Aunque entendía su idioma, la primera palabra que salió de su boca, fue enredada y confusa. Yo lo veía mover su cara de pescado y el aire entrando y saliendo por sus branquias a los lados del cuello. Era blanco, parecía del océano atlántico y alcancé a pensar que era un róbalo, se veía saludable y no parecía amargo. No tenía aún el olor putrefacto del mar cuando los peces están cenándose a otros y sentí que podía pasar nadando cerca a él, por el arrecife y sin ningún problema. Pero el sol se asomó lentamente y el pez empezó a cambiar de color. Ahora no sólo tenía un tono verdoso como si estuviera impregnado de contaminación, sino que una baba de moho de mar salía de su boca. Yo llevaba mi pelo suelto, pocos accesorios y nada que distrajera la mirada de ese vertebrado. Por primera vez no me preocupé y así mismo, por primera vez y sin darme cuenta, terminé devorada dentro de su esófago casi hasta el intestino. Mientras él me preguntaba en su idioma enredado de mar por mi lugar de procedencia, mi trabajo, mi relación, mis ingresos y mi maleta, yo me imaginaba que en cualquier momento un carnicero acabaría con mi cabeza. “¿Trae comida en su maleta?”, le contesté con la verdad. -Si. Y una sonrisa se desplomó en sus papilas gustativas como si yo fuera el desayuno de su mañana.
Ahora sí el sol empezó a hacerme expulsar mis feromonas de temor infundado. No entendía mi angustia, pero sus aletas rozaron mi cara y comencé a sudar. Como si me hubiera tomado de la mano, me llevó por un corredor hasta el fondo del arrecife. Mientras nadábamos por entre las algas, me di cuenta que él hablaba perfectamente mi idioma. En ese momento deseé que un pescador lo hubiera dejado a mitad del océano, chorreando sangre y moviéndose de lado a lado mientras lo insertaba en un balde cubano de vuelta a su ciudad natal. Pero no, él tenía el poder del mar y su tarea de untarme de su olor putrefacto, hasta ahora empezaba. Me dejó con uno de sus amigos, un pulpo negro. Sonriente, amable, de ojos saltones y actitud empática. Tomó sutilmente mi maleta y a pesar de haber escaneado mis veinte kilos de comodidades, la abrió como si me estuviera quitando la ropa. Afortunadamente solamente la miró, la rodeó y descartó una de esas posibilidades de no poder pasar que yo había visto en esos programas de televisión "Alerta aeropuerto".
Yo no sabía hasta dónde debía nadar, si ya había llegado al fondo o si podía volver a la superficie. Continué por ese enredo de algas que acariciaban mi maleta y llegué al borde del abismo. Al otro lado de él se veía un fondo oscuro de una bahía estancada que no quería ver. Siempre le he temido a las alturas y esta vez no era la excepción. Con un dorso verdoso, casi negro y su vientre blanco como la nieve, apareció una anguila de dos metros. Como si hubiera perdido la vista, decía mi nombre en voz alta y nuevamente inició con su interrogatorio como el primer róbalo que casi me corta con sus escamas. En cámara lenta llegó a mi cara su aliento a acuario podrido. Yo sabía que no podía gesticular ni hacer ningún movimiento que exasperara aún más su hambre carnívora. Le vi sus ganas de comerme con un chasquido, como si fuera un insecto o un gusano. No era mi sabor lo que quería, era su placer de dejarme marcas rojas en mi piel para producirme el dolor profundo de no pertenecer a su arrecife. Se tomó un copa de vino, se limpió los dientes con la lengua, chupó mis huesos y cuando vio que no podía acabar con mi cabeza, repitió su mirada inquisidora y finalmente me dejó pasar.
Ese gesto mucoso que salió de su pelo amarillento y sus ojos cristalinos, me hicieron devolver el paso a la superficie. Por poco pierdo mis alientos y estuve a punto de llorar. Quise ser un pez sin identidad, sin sabor, un caballito de mar que no dejara ver mi sexo, mi género y mi vida en el mar.
*Escrito como ejercicio de texto contado o intervenido de juego o antijuego inventado o existente. Posiblemente inocente a perverso., asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro de la asignatura Escritores Experimentales Latinoamericanos - Maestría en Escrituras Creativas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario