lunes, 18 de abril de 2022

Hasta que mi aliento se integre con tus rayos de luz

Eärendel, my love...

Te puedo sentir y a veces creo que te puedo ver. En las noches iluminas la oscuridad de mi balcón con tus cuerdas de luz y entras como si pudieras sentarte en la silla vacía que dejaste al lado mío. También me gusta que entres a mi habitación, así, sin permiso, como desde el primer día que entraste a mi vida. A veces cuando hay luna llena, no puedo verte, pero no me importa porque sé que estás en alguna parte, escondida, con tus esferas y con la luz apagada. Estoy buscando en el libro que me dejaste algún mapa para encontrarte, pero nunca me entregaste las instrucciones completas de uso y manejo. Aún así, lo sigo guardando todas las noches entre mi cajón.

Me han dicho que estás suspendida en el espacio y que es imposible que te lleguen mis cartas, pero yo sigo haciendo mil intentos de enviarlas porque sé que en algún momento me contestarás y a tu manera. Por algo eres la más especial de las estrellas y me tocó a mí esa bendición de haberte encontrado. Algunas personas me preguntan si estoy esperando que tus respuestas me lleguen por debajo de la puerta en algún sobre de Amazon, pero cuando intento explicarles, simplemente no lo entienden y me dicen que estoy loco. 

Cada vez tengo más canas y supongo que eres tú quien las estás pintando en las noches mientras duermo. Esos momentos con Morfeo son muy silenciosos, pero así duermo mejor. Yo creo que tú debes estar haciendo algo en el lugar que estás escondida porque ni siquiera el sonido de la lluvia en la ventana me despierta. 

Hace poco anunciaron una tormenta de estrellas, así que viajé hasta allá para verlas pero todas eran muy pequeñas. Me dijeron que por tu tamaño sería más fácil buscarte en los destellos de luz encima del mar. Así que en los próximos años saldré al espacio a buscarte; posiblemente tardaré millones de años en encontrarte, pero me estoy preparando para eso. Llevo todo lo necesario para medir una a una las estrellas suspendidas en el cielo. He buscado en tus registros si eres de primera o segunda generación porque así sería más fácil elegir el camino correcto, pero esperemos que el telescopio de James me dé el dato en los próximos millones de años. 

Por ahora seguiré esperándote todas las noches hasta que mi aliento se integre con tus rayos de luz y de esa manera tendré las fuerzas suficientes para salir a buscarte. Te prometo que cuando te encuentre, te sentirás orgullosa de mí. Para ese momento seguramente ya habré entendido el propósito del libro, el significado de tus esferas y las cuerdas de luz que me dejas colgando todas las noches en el balcón. 


*Escrito como ejercicio del mensaje para Eärendel, la estrella más lejana hasta ahora descubierta, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro de la asignatura Escritores Experimentales Latinoamericanos - Maestría en Escrituras Creativas.

lunes, 4 de abril de 2022

Quisiera ser Helvética

Quisiera ser Helvética, así sería negra y blanca a la vez. Podría estar de pie en cualquier acera y el largo de mis piernas se confundirían con la simetría de las cebras del asfalto. Pasaría desapercibida, no sería ni un hombre ni una mujer. Soy una M mayúscula, pero quisiera ser como la M de la Helvética, con los pies firmes y apoyados sobre tacos de madera que sostienen al atleta en una carrera. Una de sus rodillas apunta hacia la meta y la otra sobre el asfalto me recuerda la importancia de bajar la cabeza y la importancia de la humildad. Aunque mi pelo está lleno de cotas hay quienes creen que son serifas. Me desgastan esas miradas inquisidoras que parecen cajas tipográficas queriéndome encasillar dentro de una Arial o una Futura. Quisiera caminar por cualquier parte del mundo sin que a la gente le importe si mis oídos están escuchando el álbum del 1987 de Michael Jackson o el de Massive Attack de 1991, al fin y al cabo ambos llevan el ritmo de la Helvética. ¿Qué tan relevante podría ser volar con American Airlines o con Luftansa?. ¿Acaso no son más importantes los pasos que los destinos?. No deberían existir diferencias entre los cafés de Nestlé que sirven en primera clase o los que sirven en recipientes de plástico para los de última silla. Si fuera Helvética podría subirme al metro y me dedicaría a atravesar ciudades como Tokio, Boston, México o Manhatan. Sería ideal que nadie se fijara en mi raza cuando atravieso sus vísceras subterráneas o elevadas en un transporte que finalmente es colectivo y el fin es llevarnos a todos en la misma dirección. 

Siendo Helvética podría seguir siendo urbana, de los postes y las calles nocturnas. De los carteles de películas clásicas en un teatro bohemio del centro de cualquier ciudad. Podría ser una señal de tránsito que ayude a quien necesita cruzar o de las que alertan a los bañistas en la playa de los tiburones. Aunque algún día quisiera ser parte del titular de The Guardian, me gustaría que fuera con lo mejor de mi Helvética: Un libro lleno de historias que nos hagan olvidar si somos autores o autoras latinoamericanas blancas o negras. Quisiera que la gente que nunca ha visto una mujer negra como yo, lo hiciera sin sorprenderse de mi color casi azul. Que mirara mis pestañas oscureciendo mis párpados como sombras de alguien que no quiere ser juzgada, simplemente son las tildes de mis ojos. Que pensara que de mi lengua morada sale la sabiduría o el canto de negra inigualable hecho por la unión de mis palabras. Quisiera que la gente dejara de mirar mi trasero como un melón tenso de una B mayúscula y en vez de eso observara la persistencia de una atleta que ha fortalecido sus músculos sin ninguna vanidad absurda. Quisiera ser una Helvética puramente leída por el valor de sus palabras y no solamente por la forma estética construida por una sociedad que no nos deja identificar la verdadera esencia del ser humano.


