quieras llevarme contigo. Creo que volví a amar. Lo estoy sintiendo. Creo que esto es lo que siempre quise y quiero decidirlo otra vez. Amar así, confiar y amar.


8 de octubre de 2021

Las alas de Moha-Lu

Sentada en la cama, observaba las venas brotadas sobre sus manos y las gotas de sangre casi suspendidas en el aire, caían sobre el suelo. La luz del sol entraba como rayos por entre las persianas haciendo surcos sobre la piel. Se podían ver sus hombros pecosos, sus brazos delgados y sus manos blancas como palmas de gimnasta. En el aire aún las plumas iban cayendo como aeroplanos sin viento. Su frustración de sentirse abatida, le hacía escuchar en su cabeza el tema de Solomon de Hans Zimmer. Se preguntaba cómo le contestaría las preguntas a su padre. En cualquier momento llegaría a la puerta pero posiblemente ya estaba en ella y estaba esperando a que ella levantara la mirada. Ella ya no podría esconderse, ni salir por la ventana o hacer una llamada de emergencia. Debía enfrentarse a esa conversación con su padre, que sería como una siguiente batalla pero sin heridas en su cuerpo, sería como una cirugía de corazón abierto y sin anestesia. No tenía respuestas, estaba llena de miles de preguntas. No sabía qué tipo de conversación sería. Se sentía condenada, perdida y abandonada por sus compañeros de guerra.

Cerró sus ojos tratando de recordar el libro de instrucciones de esa, su segunda batalla, pero pasaba las páginas tan rápido que parecían hojas llenas de garabatos. Casi no podía moverse. Su cuerpo estaba agotado. Las rodillas raspadas aún tenían esquirlas de vidrio. Las costillas se podían contar a simple vista, la clavícula casi tocaba su quijada. Aunque estaba vestida con ropa interior, sentía que estaba completamente desnuda. Había perdido hasta sus zapatos. Giró su cabeza para mirar la herida de su espalda y podía ver el hueso astillado que sobresalía por entre la carne. Todo era sangre. Una de sus alas alcanzaba a golpear la ventana, como tratando de buscar aire. La otra estaba completamente rota. Como pudo, trató de moverse y tomó parte de la tela del vestido blanco despedazado en el suelo y secó la sangre de sus manos. Moa-Lu no había llorado durante la batalla, pero mientras se limpiaba y reaparecían los dibujos tatuados en sus manos, sus ojos no aguantaron más y rompió en llanto. Las lágrimas cayeron como gotas de morfina. Le ayudaron a recobrar parte del aliento, aún así, ella quería seguir llorando. 

La enfermera entró bruscamente a la habitación. Se escuchaba el rechinar de la suela de sus zapatos. No la miró a los ojos, le revisó la tensión, le tomó el pulso y le terminó de limpiar la sangre de sus manos. Bateó el aire para despejar las plumas que aún estaban en la habitación y caminó por detrás de la cama. Le tomó una de las alas rotas y con un quiebre seco, se la arrancó de la espalda. Un grito ensordecedor habitó la habitación y Moa-Lu sintió morir. Aún así, intentó levantarse pero el movimiento de su otra ala golpeó la ventana. La enfermera le pidió que se quedara quieta porque aún no había terminado y con el segundo quiebre le arrancó la otra ala con fuerza y sin compasión. Moa-Lu perdió las luces, se desplomó y las plumas se desplegaron por toda la habitación. Pensó que sería su último aliento y que moriría. Como un globo terráqueo, veía el giro ciento ochenta de su vida a punto de caer al suelo, pero entre la niebla de sus ojos, vio correr a su padre que sabía no la dejaría caer. La tomó de los brazos, la acostó sobre la cama y le dijo al oído: tranquila mi niña, tus alas volverán a crecer, serán distintas, nuevas y mejores. Me llevaré conmigo las que has perdido, pero te estarán esperando para cuando emprendas un nuevo vuelo.

