viernes, 26 de noviembre de 2021

Alexa, lights off

Salir de casa no es cruzar la puerta. Es cortar el cordón umbilical para buscar un nuevo lugar donde habitar. Si la definición fuera salir de casa al cruzar la puerta, entonces aún no he salido de casa.  

Para llegar a la puerta, un eco de voces se escuchan indefinidos en el corredor, como cuando mis sobrinos corrían hacia el timbre con sus risas y jadeos de ansiedad para ver a los abuelos. La puerta, si aún mi mamá viviera en mi casa, se mantendría abierta. El sol entra de frente por todas las ventanas y solamente en la noche se oculta para que las estrellas entren a dormir. A veces cambian de color y se ubican como un arco iris, detrás de la cabecera de mi cama. La casa nunca se ha inundado, ni le han caído tormentas, pero el agua se presenta constantemente como un grandioso protagonista y hace parte de los cuadros en mis ventanas cuando llueve. Las gotas son como teclas de piano en perfecta sincronía. Se pueden ver desde el sofá reclinable de la sala o desde la cama de la habitación. 

Las ventanas cuando se han abierto más de lo normal, han levantado los papeles, los pinceles, los lápices de colores y las escuadras que habitan mi taller. En una ocasión casi se lleva mi pelo, mi piel, mi ropa e incluso mi voz, pero reforcé los marcos de las ventanas con icopor y cinta industrial para que ni el frío se volviera a meter y no se  llevara el calor que habitaba en ella. 

Las paredes son blancas y diariamente hablan con la tipografía de mis pensamientos. La necesidad de rayarlas me hizo pintar un tablero gigante para que la tiza trazara mis nuevos propósitos. Los chazos han sostenido fotos, sombreros, guitarras, rombos, relojes, percheros y cuadros de tres generaciones. Hoy tienen plasmados los versículos de la Biblia que se camuflan entre los libros de novela y los libros de diseño de mi biblioteca. Son mis nuevos amigos. 

El ángulo recto es el director de arte de mis muebles, las repisas, el tapete de la sala y la mesa del comedor. La creatividad lidera el equipo de trabajo en cada rincón de la casa. Las lámparas tipo Pixar, los rincones viajeros, los manteles de picnic y la cocina vintage han servido tardes de café, cenas románticas, desayunos auténticos, almuerzos inesperados y noches de brindis hasta el amanecer. 

Cada esquina de mi casa está perfectamente renderizada en mi mente. Tengo un disco duro de recuerdos en cada cajón. Podría instalar nuevamente las canaletas de mis palabras, repetir los sueños de princesas y remodelar las noches de pasión. El techo de mi casa me ha protegido tres veces, cambiando su apariencia hasta hoy, que al fin se ha dejado modelar sólo por mí. Ha sostenido todo lo que mi universo creativo adapta para hacer a otros sonreír. 

Algunos globos que alguna vez perdieron el helio se escurrieron hasta al piso de madera, el que alguna vez fue un tapete y se llenó de visitas pasajeras por días, semanas, meses e incluso años. El suelo que me ha mantenido de pie, es lo mejor de mi casa. Un lugar para ir y venir, para soltar mis maletas y refugiarme en el calor de mi habitación. Ese espacio favorito lleno de amor, que calienta mi corazón y escucha a Dios cada noche, cuando le agradezco a mis padres por haberme dejado salir de casa, en su propia casa. 

Cierro mis ojos, me siento en casa, me aferro a las sábanas grises y digo en voz alta: "Alexa lights off".

 

*Escrito como ejercicio de la casa o la "no casa" de nuestras vidas, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

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