Un momento de pausa, un lugar donde no hace ni frío ni calor. Tiene la temperatura perfecta. Ahí, a veces puedo caminar en medias, suaves y con hilos como si estuviera entre las nubes. Allí la luz entra por la ventana y con los rayos del sol calientan la habitación. Cuando hay completo silencio, se puede escuchar el sonido de los pájaros, e incluso el movimiento de los árboles. En la madrugada a veces se cuela el frío por entre mis guantes, pero la taza de café me calienta los dedos. Esa neblina, con algo de sol, alborota mi pelo y el viento lo mueve lentamente cuando cierro los ojos y dejo que la silla colgante se mueva al compás de mi corazón.
Me gusta el olor de las flores. En especial el olor amarillo de los girasoles. Pero hay unas nuevas que han llegado a mi refugio, Orquídeas rosadas, que ahora me miran desde el cielo y sin pausa y sin prisa. A veces las veo llorar. Sus lágrimas caen con el rocío de la lluvia. Esa que da suaves golpeteos y pasan de ser notas musicales a melodías perfectas, en un pentagrama armónico de mi silenciosa habitación.
En una pared, está plasmada la teoría de la ilusión. Un manual tipográfico que flota en el aire y se va tatuando en nuestro corazón. Es el rojo del amor, el intenso, el que huele a piel y a perfume. Puedo cerrar mis ojos y sentir tus manos enredadas en mi pelo. Me hacen descansar, me hacen sentir en mi refugio.
Me gusta saber que duermes a mi lado, con una respiración sutil y sin preocupación. Ahí, en mi refugio el tiempo no acosa, no acelera, no me condiciona, no me exige, no me compromete, no me pide nada a cambio. Solamente late, como si se sincronizara con los latidos de mi corazón. Nunca he sentido sus movimientos dentro de mi, pero ahí, en nuestro refugio, puedo escuchar tu risa, sentir tu pelo y tu mirada miel sobre mis ojos.
Hay un momento en el día en el que despliego mis manos sobre la colcha, parecen más de 6000 hilos unidos para recargarse con la pausa de los minutos del día. Con el paso de las horas se levantan como aves en un lento vuelo de sábanas para la noche. Ahí es cuando mi refugio empieza a caer con el azul de la tarde.
Amo mirar el lila del cielo. Los naranjas, amarillos y blancos que me desconectan de todo. Pierdo la noción del tiempo. Mi apetito pasa a ser algo espiritual, mi energía finaliza con las luces de las velas de la noche. Ese momento para volver a los hilos, sentir tu respiración y los latidos de tu corazón. Te abrazo, me reconfortas, cruzo mis dedos con los tuyos y me haces soñar.
Sueño con un refugio nuevo. Uno que no tenga las lágrimas sobre nuestras almohadas separadas. Uno que huela café en la mañana y al final de las tardes. Uno que sepa a cenas deliciosas, a películas de pantallas con infinitas pulgadas. Con sillones distintos que se unan con nuestras manos al final del día. Uno que inicie con las palabras que fueron la poesía de nuestra unión y termine con la posibilidad del milagro de dar vida.
Lo imagino y mi corazón se acelera, porque no es producto de mi imaginación. Conozco la luz de la habitación, puedo sentir los hilos, los que no nos han tocado, los que nos siguen esperando, para despertarnos nuevamente y convertirse en sincronías de una mirada que nuestro refugio nos dio. El refugio de Dios, el de nuestro corazón.
*Escrito para el Tercer Mundial de Escritura - consigna día 6: recorrer la casa y observar el entorno inmediato, y escribir sobre qué dice la arquitectura del lugar, los objetos a tu alrededor y los espacios de la casa. Elegir dos elementos de cualquier naturaleza y usarlos como disparadores para escribir un texto.
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