"Maestro(a)..." es un término utilizado en el arte como grado de jerarquía, llamado también "sensei" en el Japón, "gurú" en el induismo y budismo, o guía espiritual en algunas religiones. La Unesco lo(a) llama "docente", la academia lo(a) reconoce como "educador(a)", yo lo recuerdo como "el profesor" o "la profesora", los millenials le dicen "profe" y algunos pequeñitos le dicen "proferoses".
Entre mis recuerdos de profes inolvidables tengo a Myriam mi profesora de kínder, con ojos verdes y pelo crespo, a Nury, la de "preparatorio"(así le llamaban al curso anterior a la primaria), a Jorge mi profesor divertido de física en 10o grado, a Elba la cuchilla pero una dura de la Universidad, a Pedro mi mejor profe de ilustración y a Juan Pablo de la especialización que me sacaba la piedra pero que le aprendí un montón.
Cada uno de ellos dejó algo realmente marcado en mi vida, pero el mejor profesor de todos es mi papá. Maestro, docente y educador en todo el término de la palabra, al que le ayudaba a calificar cuando tenía 12 años, lo veía enfurecerse por la incompetencia de algunos de sus estudiantes y adorado por miles de ellos que se encontraba y aún se sigue encontrado a todas partes a donde vamos. Él realmente tiene una vocación, esa que es tan difícil de explicar a los que dicen que "yo no sirvo para eso". Yo la llamaría una labor de Dios, esa que está hecha para dar con el fin de formar, de guiar, de ayudar a llevar por el camino preciso, de entregar para que al final los demás también terminen dando de lo que aprendieron, todo gracias a la labor de los docentes de enseñar.
En mi familia no solo mi papá era docente, también lo eran sus hermanos, un hermano de mi mamá y curiosamente terminé casada con alguien que lleva en su sangre la vocación de la docencia, con tíos educadores y finalmente un día logré algo que no sabía que anhelaba con el alma: ser docente.
En 2005, La primera vez que llevé mi hoja de vida para dictar clases a una universidad, a la Tadeo, me dijeron que no tenía experiencia, no tenía postgrado, ni artículos escritos en revistas indexadas, libros o experiencia en cursos oficiales o diplomados. Fue así como salí con un gesto de aburrimiento, descartando esa posibilidad y continuando con mi vida como empresaria.
En ese camino, retomé uno de mis sueños más anhelados: tener hijos, tener desde pequeñitos a personitas que con el tiempo, sean increíbles seres humanos, enseñarles, educarlos y llevarlos de la mano hasta el final de mi vida. Pero en la lucha de no poder tenerlos y con la voz de Iván Mauricio mi esposo, me hizo descubrir que había algo dentro de mí que nuevamente me golpeaba la puerta: ser docente. Fue así como un día, levantando el teléfono, se me abrió la primera puerta, la Vicerrectora y el Director Académico de una universidad me dieron la oportunidad de desbordar mi necesidad de enseñar.
Allí y en otras universidades, aprendí a entender lo que era realmente la vocación, a llegar en las noches feliz por los resultados y otros días con el corazón roto por no lograrlo. Mi esposo, siempre al lado y viéndome empezar el camino que él ya llevaba con tanto amor por años, me recargaba con sus palabras, de experiencias y de motivación que me llenaban de aliento nuevamente. Amanecía y casi todas las mañanas que salía a dictar clase, llamaba a mi papá a darle las gracias, por la labor que había hecho durante más de 50 años.
Por eso, un día como hoy en el que celebran el día del "maestro", me atrevo a decir que personas como Iván, Enrique, Édgar, Patricia, Jorge, Pocho, Carito, Darío, Germán, Alex, Moni, Paola, y muchos docentes más, han convertido mi vida en una labor que no tiene precio; me ha llenado la vida, ha dejado estudiantes que no desprendo de mi corazón y que algún día llamaré con mucho honor: mis colegas y mejores estudiantes.
"Maestro" es un título difícil de alcanzar y espero que la vida me siga llenando de experiencias y personas maravillosas, para sentirme parte de esa labor que Dios hace todos los días: enseñarnos a dar.
"No tenemos hijos, tenemos estudiantes" Édgar Rivas
Entre mis recuerdos de profes inolvidables tengo a Myriam mi profesora de kínder, con ojos verdes y pelo crespo, a Nury, la de "preparatorio"(así le llamaban al curso anterior a la primaria), a Jorge mi profesor divertido de física en 10o grado, a Elba la cuchilla pero una dura de la Universidad, a Pedro mi mejor profe de ilustración y a Juan Pablo de la especialización que me sacaba la piedra pero que le aprendí un montón.
Cada uno de ellos dejó algo realmente marcado en mi vida, pero el mejor profesor de todos es mi papá. Maestro, docente y educador en todo el término de la palabra, al que le ayudaba a calificar cuando tenía 12 años, lo veía enfurecerse por la incompetencia de algunos de sus estudiantes y adorado por miles de ellos que se encontraba y aún se sigue encontrado a todas partes a donde vamos. Él realmente tiene una vocación, esa que es tan difícil de explicar a los que dicen que "yo no sirvo para eso". Yo la llamaría una labor de Dios, esa que está hecha para dar con el fin de formar, de guiar, de ayudar a llevar por el camino preciso, de entregar para que al final los demás también terminen dando de lo que aprendieron, todo gracias a la labor de los docentes de enseñar.
En mi familia no solo mi papá era docente, también lo eran sus hermanos, un hermano de mi mamá y curiosamente terminé casada con alguien que lleva en su sangre la vocación de la docencia, con tíos educadores y finalmente un día logré algo que no sabía que anhelaba con el alma: ser docente.
En 2005, La primera vez que llevé mi hoja de vida para dictar clases a una universidad, a la Tadeo, me dijeron que no tenía experiencia, no tenía postgrado, ni artículos escritos en revistas indexadas, libros o experiencia en cursos oficiales o diplomados. Fue así como salí con un gesto de aburrimiento, descartando esa posibilidad y continuando con mi vida como empresaria.

Allí y en otras universidades, aprendí a entender lo que era realmente la vocación, a llegar en las noches feliz por los resultados y otros días con el corazón roto por no lograrlo. Mi esposo, siempre al lado y viéndome empezar el camino que él ya llevaba con tanto amor por años, me recargaba con sus palabras, de experiencias y de motivación que me llenaban de aliento nuevamente. Amanecía y casi todas las mañanas que salía a dictar clase, llamaba a mi papá a darle las gracias, por la labor que había hecho durante más de 50 años.
Por eso, un día como hoy en el que celebran el día del "maestro", me atrevo a decir que personas como Iván, Enrique, Édgar, Patricia, Jorge, Pocho, Carito, Darío, Germán, Alex, Moni, Paola, y muchos docentes más, han convertido mi vida en una labor que no tiene precio; me ha llenado la vida, ha dejado estudiantes que no desprendo de mi corazón y que algún día llamaré con mucho honor: mis colegas y mejores estudiantes.
"Maestro" es un título difícil de alcanzar y espero que la vida me siga llenando de experiencias y personas maravillosas, para sentirme parte de esa labor que Dios hace todos los días: enseñarnos a dar.
"No tenemos hijos, tenemos estudiantes" Édgar Rivas