*Escrito como ejercicio escrito sobre "raza" a partir de verme en el espejo o en una fotografía, inspirados en la lectura y diálogo sobre "El origen de los otros" de la Nobel Toni Morrison, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro de la asignatura Escritores Experimentales Latinoamericanos de la Maestría en Escrituras Creativas.

Alerta aeropuerto

Aunque entendía su idioma, la primera palabra que salió de su boca, fue enredada y confusa. Yo lo veía mover su cara de pescado y el aire entrando y saliendo por sus branquias a los lados del cuello. Era blanco, parecía del océano atlántico y alcancé a pensar que era un róbalo, se veía saludable y no parecía amargo. No tenía aún el olor putrefacto del mar cuando los peces están cenándose a otros y sentí que podía pasar nadando cerca a él, por el arrecife y sin ningún problema. Pero el sol se asomó lentamente y el pez empezó a cambiar de color. Ahora no sólo tenía un tono verdoso como si estuviera impregnado de contaminación, sino que una baba de moho de mar salía de su boca. Yo llevaba mi pelo suelto, pocos accesorios y nada que distrajera la mirada de ese vertebrado. Por primera vez no me preocupé y así mismo, por primera vez y sin darme cuenta, terminé devorada dentro de su esófago casi hasta el intestino. Mientras él me preguntaba en su idioma enredado de mar por mi lugar de procedencia, mi trabajo, mi relación, mis ingresos y mi maleta, yo me imaginaba que en cualquier momento un carnicero acabaría con mi cabeza. “¿Trae comida en su maleta?”, le contesté con la verdad. -Si. Y una sonrisa se desplomó en sus papilas gustativas como si yo fuera el desayuno de su mañana.

Ahora sí el sol empezó a hacerme expulsar mis feromonas de temor infundado. No entendía mi angustia, pero sus aletas rozaron mi cara y comencé a sudar. Como si me hubiera tomado de la mano, me llevó por un corredor hasta el fondo del arrecife. Mientras nadábamos por entre las algas, me di cuenta que él hablaba perfectamente mi idioma. En ese momento deseé que un pescador lo hubiera dejado a mitad del océano, chorreando sangre y moviéndose de lado a lado mientras lo insertaba en un balde cubano de vuelta a su ciudad natal. Pero no, él tenía el poder del mar y su tarea de untarme de su olor putrefacto, hasta ahora empezaba. Me dejó con uno de sus amigos, un pulpo negro. Sonriente, amable, de ojos saltones y actitud empática. Tomó sutilmente mi maleta y a pesar de haber escaneado mis veinte kilos de comodidades, la abrió como si me estuviera quitando la ropa. Afortunadamente solamente la miró, la rodeó y descartó una de esas posibilidades de no poder pasar que yo había visto en esos programas de televisión "Alerta aeropuerto".

Yo no sabía hasta dónde debía nadar, si ya había llegado al fondo o si podía volver a la superficie. Continué por ese enredo de algas que acariciaban mi maleta y llegué al borde del abismo. Al otro lado de él se veía un fondo oscuro de una bahía estancada que no quería ver. Siempre le he temido a las alturas y esta vez no era la excepción. Con un dorso verdoso, casi negro  y su vientre blanco como la nieve, apareció una anguila de dos metros. Como si hubiera perdido la vista, decía mi nombre en voz alta y nuevamente inició con su interrogatorio como el primer róbalo que casi me corta con sus escamas. En cámara lenta llegó a mi cara su aliento a acuario podrido. Yo sabía que no podía gesticular ni hacer ningún movimiento que exasperara aún más su hambre carnívora. Le vi sus ganas de comerme con un chasquido, como si fuera un insecto o un gusano. No era mi sabor lo que quería, era su placer de dejarme marcas rojas en mi piel para producirme el dolor profundo de no pertenecer a su arrecife. Se tomó un copa de vino, se limpió los dientes con la lengua, chupó mis huesos y cuando vio que no podía acabar con mi cabeza, repitió su mirada inquisidora y finalmente me dejó pasar.

Ese gesto mucoso que salió de su pelo amarillento y sus ojos cristalinos, me hicieron devolver el paso a la superficie. Por poco pierdo mis alientos y estuve a punto de llorar. Quise ser un pez sin identidad, sin sabor, un caballito de mar que no dejara ver mi sexo, mi género y mi vida en el mar.


*Escrito como ejercicio de texto contado o intervenido de juego o antijuego inventado o existente. Posiblemente inocente a perverso., asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro de la asignatura Escritores Experimentales Latinoamericanos - Maestría en Escrituras Creativas.

sábado, 19 de marzo de 2022

No es San José

Ojo, no es San José, es José.

Así le pusieron sus papás católicos, supongo que era porque creían mucho en la historia, en la Biblia y en Dios. Sus hermanos dicen que de santo no tiene mucho. Si su mamá estuviera en la tierra, diría lo contrario y tal vez defendería a su José como seguramente lo haría cualquier mamá con su hijo. Yo creo que las hadas madrinas sí existen y por eso los nombres parecen pinceladas de virtudes que se sellan con agua bendita. Realmente ese nombre se lo pusieron en una ceremonia religiosa para que tuviera el mismo nombre de un hombre maravilloso como su papá: "José". 

No es San José, pero ese hijo de Manuel José ha sido un orgullo para su familia. Trabajador, persistente, talentoso y un artesano con sus manos. Lo he visto ser justo y noble. Ser leal y coherente. Niega su edad, nunca la dice y es mejor no hablar de eso. Algunas personas se atreven a llamarlo viejo pero así como en la iconografía paleocristiana, dicen que es un hombre joven y que "de viejo" no tiene nada. Yo cada vez que lo veo digo que es como un niño y está lleno de vida. Lo he visto emigrar, trabajar luchar y contemplar el silencio. 

No es San José, pero sin proponérselo, ha asumido un rol de consejero lleno de esas acciones como las que describen Mateo o Lucas. Sus amigos y familia, inconscientemente recurren a él porque creen en su criterio. Le hacen preguntas y él siempre contesta con otras preguntas, es un buen escucha y entre todas sus reflexiones ayuda a que otros tomen buenas decisiones. Esas que salen de la razón y el corazón. No impone y confía en que si sus palabras vienen cargadas de verbos sensatos, hace correctamente su labor de ser un buen José para sus amigos y su familia. Su don sin duda, es el don de la palabra.

No es San José, pero me gusta que se llame José. 

Ese José de mi universo y posiblemente de mi imaginación, es leal, honesto, humilde y sobre todo sencillo. Es un niño, es un hombre, es un buen ser humano, buen amigo, buena pareja y le hace bien a mi vida. No tengo amigos terrenales que se llamen Mateo, Lucas, Marcos o Juan. Pero seguramente si los tuviera, se burlarían de mi asociación metafórica de un ser humano lleno de defectos con un Santo que claramente no existe ni pretendo que exista en el mundo terrenal. Aún así, el man de arriba me escuchó cuando le dije que quería un José.

Aunque en esta tierra no existen "San Josés" como de los que hablan mis amigos espirituales Mateo, Marcos, Juan o Lucas, todas las mujeres queremos creer que sí pueden existir y que tenerlos cerquita nos hace mejores personas. Hoy nos inventamos un día para agradecer por la existencia de esos hombres sencillos que saben dar abrazos, escuchar, reír y llorar. Esos buenos hombres por los que vale la pena escribir, viajar, cuidar, soñar y amar.

Feliz día del hombre mi José, gracias por existir y hacerme sonreír.

miércoles, 9 de febrero de 2022

¿Cuándo se jodió Vargas Llosa?

Era octubre. La cita empezó a las once de la mañana, con un café, una pantalla de computador y un cuaderno de apuntes. Escribí en mayúscula el nombre de la clase y la encerré con un marcador de color azul para diferenciar fácilmente los apuntes de hojas llenas de anotaciones importantes sobre la escritura. “El cartón de la maestría se llama disciplina lectora, disciplina escritora” afirmó el escritor, periodista y profesor de la clase. Me acomodé en la silla con algo de preocupación por el énfasis en esa afirmación que requería un alto nivel de compromiso de mi parte pero seguí escuchando atenta. La clase continuó con la definición del autor a tratar, que sin duda estaba alineado con los principios de la asignatura y sorpresivamente aumentaron mis expectativas cuando el profesor mencionó que estudiaríamos la obra de Mario Vargas Llosa. Fue así como iniciamos un transcurso de profundos análisis sobre algunos de sus libros, ensayos y entrevistas. 

En ese recorrido empecé a descubrir a un autor cargado de voces latinoamericanas que me llenaron de un montón de dudas y preguntas. ¿Cómo un escritor despierta un interés desde tan joven y tan profundo sobre ambientes políticos, clases sociales, diferencias económicas y comportamientos humanos? ¿Podría yo como “joven novelista” encontrar respuestas en un autor que al parecer no evidenciaba en su obra la intención de contestar preguntas sobre mis intereses como escritora?. Pensé que necesitaría una respuesta del autor que me explicara por qué entre más me adentraba en sus historias, más me desconectaba de su humanidad. Tal vez entre líneas más adelante lo encontraría.

Mario Vargas Llosa considerado uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, reconocido por numerosos e importantes premios como el destacado Nobel de Literatura 2010, enfatizaba constantemente sus posturas políticas en su obra y se cargaba de un veneno constante de los comportamientos humanos convertidos en animales que cortaban de manera radical mi diálogo con él como persona y como escritor. Tuve la oportunidad de analizar su recorrido desde su ciudad natal donde parecía untar sus manos con la sangre de las dictaduras, la podredumbre de los ambientes militares, rodeados de corrupción y manipulación, hasta los lugares más recónditos de selvas humanas que como caníbales se iban destruyendo unos a otros a partir de diferencias en pensamientos políticos y religiosos. Debo reconocer que en varios momentos me agoté por la manera como relacionó su país con mujeres ganosas que prostituían sus vidas y se contagiaban de frustración. Aunque esa era su intención, era inevitable no ponerle una cara militar a “Los inconquistables que entraron como siempre: abriendo la puerta de un patadón y cantando el himno: eran los inconquistables, que no sabían trabajar, sólo chupar, sólo timbear, eran los inconquistables y ahora iban a culear”1

Tal vez su formación y trabajo periodístico permeó de manera tan profunda, que la posibilidad de poder acceder a la información de las calles y su propia decadencia, de los militares y la corrupción, del gobierno y sus incoherentes leyes, le dieron material suficiente para crear historias que serían un motivo de controversia. Por lo menos conmigo ya tenía una fuerte discusión. En ese momento empecé a ver al autor caer en su propio juego de envidiar el poder y tener la última palabra, y lo vi prostituido en el facilismo del escándalo social con su narrativa tan cruda y contundente. Desacredité por primera vez su obra, reconociendo que la humanidad necesita un morbo constante de nuestro comportamiento, pero que ya era suficiente con las noticias y lo que veo a mi alrededor para tener ahora que leerlo de alguna manera, condicionada en una clase de maestría. Afirmé en mi mente que el autor colgaba la ropa sucia de un país, en las cuerdas del frente de su casa para que las personas sintieran el hedor y así tuvieran razones para hablar de ella, de la ropa sucia de la casa. No importaba qué dijeran, lo importante era que hablaran.