Moa-Lu siempre sonreía. Le gustaba creer que era un ángel en la tierra. Que perder sus bebés por segunda vez, sería tan desgarrador como cuando un ángel pierde sus alas. Ese día perdió un vuelo, pero alguien la rescató. Ahora necesitaba dormir, sus heridas ya estaban cubiertas con suficientes vendas, el sol era suficiente para saber que no estaba sola y que Dios la quería viva en la tierra para cuando alguien necesitara recuperar sus alas. Por más que tuviera que enfrentarse a situaciones desgarradoras, ninguna experiencia de vida, sería jamás una batalla perdida. Moha-Lu camina entre las calles de una ciudad que desconoce sus alas, ella cubre sus heridas, sus astillas, sus rodillas rotas y los tatuajes de ángeles que siempre lleva bajo la piel.


*Escrito como ejercicio de "álter ego", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

Samoa es un estado de Polinesia que traduce "centro sagrado del Universo". En su idioma, marcar o golpear dos veces, se dice Tátau. La leyenda dice que el Dios del universo tuvo una hijo llamado Moha y una hija llamado Lou. Se dice que viajeros que iban por el Pacífico, encontraron a estos hombres que llevaban tatuajes en sus cuerpos.

Medusas

Escribir es un acto de valentía. 

Los latidos del corazón palpitan al ritmo del cursor de una hoja en blanco. Está enfrentado a la pausa, al silencio y a la duda. Son tres cabezas en un mismo cuerpo que se mueven como medusas sin dirección. Me enfrento a la escritura.

La pausa. Es el momento justo en el que tengo que detenerme y pensar. En el que tengo que elegir el tema. No sé si debería olvidarme de las cicatrices que me ha dejado ese gran demonio que acabó con el tríptico de mis relaciones pasadas o usarlo como analogía en la temática de mi texto escrito. Debo definir el ritmo de las comas, que me desgarraron el alma pero afortunadamente no me la quitaron.  El del punto, que siempre terminó siendo un punto aparte, para salir de las batallas de desprecio a mi corazón, pero continuó con un nuevo párrafo de mi próxima relación. La pausa me obliga a mantener el lenguaje y guardar la compostura. No me deja caer en el recurso básico de utilizar la expresión “hijueputas mentiras” cuando estoy buscándole un nombre a mi peor demonio. Debo hacer una pausa para elegir lo que le podría importar al mundo y lo que debería ser parte de mi intimidad. Tengo que controlar ese demonio con pausa y sin prisa. 

El silencio. Es el nudo en la garganta. Aparece cuando quiero llorar porque las imágenes en mi memoria, se vuelven reales cuando las escribo. Es un grito hacia adentro como cuando uno intenta hacerlo en los sueños y no sale nada de la garganta. Es la preocupación constante de no mover lo suficiente, las fibras de mis lectores. De no poder tocar el corazón de alguien a quien siento que necesito que me lea. Me da terror que no hayan palabras, ni voces, ni melodías, sino pitidos en el tímpano que sigan derecho. Que mientras me leen, no vibren, no lloren, no rían o simplemente que no me vean. Es una lucha contra el ego que me congela los dedos y hace que no se escuchen las letras contra el teclado. Es una pelea entre la barra espaciadora y la tecla suprimir. No puedo permitir que el silencio siga siendo el bastón de mi peor demonio. No puedo callar y siento que tengo que contárselo al mundo. Me gusta creer que hay personas que necesitan mi voz. Así mis letras  no sean reconocidas. No me importa si por cuarta vez vuelvo a ser un silencio para el otro. Esta vez me enfrentaré cuantas veces sea necesario. Quiero intentar liberarlos, como otros lo han hecho conmigo.

