lunes, 29 de noviembre de 2021

¿Y nuestro acuerdo de Paz, para cuándo?

A cinco años del acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, nuestro país quiere seguir en guerra. Una guerra que físicamente se sigue enfrentando al conflicto armado, que pierde su paso en la reforma rural integral, que parece ir de fiesta en la participación política con los mismos problemas de las drogas ilícitas guardados entre los bolsillos y que no tiene claro el significado de la reparación a las víctimas.

Hablar de política, de problemas sociales o de la guerra en Colombia, es al parecer un tema que solamente pueden hablar los expertos y se ha convertido en la nueva religión de las redes sociales, de las reuniones sociales e incluso de una causa profunda de desacuerdos familiares. ¿Hasta cuándo el discurso de hablar de lo que sabemos o no sabemos, será nuestra condena? Posiblemente nos pondrán una "estrella de David" en el pecho cocida con sangre por nuestra supuesta ignorancia política. Defender un pensamiento político para quienes no lo comparten, es casi como "amar a un mesías". Creo que el principio del fin de la guerra debería ser poder hablar de política sin perder la cabeza y sobre todo el control emocional.

La manera como nos han contado la historia política y social colombiana no nos ha ayudado a entender la guerra. Tampoco nos han enseñado a comprender la naturaleza de un conflicto, a analizar y evaluar las mejores alternativas para su solución. La indiferencia no nos ha permitido transformar nuestra narrativa con los reportes* de los asesinatos de líderes y firmantes del acuerdo de Paz. Seguimos hablando de “dolor de patria”, de “ir por la lucha”, de “nos están matando” y de frases cada vez más lapidarias que van llenando nuestro tanque de orgullo colombiano, de vergüenza, odio y dolor. 

Hasta cuándo seguiremos convirtiéndonos en nuestros propios enemigos, donde olvidamos nuestros deberes como sociedad, confundimos la definición de derecho, olvidamos el beneficio colectivo y es así como nosotros mismos nos volvemos parte de las nueve millones doscientas mil víctimas que registra el Registro Único de Víctimas RUV. Porque las masacres se convierten en los señalamientos de nuestras publicaciones, secuestramos las noticias y la información conveniente, asesinamos a nuestros amigos con nuestras opiniones y nos volvemos indiferentes, desplazamos a familiares Uribistas y Petristas, violamos el género cuando las mujeres expresan su postura feminista y subestimamos a los jóvenes que opinan sobre política o sobre la guerra. 

Necesitamos un acuerdo de Paz desde la responsabilidad de nuestras palabras, la coherencia de nuestros actos y el respeto por la opinión política. Hagamos el acuerdo.


* El Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) reportó que solo este año, hasta el mes de julio de 2021, 103 líderes y 31 firmantes del acuerdo fueron asesinados y ocurrieron 60 masacres con 221 víctimas mortales en el país. Fuente: France24

Escrito como ejercicio de la columna de opinión política, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.


viernes, 26 de noviembre de 2021

Alexa, lights off

Salir de casa no es cruzar la puerta. Es cortar el cordón umbilical para buscar un nuevo lugar donde habitar. Si la definición fuera salir de casa al cruzar la puerta, entonces aún no he salido de casa.  

Para llegar a la puerta, un eco de voces se escuchan indefinidos en el corredor, como cuando mis sobrinos corrían hacia el timbre con sus risas y jadeos de ansiedad para ver a los abuelos. La puerta, si aún mi mamá viviera en mi casa, se mantendría abierta. El sol entra de frente por todas las ventanas y solamente en la noche se oculta para que las estrellas entren a dormir. A veces cambian de color y se ubican como un arco iris, detrás de la cabecera de mi cama. La casa nunca se ha inundado, ni le han caído tormentas, pero el agua se presenta constantemente como un grandioso protagonista y hace parte de los cuadros en mis ventanas cuando llueve. Las gotas son como teclas de piano en perfecta sincronía. Se pueden ver desde el sofá reclinable de la sala o desde la cama de la habitación. 

Las ventanas cuando se han abierto más de lo normal, han levantado los papeles, los pinceles, los lápices de colores y las escuadras que habitan mi taller. En una ocasión casi se lleva mi pelo, mi piel, mi ropa e incluso mi voz, pero reforcé los marcos de las ventanas con icopor y cinta industrial para que ni el frío se volviera a meter y no se  llevara el calor que habitaba en ella. 

Las paredes son blancas y diariamente hablan con la tipografía de mis pensamientos. La necesidad de rayarlas me hizo pintar un tablero gigante para que la tiza trazara mis nuevos propósitos. Los chazos han sostenido fotos, sombreros, guitarras, rombos, relojes, percheros y cuadros de tres generaciones. Hoy tienen plasmados los versículos de la Biblia que se camuflan entre los libros de novela y los libros de diseño de mi biblioteca. Son mis nuevos amigos. 