Intentando desconectarme de las percepciones personales y tratando de abarcar su narrativa, me adentré en los ejercicios propuestos por el profesor y descubrí en mi escritura, que realmente era un reto sacar la ropa sucia para entender la intención del autor. Pero nuevamente me resistí a entender su éxito cuando tocó las fibras más sensibles de mi lectura: las afirmaciones sobre la existencia de Dios. Sabiendo que el autor estudiaba detalladamente los contextos históricos, políticos y religiosos, me seguía sorprendiendo con su ironía el lenguaje que utilizaba para hablar de la moral, la razón y el universo espiritual. Nuevamente dejé de ver la obra en su estructura y me centré en la pregunta constante que me repito cuando leo a un autor con el que no comparto algunas de sus afirmaciones: ¿Qué tiene en el corazón o en la mente Mario Vargas Llosa, que no le permite sembrar en el lector algo que no esté cargado de tanto odio y de dolor? Fue entonces cuando empecé a recrear un tablero de fotos conectadas con hilos sobre una pared para lograr entenderlo. Entendí que Vargas Llosa necesita ver para creer, supongo que por eso se hace llamar agnóstico. Y en ese momento me hice la misma pregunta que él le hizo a la vida: ¿Cuándo se jodió el Perú? 2 o mejor… ¿Cuándo se jodió Vargas Llosa?. 

“Lo peor era tener dudas y lo maravilloso poder cerrar los ojos y decir Dios existe, o Dios no existe, y creerlo.”3  Sin duda en ese momento pensé que esa frase descrita en su libro “Conversación en la catedral”, era la muestra de la pelea interna que él tenía con el único que podía quitarle su lugar. Un Dios en el que muchos creen e idolatran de manera desmesurada y claramente él no iba a alcanzar. Pero como es él, rebelde, persuasivo y con el deseo de querer más, hizo una jugada maestra para obtener ese poder que tanto criticaba y pensé que esa sería la razón por la que decidió lanzarse a la política como candidato presidencial. ¿Qué más que tener el poder al que tanto mencionaba, enfatizaba, describía e idolatraba irónicamente en su obra, siendo presidente de un país que veía lleno de lepra?. Esa sería una batalla ganada que ningún escritor podría superar. Nadie sabía tanto de política como él. Ni siquiera sus escritores rivales que aunque parecía admirar como Gabriel García Márquez y que sutilmente intentó desprestigiar al considerar que la ficción que él fabricaba, suplantaba en cierto sentido el poder de Dios, podría bajarlo de ese pedestal. Pero como el don y la virtud de Vargas Llosa es ser escritor y no una figura política, me hizo creer que por esa razón perdió las elecciones y nuevamente le tocó volver a su escritura y a centrarse en su obra. 

En 1993 escribió su autobiografía “El pez en el agua” que seguí viendo como una oda a su egocentrismo. Personajes como El Tío Lucho descrito como si fuera un patrón y la rigurosidad de su padre, me hacían creer que mientras siguiera compitiendo con esa sed de superioridad como escritor, definitivamente yo no me iba a conectar realmente con él como ser humano ni como persona. Pero analizando detalladamente su niñez sin su padre biológico, la pérdida de su inocencia luego de pasar por la Academia Militar Leoncio Prado en 1950 y el cariño de su madre y su familia, descubrí que realmente lo que el autor hizo con “La guerra del fin del mundo” no fue cuestionar los principios religiosos, sino expresar su frustración por ser reconocido. Describió parte de la condición humana por la incomprensión de marginados en la sociedad, que deseaban recuperar la dignidad y la visibilidad como personas comunes y corrientes. Logró rescatar la capacidad que tenemos para adaptarnos a situaciones difíciles y reconoció que tenemos la Fe suficiente para superarlos. Haber entendido que su motivación venía de un ejercicio periodístico que lo apasionaba y al mismo tiempo lo lastimaba, lo había llevado a contar la historia social y política de su país y de Latinoamérica de la manera más real posible. Entendí su dolor. Aunque sin duda el ego seguía permaneciendo entre sus líneas (porque no entraré en discusión con su manera impecable de narrar) y luego de leer “Cartas a un joven novelista”, la imagen que tenía de un escritor que buscaba la adulación, se desbarató en mi mente como un castillo de naipes. La solidez con la que declaraba mi incompatibilidad de pensamiento con Mario Vargas Llosa se esfumó al leer algunas de sus citas que más me sorprendieron: “El juego de la literatura no es inocuo. Producto de una insatisfacción íntima contra la vida tal como es, la ficción es también fuente de malestar e insatisfacción”. 4  

Sin querer, yo me había convertido en uno de esos militares o políticos que tanto desprecié en algunas de sus obras. Era yo la que estaba jodida, no era Mario Vargas Llosa.  Me había untado del mismo poder leproso al destruir sus escritos solamente por no dejarlo ser libre como escritor, de juzgarlo por sus creencias religiosas. “Bajo su apariencia inofensiva, inventar ficciones es una manera de ejercer la libertad y de querellarse contra los que –religiosos o laicos- quisieran abolirla”.5 Sin duda el poder de sus palabras ficticias estaba tan bien escrito, que me hacía creer que sus historias eran completamente reales. Ese es, fue y sigue siendo el gran don de Mario Vargas Llosa. 