La duda. Es como una metralleta. Está llena de preguntas de ese, mi peor demonio. Al que aún no le encuentro nombre. No sé cómo se llamará el libro, si finalmente valdrá la pena darle protagonismo a extraños que ya no sé si existen. Tengo miles de personajes enfrente y me da miedo hablarles. Me han callado tantas veces que aún tengo textos sin publicar. Han sido afirmaciones y negaciones que no puedo diferenciar la realidad. Por eso me gusta escribir creyendo que los objetos me hablan, porque no tienen cara, edad, ni tiempo. La teoría dice lo contrario y es ahí donde la duda no me deja dormir. Pero ese demonio desaparece cuando me dejo llevar por mi corazón y empiezo a escribir. Porque como dice Platón: no existe alguien tan cobarde al que el amor no transforme en alguien valiente. 

Al terminar la pausa, desaparece el silencio, intento acabar con la duda y el texto empieza a brotar. Los renglones poco a poco van esfumando el cortisol de mi cuerpo y tomo el control sobre la hoja en blanco. Me apropio de la valentía de Perseo y la medusa le da una dirección controlada a mis escritos. Es una valentía que sale de lo más profundo de mi expresión emocional y acaba con mi peor demonio: el miedo a las heridas de las mentiras. Escarbo entre los libros para inspirarme aún más y me encuentro con genios como San Agustín. Hombres que entienden el valor de la verdad, la hacen palabra y finalmente texto. El demonio se acaba cuando llego a la interioridad por el camino de la certeza. Ese es mi acto de valentía. Escribir para acabar con mis demonios.


*Escrito como ejercicio de "nuestros demonios a través de la escritura", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

lunes, 29 de noviembre de 2021

¿Y nuestro acuerdo de Paz, para cuándo?

A cinco años del acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, nuestro país quiere seguir en guerra. Una guerra que físicamente se sigue enfrentando al conflicto armado, que pierde su paso en la reforma rural integral, que parece ir de fiesta en la participación política con los mismos problemas de las drogas ilícitas guardados entre los bolsillos y que no tiene claro el significado de la reparación a las víctimas.

Hablar de política, de problemas sociales o de la guerra en Colombia, es al parecer un tema que solamente pueden hablar los expertos y se ha convertido en la nueva religión de las redes sociales, de las reuniones sociales e incluso de una causa profunda de desacuerdos familiares. ¿Hasta cuándo el discurso de hablar de lo que sabemos o no sabemos, será nuestra condena? Posiblemente nos pondrán una "estrella de David" en el pecho cocida con sangre por nuestra supuesta ignorancia política. Defender un pensamiento político para quienes no lo comparten, es casi como "amar a un mesías". Creo que el principio del fin de la guerra debería ser poder hablar de política sin perder la cabeza y sobre todo el control emocional.

La manera como nos han contado la historia política y social colombiana no nos ha ayudado a entender la guerra. Tampoco nos han enseñado a comprender la naturaleza de un conflicto, a analizar y evaluar las mejores alternativas para su solución. La indiferencia no nos ha permitido transformar nuestra narrativa con los reportes* de los asesinatos de líderes y firmantes del acuerdo de Paz. Seguimos hablando de “dolor de patria”, de “ir por la lucha”, de “nos están matando” y de frases cada vez más lapidarias que van llenando nuestro tanque de orgullo colombiano, de vergüenza, odio y dolor. 

Hasta cuándo seguiremos convirtiéndonos en nuestros propios enemigos, donde olvidamos nuestros deberes como sociedad, confundimos la definición de derecho, olvidamos el beneficio colectivo y es así como nosotros mismos nos volvemos parte de las nueve millones doscientas mil víctimas que registra el Registro Único de Víctimas RUV. Porque las masacres se convierten en los señalamientos de nuestras publicaciones, secuestramos las noticias y la información conveniente, asesinamos a nuestros amigos con nuestras opiniones y nos volvemos indiferentes, desplazamos a familiares Uribistas y Petristas, violamos el género cuando las mujeres expresan su postura feminista y subestimamos a los jóvenes que opinan sobre política o sobre la guerra. 

Necesitamos un acuerdo de Paz desde la responsabilidad de nuestras palabras, la coherencia de nuestros actos y el respeto por la opinión política. Hagamos el acuerdo.


