domingo, 23 de agosto de 2020

Cuando crean no encontrarme

La Gran Colombia, 23 de agosto 1820.

No puedo tutearlas, ni en lo que fue nuestro futuro, lo que había sido nuestro pasado y menos ahora, en mi presente. Estoy en el "cuando". Ese que nos inventamos por la obsesión con la historia, con el tiempo, al mundo del pasado. Ahora estoy aquí atrapada en la época de los libros, las velas, la guerra, "el pueblo", las ruanas, los encajes, los vestidos, los guantes y las sombrillas.  Ahora sé que por fin estará escrito mi nombre en un libro, porque lo hice para encontrarme, fui artífice de mi propia inspiración. Nunca lo supe, pero volví al pasado sin saberlo, para comprenderlo.

Llevo años, buscando, tratando de entender cómo desperté debajo de esta luna del "cuando". No se cómo terminé acá. Supongo que será un sueño, pero ahora hago parte de él y parece cierto. Tal vez por eso era que mirábamos tanto la luna. Estoy casi segura que eso que decíamos que sentíamos algo cuando la mirábamos, puede ser porque dejé parte de mi mirada en ella. Será nuestra mejor manera en el recuerdo de comunicarnos.

Me gustaría que estuvieran acá para que lo vivieran conmigo. Me hace recodar la Cuba que conocí cuando todos hablaban de guerra, conflicto, poder, política y problemas sociales. Pero yo me siento como si estuviera fumándome la historia entre el sincronizado paso de los caballos. Las voces de una jerga que  aún me cuesta entender, esa que se desvanece entre las calles empedradas de algo que parece un pueblo olvidado, no ese monstruo de ciudad en el que andábamos. Siento el olor de la tierra cuando llueve y se levanta como gotas hacia el cielo que humedecen el aire. Las velas abundan y me hablan de la calma, con su silencio y la voluntad del viento. Olvidé el largo de mi pelo porque diariamente me toca recogerlo y cubrirlo con un sombrero. Huele a leña, se escucha cuando se quiebra mientras se quema. La siento entre mis poros.

Mis dedos están negros de tinta de tanto escribir, pero adoro lavarlos con tanta dedicación que cuando lo hago, hablo en voz alta como si ustedes estuvieran sentadas a mi lado. Contar historias en el papel me libera. Adoro comprarlo, olerlo y ver el color oscuro de la letra escrita a mano, mezclándose con la textura. Esa que parece nueva, pero al mismo tiempo vieja. La que me inventaba con el té y la Coca Cola. ¿Y qué decir del lacre? me sigue derritiendo igual que él mismo, así me esté dejando cicatrices. Aprendí a prepararlo. Aplicarlo es la cereza del pastel. 

Mis días ya no acaban en la anoche, sino en el amanecer. Sigo perdiendo la noción del tiempo cuando escribo y sigue siendo mi mejor momento para hacerlo. Libera mi cabeza de tantas ideas como en los libros que ustedes leían, esos que decían: "si no atrapamos las ideas, alguien más lo hará". A veces cuando necesito sentirlas a ustedes dos, me voy a escuchar al músico del pueblo tocar guitarra. Sus cuerdas se escuchan como arpas del cielo y con eso, con el olor de la lluvia y la imagen de ustedes leyéndome, me voy a dormir.

Espero que algún día me encuentren. Cuando parezca que ya no estoy. Búsquenme entre los libros viejos, las poesías, las historias de los miles de niños que me rodean y el blanco y negro de los dibujos que aún no se han hecho. Ahí estaré mis hermanitas del alma. Viviendo obligada en un pasado que aunque me separa de ustedes, me hace creer que mi propósito está entre las letras. Las creadas desde sus forma tipográfica, hasta la combinación de su retórica.

Las quiero niñas de mi futuro, de mi presente.

Atte,

La de ayer, la de mañana, la de mi hoy...





Consigna: "Escribir una carta de 200 años atrás, para el presente: 2020"



lunes, 10 de agosto de 2020

2 minutos

¿Cómo describir mis dos minutos de meditación?

Tuve que empezar diciendo: ¡silencio!. Con mis ojos cerrados, empezaron los ruidosos tornillos de la cama dañada del piso de arriba e imaginé a los vecinos, pero me repetí: ¡silencio!.

Esos sonidos se fueron pero aparecieron más. Ahora eran los ruidos del camión de basura desocupando unas canecas, que me hicieron pasar saliva por imaginarme el putrefacto olor. Nuevamente me repito: ¡silencio!.

Al ser tan consciente del exterior, quería mandar la cama y a los vecinos de arriba con el camión de basura, pero el ejercicio era "no pensar". Así que con una voz fuerte me dije: ¡hey, que hagas silencio!.

Intenté escuchar los latidos de mi corazón pero increíblemente escuché el sonido de los pájaros que casi nunca se oyen en las mañanas y me elevé para hablar con ellos, pero otra vez: ¡que te calles, no imagines!.

Ya no había ruido exterior, creo que lo estaba logrando. Había silencio. Por fin. Todo se hizo nada, era blanco, quería que fuera tan extenso como el cielo, quería estirar ese momento, convertir esas milésimas de segundo en un estado de plenitud, pero al darme cuenta que era mi mente quien me lo decía, y que otra vez mi cabeza estaba dando órdenes, ¡reaccioné!: no estaba en silencio, estaba imaginando el silencio, ¡no estaba haciendo silencio!. ¡Imposible, callar mi mente era imposible!.

Bendita imaginación que no para. Ni siquiera para dos minutos de obligado silencio. El zumbido de la sangre recorriendo mi cuerpo se volvió ensordecedor. ¡Era ruido! pero, ¿cómo era posible si ya no estaba el sonido del vecino con su cama maltrecha, ni los ecos de las canecas azules desocupando bolsas de basura de la podredumbre de las casas?. No lo sé, pero era un timbre en mis oídos que imaginé volviendo polvo. ¡Eso es! me dije, "¡hazlo polvo!, obsérvalo en cámara lenta hasta te se detenga. Puedes hacerlo, son solamente dos minutos, solamente seré consciente de decirme algo: "ay Diosito, ayúdame, quiero aprender a hacerlo..."

Y como una bofetada por ponerle palabras mentales a mi silencio, di un salto y abrí mis ojos. El cronómetro de mi reloj retumbó mi cabeza, se convirtió el polvo en piedra, parecían aullidos. La alarma con una gritería fastidiosa, había marcado dos minutos exactos y yo ni siquiera había logrado 5 segundos de silencio mental. Esas campanadas sonaron tan fuerte que otra vez mi mente había tomado el control.

¡Que silencio ni que nada!

Imposible, dos minutos para mi mente en ese momento fueron "vecinos, cama, tornillos, pájaros, calle, golpeteos, voces, alarmas, camiones, basura, canecas y ruidos, ruido, que verraco ruido."

Esa frustración me hace pensar que la meditación es un ejercicio demasiado difícil y pareciera que no estuviera hecho para mí. ¿Por qué no puedo callar  mi mente y sí puedo contemplar el sol, disfrutar de la lluvia, respirar fragancias y sentir que saboreo la vida? ¿Por qué no puedo con esa clase de silencio?. 

Tengo hipermetropía, una anomalía que me hace ver objetos y textos a grandes distancias. Cuando hace calor o frío, lo siento por entre las venas. Todo tipo de ácidos me hacen cortar la lengua. Desde mi habitación, sé si hay algo dañado entre la nevera. Puedo escuchar la vibración de un celular timbrando entre una maleta en un salón de clases, pero, ¡no puedo hacer que mi mente se quede quieta!. ¡¿Por qué?!...

No lo sé, pero bueno, curiosamente nunca había sido tan consciente de los sonidos a mi alrededor. Lo vi todo, lo sentí todo, lo olí todo y lo escuché todo. Tal vez algún día con entrenamiento mental pueda controlar mis sentidos para entender el mundo de la meditación. 

Por ahora puedo decir que esos fueron mis dos primeros y únicos minutos de consciente intento de aquella meditación.




Consigna: "Escribir 5 minutos de meditación"

domingo, 2 de agosto de 2020

Poison Ivy

No perderse la movida de un catre, era mi lema para todo tipo de ruptura conocida comúnmente como "tusa". Esa actividad implicaba asistir a fiestas de casa, reuniones familiares, matrimonios de desconocidos, fiestas electrónicas, bares, paseos, eventos deportivos, conciertos, cumpleaños y todo tipo de invitaciones que se me cruzaran por el camino.

Realicé durante 4 meses todas esas actividades y nada que lo conseguía. Mi salida de caza furtiva parecía ir al fracaso. Ninguna de las personas que conocía lograba hacerme mantener interesada. Solamente eran sapos y yo sin labial.

Pero una noche, un viernes, en un restaurante que ya no existe, llamado Palos de Moguer, por fin vi el destino cruzarse en cámara lenta cuando lo vi entrar. Mi mirada lo recorrió desde la puerta hasta la mesa a la que se dirigía sin prisa para saludar a sus amigos. Yo, tratando de identificar si era mi imaginación o si realmente lo conocía, silencié mentalmente las voces de mis amigas en la mesa, apagué la música, desapareció el murmullo y lo identifiqué. ¡Si!, lo conocía, ¿de dónde?, no se, pero yo lo sabía. Volvió inmediatamente el ruido, la música e interrumpiendo la conversación les dije a mis amigas: "ese tipo, yo lo conozco, ¿estudió con nosotras?". Efectivamente, hacía 15 años que no lo veía. Mis amigas afirmaban que mi delirio por encontrar pareja, me hacía ver personas conocidas.

