Pasé la mano por el espejo para limpiar el vaho y empezó la escena de terror. Pensé que debía estar soñando. No era posible que la persona al otro lado del espejo no fuera yo. Salí del baño tropezándome con el marco de la puerta y gritando hacia la sala para verme en otro espejo y comprobar que no era cierto. Me vi pero borrosa; mi cara y mi cuerpo aparecía y desaparecía al otro lado del espejo. Sentí confusión pero un poco de alivio, pensé que necesitaría gafas, que estaba teniendo un momento de locura o de pánico. Regresé al baño y encendí al luz pero el vaho seguía mostrándome otra cosa. Mi cara era la cara de él. Grité otra vez y busqué el teléfono para llamar al Señor. Me había quedado sin batería y ese día no podía salir de mi casa. Cruzar la puerta era posiblemente morir en menos de quince días por el virus que estaba matado a miles de personas. Maldije la pandemia. Aún así estuve a punto de abrir, pero reaccioné; sabía que salir a cualquiera o a ninguna parte por puro miedo, era una completa estupidez. Me sentí impotente y vi mi corazón saltando como una pelota de tenis por debajo de mi piel. Respiré profundo, cerré los ojos y volví nuevamente al baño. Entré despacio y me asomé con cautela hacia el espejo. El terror se apoderaba de mí.
Ahí estaba nuevamente él mirándome como si se hubiera disfrazado con mi alma. Puse la mano sobre el espejo y empecé a llorar. Quería romperlo. Nada tenía sentido, ¿Cómo era posible que mi cara no fuera la misma al otro lado? Tenía urgentemente que llamar al Señor, así que conecté el celular a la corriente y esperé una eternidad. Segundos infinitos que mostraban una pantalla negra hasta que por fin apareció la manzanita. Encendió y me pidió reconocimiento facial para desbloquearse pero no reconoció mi cara. Así que tuve que entrar con la clave numérica de ocho dígitos. La fecha de mi matrimonio. Se desbloqueó y marqué el primer número de teléfono de mis favoritos. Pensé que el Señor contestaría porque él era quien podía resolverme mis problemas, sobre todo el de mi cara perdida en el espejo del baño. Timbró varias veces hasta que la llamada se fue a buzón. Lo intenté nuevamente y nada. El tono de espera retumbaba mis oídos y mis manos seguían temblando como gelatina. Jamás llamo más de dos veces a alguien en un sólo intento, pero esa era una emergencia y estaba desesperada de mirarme y no ver mi verdadero rostro. Además él me contestaría cuando viera mi insistencia y me ayudaría. Por fin en la tercera llamada me contestó.
-¿Qué pasó? me dijo con desespero.
-¿Con quién hablo? le dije.
Alejé el teléfono para revisar el número y verificar que no me hubiera equivocado.
-Cómo así ¿Por qué me llamas de nuevo? Te llamé, hablamos hace menos de 15 minutos y te dije que iba a almorzar con unos colegas de trabajo. Me tocó salirme del restaurante para contestarte. ¿Qué es lo que pasa? ¿No te dije acaso que era un almuerzo importante? ¡Por favor!
Ese tono de fastidio de mi esposo al escuchar mi voz claramente no era la voz del Señor. Efectivamente me había equivocado. Sentí rabia pero no fui capaz de contestarle como debía. Le pedí disculpas y le dije que no quería molestarlo, que tal vez yo estaba loca, pero que había algo raro que me estaba pasando con el espejo del baño. La conversación no duró más de tres minutos. Me dijo que fuera al sicólogo, que buscara ayuda y que tenía que volver a la mesa porque Raúl lo estaba esperando. Colgamos, cerré la tapa de la cisterna y me senté encima de ella. Había perdido el número de teléfono del Señor. Empecé a llorar y no sabía qué hacer. No entendía por qué en ese espejo no aparecía mi cara. Luego de un par de unos minutos me calmé y me sequé las lágrimas con papel higiénico. Me sentí estúpida y más loca que nunca. En ese silencio me levanté de nuevo con valentía para ver la carota que salía al otro lado del espejo. Estaba decidida a enfrentarla. Pero como si la escena de terror hubiera terminado, ya no era la cara de mi esposo, esa había desaparecido y ahora era la cara del Señor. Sonreí y le pregunté.
-¡¿Qué pasó?! ¿Por qué no pude verte, ni hablar contigo? ¿Dónde estabas?
Él sonrió y me habló con amor, con firmeza y con una sensatez que nunca olvidaré.
-Porque mientras te mires al espejo y tu ídolo sea tu pareja y no yo, te perderás en el otro, tanto, tanto, que serás irreconocible, simplemente no podrás verte. No podrás verme. Pero tranquila, no estás loca, sal a la calle; mira al cielo que ahí estoy para escucharte, como siempre. Cierra los ojos y deja que la luz del sol te permita verme.
*Consigna día 4 del Mundial de Escritura de 2023 asignado por Andreina: ¿Cómo se puede llegar a sentir una persona que se convierte en aquella que siempre ha tenido en un altar? La consigna consiste en escribir un relato en el que una persona se levante, se mire al espejo y no se reconozca. Lo que le devuelve el espejo es la imagen de su ídolo.