lunes, 13 de diciembre de 2021

Medusas

Escribir es un acto de valentía. 

Los latidos del corazón palpitan al ritmo del cursor de una hoja en blanco. Está enfrentado a la pausa, al silencio y a la duda. Son tres cabezas en un mismo cuerpo que se mueven como medusas sin dirección. Me enfrento a la escritura.

La pausa. Es el momento justo en el que tengo que detenerme y pensar. En el que tengo que elegir el tema. No sé si debería olvidarme de las cicatrices que me ha dejado ese gran demonio que acabó con el tríptico de mis relaciones pasadas o usarlo como analogía en la temática de mi texto escrito. Debo definir el ritmo de las comas, que me desgarraron el alma pero afortunadamente no me la quitaron.  El del punto, que siempre terminó siendo un punto aparte, para salir de las batallas de desprecio a mi corazón, pero continuó con un nuevo párrafo de mi próxima relación. La pausa me obliga a mantener el lenguaje y guardar la compostura. No me deja caer en el recurso básico de utilizar la expresión “hijueputas mentiras” cuando estoy buscándole un nombre a mi peor demonio. Debo hacer una pausa para elegir lo que le podría importar al mundo y lo que debería ser parte de mi intimidad. Tengo que controlar ese demonio con pausa y sin prisa. 

El silencio. Es el nudo en la garganta. Aparece cuando quiero llorar porque las imágenes en mi memoria, se vuelven reales cuando las escribo. Es un grito hacia adentro como cuando uno intenta hacerlo en los sueños y no sale nada de la garganta. Es la preocupación constante de no mover lo suficiente, las fibras de mis lectores. De no poder tocar el corazón de alguien a quien siento que necesito que me lea. Me da terror que no hayan palabras, ni voces, ni melodías, sino pitidos en el tímpano que sigan derecho. Que mientras me leen, no vibren, no lloren, no rían o simplemente que no me vean. Es una lucha contra el ego que me congela los dedos y hace que no se escuchen las letras contra el teclado. Es una pelea entre la barra espaciadora y la tecla suprimir. No puedo permitir que el silencio siga siendo el bastón de mi peor demonio. No puedo callar y siento que tengo que contárselo al mundo. Me gusta creer que hay personas que necesitan mi voz. Así mis letras  no sean reconocidas. No me importa si por cuarta vez vuelvo a ser un silencio para el otro. Esta vez me enfrentaré cuantas veces sea necesario. Quiero intentar liberarlos, como otros lo han hecho conmigo.

La duda. Es como una metralleta. Está llena de preguntas de ese, mi peor demonio. Al que aún no le encuentro nombre. No sé cómo se llamará el libro, si finalmente valdrá la pena darle protagonismo a extraños que ya no sé si existen. Tengo miles de personajes enfrente y me da miedo hablarles. Me han callado tantas veces que aún tengo textos sin publicar. Han sido afirmaciones y negaciones que no puedo diferenciar la realidad. Por eso me gusta escribir creyendo que los objetos me hablan, porque no tienen cara, edad, ni tiempo. La teoría dice lo contrario y es ahí donde la duda no me deja dormir. Pero ese demonio desaparece cuando me dejo llevar por mi corazón y empiezo a escribir. Porque como dice Platón: no existe alguien tan cobarde al que el amor no transforme en alguien valiente. 

Al terminar la pausa, desaparece el silencio, intento acabar con la duda y el texto empieza a brotar. Los renglones poco a poco van esfumando el cortisol de mi cuerpo y tomo el control sobre la hoja en blanco. Me apropio de la valentía de Perseo y la medusa le da una dirección controlada a mis escritos. Es una valentía que sale de lo más profundo de mi expresión emocional y acaba con mi peor demonio: el miedo a las heridas de las mentiras. Escarbo entre los libros para inspirarme aún más y me encuentro con genios como San Agustín. Hombres que entienden el valor de la verdad, la hacen palabra y finalmente texto. El demonio se acaba cuando llego a la interioridad por el camino de la certeza. Ese es mi acto de valentía. Escribir para acabar con mis demonios.


*Escrito como ejercicio de "nuestros demonios a través de la escritura", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

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