El ángulo recto es el director de arte de mis muebles, las repisas, el tapete de la sala y la mesa del comedor. La creatividad lidera el equipo de trabajo en cada rincón de la casa. Las lámparas tipo Pixar, los rincones viajeros, los manteles de picnic y la cocina vintage han servido tardes de café, cenas románticas, desayunos auténticos, almuerzos inesperados y noches de brindis hasta el amanecer. 

Cada esquina de mi casa está perfectamente renderizada en mi mente. Tengo un disco duro de recuerdos en cada cajón. Podría instalar nuevamente las canaletas de mis palabras, repetir los sueños de princesas y remodelar las noches de pasión. El techo de mi casa me ha protegido tres veces, cambiando su apariencia hasta hoy, que al fin se ha dejado modelar sólo por mí. Ha sostenido todo lo que mi universo creativo adapta para hacer a otros sonreír. 

Algunos globos que alguna vez perdieron el helio se escurrieron hasta al piso de madera, el que alguna vez fue un tapete y se llenó de visitas pasajeras por días, semanas, meses e incluso años. El suelo que me ha mantenido de pie, es lo mejor de mi casa. Un lugar para ir y venir, para soltar mis maletas y refugiarme en el calor de mi habitación. Ese espacio favorito lleno de amor, que calienta mi corazón y escucha a Dios cada noche, cuando le agradezco a mis padres por haberme dejado salir de casa, en su propia casa. 

Cierro mis ojos, me siento en casa, me aferro a las sábanas grises y digo en voz alta: "Alexa lights off".

 

*Escrito como ejercicio de la casa o la "no casa" de nuestras vidas, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Ou revoir Paris

“Nous sommes sur le point d'atterrir. Veuillez retourner à votre poste et attacher votre ceinture de sécurité”, anunció la asistente de vuelo por el altavoz. Once horas suspendida en el cielo y al fin Ana tocaría su destino soñado. 

Dos meses atrás, un hombre con ojos de mar y pelo de sol, la había invitado a la ciudad de la luz. Ella contaba los días como si deshojara los pétalos de una margarita. Jamás había salido de su país, jamás había viajado en avión y ahora todo se hacía realidad. Pero una semana antes del viaje, aquel hombre ahora tenía una mirada gris y su pelo había perdido el color. No contestaba sus llamadas, no respondía sus mensajes ni tampoco pronunciaba palabras. Afortunadamente el día del viaje la llamó solamente para confirmar la hora de encuentro en el aeropuerto. Ella, desconcertada por su silencio, horas después se encontró con él y con monosílabos subió al ave blanca que sabía la llevaría al cielo. Como todo un francés envuelto en su propio ego, la saludó, se sentó a su lado y durante 11 horas no salió  palabra alguna de su mudo y desabrido rostro. Pero ninguna de sus expresiones resecas, le quitarían la emoción de ese momento inolvidable a Ana.

No importaba el orgullo de él o que la hubiera ignorado durante todo el trayecto. El tiempo transcurrió lentamente y por fin desde la ventana del avión, el sol se asomó sobre su sonrisa y le puso a sus pies la luz de la ciudad. Su corazón palpitaba como el de una bebé recién nacida y su respiración parecía suspendida. Contenía su locura y contenía las lágrimas evitando avergonzarse por su emoción. 

Ana movía sus ojos como un pez veloz en el agua, tratando de encontrar desde la ventana, la princesa de hierro que se alzaba a más de trescientos metros. Entre los copos de nieve que se mezclaban a kilómetros de la tierra, sus ojos continuaban persiguiendo la cartografía, tratando de encontrar a su forma favorita… Era un baile de cisnes desde el cielo hasta la tierra. 

Mientras el hombre a su lado se desvanecía cada vez que transcurrían los minutos, por fin la sinfonía tocó la nota perfecta de ese pentagrama de edificios en la capital francesa. “Mírame… yo te haré feliz”. Esas fueron las palabras que ella escuchó en su cabeza del cisne de hierro negro. La torre soñada, se había declarado como la obra más importante de ese país soñado, de ese momento y de ese vuelo de once horas. Un viaje al lado de una sombra que no pronunció palabra alguna. Una conversación que jamás inicio y nunca terminó. 

Ese fue el viaje más extraño de dos mundos desconocidos. El vuelo más largo para él y más corto para ella. El quiebre de lo que ella imaginó que sería un romance en la ciudad de la luz y el mejor recuerdo y más extraño de su existencia. La torre Eiffel sería de ella. No sería de nadie más sino de ella. La sombra masculina desplegada en la silla de al lado, se desintegró como polvo.

Conocer París de esa manera, le permitió recorrer un país entero, sin miedo, sin idioma y sin dependencia. Respiró el aire frío de árboles sin hojas. Habló durante horas con los Campos Elíseos, recorrió los pinceles de las artes decorativas, se escabulló entre la revolución francesa y renació entre las calles de andenes angostos y puertas de madera. El vino fue su mejor beso y los canales del río Sena se grabaron en su memoria como el primer y mejor destino de su juventud. Una torre para una princesa, fue suficiente para sentir que algo de ella, se quedaría para siempre en ese lugar. Paris.


