sábado, 4 de julio de 2020

El anillo del perfecto desconocido

Ella abrió los ojos y con un suspiro recordó cada minuto de las últimas 24 horas. En tangas y con el pelo suelto cayendo por su espalda, se levantó y abrió la cortina que le permitía disfrutar la fabulosa vista del piso 25 del Hotel Bally's Las Vegas. Con la lengua aún azul de la bebida de un metro que se tomó cuando empezó la noche anterior, sonrió levemente y recobró la energía. Tomó sus tacones y se puso en silencio su vestido amarillo para salir por la puerta sin despertar al perfecto desconocido que dormía en la cama. Justo cuando salía, él despertó y la llamó: oye flaca!. Ella cerró inmediatamente y con el mezclador que guardaba es su diminuto bolso, se hizo un nudo en su pelo y corrió hasta el ascensor. Entró y mientras se cerraba la puerta, nerviosa sonrió y se cruzó a la distancia con la mirada del perfecto desconocido que intentaba detenerla.

Al llegar al primer piso tomó un taxi que la llevaría devuelta al lugar donde se hospedaba, al Four Queens en el centro de la ciudad. En el cuarto estaban sus dos amigas tratando de recordar cómo habían llegado sin la flaca. Ella abrió la puerta, se lanzó sobre la cama y agradeció por la mejor noche de su vida. Aún sentía el perfume de él, la piel le brillaba y al soltar su brazos casi sin peso, con su dedo pulgar tocó un anillo que llevaba puesto en su mano derecha. En un solo salto, se sentó sobre la cama y trató de recordar si era una broma típica de sus amigas en Las Vegas o en realidad había sucedido. 

En un parpadeo, recordó saliendo del hotel con sus amigas y la limusina que rentaron por menos de 20 dólares gracias a su belleza latina, el latido de su corazón en la entrada The Bank Nightclub por las escaleras eléctricas del Bellagio Hotel, las luces del techo oscuro que parecía una noche estrelladalas meseras en cacheteros, los shots con los desconocidos pero excitantes hombres de la barra que las llevaron a Tao Club en The Venetian, el baile con el DJ que le preguntó si tenía novio, las bailarinas exóticas encerradas en unas celdas del bar, el beat de Pursuit of happiness y la música electrónica, el acceso a la zona VIP que prohibía quitarse los tacones, las velas de la terraza lounge del club, el recorrido por la ciudad en la Wrangler descapotada con Love is Gone de David Getta a todo volumen y la caricia por su pelo de un hombre casi perfecto pero desconocido que terminó con ella en la tina del centro de la habitación del piso 25 del Bally's Hotel.

¿Y el anillo? ¿en qué momento lo había puesto en su mano? Era un anillo de cristal, con un líquido de color blanco y encajaba justo en su dedo delgado anular talla 6 de su mano derecha. Sus amigas recordaban exactamente lo mismo, así que luego de una ducha de 5 minutos salieron de vuelta al hotel para buscar al hombre desconocido. En el lobby les dijeron que ya no se encontraba pero que había dejado una mensaje por si alguien con un vestido de color amarillo iba a buscarlo. Decía: "Un anillo en tu mano derecha, será la promesa de volverte a ver, porque con el corazón, volverás a mi". 

La noche quedó inconclusa, la diversión había quedado sin nombre ni apellido, la única satisfacción y al mismo tiempo triste recuerdo que tenían, era que lo que pasaba en las Vegas se quedaba en Las Vegas. Con un día de descanso en la piscina, calor, y cerveza, tuvieron que volver a la fría ciudad, a su realidad. La flaca, entró nuevamente a su casa, soltó las llaves sobre la mesa, descargó la maleta y se sentó en la blanca silla de su diminuto apartamento. Nuevamente su pulgar detectaba su anillo y decidió quitarlo de su mano. Lo giró sutilmente y como si encontrara un tesoro, descubrió una inscripción en la parte interior del anillo, la manera perfecta para encontrar al perfecto desconocido.




*Escrito para el II Mundial de Escritura / Consigna día 4: De 50 palabras escritas en 3 minutos, elija 15 en 1 minuto y escoja 1 para que sea la palabra del escrito: anillo.






viernes, 3 de julio de 2020

Mamelia

Entre 1910 y 1920 doña Graciliana y Demetrio, una pareja del campo y trabajadora, hicieron la tradicional tarea de reproducirse de manera exponencial y dieron a luz a Concepción, Marco Tulio, Dolores, Primitivo, Arcadio, Isidora, Segismundo, Dioselino y finalmente Amelia.

Mamelia como le decían a la menor de la casa, era mi abuela. Era voluntariosa, terca y bien mandona. Ese carácter es el recuerdo más contundente que tengo de ella. Mi abuela usaba siempre medias veladas de color café que se arrugaban en la parte inferior de sus zapatos de monja. Casi no se despeinaba y a veces dormía hasta sentada. Su pelo era negro y tan largo, que siempre se hacía una trenza que le llegaba hasta más abajo de la cintura. Siempre tenía el mismo tipo de ropa, una falda larga de color café con una camisa remangada, de golas blancas y una correa gruesa, con una hebilla metálica que me dejó varios recuerdos en mi adolescencia.

En su casa, guardaba detrás de la puerta de la cocina, comida para las ánimas, porque decía que había que tenerles comida. Pero el gato de la vecina se metía y se la comía. Ese día no había ni desayuno, ni almuerzo, ni comida. Siempre se levantaba como a las 4:30 de la mañana porque casi no le daba sueño, decía que dormir era de débiles. Cuando llegábamos a visitarla, se ponía las manos en la cintura y su cara era casi inexpresiva. Su saludo más cariñoso era levantar la quijada y con su mirada despectiva me revisaba de pies a cabeza. Recuerdo que cuando me acercaba a darle un beso en la mejilla, ella simplemente ponía la cara, como si saludar con un contacto físico conmigo, le fastidiara. 

Hablaba tan fuerte que parecía que siempre estuviera emberracada. Mi abuelo, Octavio, leía el periódico todos los días y hablaba entre lengua, quejándose de los godos y la ultra derecha. Eso, ella no lo soportaba. Un día estábamos jugando con mis hermanas en las sillas giratorias de la biblioteca, la silla se partió y mi abuela sacó un palo de escoba para darnos con tanta la fuerza que terminó partiéndolo de un sólo golpe en la espalda de mi hermana.

Como no podíamos entrar a la biblioteca, aprovechábamos cuando se iba y nos metíamos a tratar de bajar las muñecas que tenía escondidas en la parte alta de las repisas. Pero una vez se dio cuenta y nos puso una ratonera; el grito que pegamos fue tan fuerte, que los vecinos llegaron a preguntar qué había pasado. Ella salió diciendo que se había metido el gato de la vecina y que si no amarraban a ese hijueputa gato que se comía su comida, lo iba a meter en la alberca.

Durante muchos años, el plan era ir los domingos a visitarla, pero cuando mi abuelo Octavio la dejó por culpa de la vecina, mi abuela se volvió aún más amargada. No le gustaba prender las luces de la casa, ahorraba el agua del lavamanos con una vasija de plástico para reutilizarla. Y nos pedía que nos quitáramos los zapatos porque decía que si algún día volvía mi abuelo, el tapete debía estar intacto. Una vez llegué con un amigo costeño a su casa, que por supuesto no usaba medias, y le dijo que si no se quitaba los zapatos no podía entrar. Él apenado me dijo que no tenía medias, y ella fue y buscó unas medias y se las tiró por la cara. Desde ese día mi amigo la llama la abuela pecueca.

Mi abuela fue envejeciendo y entre mas vieja, más difícil se volvía. Tuvimos que traerla a la ciudad, pero ella no quería. Se puso tan brava que duró un mes encerrada y desconectaba el teléfono para que no la llamáramos. La nueva vecina nos contaba que cuando entraba tenía tan dañada la chapa que le tocaba golpear la puerta para que quedara bien cerrada. Cuando nacieron mis sobrinos los apodó los mocosos, esos dos niños le prendían todas las luces de la casa y le vaciaban las vasijas de los baños. Una vez sacó una manguera, les escondió los zapatos y los lavó con agua helada hasta sacarlos de la casa. Mi hermana duró 3 meses sin hablarle.

Cuando mi abuela cumplió 90 años, todos estábamos en la sala y le dijo a mi mamá que llamara a la vecina para preguntarle si ya se había muerto el gato. Mi mamá le contestó: "seguro ese gato ya se murió". Me pasó un frío por el cuerpo y le dije: abuela, y por qué el gato? y me dice: porque acuérdese que cuando yo me muera, la voy a estar mirando desde arriba y le voy a halar las patas por andar preguntando pendejadas. Esa noche me fui para mi casa con el susto entre pecho y espalda. Como a media noche sonó el teléfono y era mi abuelo Octavio diciendo que la abuela se había muerto, que ya estaba con el gato de la vecina. Mi mamá me contó que su ropa interior tenía tantos remiendos que no se sabía cuál era la pieza original. Esa y las siguientes 5 noches dormí en el cuarto con mis papás y para poder volver a dormir, tuve que ir a una iglesia a rezar por mi abuela y por ese hijueputa gato.




*Escrito para el II Mundial de Escritura / Consigna día 3: Mi abuela es un lobo feroz





jueves, 2 de julio de 2020

El aliento

Entre los escombros de la noche, a más de 300.000 kilómetros por segundo ella hablaba con él.

¿Te acuerdas de la vez que ella se orinó de la risa por las bobadas que yo decía?, ¿que quedó una mancha en el piso de madera y tocó cepillar con viruta?. No se si eso es más chistoso que la vez que jugamos a las bebés y usamos cera de piso como crema y el ardor en el rabo nos duró como 8 días. La empelotada de mi prima por el berrinche que hizo cuando me rompió el televisor que hice con una caja de cartón envuelto con un papel regalo de ositos. Las caminadas desde la casa hasta el Hospital de Kennedy, la monedas que le sacaba a la alcancía de mi hermana para alquilar películas. El árbol de cerezo que se movía cuando llovía y nos asustaba en el patio de la casa. La ventana del tercer piso por la que me salía con mi hermana y la vecina nos sapeaba con mi papá. Los vestidos de baño que mi papá perdió en un bus de paseo a Melgar y la botada de las maletas viejas de cuero que echó a la basura. Los desayunos corriendo por la mañana para ir al colegio a la calle décima sur con carrera 15. ¿Esos desayunos de afán que aprendí al pie de la letra y tal vez por eso mi esposo enloqueció?.

Ella hizo un silencio y saltó en otro microsegundo 30 años adelante.

Qué bonito era levantarnos para ir al aeropuerto y volar a cualquier parte del mundo. Te acuerdas de la vez que nos botamos al piso de la risa por un video que nos sacaron luego de subirnos a una montaña rusa. Lo verde que él se veía en el parque de diversiones porque creo que se había intoxicado pero bastó con que se recostara dos minutos y unos pañitos de agua tibia en la frente le recobraron el aliento?. Los globos del matrimonio, los sobrinos en la casa comiendo palomitas de maíz y viendo películas o buscando tesoros escondidos. Los bebés que lloramos, las maratones de películas, los karaokes y los desayunos de Patos al Agua que olvidaste. Lo olvidaste.