“Si las palabras y el orden de una novela son eficientes, adecuados a la historia que ella pretende hacer persuasiva a los lectores, quiere que decir que hay en su texto un ajuste tan perfecto […] que el lector […] quedará tan sugestionado y absorbido por lo que ella cuenta que olvidará por completo la manera como se lo cuenta, y tendrá la sensación que ella carece de técnica […]. Ése es el gran triunfo de la técnica novelesca: alcanzar la invisibilidad”.6 

Gracias a este ejercicio, al profesor Nelson Fredy Padilla y a mi discusión con Mario Vargas Llosa, pude entender la obra de un Nóbel de literatura, que como él afirmó: “no estaba esperando ese reconocimiento”, pero sin duda es merecedor por su incansable y permanente publicación de sus escritos llenos de tanta historia, imaginación y cuestionamientos sociales año tras año. Demuestra que su capacidad de alcance narrativo es producto de horas de esfuerzo, estudio, riesgo, voluntad, terquedad, esfuerzo y sobre todo disciplina. Los anhelos de un escritor no deben ser juzgados, porque ahí nacen las expresiones más profundas; no importa sin son insatisfacciones o sueños, simplemente son ficciones que motivan a jóvenes novelistas que necesitan expresión y libertad. 

Como Vargas Llosa afirmó: me llevo todo lo que dijo en su carta tratando de “olvidarlo”, pero me quedo con la mejor tarea de esta clase de Grandes Escritores del Siglo XX descrita en su libro Cartas a un joven novelista: “La tarea creativa consiste en la transformación de aquel material suministrado al novelista por su propia memoria en ese mundo objetivo, hecho de palabras, que es una novela”.7  


* Ensayo para la clase de Grandes Autores del Siglo XX  de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia.


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1 La Casa Verde
2-3 Conversación en la Catedral
4-7 Cartas a un joven novelista


lunes, 24 de enero de 2022

El último pucho


Afortunadamente el toque había terminado, no había estado tan bueno como los otros martes. El bar iba a cerrar, Vannesa estaba cansada y por lo visto, iría sola a dormir. Sentada en las sillas de la barra, con sus tenis sucios, un jean de rodillas rotas y las uñas negras como el borde de sus ojos, se apagaban con el último cigarrillo de la noche. La nicotina y la cerveza se habían enredado desde la raíz hasta la punta de los dreads de su cabeza. Nuevamente una noche de soledad sin querer llegar a casa. Lo último que quería era ver a su padre con sus amigos borrachos de miradas morbosas. 

Felipe la había observado toda la noche. Él sabía que ella no se había dado cuenta, porque mientras ella reposaba su espalda tatuada con los codos sobre la barra, él limpiaba los vasos, servía la cerveza y recibía la plata. Era inevitable ver los hombros desnudos de aquella mujer de gris e imaginarse que los quería acariciar cuando la noche terminara. Un esqueleto dejaba ver que ella no llevaba sostén y los bordes de sus senos se asomaban sutilmente bajo sus axilas. Sabía que el calor de aquel sótano clandestino y sin ventanas, no le dejaría ver la silueta exacta de sus pezones. Comúnmente él no veía mujeres así. Solas, espantando hombres que caían como moscas, sentadas toda la noche y sin bailar, luego de un toque que dejaba a cualquiera con ganas de seguirla y ella tenía pinta de todo, menos de eso.
-¿Piba, vas a chupar más?.
Vannesa automáticamente giró su cabeza de pensamientos enredados y desconcertada lo miró con furia. Felipe, el bartender, le señaló la cerveza y en segundos ella lo entendió. -Chupar, beber, qué más da. 
Pensó y sonrió.
-No. ¿Cuánto es parce?.
-Sesenta y cuatro barras, pero el último tequila lo paga la casa.
Ella sabía que su estrategia de hacerse pasar por extrangero de medio pelo con su pregunta de juego de palabras, le había funcionado.
-Vale, pero dame el último pucho, pibe.

Con una leve sonrisa, Felipe le pasó un cigarrillo y una cerveza. 
Entre la conversación, los significados de palabras raras y las sonrisas de complicidad, la noche se alargó para ambos. El bar cerró, casi todos los clientes se fueron, la barra se volvió privada y quedaron solamente ellos dos y los músicos del toque. Todos terminaron detrás de la puerta corrediza, en el cuarto trasero del sótano. Un lugar oculto y exclusivo para los amigos del dueño del bar. Un catre, sillas de cine rotativo, poltronas de cuero roído, acetatos, cámaras colgando de puntillas oxidadas en los ladrillos de las paredes, cojines manchados en el suelo, un cuadro de El León de Judá sobre una mesa y las lámparas tenues, eran ahora el nuevo lugar del toque que terminaría en un Jam Session privado. 

Los dedos polvorosos empezaron a hablar con las narices, con los dientes blancos y la nube de Cannabis aumentaba. La excitación se iba volviendo la protagonista de bailes sudorosos entre Felipe y Vannesa. Sus cuerpos expidieron feromonas que olían a ovulación y los labios se los mordieron casi hasta romperlos. Las cervezas se desmayaron sobre el tapete y desaparecieron los espacios vitales de la habitación. Las sillas se marcaron con las rodillas y los codos. Las manos de Felipe por fin acariciaban los pezones de Vannesa y sus abrazos como cavadoras humanas, parecían atravesar la pared. Las cámaras sin rollo tomaban fotos en la mente nebulosa de quienes no tenían pareja, las risas se alargaban y los tatuajes bailaban por toda la habitación.

Un grito ensordecedor al otro lado de la puerta llamando a Vannesa intentó silenciar el lugar. Los cuerpos se soltaron y Felipe caminó tambaleando por entre la nebulosa hasta llegar a la puerta. La abrió y un hombre que expedía fuego por sus ojos, lo empujó, entró gritando y buscó a Vannesa. Mientras ella cerraba la cremallera de sus jeans, el hombre la vio, se acercó y le dio un golpe cerrado en la cara, mandándola al suelo.
-Maldita perra. Le gritó.
El hombre sacó un arma y Felipe por la espalda y sin pensarlo, tomó una botella y la rompió sobre la cabeza del hombre que cayó como una ficha de ajedrez sobre la poltrona. La sangre empezó a recorrer el cuero del sofá como una nueva invitada. Los gritos empezaron a ahuyentar a los que podían mantenerse en pie y el viento por fin entró por la puerta. 

Vannesa aún con el timbre de un electrocardiograma sin pulso en los oídos, intentó ponerse de pie. Felipe trató de ayudar a levantarla, pero como una bolsa de moras explotando en la cara de Vannesa, se escuchó un disparo que salpicó la sangre y atravesó el cuerpo de él. Felipe cayó encima de ella y sus manos acariciaron con desespero y por última vez, el pecho de ella. El hombre casi inconsciente soltó el arma y se sintió satisfecho de haber expulsado su ira. Vannesa lo miró y se acercó al asesino. Era su padre ebrio y drogado que estaba buscándola por todos los bares del centro de la ciudad. Ella tomó el arma y quiso repetir el homicidio. Pero primero se tomó un fondo blanco de tequila, puso sus dedos a hablar con sus narices, untó sus dientes blancos y le apuntó con el arma sobre la cabeza. Con su mano temblorosa, la sangre aún en su cara y recordando la cara de Felipe, pensó que solamente debía apretar el gatillo, pero escuchó una voz en medio de la nebulosa que como una agonía la llamaba:
-Piba, vení, esperate, fumémonos el último pucho.


*Ejercicio de escritura para la Maestría de Escrituras Creativas.

lunes, 13 de diciembre de 2021

El miedo de volver a amar

Hacía rato que no sentía esto, creo que es miedo. Yo sé que me estás mirando, pero debo confesártelo. ¿Es acaso el amor que está tocando mi puerta y otra vez está haciendo florecer mi habitación?. Amar es un verbo demasiado poderoso. Es eso que escuchas al otro lado del teléfono sin titubeos, cuando agradeces al universo por la presencia del otro. Es saber que las arrugas que te cortan la piel han dejado de ser cicatrices y ahora son perfectas armonías con las primeras canas. Nunca he sentido el tiempo, ese al que le temen los que se miran varias veces al día en el espejo. Mi temor es al tiempo que pasa y que se desvanece en un parque, en un aeropuerto o en una puerta cerrada. Si estoy sintiendo esto será porque posiblemente creo en mi corazón. El que estaba blindado, protegido, con claves, cerraduras, dispuesto a dejarse ver, pero a no dejarse romper. Ahora entiendo el temor ese que él me dijo un día que tenía. He escuchado tantas veces palabras hermosas, han regado mis pétalos con agua de colores, he perdido mis ojos, he dejado de mirarme y me he desvanecido en la luna como un reflejo infinito en el mar. No quiero un desprecio más. No quiero palabras de cansancio, ni más mentiras. Quiero un amor de verdad. Uno para siempre, como el de Dios. Ese que viene con abrazos, deseo, sin lujos, con momentos, con sonrisas silenciosas y con miradas de complicidad. ¿Estaré sintiendo nuevamente que alguien me puede amar por fin y de verdad?, o será una ilusión de mi corazón reflejado en el otro?. A él lo veo tan diferente que tal vez por eso tengo tanto miedo. No entiendo cómo no lo vieron, cómo estaba tan solo como yo, cómo él necesitaba unas pocas gotas de agua para renacer en el desierto del desamor, cómo nadie pudo romper ese bloqueador emocional al que le temía de volverse a quemar por el sol del amor. 

Por favor Dios, no me dejes perder, no otra vez, déjame hacerlo bien, mejor, contigo como mi prioridad. Déjame sentir tu amor, déjame amarte a través de él, déjame creer que no tendré que recoger los pedazos que me quedaron de mi corazón. Esos que están buenos, rojos, vivos, llenos de ADN que unen cicatrices, que tienen vitamina para levantarse cada mañana sonriendo porque estás ahí. Si algún día él me deja de ver, recuérdame que esto que estoy sintiendo hoy, valió la pena porque entregué mi corazón al 100%, como siempre. 

¿Por qué me enviaste alguien tan sincero que lo único que logra es sanar y abrir nuevamente mi corazón?. ¿Es realmente lo que me merezco?, por fin llegó y para siempre?. Dime que sí Diosito, dime que mis lágrimas no son de miedo sino de amor verdadero, ese que tengo desbordado por ti y por la vida. Gracias otra vez. Yo sabía que algún día volvería a llorar de felicidad. ¿Es este el amor del que me hablaste?, es que lo siento tan diferente. Me siento como si tuviera 15 años, nerviosa, ansiosa y con ganas de salir corriendo para agradecer por su vida. ¿Eso será el enamoramiento?, ya ni sé cómo es. Me siento vieja para volverme a enamorar así. No quiero perderlo, quiero mantener esta ilusión. Por siempre. Esa que podría prometer, no por el miedo a lo que él es, sino por la de tener entrelazada mi mano a la de él, hasta cuando tú quieras llevarme contigo. Creo que volví a amar. Lo estoy sintiendo. Creo que esto es lo que siempre quise y quiero decidirlo otra vez. Amar así, confiar y amar.


8 de octubre de 2021

Las alas de Moha-Lu

Sentada en la cama, observaba las venas brotadas sobre sus manos y las gotas de sangre casi suspendidas en el aire, caían sobre el suelo. La luz del sol entraba como rayos por entre las persianas haciendo surcos sobre la piel. Se podían ver sus hombros pecosos, sus brazos delgados y sus manos blancas como palmas de gimnasta. En el aire aún las plumas iban cayendo como aeroplanos sin viento. Su frustración de sentirse abatida, le hacía escuchar en su cabeza el tema de Solomon de Hans Zimmer. Se preguntaba cómo le contestaría las preguntas a su padre. En cualquier momento llegaría a la puerta pero posiblemente ya estaba en ella y estaba esperando a que ella levantara la mirada. Ella ya no podría esconderse, ni salir por la ventana o hacer una llamada de emergencia. Debía enfrentarse a esa conversación con su padre, que sería como una siguiente batalla pero sin heridas en su cuerpo, sería como una cirugía de corazón abierto y sin anestesia. No tenía respuestas, estaba llena de miles de preguntas. No sabía qué tipo de conversación sería. Se sentía condenada, perdida y abandonada por sus compañeros de guerra.

Cerró sus ojos tratando de recordar el libro de instrucciones de esa, su segunda batalla, pero pasaba las páginas tan rápido que parecían hojas llenas de garabatos. Casi no podía moverse. Su cuerpo estaba agotado. Las rodillas raspadas aún tenían esquirlas de vidrio. Las costillas se podían contar a simple vista, la clavícula casi tocaba su quijada. Aunque estaba vestida con ropa interior, sentía que estaba completamente desnuda. Había perdido hasta sus zapatos. Giró su cabeza para mirar la herida de su espalda y podía ver el hueso astillado que sobresalía por entre la carne. Todo era sangre. Una de sus alas alcanzaba a golpear la ventana, como tratando de buscar aire. La otra estaba completamente rota. Como pudo, trató de moverse y tomó parte de la tela del vestido blanco despedazado en el suelo y secó la sangre de sus manos. Moa-Lu no había llorado durante la batalla, pero mientras se limpiaba y reaparecían los dibujos tatuados en sus manos, sus ojos no aguantaron más y rompió en llanto. Las lágrimas cayeron como gotas de morfina. Le ayudaron a recobrar parte del aliento, aún así, ella quería seguir llorando. 

La enfermera entró bruscamente a la habitación. Se escuchaba el rechinar de la suela de sus zapatos. No la miró a los ojos, le revisó la tensión, le tomó el pulso y le terminó de limpiar la sangre de sus manos. Bateó el aire para despejar las plumas que aún estaban en la habitación y caminó por detrás de la cama. Le tomó una de las alas rotas y con un quiebre seco, se la arrancó de la espalda. Un grito ensordecedor habitó la habitación y Moa-Lu sintió morir. Aún así, intentó levantarse pero el movimiento de su otra ala golpeó la ventana. La enfermera le pidió que se quedara quieta porque aún no había terminado y con el segundo quiebre le arrancó la otra ala con fuerza y sin compasión. Moa-Lu perdió las luces, se desplomó y las plumas se desplegaron por toda la habitación. Pensó que sería su último aliento y que moriría. Como un globo terráqueo, veía el giro ciento ochenta de su vida a punto de caer al suelo, pero entre la niebla de sus ojos, vio correr a su padre que sabía no la dejaría caer. La tomó de los brazos, la acostó sobre la cama y le dijo al oído: tranquila mi niña, tus alas volverán a crecer, serán distintas, nuevas y mejores. Me llevaré conmigo las que has perdido, pero te estarán esperando para cuando emprendas un nuevo vuelo.

Moa-Lu siempre sonreía. Le gustaba creer que era un ángel en la tierra. Que perder sus bebés por segunda vez, sería tan desgarrador como cuando un ángel pierde sus alas. Ese día perdió un vuelo, pero alguien la rescató. Ahora necesitaba dormir, sus heridas ya estaban cubiertas con suficientes vendas, el sol era suficiente para saber que no estaba sola y que Dios la quería viva en la tierra para cuando alguien necesitara recuperar sus alas. Por más que tuviera que enfrentarse a situaciones desgarradoras, ninguna experiencia de vida, sería jamás una batalla perdida. Moha-Lu camina entre las calles de una ciudad que desconoce sus alas, ella cubre sus heridas, sus astillas, sus rodillas rotas y los tatuajes de ángeles que siempre lleva bajo la piel.


*Escrito como ejercicio de "álter ego", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

Samoa es un estado de Polinesia que traduce "centro sagrado del Universo". En su idioma, marcar o golpear dos veces, se dice Tátau. La leyenda dice que el Dios del universo tuvo una hijo llamado Moha y una hija llamado Lou. Se dice que viajeros que iban por el Pacífico, encontraron a estos hombres que llevaban tatuajes en sus cuerpos.

Medusas

Escribir es un acto de valentía. 

Los latidos del corazón palpitan al ritmo del cursor de una hoja en blanco. Está enfrentado a la pausa, al silencio y a la duda. Son tres cabezas en un mismo cuerpo que se mueven como medusas sin dirección. Me enfrento a la escritura.

La pausa. Es el momento justo en el que tengo que detenerme y pensar. En el que tengo que elegir el tema. No sé si debería olvidarme de las cicatrices que me ha dejado ese gran demonio que acabó con el tríptico de mis relaciones pasadas o usarlo como analogía en la temática de mi texto escrito. Debo definir el ritmo de las comas, que me desgarraron el alma pero afortunadamente no me la quitaron.  El del punto, que siempre terminó siendo un punto aparte, para salir de las batallas de desprecio a mi corazón, pero continuó con un nuevo párrafo de mi próxima relación. La pausa me obliga a mantener el lenguaje y guardar la compostura. No me deja caer en el recurso básico de utilizar la expresión “hijueputas mentiras” cuando estoy buscándole un nombre a mi peor demonio. Debo hacer una pausa para elegir lo que le podría importar al mundo y lo que debería ser parte de mi intimidad. Tengo que controlar ese demonio con pausa y sin prisa. 

El silencio. Es el nudo en la garganta. Aparece cuando quiero llorar porque las imágenes en mi memoria, se vuelven reales cuando las escribo. Es un grito hacia adentro como cuando uno intenta hacerlo en los sueños y no sale nada de la garganta. Es la preocupación constante de no mover lo suficiente, las fibras de mis lectores. De no poder tocar el corazón de alguien a quien siento que necesito que me lea. Me da terror que no hayan palabras, ni voces, ni melodías, sino pitidos en el tímpano que sigan derecho. Que mientras me leen, no vibren, no lloren, no rían o simplemente que no me vean. Es una lucha contra el ego que me congela los dedos y hace que no se escuchen las letras contra el teclado. Es una pelea entre la barra espaciadora y la tecla suprimir. No puedo permitir que el silencio siga siendo el bastón de mi peor demonio. No puedo callar y siento que tengo que contárselo al mundo. Me gusta creer que hay personas que necesitan mi voz. Así mis letras  no sean reconocidas. No me importa si por cuarta vez vuelvo a ser un silencio para el otro. Esta vez me enfrentaré cuantas veces sea necesario. Quiero intentar liberarlos, como otros lo han hecho conmigo.

La duda. Es como una metralleta. Está llena de preguntas de ese, mi peor demonio. Al que aún no le encuentro nombre. No sé cómo se llamará el libro, si finalmente valdrá la pena darle protagonismo a extraños que ya no sé si existen. Tengo miles de personajes enfrente y me da miedo hablarles. Me han callado tantas veces que aún tengo textos sin publicar. Han sido afirmaciones y negaciones que no puedo diferenciar la realidad. Por eso me gusta escribir creyendo que los objetos me hablan, porque no tienen cara, edad, ni tiempo. La teoría dice lo contrario y es ahí donde la duda no me deja dormir. Pero ese demonio desaparece cuando me dejo llevar por mi corazón y empiezo a escribir. Porque como dice Platón: no existe alguien tan cobarde al que el amor no transforme en alguien valiente. 

Al terminar la pausa, desaparece el silencio, intento acabar con la duda y el texto empieza a brotar. Los renglones poco a poco van esfumando el cortisol de mi cuerpo y tomo el control sobre la hoja en blanco. Me apropio de la valentía de Perseo y la medusa le da una dirección controlada a mis escritos. Es una valentía que sale de lo más profundo de mi expresión emocional y acaba con mi peor demonio: el miedo a las heridas de las mentiras. Escarbo entre los libros para inspirarme aún más y me encuentro con genios como San Agustín. Hombres que entienden el valor de la verdad, la hacen palabra y finalmente texto. El demonio se acaba cuando llego a la interioridad por el camino de la certeza. Ese es mi acto de valentía. Escribir para acabar con mis demonios.


*Escrito como ejercicio de "nuestros demonios a través de la escritura", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

lunes, 29 de noviembre de 2021

¿Y nuestro acuerdo de Paz, para cuándo?

A cinco años del acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, nuestro país quiere seguir en guerra. Una guerra que físicamente se sigue enfrentando al conflicto armado, que pierde su paso en la reforma rural integral, que parece ir de fiesta en la participación política con los mismos problemas de las drogas ilícitas guardados entre los bolsillos y que no tiene claro el significado de la reparación a las víctimas.

Hablar de política, de problemas sociales o de la guerra en Colombia, es al parecer un tema que solamente pueden hablar los expertos y se ha convertido en la nueva religión de las redes sociales, de las reuniones sociales e incluso de una causa profunda de desacuerdos familiares. ¿Hasta cuándo el discurso de hablar de lo que sabemos o no sabemos, será nuestra condena? Posiblemente nos pondrán una "estrella de David" en el pecho cocida con sangre por nuestra supuesta ignorancia política. Defender un pensamiento político para quienes no lo comparten, es casi como "amar a un mesías". Creo que el principio del fin de la guerra debería ser poder hablar de política sin perder la cabeza y sobre todo el control emocional.

La manera como nos han contado la historia política y social colombiana no nos ha ayudado a entender la guerra. Tampoco nos han enseñado a comprender la naturaleza de un conflicto, a analizar y evaluar las mejores alternativas para su solución. La indiferencia no nos ha permitido transformar nuestra narrativa con los reportes* de los asesinatos de líderes y firmantes del acuerdo de Paz. Seguimos hablando de “dolor de patria”, de “ir por la lucha”, de “nos están matando” y de frases cada vez más lapidarias que van llenando nuestro tanque de orgullo colombiano, de vergüenza, odio y dolor. 

Hasta cuándo seguiremos convirtiéndonos en nuestros propios enemigos, donde olvidamos nuestros deberes como sociedad, confundimos la definición de derecho, olvidamos el beneficio colectivo y es así como nosotros mismos nos volvemos parte de las nueve millones doscientas mil víctimas que registra el Registro Único de Víctimas RUV. Porque las masacres se convierten en los señalamientos de nuestras publicaciones, secuestramos las noticias y la información conveniente, asesinamos a nuestros amigos con nuestras opiniones y nos volvemos indiferentes, desplazamos a familiares Uribistas y Petristas, violamos el género cuando las mujeres expresan su postura feminista y subestimamos a los jóvenes que opinan sobre política o sobre la guerra. 

Necesitamos un acuerdo de Paz desde la responsabilidad de nuestras palabras, la coherencia de nuestros actos y el respeto por la opinión política. Hagamos el acuerdo.


* El Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) reportó que solo este año, hasta el mes de julio de 2021, 103 líderes y 31 firmantes del acuerdo fueron asesinados y ocurrieron 60 masacres con 221 víctimas mortales en el país. Fuente: France24

Escrito como ejercicio de la columna de opinión política, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.