Memorias que van y vienen como cajones mentales. Cada cajón pareciera que se cargara en su espalda un año de nuestras vidas. A veces perdemos las llaves, la chapa o incluso pasamos por alto que están presentes. Aún me pesa no haberlos abierto en la pandemia. Tenía tiempo, pero me puse triste por los abrazos que no pude dar, por los cumpleaños que olvidé y los que me perdí, por los amigos que se fueron o desaparecieron, por los silencios que dolieron, pero sobre todo por no haber podido salir a atrapar el tiempo. Tuve el tiempo para organizarlos como era debido y no lo hice. Hoy seguramente estaría haciendo menos clicks.
Estaban llenos de polvo, de intrusos que no sé por qué mantuve por tanto tiempo en mi lista de amigos. Eran conocidos que parecían desconocidos. Me sorprendo de cómo mis miedos me tenían atada a palabras, mensajes, sucesos y un sin número de preguntas de gente que dejé entrar a mi casa sin ser invitada. Es liberador soplar los cajones, pero necesito más tiempo. Es desgastante, pero vale la pena. Afortunadamente ningún cajón está dañado. Por lo menos ya están arregladas las bisagras de todos. Me gustaría poder encontrar más cosas en los cajones de mi niñez porque fueron muy divertidos, pero se escondieron los juegos. Ahora casi todos se cargan de pensamientos políticos que me sacan corriendo. Curiosamente los cajones más llenos parecen organizados por otras personas. Los miro y me pregunto: ¿Y a qué horas me metieron tantas cosas que no necesito?. Seguramente los cajones de mi abuelita de 100 años, serán mucho más livianos que los míos. Envidio un poco que ella no necesite la tecnología para vivir. Mis cajones digitales parecen una adicción. Tal vez por eso algunos los abrieron tan fácil que yo ni me di cuenta. Seguramente los dejé abiertos, como siempre. Nunca he tenido cajones con llave. Pero eso es lo bueno de no esconder nada, todo siempre ha estado ahí. Aunque sea una red tan justiciera, sigo ahí. Yo también debo estar en el cajón de alguien lleno de polvo.Me gustó haberlos abierto y de paso negar la entrada de tanto "chéchere". Por ahí dicen que hay que sacar lo viejo para que entre lo nuevo. Eso me emociona. El olor de la madera nueva es una delicia. No niego que lo antiguo también me llena de emoción y que vivo en el pasado, porque los amigos de toda la vida jamás se olvidan; pero lo que me atrae son las nuevas historias que nos transformaron después de la pandemia, las que mantienen sus cajones con mejores experiencias. Con actitud y olor a madera. Son como la leña, huele delicioso cuando se quema. Se quiebra, cambia de color, no se puede ni tocar y es silenciosa.Me gustaría tener una chimenea. Tal vez con eso podría sentarme en la sala de mi casa sin tanto abrigo, con la luz del fuego, con una copa de vino y con mi "cabezota" sobre sus piernas. Ese man conoce la mayoría de mis cajones y curiosamente no ha tenido la necesidad de abrirlos. Tal vez por eso tenemos tan pocos intrusos mutuos.
Si suspirara como lo hacía cuando tenía 15 años, mi mamá me diría: "tranquila que te queda toda la vida". Y sí, aún me queda mucho más de la mitad de mi vida, pero a veces soy tan ciega y sorda, que me da angustia que los cajones no sean suficientes. Pero bueno, ya está. Seguiré desempolvando las cartas, las fotos y las fiestas de los conocidos desconocidos, que así seguro se verán más bonitos y de paso se me quitará este gesto de desorden digital. Me gusta como van quedando, los recuerdos se mantienen más organizados.
Cuando tenga la chimenea, procuraré tener el 99.9% de mis cajones en orden. Será difícil pero no imposible. Finalmente si le pongo amor, se verán divinos. Serán como los cajones de una mesita de noche que te regalan para estrenar. ¡Ahh... matador!. A que sí. Seguiré ordenándolos. Me gusta hacerlo y con la ayuda del man de arriba, será mucho más fácil. Además no hay nada más bonito que alguien te ayude a hacerlo. Prometo que en el cajón de esa mesita tendré lo necesario para cuando ya no tenga más cajones por desocupar. Será suficiente.
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