Pero yo lo presentía, yo sabía que el de arriba estaba de mi lado y me propuse atraparlo con una mirada. Mi pelo crespo se alborotó como el de Poison Ivy y mis ojos salieron como lanzas disparadas. Mi boca se desplegaba con una sutil sonrisa que nunca me falla cuando estoy de caza. Mis feromonas viajaron por entre las sillas, las mesas y la gente del lugar, hasta llegar a él, para hacerle girar su cabeza lentamente hacia mi irresistible mirada matadora.

Y ahí, en ese instante, su mirada por fin se cruzó con la mía. Mis lanzas lo habían atrapado, el tiempo se detuvo y pude ver el color marrón de sus ojos. Ya no solamente dejé de escuchar nuevamente a mis amigas, sino que la música, el murmullo y la gente había desaparecido. Sin pronunciar una sola palabra, él con su mirada estaba hablando conmigo.... 

Me saludaste con tu mirada, pero yo olvidé tu boca, tu cara, tu pelo y tu cuerpo... Era esa mirada la que había estado buscando por tantos años. Una mirada de un alma auténtica pero desconocida, esas que no tiene morbo pero tampoco inocencia, era con adultez pero con el recuerdo de habernos conocido desde nuestra adolescencia. Yo intenté tomar el control de la fuerza de mi mirada, tratando de quitarte la ropa, pero me detuvieron las sonrisas, las carcajadas, los lugares de los viajes que aún no habían llegado, los futuros recuerdos jugando bajo la lluvia, los abrazos frente a la chimenea, los trasteos y tú recogiéndome en la puerta de mi casa. Intenté nuevamente respirar, enredarte con mi pelo, pero ahora eran nuestras manos las que en mi imaginación se entrelazaban. Levantaste el velo, me diste un beso, me alzaste entrando por la puerta de nuestra casa, me besaste el vientre y mi escena terminó con tu mirada ya no sobre mis ojos, sino sobre nuestros hijos en una increíble casa. 

Pensé que eso había sido una cámara lenta, pero cuando vuelvo a ese recuerdo, ahora detengo por completo mis pensamientos y desde aquí me alejo y ahora me veo. Ahora te veo lanzándome tu mirada. Intento comprender lo que de pronto tú veías desde el otro lado de la mesa. Tal vez viste una salida, un refugio, una sonrisa. Se que te alborotó mi pelo, mi boca roja y mis párpados caídos, pero activaste tu bloqueo de defensa. Supongo que el de tu corazón que desde hacía muchos años estaba sellado. El futuro aún no estaba en tu mirada. No. Viste el pasado, viste a la niña, la que jugaba en tu colegio. Te devolviste en el tiempo y antes de poder saltar el futuro, solamente viste el presente. Estabas en el presente, con miedo del futuro, pero estoy segura que te encantó ese presente.

Intento volver a la realidad, al recuerdo de ese instante, para desactivar la pausa de esa mirada y no dejar sin final la historia, pero sé lo que pasará cuando lo haga: el tiempo habrá pasado tan rápido que no podré describir lo que ocurrió con ese fabuloso duelo, no podré desbaratar los segundos cuando sonreíste y caminaste hacia mi, no podré transcribir nuestra conversación, ni las llamadas, ni los besos, ni la noche, ni el día de 36 horas, ni los 10 años a tu lado... no podré.

Finalmente debo presionar el botón y efectivamente se me escapa con un suspiro el instante de nuestro primer cruce de miradas. Se volvió tan rápido ese duelo que fue un imán instantáneo de sueños encontrados. Es un recuerdo disparado una y otra vez, que me corta y me deja un destello de fantasmas. Quisiera amarrar esos segundos pero las lágrimas me detienen la cabeza. 

Solamente puedo cerrar los ojos y dejarlos que se hidraten por un buen tiempo con varios baldados de agua fría. Habrá que esperar cuando pueda salir nuevamente y asistir a fiestas de casa, reuniones familiares, matrimonios de desconocidos, fiestas electrónicas, bares, paseos, eventos deportivos, conciertos, cumpleaños y todo tipo de invitaciones que se me crucen en el camino, pero seguramente iré con labial y en modo "Poison Ivy" a esa, mi próxima salida de caza.






Consigna: "Describir un cruce de miradas"