De nuevo ese silencio ensordecedor. Lloró, miró sus manos y se preguntó...

Míralas, sucias, y para qué? ya mi pelo no se volverá a ver peinado, ni mi cara mostrará las pecas que tanto me tapo cuando me maquillo. Pero mis arrugas a los lados de mi boca me saldrán en todas las fotos y cuando mis papás las vean, serán las fotos que pondrán cuando ya no esté, porque son miles! Pero son gracias a ti, señor.

Las tardes de arte con los chiquis, los juegos con pimpones, los regueros que dejaban en la casa. Cuántas sonrisas y lágrimas cuando llegábamos a la meta, cuántas fiestas, novios, carcajadas, caldos de costilla, viajes, el viento pegando en la cara y el sol reflejado en el retrovisor, los pueblos, el nono, el algodón de dulce del pueblo de Zapatoca, las cocadas, la iglesia y sus inigualables campanadas. Ay señor me parece escucharlas, sálvame, llévame contigo.

Él la abrazó y ella dejó de llorar. Recordó que la bendición el día de su bautizo, la fiesta de su primera comunión, el guayabo antes de la confirmación, el llanto por el vídeo del nacimiento de un bebé en el encuentro pre matrimonial, las lágrimas jurando ante el altar en su matrimonio, la promesa que hizo arrodillada en el santísimo y la cuarentena de 60 días que la partió en dos, era la fuerza que ella recobraba para poder irse en paz. 

Te llevo conmigo señor, porque fuiste tú quien me puso el aliento y eres quien me dará uno nuevo cuando este se acabe. Salva mi sonrisa, salva mis buenos recuerdos, mi voz, mis palabras bonitas y mis sueños. No me dejes ir sin poder pedirte perdón por exigirte que saliera el sol cuando había lluvia o que hiciera calor cuando tenía frío. Abrázame más fuerte que necesito callar el miedo de este momento. Oye mamá, princesa mía, mi hermosa de ojos verdes, no llores, no te derrumbes, prométeme que yo seré tu nuevo ángel y que siempre lo sentirás en tu corazón. Papito, sigue manteniendo tu paz, esa la aprendí de ti. Niñas, mis hermanas del alma, agárrense duro del de arriba y no suelten a sus compañeros de vida, cuiden el corazón de mis 4 pedacitos de vida. Niños, no dejen de ser niños. Señor, libéralo a él, te prometí que lo amaría hasta el día que tú quisieras, y así lo hice, hasta que la muerte nos separó.

Y en un cerrar de ojos su aliento desapareció. La lluvia paró, la noche acabó, y volvió el silencio ensordecedor. Ella se posó al lado de él y en un parpadeo ella lo escuchó, le susurró su nuevo propósito, y la devolvió; también el aliento, el más importante, se lo devolvió.




*Escrito para el II Mundial de Escritura / Consigna día 2: Estás a punto de morir, qué te llevarías?



miércoles, 1 de julio de 2020

Trofeo

Amar en secreto es una afirmación difícil de describir cuando desde los 15 años has estado soñando con el amor. Elegir entre mis "amores en secreto" uno que me permita pensar en la historia que no fue, es bastante difícil. 

Estudiar en un colegio femenino hasta los 14 años y ser una niña de la casa, me hizo enamorarme en silencio por primera vez en una fiesta a la que tocaba pedir permiso como con un mes de anticipación porque mi papá era bastante estricto. Año 1992, Bogotá, Villa Alsacia, viernes en la noche, suéter blanco cuello de tortuga, saco de color salmón con hombreras, jean stretch gris y zapatos "coca cola" y mi mejor peinado "Alf", era la pinta perfecta para la famosa primera fiesta.

En mitad de la sala, un niño al que le decían Trofeo me sacó a bailar. No lo llamaban así precisamente por ser uno de los mejores jugadores de baloncesto del barrio, o por ser el más divertido, lo llamaban así por sus orejas. Pero a mi me encantaba. Trofeo era ese niño que yo quería ver cada vez que salía al parque a jugar baloncesto. Los viernes en la tarde y los fines de semana, salir, era el plan favorito con mi hermana, mi mejor amiga. El plan de salir a jugar era tan apasionante, que nos daban las 8:00 de la noche y era así como conocíamos niños y niños en plena adolescencia.

Conocer más de cerca a alguien divertido, inteligente, de la casa y sobre todo caballeroso me hacía emocionarme aún más en aquella noche del viernes. Bailamos varias canciones seguidas, entre la salsa y el merengue, hasta que finalmente pusieron una balada: Hotel California. Una canción precisa y perfecta para alborotar las hormonas y sin pensarlo, con el niño que me encantaba, nos dimos un beso, un beso silencioso, lento, suave y apasionado. Lo recuerdo como si fuera ayer, mi primer beso quedó plasmado allí en esa sala diminuta con la mejor canción de Eagles, pero se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos. Parecía que el reloj hubiera marcado las 12 y el encanto se hubiera acabado. Nos soltamos, y como nerviosa niña adolescente subí casi corriendo al segundo piso en busca de mi mejor amiga para contarle que no entendía lo que había pasado. Trofeo, al minuto me siguió y apareció con una pregunta y una cara de pánico, diciendo: quieres ser mi novia? y yo con el mismo pánico y sin pensar qué contestarle le dije que no. Me dijo, verdad que no? y le confirmé: nooo. Él parecía liberado, se dio media vuelta y se fue.

Nunca he entendido por qué le contesté eso. Esa noche tuve la posibilidad de tener mi primer novio, con alguien que realmente me gustaba mucho, pero el pánico no me dejó pensar y me hizo arrepentirme por mucho tiempo. Los siguientes días me asomaba a la ventana para salir solamente si él estaba en el parque, en las tardes cuando estaba llegando del colegio, me bajaba del transporte público casi 5 cuadras antes de mi parada, solamente para pasar por el frente de su casa y así tratar de encontrármelo. Una vez logré cruzarme con él cuando salía de su casa, pero mi timidez solamente me dio para saludarlo con la mano y sonreírle. Con el tiempo dejé de verlo, él ya no iba al parque y de un momento a otro, ya no vivía en el barrio. Mi primer beso, fue mi primer amor en silencio, un amor que nunca fue y se quedó guardado para siempre.

A partir de ese momento descubrí mi facilidad de enamoramiento con los hombres caballerosos, juiciosos, inteligentes y divertidos. Nechi, Óscar Pérez, Rodrigo Vidal, Hamilton García, Andrés Rojas, Yesid López, Nelson Javier, Esteban Katich, Eduardo Forero y Felipe Mejía fueron esos amores que amé en silencio. Unos fueron amores en silencio con miradas, con sonrisas y otros con indiferencia, seriedad y lágrimas, pero ninguno como el recuerdo de mi primer amor en silencio con Javier, Trofeo. Ese que se llevó mi primer beso, que se quedó en mi imaginación de cómo hubiera sido si mi pánico emocional no me sacara corriendo de una posibilidad de creer que alguien como él hubiera sido mi primer amor verdadero, pero se convirtió en un viejo recuerdo, en mi primer amor secreto.




*Escrito para el II Mundial de Escritura / Consigna día 1: El amor que no llegó a ser



domingo, 28 de junio de 2020

38% de batería

Domingo 28 de junio de 2020. 5:34 pm de una tarde fría y gris en Bogotá. Un avión pasa de manera extraña porque están cancelados casi todos los vuelos por la cuarentena, por lo tanto me dan ganas de mirar al cielo y buscarlo, pienso en mi sobrina que debe estar volando. Mi hermana me envía un video por WhatsApp de un escritor diciendo: "Leer me salvó la vida". Es un video tan inspirador que me dan ganas de escribir lo que siento, miro mi computador y tengo apenas 38% de batería. Generalmente me toma dos horas escribir página y media, pero no me importa, mi cabeza no se calla, así que decido escribir. 

En alguna casa, en el salón comunal o en el parque, se escucha una canción de Celia Cruz "te busco perdida entre sueños..." y me recuerda que esa canción se volvió una de mis favoritas cuando era adolescente, al escucharla al inicio de una novela que se llamaba "La otra mitad del sol". Pero en segundos tengo que agarrar el pensamiento de lo que quería escribir, cierro los ojos y con un suspiro me detengo para para intentar hacerlo.

Cuando nuevamente los abro, mis ideas se confunden con los ruidos de la vecina cada vez que llega con sus gritos y los ladridos de su perro, Mateo. Su conversación telefónica diciendo que las clínicas de cuidados intensivos están ocupadas al 70%, y el totazo que se escucha cuando cierra la puerta porque tiene la chapa dañada, me bloquean mis ganas de escribir sobre cómo el arte le salvó la vida al escritor del mensaje de WhatsApp enviado por mi hermana, mientras pasa un avión, en una tarde fría y gris de Bogotá.

Aún así el silencio vuelve y el sonido del segundero del reloj en el comedor de mi casa, me recuerda que ya he gastado el 2% de batería y aún no he empezado a escribir sobre el propósito de mi blog: Recordarle a las personas que hacer lo que las hace feliz, les salva la vida.

Cómo puede una persona tartamuda, que durante su niñez fue burlado por su deseo de ser escritor, crecer, escribir y a parte de todo hacer una charla, que se envía en un video por el mundo, para inspirar a quienes desde niños hemos crecido con el arte por las venas, con el miedo que nos repitan constantemente que: el arte no da dinero? Pues quisiera gritarlo a los cuatro vientos: El arte te hace feliz y eso atraerá lo que necesitas para vivir.

Jordi Sierra i Fabra me habla en ese video como si fuera la voz de Dios, diciendo "creo en ti". Pues ojalá existieran miles de escritores que repartieran esa pasión por el mundo, para que niñas como yo, con 42 años encima, se siguieran repitiendo todos los días, que crean en ellas mismas, no importa que otros no lo hagan, así se hayan alejado porque no creen en nuestro talento, en nuestros planes, en nuestras ideas, en nuestro arte.

Ahora entiendo por qué necesitaba estar con el 38% de batería de mi vida emocional, para recordarme que tengo el 62% de fuerza en mi cuerpo, en mi corazón y en mis dedos, para seguir haciendo arte, porque como dice Jordi: "El arte se mide por lo que sientes al hacerlo, no por lo que te pagan por hacerlo".

Si tienes 12, 20, 35, 43, 52, 66, 70, 85 o 97 años, sigue haciendo lo que te haga feliz sin importar lo que los demás te digan. Levántate como dice Jordi, "lo más importante es lo que tenemos adentro, son vuestros sueños, lo que nos asegura la vida es tener la mente abierta, el corazón abierto, el estómago resistente y leer, absorbe la vida como esponja. El único que necesita creer en ti, eres tú mismo".

Gracias por hacerme olvidar del avión, por no escuchar a la vecina, ni al perro, ni la canción de Celia ni al segundero de mi reloj. Por no importarme la oscuridad de la tarde y no encender ninguna luz para no desconcentrarme Nuevamente he logrado callar al mundo para hacer uno de mis artes: escribir cuando mi corazón se acelera. 

*Lo logré, apenas va el 30% de batería.


viernes, 12 de junio de 2020

Tu corazón

Bueno, aquí estamos, solos, tú y yo. Esto es para ti...

Aquella frase de "entregarme a ti" la había escuchado tantas veces que solo hasta ahora empiezo a entenderla. Curiosamente la mayoría de las cosas que te he entregado con devoción infinita, no me han fallado, mi familia, mi trabajo y mi salud. Pero aún sabiendo que nunca me has fallado, dudé, perdí la Fe y me di cuenta que nunca te he entregado lo más importante: mi corazón.

Mi corazón pensaba que era mío y solo mío. Olvidé, que como dice mi amiga de luz, el corazón late sin una explicación física, sin razón lógica para los que no creen en la existencia de las deidades. Mi corazón que es el centro de mi cuerpo, aunque esté ubicado en la parte superior izquierda, es el que hace que yo funcione y exista, con mis pecas, mis ojeras, mi pelo alborotado, mi delgadez, mis dedos chimbilimbis, mi sonrisa, mi voz, mi maravillosa sensibilidad a los sonidos, al frío, al calor, a los olores, a los ácidos que cortan mi lengua y la perfección de mi vientre, que hacen un conjunto de una obra física que cuando pienso que viene de ti, sin duda, es una grandiosa obra.

Nosotros los humanos somos mentalmente tan racionales o debería decir irracionales, que desconocemos tanto esa obra que creemos que podemos hacerla "mejor". Nos vemos miles de errores, nos criticamos, nos tatuamos, nos teñimos, nos editamos, nos maquillamos y nos cubrimos la piel porque en vez de apreciarnos, caemos en los polos de la extrema vanidad o en la del completo descuido y terminamos devorándonos como salvajes hasta saciarnos y nos perdemos en el deseo de no ser, o de ser mejores para otros y no para honrar la obra de quien nos creó.

Algunos cuestionamos estas palabras que las llamamos "discurso", para no aceptar que existe un creador porque somos tan literales que necesitamos "ver para creer". Porque hablar de ti, repele a quienes te niegan, no te conocen, o no quieren conocerte. Porque tal vez no saben cómo escucharte o tristemente peor, no se han roto lo suficiente como para bajar la cabeza y decir, hey: aquí estoy, háblame, te entrego lo que soy y haz conmigo lo que quieras.

Semana Santa
Pero estar roto, bien roto, es necesario para conocerte? ¿qué es estar roto? Roto puede tener diferentes tipos de niveles: estar al borde de la muerte, perder los padres, los hijos, los hermanos, perder un órgano del cuerpo, perder la salud, perder la pareja, un sueño, una casa, el alimento, un trabajo, el dinero, o simplemente sentirse triste, frustrado, derrotado, sin norte, sin un propósito.

Es ahí donde el "medidor" de nuestro dolor nos hace pegar un grito profundo y de desespero al mundo pidiendo ayuda. El mundo... este mundo creado sin explicación científica, con evolución y con maravillas en la naturaleza que nos reconfortan cuando estamos bien rotos y no sabemos a dónde más mirar. El cielo, el sol, la lluvia, las plantas, los niños, el aroma, los animales y las mascotas que nos miran con esa ternura inexplicable que nos hace creer levemente que hablarán o que hay algo especial dentro de ellos. Pero no, aún nos resistimos a creer. Decidimos no salir y dejarnos llevar hasta tocar fondo, no nos permitimos ver el universo.

Pues este universo, en el 2020 se detuvo. No por completo, pero esta pausa nos permitió a muchos, volver. A mi me permitió volver y recoger lo único que nunca te entregué: mi corazón. Me rompí en un nivel 5 y pegué un grito en silencio al cielo y tuve que entregarte mi corazón. Te lo devolví. Se que a veces lo olvido, vuelvo a mi estado humano e intento quitártelo. Pero cuando reacciono, te lo devuelvo y sano. Mi corazón empieza a latir tan fuerte que dejo de hacerme preguntas, dejo de culparme, de culpar a los demás, dejo de mirarme al espejo, dejo de hablar en primera persona, dejo de exigirle al mundo y simplemente mis lágrimas ya no son de tristeza sino de paz. Empiezo a pedirte perdón.

Por eso es que por primera vez escribo algo para ti, porque quiero darte las gracias y dejarlo por escrito para no olvidarlo. Gracias Dios por hacerme respirar, por hacerme sonreír, por hacerme sentir viva, por sentir el lenguaje del amor con el toque físico y los abrazos. Gracias por los amigos que me diste para escucharte, por las oraciones, por las eucaristías, por los religiosos, por los evangelios, por el rosario, por la Biblia, por la Semana santa, por la luz de las velas, por los libros mágicos, por las películas, por los mensajes, por las palabras de quienes creen en ti, por los versículos, por las cartas, por los manteles, por Emaús, por las canciones y por tus abrazos en los días de silencio.

Gracias por hacerme ocupar mi mente tratando de ser un mejor ser humano, por quitarme el miedo, por enseñarme a poner mis dones al servicio de los demás, por los niños que escogiste para mí y por lo que haz hecho con mi corazón hasta hoy.

Gracias por haberme permitido amar y por entrenarme cada día para aprender a amar mejor. A amar tu corazón. Intentaré escucharte cada día de mi vida, a no perderme, a enseñarle a los demás lo que me has mostrado, a dejarme llevar donde los hombres necesiten tus palabras y me prometeré no olvidar que debo amarte sobre todas las cosas.

Gracias Dios.

martes, 12 de mayo de 2020

Felito y Lilo

A principios de los setenta, exactamente en 1972 en un colegio de Bogotá llamado Colegio Salesiano Juan del Rizzo, un muy querido y apreciado padre llamado Hernán, o conocido y nombrado por siempre como "el Padre Hernán Bustos", contrató a un profesor de física al que había casado y venía de "Zapatoca"; un pueblito de Santander, Colombia. 

Aquel profesor en su salón de clase, conoció a tres curiosos y particulares alumnos: Gonzalo, Guillermo y Félix, "el gordo". Dos de ellos eran hermanos, y aunque no siempre se les veía juntos, Guillermo y Félix, "el gordo", eran estudiantes tan brillantes que el padre "Hernán Bustos" decidió contratarlos al terminar su último año de colegio. Fue así como al año siguiente, se graduaron y pasaron de ser alumnos a ser amigos y colegas de trabajo del profesor de Zapatoca. Ahora hacían parte del equipo administrativo del colegio incluyendo a la esposa del profesor de física, que sería la nueva secretaria del colegio.

Durante los siguientes años, el grupo de veinteañeros, convirtieron aquel lugar de trabajo, en un espacio genial, lleno de risas, pensiones, horarios, campanas, estudiantes, tintos, matrículas, grados, máquinas de escribir, documentos, camaradería, recibos, escritorios robustos, archivos, ganchos, impresoras de punto, avisos parroquiales y diversión, pero sobre todo en un ambiente profesional único e inolvidable. 

Al salir del trabajo casi siempre había espacio para un café, una cerveza o por qué no, una buena fiesta a la que se llegaba en bus a la casa de alguno de ellos. Sus nuevos amigos eran Los ocho de Colombia, Los 14 cañonazos, Los Golden Boys y toda la oferta de "Discos Fuentes". Estas fiestas los fines de semana terminaban con la luz del día y un buen caldo de carne para el guayabo luego de haber partido una que otra silla, en la casa de doña Beatriz, la mamá del "gordo". 

"El gordo", conocido por su impecable manera de vestir, su pulcritud y su perfección profesional, se convertiría con los años en el mejor amigo de la nueva secretaria, la esposa del profesor de física del colegio Juan del Rizzo. "El gordo", venía de una familia muy unida y numerosa. A su padre bastante estricto, lo había perdido en su juventud, pero rodeado de doña Beatriz y sus 7 hermanos, la familia "Ruíz" era tan divertida, que salir con "El gordo" y sus hermanos era inolvidable y todo "un plan".

Sus hermanos cada uno con una personalidad muy marcada, con tonos de voz fuertes, particulares maneras de reír a carcajadas y su amor por la familia, cultivaron en el hogar del profesor y la secretaria, un sentimiento profundo de cariño y afecto, a tal punto que la última y tercera hija de su matrimonio, sería la primera ahijada del gordo.

En un diciembre del año 77 finalmente nació, aquella niña. Una niña que a los ocho días de nacida, debía ser cuidada por "el gordo" porque sus padres seguían de fiesta. El gordo cuenta que esa noche la niña despertó con su pañal mojado, pero él sin conocer en lo más mínimo cómo cambiar un pañal de tela con ganchos típicos de la época, doblado con la “técnica de doblez de pañal de Gonzalo Ruíz”, decidió soltarle con  mucho cuidado y con la perfección que lo caracterizaba, una a una las esquinas de aquel amenazante pañal que lo retaba, a hacer un trabajo mucho más difícil que cualquiera de los que hacía en Juan del Rizzo. Con la concentración de haberle quitado el famoso pañal y ponerlo casi con pinzas a un lado de la bebé, el gordo silenciosamente gira su cabeza para estirarse y alcanzar el pañal limpio y proceder a ponerlo con la misma rigurosidad con la que había quitado el anterior, pero en un segundo y sin haberse percatado, la bebé mandó su mano a la velocidad de la luz sobre la muestra del pañal que no podía ser desbaratado. Había perdido la batalla del Pañal vs El Gordo. En ese momento no sabía si reír o llorar, pero esa anécdota que "el gordo" nunca olvida, sería el inicio de una conexión y relación especial con aquella niña.

A esa niña en un día de luz, entre el don de Dios y el sacramento del bautismo, la llamaron Martha Liliana. Era más fácil llamarla "Lilí", pero por su fuerza y su actitud de "quiero jugar" con todas niñas y niños, la apodaron "Lilo".

El gordo, Félix o Felito como lo llamó años después, sería el padrino de Lilo. Un padrino que con la bendición de Dios, llegó para darle una luz espiritual y especial que ha durado durante muchos años. Con su amor y un muñeco llamado el "Bebito Bum Bum", que le regaló desde que era una bebé,  Lilo, hoy de 42 años, aún lo conserva y lo hace para recordar a su padrino.

Felito, el padrino de Lilo. Es un hombre maravilloso. Durante todos y cada uno de los cumpleaños tanto de la adolescencia como de la niñez de Lilo, siempre ha estado presente con sus sonrisas, sus detalles y sus abrazos. Ella llegó a su segundo, tercer y cuarto piso sin perder una sola llamada de él año tras año. Su amor y su actitud dispuesta cada vez que han hablado, las reuniones legendarias de su familia o las reuniones de la familia de Lilo, que aunque con el tiempo han ido disminuyendo, la han hecho sentir que siempre está a su lado.

Felito, mi Felito, hoy 11 de mayo volví a verte, es un día muy importante para mi. Es tu cumpleaños y tu familia y la pandemia nos ha reencontrado. Verte a través de la pantalla sin poderte tocar, me han dado unas ganas infinitas de quererte abrazar y decirte cuánto te amo. Esta pausa del mundo me ha obligado; me ha a llevado a escuchar mi corazón y a desempolvar mis mejores recuerdos. No entiendo por qué dejé de visitarte, pero sí recuerdo que Dios te puso en mi camino desde el día en que con su mano, la de mis papás y la tuya, me tocó el Espíritu Santo. Dicho hoy por el Papa Francisco: “El don de Dios es el Espíritu Santo nos lo dio el bautismo y todos lo llevamos dentro”Por eso no puedo dejar pasar este día sin contarle al mundo lo especial que has sido en mi vida. Quiero que todos sepan la cantidad de ahijados, sobrinos y casi nietos que te amamos. Las sonrisas que produces cada vez que hablas de lo bonito de la vida y la magia que irradias por la cercanía que tienes con Dios.

Felito o "Fefi" como te dicen tus sobrinos, siempre estarás en mi corazón, bendigo tu vida y tu vocación y hoy le pido a Dios que te siga llenando de sonrisas y te siga dando salud para poder abrazarte una y mil veces más.

 PD: Gracias por ahora reír con el recuerdo del pañal. Espero que algún día me enseñes porque algunos pañales me faltan por doblar y tendré que aprender a cambiar.

Tu ahijada que te ama: Lilo


lunes, 4 de mayo de 2020

El jardín

Y llegaron los gritos al jardín...

Esos gritos de desesperación porque nada logra romper la roca de tu corazón. Endureció y no lo vi venir. Me perdí en el bosque de hojas enormes que me taparon la vista y no me dejaban ver la maleza que crecía a nuestro alrededor. No vi las flores que se marchitaron, no vi las que pudrieron su raíz por la cantidad de lluvia que cayó.

Se inundó el bosque, la flor se llenó de tanta agua que no pudo respirar y solamente movió sus pétalos tan fuerte que te golpearon sin querer. Se quebraron nuevamente mis pétalos y perdieron su color. Las espinas otra vez me hacen sangrar cuando intento acercarme. No se cómo evitar cortarme, cortarte, a veces no se cómo no quedarme sin hojas, esas que me hacen respirar. El jardín está cubierto y el único que puede liberarnos está tratando de encontrar nuevamente el abono.

Nos mira desde arriba y llora porque no entendemos. Sus gotas caen sobre nosotros y aunque nosotros nos cubrimos, somos tan tercos que no dejamos que la luz del sol arme un arco iris y seque esta inundación. Quiero renacer, pero contigo. Quiero florecer pero contigo. Quiero que mis capullos florezcan para que el sol llene nuevamente este jardín en la primavera. La estación nuevamente se alargó y no se cómo voy a hacer para pasar más días en este invierno. Contar los días me destroza.

Me congela los dedos, el rostro, las piernas y el corazón al saber que estás acá pero no estás. Dónde estás mi cuidador, en qué bosque te enredaste que no puedo soltarte. En qué momento apareció la neblina que no vi venir. No miré nunca con detenimiento profundo, hacia los lados, hacia arriba, y ahora me cuesta sacar mi néctar para endulzar nuevamente este jardín.

Ayúdanos Dios mío, ayúdanos a florecer. Quiero podar, pero no quiero que se quede sin raíces este lugar. Es más bonito con flores, esas que no puedo recordar tenerlas entre mis manos. Pensé que no las necesitaba, pero ya ves, ahora necesito girasoles, rosas o cartuchos porque de sólo de pensar que de pronto vuelva a ser una flor pálida, me lleno de terror.

Se que estás ahí, se que en alguna parte florecerás, pero ojalá sea nuevamente a mi lado. Y yo se que tú Dios mío, me puedes ayudar a callar mis gritos. Te prometo que solamente agradeceré por darme raíces, tallos, hojas, flores y capullos para renacer y honrar tu voluntad. Pondré mi jardín para ti, lo regaré diariamente y no dejaré que nunca más la neblina me ciegue, no dejaré nunca más que alguien pise mis flores más preciadas, no perderé de vista los momentos de frío. Cultivaré tu amor y confiaré en que siempre mi jardín florecerá.


miércoles, 15 de mayo de 2019

La proferosa...

"Maestro(a)..." es un término utilizado en el arte como grado de jerarquía, llamado también "sensei" en el Japón, "gurú" en el induismo y budismo, o guía espiritual en algunas religiones. La Unesco lo(a) llama "docente", la academia lo(a) reconoce como "educador(a)", yo lo recuerdo como "el profesor" o "la profesora",  los millenials le dicen "profe" y algunos pequeñitos le dicen "proferoses".

Entre mis recuerdos de profes inolvidables tengo a Myriam mi profesora de kínder, con ojos verdes y pelo crespo, a Nury, la de "preparatorio"(así le llamaban al curso anterior a la primaria), a Jorge mi profesor divertido de física en 10o grado, a Elba la cuchilla pero una dura de la Universidad, a Pedro mi mejor profe de ilustración y a Juan Pablo de la especialización que me sacaba la piedra pero que le aprendí un montón.