* El Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) reportó que solo este año, hasta el mes de julio de 2021, 103 líderes y 31 firmantes del acuerdo fueron asesinados y ocurrieron 60 masacres con 221 víctimas mortales en el país. Fuente: France24

Escrito como ejercicio de la columna de opinión política, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.


viernes, 26 de noviembre de 2021

Alexa, lights off

Salir de casa no es cruzar la puerta. Es cortar el cordón umbilical para buscar un nuevo lugar donde habitar. Si la definición fuera salir de casa al cruzar la puerta, entonces aún no he salido de casa.  

Para llegar a la puerta, un eco de voces se escuchan indefinidos en el corredor, como cuando mis sobrinos corrían hacia el timbre con sus risas y jadeos de ansiedad para ver a los abuelos. La puerta, si aún mi mamá viviera en mi casa, se mantendría abierta. El sol entra de frente por todas las ventanas y solamente en la noche se oculta para que las estrellas entren a dormir. A veces cambian de color y se ubican como un arco iris, detrás de la cabecera de mi cama. La casa nunca se ha inundado, ni le han caído tormentas, pero el agua se presenta constantemente como un grandioso protagonista y hace parte de los cuadros en mis ventanas cuando llueve. Las gotas son como teclas de piano en perfecta sincronía. Se pueden ver desde el sofá reclinable de la sala o desde la cama de la habitación. 

Las ventanas cuando se han abierto más de lo normal, han levantado los papeles, los pinceles, los lápices de colores y las escuadras que habitan mi taller. En una ocasión casi se lleva mi pelo, mi piel, mi ropa e incluso mi voz, pero reforcé los marcos de las ventanas con icopor y cinta industrial para que ni el frío se volviera a meter y no se  llevara el calor que habitaba en ella. 

Las paredes son blancas y diariamente hablan con la tipografía de mis pensamientos. La necesidad de rayarlas me hizo pintar un tablero gigante para que la tiza trazara mis nuevos propósitos. Los chazos han sostenido fotos, sombreros, guitarras, rombos, relojes, percheros y cuadros de tres generaciones. Hoy tienen plasmados los versículos de la Biblia que se camuflan entre los libros de novela y los libros de diseño de mi biblioteca. Son mis nuevos amigos. 

El ángulo recto es el director de arte de mis muebles, las repisas, el tapete de la sala y la mesa del comedor. La creatividad lidera el equipo de trabajo en cada rincón de la casa. Las lámparas tipo Pixar, los rincones viajeros, los manteles de picnic y la cocina vintage han servido tardes de café, cenas románticas, desayunos auténticos, almuerzos inesperados y noches de brindis hasta el amanecer. 

Cada esquina de mi casa está perfectamente renderizada en mi mente. Tengo un disco duro de recuerdos en cada cajón. Podría instalar nuevamente las canaletas de mis palabras, repetir los sueños de princesas y remodelar las noches de pasión. El techo de mi casa me ha protegido tres veces, cambiando su apariencia hasta hoy, que al fin se ha dejado modelar sólo por mí. Ha sostenido todo lo que mi universo creativo adapta para hacer a otros sonreír. 

Algunos globos que alguna vez perdieron el helio se escurrieron hasta al piso de madera, el que alguna vez fue un tapete y se llenó de visitas pasajeras por días, semanas, meses e incluso años. El suelo que me ha mantenido de pie, es lo mejor de mi casa. Un lugar para ir y venir, para soltar mis maletas y refugiarme en el calor de mi habitación. Ese espacio favorito lleno de amor, que calienta mi corazón y escucha a Dios cada noche, cuando le agradezco a mis padres por haberme dejado salir de casa, en su propia casa. 

Cierro mis ojos, me siento en casa, me aferro a las sábanas grises y digo en voz alta: "Alexa lights off".

 

*Escrito como ejercicio de la casa o la "no casa" de nuestras vidas, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Ou revoir Paris

“Nous sommes sur le point d'atterrir. Veuillez retourner à votre poste et attacher votre ceinture de sécurité”, anunció la asistente de vuelo por el altavoz. Once horas suspendida en el cielo y al fin Ana tocaría su destino soñado. 

Dos meses atrás, un hombre con ojos de mar y pelo de sol, la había invitado a la ciudad de la luz. Ella contaba los días como si deshojara los pétalos de una margarita. Jamás había salido de su país, jamás había viajado en avión y ahora todo se hacía realidad. Pero una semana antes del viaje, aquel hombre ahora tenía una mirada gris y su pelo había perdido el color. No contestaba sus llamadas, no respondía sus mensajes ni tampoco pronunciaba palabras. Afortunadamente el día del viaje la llamó solamente para confirmar la hora de encuentro en el aeropuerto. Ella, desconcertada por su silencio, horas después se encontró con él y con monosílabos subió al ave blanca que sabía la llevaría al cielo. Como todo un francés envuelto en su propio ego, la saludó, se sentó a su lado y durante 11 horas no salió  palabra alguna de su mudo y desabrido rostro. Pero ninguna de sus expresiones resecas, le quitarían la emoción de ese momento inolvidable a Ana.

No importaba el orgullo de él o que la hubiera ignorado durante todo el trayecto. El tiempo transcurrió lentamente y por fin desde la ventana del avión, el sol se asomó sobre su sonrisa y le puso a sus pies la luz de la ciudad. Su corazón palpitaba como el de una bebé recién nacida y su respiración parecía suspendida. Contenía su locura y contenía las lágrimas evitando avergonzarse por su emoción. 

Ana movía sus ojos como un pez veloz en el agua, tratando de encontrar desde la ventana, la princesa de hierro que se alzaba a más de trescientos metros. Entre los copos de nieve que se mezclaban a kilómetros de la tierra, sus ojos continuaban persiguiendo la cartografía, tratando de encontrar a su forma favorita… Era un baile de cisnes desde el cielo hasta la tierra. 

Mientras el hombre a su lado se desvanecía cada vez que transcurrían los minutos, por fin la sinfonía tocó la nota perfecta de ese pentagrama de edificios en la capital francesa. “Mírame… yo te haré feliz”. Esas fueron las palabras que ella escuchó en su cabeza del cisne de hierro negro. La torre soñada, se había declarado como la obra más importante de ese país soñado, de ese momento y de ese vuelo de once horas. Un viaje al lado de una sombra que no pronunció palabra alguna. Una conversación que jamás inicio y nunca terminó. 

Ese fue el viaje más extraño de dos mundos desconocidos. El vuelo más largo para él y más corto para ella. El quiebre de lo que ella imaginó que sería un romance en la ciudad de la luz y el mejor recuerdo y más extraño de su existencia. La torre Eiffel sería de ella. No sería de nadie más sino de ella. La sombra masculina desplegada en la silla de al lado, se desintegró como polvo.

Conocer París de esa manera, le permitió recorrer un país entero, sin miedo, sin idioma y sin dependencia. Respiró el aire frío de árboles sin hojas. Habló durante horas con los Campos Elíseos, recorrió los pinceles de las artes decorativas, se escabulló entre la revolución francesa y renació entre las calles de andenes angostos y puertas de madera. El vino fue su mejor beso y los canales del río Sena se grabaron en su memoria como el primer y mejor destino de su juventud. Una torre para una princesa, fue suficiente para sentir que algo de ella, se quedaría para siempre en ese lugar. Paris.


*Consigna día 1 para el 6to Mundial de escritura. Escribir a partir del "un país extraño". 

martes, 2 de noviembre de 2021

Las camas de la gitana

De ladrillo. Esa era la cama que alguna vez sostuvo con un par de ladrillos, porque las patas diagonales de su cama se partieron cuando saltaba de cama en cama con sus hermanas. Su padre amenazó con no volverla a arreglar si la rompía, así que durante varios meses tuvo que dormir sobre una cama sostenida por un par de ladrillos que en vez de dar pesar, le daban risa y le recordaban lo divertido de saltar.

Azul. Una cama universitaria. Para una persona. Amigos, visitas y sacada del nido de un camarote. Lo suficientemente baja para guardar los primeros secretos de amor y lo suficientemente alta para sentarse con las rodillas dobladas y los codos sobre las piernas. Un lugar para mirar por la ventana y ver la lluvia caer. Un lugar de espera, en un azul intenso que fue perdiendo el color. Fácil de tender, sin arrugas y de un sólo cojín. Así, como el número uno, sin pensarse para dos, pero anhelando serlo.

De sofá. Esa que se desplegó y siempre estuvo ahí. En la casa de otras personas que disfrutaron de su compañía. Negras, cafés, sleepings y pedazos de tela. De camas francas inolvidables. Entre el guayabo, los caldos de costilla y los dolores pomarrosos de cabeza. Una cama que adquiría las propiedades de cama por simplemente poner la cabeza sobre ella.

La de viento. Una hamaca perdida en San Agustín en medio de extranjeros que disfrutaban del calor, de la sal del mar, de la arena y los cangrejos que pasaban por debajo de ellas. Con tres décadas encima ella prometió no volver a tener una noche tan inesperada y tan fría como esa. Llevaba un año sin ver a su novio y no fue una noche romántica como ella esperaba. Fue una noche individual, en una hamaca fría, que golpeaba el viento y en vez de mecer, distraía. Una cama rodeada de extraños que susurraron durante toda la noche palabras que parecían mosquitos en olas de calor y sin agua. Una cama seca.

Matrimonial. Una cama para dos pero donde terminaron durmiendo tres. No era de ella, no fue pensada para ella. Al principio, la noche era el momento favorito del día. Dormir sobre una cama compartida desde sus 15 años, era el anhelo de su vida de princesa, pero se convirtieron en noches silenciosas, de preguntas mentales, de ojos cerrados intentando conciliar el sueño y minutos eternos esperando a que él llegara temprano para dormir a su lado. Una cama que se soñó para hacer una familia, de 3 o de 4, pero al final se convirtió en la cama que nunca llegaría. Una de todos los días. De la rutina que no sabía que dormía entre ellos, acomodada, sin alientos y aburrida. La de los besos no besados, la de las palabras no pronunciadas, las verdades ocultas, la de los silencios del corazón, la de las sábanas que no volvieron durante años a acariciarle la piel.

El desierto. Una cama enorme. Elegida porque tal vez un bebé haría parte de ella. Perfecta para jugar un partido de tenis e incluso hacer un picnic.  Habitada solamente por ella, casi sin estrenar, la más fría de toda su vida, vacía y con silencios prolongados. Así durmió durante varias noches, inundada entre lágrimas y preguntando al techo por qué no tenía las respuestas. Aunque finalmente encontró el amor mirando hacia arriba, ahora el frío era quien acompañaba sus piernas. Era la caja de cristal de un estado de coma.

La gris. Una cama llena de color. Armada entre dos. Pensada para soñar, para despertar entre sábanas y almohadas grises. Con una colcha de líneas blancas y temperaturas equilibradas noche tras noche. La cama que volvió con los besos, los abrazos, las risas, las carcajadas, los gemidos, las medias y sin duda el calor de las piernas. Una cama donde las lágrimas salieron por volver a los regalos debajo de la almohada, a la ilusión de sentir que alguien quería compartir con ella una cama. 

La cama es el lugar favorito de esa gitana. Es la playa para cerrar los ojos, sentir que habrá un despertar, que el mañana siempre traerá esas plumas en las que se hunde y puede soñar. A veces el ruido de las palabras no pronunciadas quieren salirse por su boca, pero ella intenta atraparlos para repetirse cada noche que puede escribir en vez de hablar. Que mañana será un nuevo despertar, en el que tendrá la satisfacción de haber entregado esas miles de preguntas de sus camas al universo. Él será el único que tendrá las respuestas completas, para saber que los secretos de sus almohadas, serán los motivos suficientes para su propósito en la vida: amar. 



*Consigna día 1 para el 6to Mundial de escritura. Escribir a partir del objeto de "la cama".