*Consigna día 1 para el 6to Mundial de escritura. Escribir a partir del "un país extraño". 

martes, 2 de noviembre de 2021

Las camas de la gitana

De ladrillo. Esa era la cama que alguna vez sostuvo con un par de ladrillos, porque las patas diagonales de su cama se partieron cuando saltaba de cama en cama con sus hermanas. Su padre amenazó con no volverla a arreglar si la rompía, así que durante varios meses tuvo que dormir sobre una cama sostenida por un par de ladrillos que en vez de dar pesar, le daban risa y le recordaban lo divertido de saltar.

Azul. Una cama universitaria. Para una persona. Amigos, visitas y sacada del nido de un camarote. Lo suficientemente baja para guardar los primeros secretos de amor y lo suficientemente alta para sentarse con las rodillas dobladas y los codos sobre las piernas. Un lugar para mirar por la ventana y ver la lluvia caer. Un lugar de espera, en un azul intenso que fue perdiendo el color. Fácil de tender, sin arrugas y de un sólo cojín. Así, como el número uno, sin pensarse para dos, pero anhelando serlo.

De sofá. Esa que se desplegó y siempre estuvo ahí. En la casa de otras personas que disfrutaron de su compañía. Negras, cafés, sleepings y pedazos de tela. De camas francas inolvidables. Entre el guayabo, los caldos de costilla y los dolores pomarrosos de cabeza. Una cama que adquiría las propiedades de cama por simplemente poner la cabeza sobre ella.

La de viento. Una hamaca perdida en San Agustín en medio de extranjeros que disfrutaban del calor, de la sal del mar, de la arena y los cangrejos que pasaban por debajo de ellas. Con tres décadas encima ella prometió no volver a tener una noche tan inesperada y tan fría como esa. Llevaba un año sin ver a su novio y no fue una noche romántica como ella esperaba. Fue una noche individual, en una hamaca fría, que golpeaba el viento y en vez de mecer, distraía. Una cama rodeada de extraños que susurraron durante toda la noche palabras que parecían mosquitos en olas de calor y sin agua. Una cama seca.

Matrimonial. Una cama para dos pero donde terminaron durmiendo tres. No era de ella, no fue pensada para ella. Al principio, la noche era el momento favorito del día. Dormir sobre una cama compartida desde sus 15 años, era el anhelo de su vida de princesa, pero se convirtieron en noches silenciosas, de preguntas mentales, de ojos cerrados intentando conciliar el sueño y minutos eternos esperando a que él llegara temprano para dormir a su lado. Una cama que se soñó para hacer una familia, de 3 o de 4, pero al final se convirtió en la cama que nunca llegaría. Una de todos los días. De la rutina que no sabía que dormía entre ellos, acomodada, sin alientos y aburrida. La de los besos no besados, la de las palabras no pronunciadas, las verdades ocultas, la de los silencios del corazón, la de las sábanas que no volvieron durante años a acariciarle la piel.

El desierto. Una cama enorme. Elegida porque tal vez un bebé haría parte de ella. Perfecta para jugar un partido de tenis e incluso hacer un picnic.  Habitada solamente por ella, casi sin estrenar, la más fría de toda su vida, vacía y con silencios prolongados. Así durmió durante varias noches, inundada entre lágrimas y preguntando al techo por qué no tenía las respuestas. Aunque finalmente encontró el amor mirando hacia arriba, ahora el frío era quien acompañaba sus piernas. Era la caja de cristal de un estado de coma.

La gris. Una cama llena de color. Armada entre dos. Pensada para soñar, para despertar entre sábanas y almohadas grises. Con una colcha de líneas blancas y temperaturas equilibradas noche tras noche. La cama que volvió con los besos, los abrazos, las risas, las carcajadas, los gemidos, las medias y sin duda el calor de las piernas. Una cama donde las lágrimas salieron por volver a los regalos debajo de la almohada, a la ilusión de sentir que alguien quería compartir con ella una cama. 

La cama es el lugar favorito de esa gitana. Es la playa para cerrar los ojos, sentir que habrá un despertar, que el mañana siempre traerá esas plumas en las que se hunde y puede soñar. A veces el ruido de las palabras no pronunciadas quieren salirse por su boca, pero ella intenta atraparlos para repetirse cada noche que puede escribir en vez de hablar. Que mañana será un nuevo despertar, en el que tendrá la satisfacción de haber entregado esas miles de preguntas de sus camas al universo. Él será el único que tendrá las respuestas completas, para saber que los secretos de sus almohadas, serán los motivos suficientes para su propósito en la vida: amar. 



*Consigna día 1 para el 6to Mundial de escritura. Escribir a partir del objeto de "la cama".