Cada uno de ellos dejó algo realmente marcado en mi vida, pero el mejor profesor de todos es mi papá. Maestro, docente y educador en todo el término de la palabra, al que le ayudaba a calificar cuando tenía 12 años, lo veía enfurecerse por la incompetencia de algunos de sus estudiantes y adorado por miles de ellos que se encontraba y aún se sigue encontrado a todas partes a donde vamos. Él realmente tiene una vocación, esa que es tan difícil de explicar a los que dicen que "yo no sirvo para eso". Yo la llamaría una labor de Dios, esa que está hecha para dar con el fin de formar, de guiar, de ayudar a llevar por el camino preciso, de entregar para que al final los demás también terminen dando de lo que aprendieron, todo gracias a la labor de los docentes de enseñar.

En mi familia no solo mi papá era docente, también lo eran sus hermanos, un hermano de mi mamá y curiosamente terminé casada con alguien que lleva en su sangre la vocación de la docencia, con tíos educadores y finalmente un día logré algo que no sabía que anhelaba con el alma: ser docente.

En 2005, La primera vez que llevé mi hoja de vida para dictar clases a una universidad, a la Tadeo, me dijeron que no tenía experiencia, no tenía postgrado, ni artículos escritos en revistas indexadas, libros o experiencia en cursos oficiales o diplomados. Fue así como salí con un gesto de aburrimiento, descartando esa posibilidad y continuando con mi vida como empresaria.

En ese camino, retomé uno de mis sueños más anhelados: tener hijos, tener desde pequeñitos a personitas que con el tiempo, sean increíbles seres humanos, enseñarles, educarlos y llevarlos de la mano hasta el final de mi vida. Pero en la lucha de no poder tenerlos y con la voz de Iván Mauricio mi esposo, me hizo descubrir que había algo dentro de mí que nuevamente me golpeaba la puerta: ser docente. Fue así como un día, levantando el teléfono, se me abrió la primera puerta, la Vicerrectora y el Director Académico de una universidad me dieron la oportunidad de desbordar mi necesidad de enseñar.

Allí y en otras universidades, aprendí a entender lo que era realmente la vocación, a llegar en las noches feliz por los resultados y otros días con el corazón roto por no lograrlo. Mi esposo, siempre al lado y viéndome empezar el camino que él ya llevaba con tanto amor por años, me recargaba con sus palabras, de experiencias y de motivación que me llenaban de aliento nuevamente. Amanecía y casi todas las mañanas que salía a dictar clase, llamaba a mi papá a darle las gracias, por la labor que había hecho durante más de 50 años.

Por eso, un día como hoy en el que celebran el día del "maestro", me atrevo a decir que personas como Iván, Enrique, Édgar, Patricia, Jorge, Pocho, Carito, Darío, Germán, Alex, Moni, Paola, y muchos docentes más, han convertido mi vida en una labor que no tiene precio; me ha llenado la vida, ha dejado estudiantes que no desprendo de mi corazón y que algún día llamaré con mucho honor: mis colegas y mejores estudiantes.

"Maestro" es un título difícil de alcanzar y espero que la vida me siga llenando de experiencias y personas maravillosas, para sentirme parte de esa labor que Dios hace todos los días: enseñarnos a dar.

"No tenemos hijos, tenemos estudiantes" Édgar Rivas


Te busco

Y las aves negras empezaron a rodear de manera visible el cielo de su casa. Salían entre la soledad de sus vidas para que nadie las viera. Se posaba en los árboles para ver un moribundo y atacar apenas llegara su muerte. Cuando salía el sol, les tocaba ocultarse para no ser quemadas, sus ojos se enrojecían y debían volver a su nido de paja, hojas y ramas de árbol que a veces se destruía por la lluvia y el viento del lugar equivocado donde lo construían.

Un día el sol se posó demasiado tiempo sobre una flor que siempre estaba llena de colores. Su pétalos caían pero renacían con la inmediatez de las gotas de rocío y las estelas del sol. Ese día el sol apuntaba con sus rayos que en vez de calentarla la cortaban, era como si quisiera probar su fuerza. Su tallo era verde pero no era de madera, no era aún un árbol, era apenas una flor que se sostenía por una tierra fértil y rodeada de muchas más flores que compartían su jardín.

Fue así como el ave negra esperó y esperó a que el sol penetrara sus hojas, sus pétalos y casi sus raíces, pero el sol se ocultó y la flor solamente se marchitó por un rato. Esa noche el ave se posó muy cerca, con una sonrisa lista para devorar el dulce de aquella flor. Pero fue ahí donde apareció la luna, y con la suavidad de sus rayos, la cubrieron de la energía de una noche estrellada. Se percató del ave que merodeaba y la luna cuidó aquella flor durante toda la noche. 

Al amanecer, el sol empezó a salir decidido a poner sus rayos de sol de nuevo sobre todas las flores que la necesitaban, sin percatarse que algunas marchitas necesitaban un poco de sombra para renacer. Fue así como la luna antes de ocultarse por completo, con su voz blanca y distante, le dijo al sol: cuida de tus flores, ellas son quienes haces que tu función se cumpla, si las olvidas, la tierra terminará quemándose y solamente quedarán las aves negras que terminarán secándolas porque olvidaron que algún día ellas también fueron flores.

El sol se preocupó y se preguntó dónde había dejado al cuidador de aquella flor. Fue así como recurrió al Dios de la vida y le pidió ayuda, "necesito a su cuidador, no me dejes morir a mis flores, no se dónde estás, pero ayúdame a encontrarte Dios".

15 de julio de 2016