De ladrillo. Esa era la cama que alguna vez sostuvo con un par de ladrillos, porque las patas diagonales de su cama se partieron cuando saltaba de cama en cama con sus hermanas. Su padre amenazó con no volverla a arreglar si la rompía, así que durante varios meses tuvo que dormir sobre una cama sostenida por un par de ladrillos que en vez de dar pesar, le daban risa y le recordaban lo divertido de saltar.
Azul. Una cama universitaria. Para una persona. Amigos, visitas y sacada del nido de un camarote. Lo suficientemente baja para guardar los primeros secretos de amor y lo suficientemente alta para sentarse con las rodillas dobladas y los codos sobre las piernas. Un lugar para mirar por la ventana y ver la lluvia caer. Un lugar de espera, en un azul intenso que fue perdiendo el color. Fácil de tender, sin arrugas y de un sólo cojín. Así, como el número uno, sin pensarse para dos, pero anhelando serlo.
De sofá. Esa que se desplegó y siempre estuvo ahí. En la casa de otras personas que disfrutaron de su compañía. Negras, cafés, sleepings y pedazos de tela. De camas francas inolvidables. Entre el guayabo, los caldos de costilla y los dolores pomarrosos de cabeza. Una cama que adquiría las propiedades de cama por simplemente poner la cabeza sobre ella.
La de viento. Una hamaca perdida en San Agustín en medio de extranjeros que disfrutaban del calor, de la sal del mar, de la arena y los cangrejos que pasaban por debajo de ellas. Con tres décadas encima ella prometió no volver a tener una noche tan inesperada y tan fría como esa. Llevaba un año sin ver a su novio y no fue una noche romántica como ella esperaba. Fue una noche individual, en una hamaca fría, que golpeaba el viento y en vez de mecer, distraía. Una cama rodeada de extraños que susurraron durante toda la noche palabras que parecían mosquitos en olas de calor y sin agua. Una cama seca.
Matrimonial. Una cama para dos pero donde terminaron durmiendo tres. No era de ella, no fue pensada para ella. Al principio, la noche era el momento favorito del día. Dormir sobre una cama compartida desde sus 15 años, era el anhelo de su vida de princesa, pero se convirtieron en noches silenciosas, de preguntas mentales, de ojos cerrados intentando conciliar el sueño y minutos eternos esperando a que él llegara temprano para dormir a su lado. Una cama que se soñó para hacer una familia, de 3 o de 4, pero al final se convirtió en la cama que nunca llegaría. Una de todos los días. De la rutina que no sabía que dormía entre ellos, acomodada, sin alientos y aburrida. La de los besos no besados, la de las palabras no pronunciadas, las verdades ocultas, la de los silencios del corazón, la de las sábanas que no volvieron durante años a acariciarle la piel.
El desierto. Una cama enorme. Elegida porque tal vez un bebé haría parte de ella. Perfecta para jugar un partido de tenis e incluso hacer un picnic. Habitada solamente por ella, casi sin estrenar, la más fría de toda su vida, vacía y con silencios prolongados. Así durmió durante varias noches, inundada entre lágrimas y preguntando al techo por qué no tenía las respuestas. Aunque finalmente encontró el amor mirando hacia arriba, ahora el frío era quien acompañaba sus piernas. Era la caja de cristal de un estado de coma.
La gris. Una cama llena de color. Armada entre dos. Pensada para soñar, para despertar entre sábanas y almohadas grises. Con una colcha de líneas blancas y temperaturas equilibradas noche tras noche. La cama que volvió con los besos, los abrazos, las risas, las carcajadas, los gemidos, las medias y sin duda el calor de las piernas. Una cama donde las lágrimas salieron por volver a los regalos debajo de la almohada, a la ilusión de sentir que alguien quería compartir con ella una cama.
La cama es el lugar favorito de esa gitana. Es la playa para cerrar los ojos, sentir que habrá un despertar, que el mañana siempre traerá esas plumas en las que se hunde y puede soñar. A veces el ruido de las palabras no pronunciadas quieren salirse por su boca, pero ella intenta atraparlos para repetirse cada noche que puede escribir en vez de hablar. Que mañana será un nuevo despertar, en el que tendrá la satisfacción de haber entregado esas miles de preguntas de sus camas al universo. Él será el único que tendrá las respuestas completas, para saber que los secretos de sus almohadas, serán los motivos suficientes para su propósito en la vida: amar.
*Consigna día 1 para el 6to Mundial de escritura. Escribir a partir del objeto de "la cama".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario