Vestido blanco, de seda, corto, strapless y de "golas", como decía mi abuela. Es decir una falta rotonda con doble faldón. Mis primeras medias veladas, tacones, peinado alborotado, labial, perfume y mis manos temblaban por ir a mi primera fiesta de 15 años. Esa fue la primera vez que me sentí como una verdadera princesa.
"Siga señorita Martha, su mesa es la número 6". "'¡Señorita!", me había dicho "¡señorita!". Por fin mi cuerpo delgado y mi cara de niña se habían transformado de una niña a toda una señorita.
Un salón oscuro se iluminaba lentamente con luces de colores, gracias a una bola de espejos pequeños, que giraba lentamente en el techo del centro de la pista de baile. Yo, me dirigía a la mesa 6. Mientras caminaba pensaba que seguramente iba a conocer a alguien, o me iba a tocar con alguna "niña del salón", o de pronto allí estaría el niño de mi vida, con el que tendría un romance de años, me casaría, tendría hijos y una casa enorme. Tal vez, incluso cuando me acercara a la mesa, él me miraría a los ojos y se enamoraría de mi sonrisa, porque el No. 6 era mi número de la suerte. ¡Seguro sería una mesa increíble!.
Mesa No. 6: primera silla, un niñito inquieto y fastidioso de 10 años. Segunda silla: su mamá. Una madre soltera con un vestido fuxia, escotado y pelo alborotado. Tercera silla: un viejo cuarentón, barrigón, medio dormido y poco expresivo. Cuarta silla: una niña como yo, de 14 años, con una falda corta y negra, con una blusa blanca con hombreras. Se veía mucho más moderna y yo empezaba a sentirme extraña con mi vestidito de golas. Quinta silla: esa tenía que ser la mía porque estaba desocupada. Así que con un poco de esperanza me senté y esperé. Alguien debía sentarse a mi lado y seguro sería el papá de mis hijos.
Se apagaron las luces y de manera agitada la mamá de la quinceañera corrió y tomó de la mano a la abuela que aún no tenía asiento y de un empujón la sentó a mi lado. La mesa 6 estaba llena y yo no entendía qué hacía sentada allí. ¡¿Cómo era posible?! Mi primera fiesta de 15 años y rodeada de 5 desconocidos que bloquearían cualquier acercamiento al supuesto papá de mis hijos.
Esa fue una noche larga y eterna. Eterna pero muy divertida. 20 años después, la niña de falta corta se convertiría en mi mejor amiga. No solamente por que esa noche ella me ayudó y con ayuda del niñito fastidioso,a cambiar el número de nuestra mesa 6, con el de la mesa 9 para así confundir a la abuela que estaba a mi lado y de paso convencerla de cambiarse de sitio. Porque los adultos espantan a los adolescentes, en especial al que quisiera sacarme a bailar y por culpa de la abuela, saliera espantado. Y no solamente por haberle agregado alcohol al vaso de jugo para que la mamá soltera de nuestra mesa, terminara en los brazos del otro cuarentón y de paso ellos no volvieran a sentarse en nuestra mesa durante toda la noche. Sino por habernos encontrado nuevamente 15 años después, en la mesa No. 9 el día del matrimonio de nuestra amiga en común, la de "los ochenta". Recordando cómo no nos dimos cuenta que ese niño fastidioso inquieto, ahora tenía 30 años y era todo un hombre, estaba “como un lulo”. Habría podido ser al padre de nuestros hijos.
**Escrito para el Tercer Mundial de Escritura - consigna día 1: escribir sobre el patrón que une a los invitados en una mesa de desconocidos de una fiesta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario