viernes, 26 de febrero de 2021

Mi Cucarrón

"Ilustración de animales" era el nombre de la asignatura que requería una pieza de ilustración de hiperrealismo. Para lograr ese nivel de precisión, algunos docentes sugerían la compra de animales disecados, preferiblemente con variadas tonalidades que permitieran obtener un mejor resultado cromático en la ilustración. Fue así como en 1996, un escarabajo o cucarrón disecado, de color azul iridiscente, ubicado en una cajita plástica que parecía de cristal, se convirtió en la conversación detallada de un joven estudiante de diseño gráfico, que le explicaba a su mejor amigo, quien era mi novio en ese entonces, lo que a él le iba tocar hacer un año después, cuando cursara la materia de "Ilustración de animales".

Ese joven, el que cursaba un año más adelante que nosotros, el del cucarrón, se quedó apodado para siempre así, el "Cucarrón". Nunca me han gustado los apodos donde se relacionan a las personas con animales, me parecen ofensivos, pero esa vez, era yo quien contradecía la regla de relacionar nombres de animales con las personas. La razón era simple "Cucarrón" era la palabra justa para la recordación visual a mi problema de memorizar nombres.

"Hola Cucarrón" ha sido el saludo constante durante 25 años a Francisco, mi amigo el divertido, mi único y mejor amigo de toda mi vida. Esa etiqueta se fue incrementando con el tiempo hasta tal punto, que nunca necesité escribirle un blog, porque él sabe quién es en mi vida. Pero como la vida da tantas vueltas y la pandemia llegó con la imposibilidad de verlo, justo en el momento en que creo que más he necesitado de sus abrazos, este blog es para él. Es para ti Cucarrón, para recordarte y dejarle por escrito al mundo, el maravilloso ser humano que eres en mi vida.

Ser diseñadora gráfica y tener de mejor amigo a otro diseñador gráfico puede llegar a ser toda una agonía. Él puede evaluar detenidamente el color de tus medias, sobre todo cuando se está en una fiesta casera y los zapatos se convierten en un estorbo; debes justificarle con qué otra parte de tu outfit, combinan tus medias. Él puede tener un increíble equipo de cómputo, de última generación y convencerte sutilmente de cambiar de sistema operativo sin explicarte el impacto forzoso y cruel de aprendizaje. "Quien toca un Apple no vuelve a Windows", decía con tanta seguridad, que mi pelo se convertía en león cada vez que lo pronunciaba. Pero desafortunada o afortunadamente tenía toda la razón. 

En plenos años 90, tener un equipo iMAC con forma de casco cibernético, era como estar en la luna. Mi posibilidad de tener algo así, era como si yo fuera Wall-e y ese equipo de cómputo fuera EVA. El día que fui a su casa por primera vez, ese astronauta me saludó y me inyectó una dosis de tecnología + diseño, que hasta el día de hoy, el mundo cibernético se ha convertido en la primera pasión de mi vida. La primera página web que diseñé, fue a raíz de un ejercicio en la universidad para cambiar la impresión de un libro, por una interfaz cibernética, que para los años 90 era toda una innovación y sabiduría poder hacerla. Solamente a él entre más de 60 estudiantes se le ocurrió esa grandiosa idea, que adopté un año después cuando tuve que cursar la materia. Gracias a eso llevo 18 años haciendo la misma tarea. Diseño de páginas web a diestra y siniestra.

Por su culpa, no solamente yo añoraba tener algún día un MAC, el cual hasta 11 años después pude tener y lloré el día que lo compré, sino que anhelé el universo audiovisual en el que él ha vivido durante los últimos 20 años. Se volvió un crac del Motion Graphic. Él seguro dirá que no es verdad.

Sus pasiones por el cosmos lo han hecho viajar por el mundo como un Han Solo, a veces con y sin una princesa Leia, con algunos Skywalker, Chewbaccas, R2-D2, e incluso con el mismísimo Darth Vader. Algunos de ellos, los conoció en la universidad y debido a la energía y protones de su cuerpo, se bailó un sin número de "rumbas" desde la creación, hasta el cierre de bares como el Chango, Almirante Padilla, Chamois, Punta Sur, Mr Babilla y el inolvidable Discovery o "Dis-lobery". Los finales de la noche los "rematábamos" en la casa de mis padres cantando a grito herido los temas de Soda Stereo, Mano Negra y Café Tacvba. Nos bebimos desde las "Guayas", pasando por el agua del florero, hasta los "cunchos" de licor y nos vimos caer como fichas de ajedrez uno a uno en la sala de mi casa. Despertamos con los caldos de costilla de mi mamá y las risas de nuestro estado de guayabo juvenil, recordando el quiebre de una que otra mesa de vidrio en nuestro estado eufórico de diversión. 

Su princesa Leia o "Fantabulosa" de los 90, se convirtió en mi mejor amiga y me dejó conocer más del Cuchi, Estévez o simplemente de Francisco. Gracias a nuestras parejas y el plan de amigos, recorrimos Villa de Leyva, los Llanos orientales, Sesquilé, Miami y algunos nombres más que ya no recuerdo. Como diría él: terminamos hasta en "Anolaima".

El Cucarrón es ese amigo que una vez me dejó generosamente su puesto de trabajo y a los seis meses con la misma facilidad, me lo volvió a quitar. Entre sus viajes por el mundo de "ires y venires", siempre me ha dejado tardes de risas, abrazos de despedidas y sobre todo voces de aliento. Aunque sus travesías por el mundo laboral nos han apartado físicamente, él siempre ha estado ahí. Lo he visto romper corazones y perder el año con su malicia respectiva. Se ha dejado convencer de salir a rumbear, así al otro día el guayabo de adulto contemporáneo no lo haya dejado trabajar. Se ha gozado los asados, las fiestas de disfraces y cuanta fiesta de casa. Ha logrado mantener su vida distante de las redes sociales. Él no da abrazos, da apapachos. Ha aceptado perder "amigos" que se convirtieron en conocidos o mejor diría que "desconocidos"; pero quienes lo conocen de verdad y lo consideran su amigo, jamás se permitirían perderlo. No soporta que llenen de halagos su vida profesional y menos con tantas flores. Estoy segura que en este punto del blog ya se debe estar sintiendo incómodo. 

No manda stickers por WhatsApp, ni emojis con corazones rojos a su mejor amiga. No le preocupa sus lecturas de “check azul”, actividad “en línea” o mensajes sin leer. Las camisas de botones no se ven en su guardarropa, seguramente el universo de las camisetas y los tenis decidirán siempre por encima de ellas. Lo he visto dormir con tapones para los oídos, antifaces para los ojos y diría que le ha faltado el gorro triangular para la cabeza. No soporta permanecer en una sala de cine, escuchando el ruido de las personas mientras se alimentan; es por eso que siempre se sienta en la primera o en la última fila, lejos de los "primates" irrespetuosos del cine. Se ha trasteado en repetidas ocasiones por culpa de los ladridos del perro del vecino, por el frío, el calor o cualquier estado que invada su mundo de intimidad espacial constante. El amor por sus carros de colección le pueden sacar "la neura" fácilmente si se los tocan o si en la vía alguien intenta comportarse como un "desadaptado". Lo único que seguro le quitará la furia que a veces lo posee, es su hijo de cuatro patas Jimbo. Un pedacito del cielo que Dios le dio a él y a mi amiga Fantabulosa, por los angelitos que dejaron en la eternidad.

Es un hombre con muchas historias, de principio y fin que he visto vivir con intensidad. Con la pasión y  perfección por su trabajo, con el estrés de la adultez pero siempre con una sonrisa en su rostro. Me ha dejado conocerle la mayoría de las fases de evolución respectivas a la edad en cuatro décadas y media de "chocheras" compartidas. 

Al Cucarrón la vida le ha dado muchas sorpresas físicas y emocionales que le han dejado a veces el corazón arrugado, pero la "chispa" que le saca a la vida, lo ha mantenido siempre de pie. Afortunadamente le he conocido muy pocas lágrimas; esas que salieron cuando perdió los amores de su alma. Sin duda, lo que caracteriza su personalidad es una carcajada. Esa que ha logrado sacar en mí, cada vez que hablo con él sin ni siquiera pensar en el tiempo de la llamada. Un tiempo que quisiera recuperar para agradecerle por ser tan incondicional, por respetar nuestra amistad y no haber cruzado nunca la línea, por llorar conmigo, por aceptarme con mis medias de colores, con mi pinta de tenis y pelo alborotado. Por ser tan humilde, auténtico y sobre todo proteger su corazón. Por dejarme a una amiga del alma tan Fantabulosa. Por simplemente llevar a Dios en su vida de la manera tan especial en que lo hace: sencilla, correcta y coherente. Como debe ser. Porque la fuerza lo acompaña.

Por eso Cucarrón de Discovery o Zootopia y mil recuerdos de más de dos décadas que no puedo expresar más, te dejo por escrito que hoy y siempre, serás mi único, genial, leal e irrepetible mejor amigo al que no quiero perder nunca. Solamente por dejarme conocerte tal cual eres, vuelvo y te pregunto: ¿Cómo no quererte?.  


sábado, 20 de febrero de 2021

Imaginario

1ra parte: http://lilobp.blogspot.com/2021/02/un-beso-de-chocolate.html

Quería continuar alargando ese momento, pero ese anochecer con sol empezaba a perseguirme y aunque mis ganas de aventurar se mantenía, era momento de volver. Con mis pensamientos saliendo como letras en mi mente y la mirada baja, abrí la puerta del café esperando que volvieran a sonar las campanitas. Empujando la puerta para salir y atrapando nuevamente mi esponjosa cabellera, tropecé con un extraño como si fuera una escena de "perversa adicción". Pero su gorro de montaña casi igual al mío, su chaqueta de cuero que le cubría la boca, y su mirada no me dejaban ver a un hombre atractivo sino mi experiencia de desconfiar de los extraños, me hicieron imaginar a un hombre que posiblemente en un choque, se llevaría mi billetera. Con esa desconfianza por los extraños que me caracteriza, bajé rápidamente la mirada,  llevé mis manos a mis bolsillos, mi corazón se aceleró y sin pensar que tal vez no entendería mi idioma le dije "lo siento". Él con una respuesta inesperada, respondió igual. En un idioma no común entre las calles europeas. Yo no sabía si debía sonreír por la empatía con el idioma o salir corriendo por un latino "confianzudo", pero mi salida apresurada ahora convertía el caminar de un vaho lento, en una caminata agitada con los nervios en las manos.



Intentando ponerme nuevamente los guantes, me percaté que solamente llevaba uno. Había perdido el guante de mi mano derecha. Guantes que en la mañana había comprado en una de esas tiendas bohemias de las hermosas calles de Ámsterdam. No podía darme el lujo de perderlo. Esa mañana cuando encontré aquel lugar, mi decisión de elegir los guantes adecuados fue bastante extensa. Incluso la entrega de ellos entre esa bolsa de papel, con un adhesivo en su cierre, se convertiría en uno de los recuerdos de mis libros de colecciones en aquel viaje de noviembre.

Me detuve. Me llené de valor y di media vuelta para volver al café con sabor a chocolate. Sabía que me encontraría a aquel extraño de cejas pobladas, ojeras marcadas y un candado en su barba. Ahora quería que las campanitas no existieran, quería que nadie volteara la mirada, ser un fantasma, traspasar la puerta y simplemente entrar, tomar  mi guante y nuevamente salir corriendo.

No alcancé a acercarme a la puerta cuando sentí una mano en mi hombro, que pronunciaba mi nombre. Me dijo, -¿Martha, eres tú? Y contuve mi respiración, vi al hombre extraño con el guante en su mano y el instante me obligó a mirarlo fijamente a los ojos. ¿Cómo era posible que supiera mi nombre?. Al mirarlo fijamente, era él. Era nuevamente él. Era el imaginario de años atrás. Era el culpable de haberme hecho creer que no podría estar en ese lugar sin un "él", sin un romanticismo imaginario.


*Ejercicio para la clase de Narrativa de la Maestría en Escrituras Creativas 

jueves, 18 de febrero de 2021

Un beso de chocolate

Era un frío que penetraba hasta los huesos. Esta vez estaba preparada, chaqueta de plumas, pasamontañas, guantes, botas pantaneras y un lento caminar. El viento apenas rozaba mi piel y la brisa esponjaba mi pelo. Las calles eran pequeñas con escaparates de ventanas grandes y algunos turistas entraban y hacían sonar las campanillas de las puertas. Sonreía, el vaho se desvanecía y mi respiración lentamente se agitaba por estar nuevamente ahí.

Fue mejor, 20 años después y mi corazón estaba más fuerte. Lo que me hacía caminar con tanta emoción era el presente, ya no era el futuro. Bicicletas aparcadas en las entradas, pequeños canales entre las calles y luces reflejadas en el agua, era música para todos mis sentidos. 

Terminaba el otoño y empezaba el invierno, las hojas no alcanzaban a quebrarse, simplemente se doblaban con la lluvia. El tiempo parecía no importar, la soledad tampoco. Ya estará él, pensaba, ya llegará el momento, mientras tanto sigue sonriendo como lo sabes hacer. 

Me detuve en una vitrina de cajitas de distintos tamaños, imaginé que era uno de mis sitios favoritos de papeles y herramientas para pintar, pero las letras impresas con tinta dorada, las cenefas, las paletas cromáticas y la armonía de los empaques me hicieron dudar. Me detuve al instante. 

Levanté la mirada, la luz amarilla al fondo del vidrio, la mezcla de la madera y la sonrisa de la gente, me empujaron como un imán. Ahora era yo quien hacía sonar las campanitas. Imaginé que yo sería la imagen momentánea de alguien que entra, destella, se va y nunca más se vuelve a ver. Pero no, mi mente se burló de mi romanticismo repetido y me aterrizó. Aquel lugar era un café tan diminuto que lo que menos importaba era "quién", sino era "qué".


El olor de un pan caliente con una taza de café, serían el paraíso en ese atardecer de frío. Me senté en una barra que en la pared del frente seguía replicando las cajitas de colores y solamente hasta ese instante pude comprender el cuidado de empacar detalladamente su contenido: pastillas de chocolate. Era la magia de los holandeses para no sólo hacer, sino para empacar los mejores chocolates.

Liberando mis rizos, separando mis guantes y abrazando esa taza, ese instante térmico se convirtió en algo inolvidable. Podría volver con mi recuerdo, revivirlo y repetirlo una y mil veces más. Su aroma, su fogata en mis manos, su calor en mi cuerpo, su abrigo en mis labios, fue como un beso con sabor a chocolate.


2da parte: http://lilobp.blogspot.com/2021/02/imaginario.html

 

*Ejercicio para la clase de Narrativa de la Maestría en Escrituras Creativas 


Dos relatos, una verdad.

Uno de estos dos relatos es completamente falso y el otro es completamente verdadero:


Relato 1: 


Abril, 2001, España, 8:30 pm y ellas cenaban entre tapas y cerveza. Suena el móvil y al otro lado de la línea, él le dice a Sandra: “hemos encontrado algo”. En cuestión de minutos las tres mujeres toman un taxi, llegan al edificio y se dirigen al ascensor de rejas plegables. Mientras se ven los pisos pasar, Sandra les explica que en aquel lugar, sus 6 cuñados esperaban la muerte de su suegro, para encontrar unas monedas de oro que el viejo afirmaba haber escondido entre las cornisas. Mientras cruzaban la puerta principal, la oscuridad silueteaba los escombros caídos de las cornisas de los techos y era evidente el saqueos de las misteriosas 11 habitaciones. “Ven y siéntate Sandra”, le dijo el esposo. Mientras le tomaba su mano, él le decía: “en una semana han destrozado el piso, casi matándose por encontrarlas y hoy me han llamado y yo, al que menos le interesaba, las ha encontrado. 10 monedas de oro de 1750 que estaban en las cornisas, pero en las de este viejo armario, el que displicentemente me han dejado”.



Relato 2:


Abril, 2020, Bogotá, 6:30 pm y ella dormía en el sofá de la sala. Las noticias no paraban de hablar de la ola de enfermedad que paralizaba al mundo. Él intentaba no despertarla con el tecleo de su portátil, pero el sobresalto de ella con sus 36 semanas de embarazo, alertó a Raúl a alistarse y buscar un auto. “Respira Ana, inhala, exhala, falta poco”. En cuestión de minutos cruzaban la puerta de urgencias de la clínica con los gemidos y la respiración agitada de Ana. “Discúlpenos señor, pero desde aquí usted no puede pasar hasta que no esté protegido”. Raúl había olvidado por completo la situación de alerta de pandemia. Sin tapabocas, alcohol o antibacterial, Raúl ahora debía buscar una farmacia, cubrirse y esperar el parto que se extendió por más de 12 horas. Sentado en la sala del hospital, Raúl llamaba a toda su familia pero en una llamada a su suegro, al otro lado recibe un mensaje de su cuñada: “Raúl, se nos fue el viejo, no pudo conocer a su nieto”.




Verdad: relato1

*Ejercicio para la clase de Narrativa de la Maestría en Escrituras Creativas 

miércoles, 17 de febrero de 2021

Carta a Maraldy

Bogotá 17 de febrero de 2021

Hola Maraldy,

He decidido escribirte esta carta porque no he sabido casi nada de ti. No sé en qué momento dejamos que la distancia nos separara tanto. Recuerdo la última vez que te vi, cuando me alejaba lentamente en el camión de mudanza. Han pasado 31 años y sigo creyendo que mantienes tu pelo largo, entre negro pelirrojo y tu diminuta figura. He empezado a olvidar tus facciones e incluso nuestras conversaciones, solamente recuerdo que contigo me divertí como nunca. Jugar en la calle sin miedo a rompernos los pantalones, dejar marcados los codos con el pasto, jugar como niños, esos que montan bicicleta, patean piedras, juegan con tierra, corren bajo la lluvia y ríen a carcajadas, que divertido que era.

Maraldy, me haces falta. Quisiera saber qué pasó con tus muñecas y los vestidos tan hermosos que hacía tu mamá con los retazos de tela que le sobraban para mi muñeca. ¿La recuerdas? ni siquiera era mía, era de mi hermana. Fue lo más parecido que tuve a una Barbie. Siempre me quedé con ganas de tener una. Cuando las veo, me acuerdo de nuestros juegos de muñecas.

Hace como tres años cuando volví al barrio, me contaron que falleció tu hermano y no sabes el dolor que sentí. Me parece mentira que Edson ya no esté a tu lado. Siempre pensé que sería un experto con los robots. Me acuerdo de sus muñecos de papel y su cuarto lleno de juguetes extraños. ¿Y tu hermanito menor? ¿Wilmar sigue siendo mono?. ¿Tus papás como están? Recuerdo mucho la ternura y la sonrisa tranquila de doña Doris.

De mi vida Maraldy quisiera contarte muchas cosas, pero esta carta no es para hablarte de mi, es para decirte que te extraño mucho, que espero algún día volverte a ver y que aún recuerdo cómo nos llamábamos con golpecitos en la canaleta, ojalá hoy fuera tan fácil llamarte y poder hablar contigo. Unos toquecitos y estabas detrás del muro escuchando mis historias.

Siempre que como cerezas me acuerdo de nuestras trepadas casi al techo de la casa para bajarlas del árbol y comerlas. ¿Te acuerdas que la vecina del edificio del frente nos "sapeaba" con mi papá?. Que viejas tan amargadas que eran. 

¿Sigues siendo la reina de la bicicleta?, me parece verte como una gacela con tus tenis y esa bicicleta enorme de tu hermano. Recuerdo la vez que te acompañé al parque Timiza a entrenar en la pista para tu carrera en el colegio. Siempre fuiste una ganadora Maraldy. Cómo quisiera tener una foto juntas o por lo menos una tuya. Parece mentira, pero no tengo ni una.

Espero verte algún día, ojalá la "Maraldy Villamil" de Facebook seas tú. Ya no sé dónde más buscarte. Cada 31 de diciembre me acuerdo de tu cumpleaños y ya no puedo felicitarte. Hoy necesito de nuestras carcajadas al tirar la tierra mojada en las ventanas de los vecinos jugando "están listas chicas". Quiero reírme contigo.

Te recuerdo con muchas lágrimas de nostalgia, pero espero sea por haberte recordado tanto. Ojalá algún día volvamos a encontrarnos.

Tu vecina,

Lilí


*Ejercicio para la clase de Narrativa de la Maestría en Escrituras Creativas 

martes, 16 de febrero de 2021

Lilo

Casi siempre se le ve sonriendo, esa marcada facción en su rostro, resalta las líneas en ambos lados de la boca que empiezan a demarcar los surcos nasogenianos respectivos de su personalidad. No le preocupan las arrugas que casi no tiene, ni las tímidas canas que a veces se le asoman, los tobillos delgados o las manos arrugadas. A Martha le preocupa olvidar el parque, el Yermis, las escondidas americanas, el pelo alborotado o sus tenis. No quiere crecer por dentro, pero tampoco le teme a envejecer por fuera. 

Cuando camina disfruta quebrar las hojas secas y ahora de adulta piensa dos veces antes de saltar un charco. Prefiere el frío que el verano, pero en su casa siempre hay sol. En los días de lluvia abre las ventanas para escuchar el galopar de los caballos con la caída de las gotas. Ama la lluvia.

Su mente no se detiene, habla con sus objetos, necesita el diálogo, la actividad física, la música, el cine, los artistas, las letras y sobre todo la imagen. La única manera en que ella pueda retener una idea es imaginándola, no memoriza teléfonos pero podría replicar con exactitud cualquier forma tipográfica. Conoce lo que hay en cada rincón de su casa, en el closet, la gaveta, el organizador, la bolsa de tela y la cajita de música.

Le gusta el mango pero no le gusta untarse los dedos, le gustan las fresas pero los ácidos le cortan la lengua, le gusta el café pero no puede con las natas, disfruta la comida y no se le puede decir nunca que está flaca. Eso la irrita. El queso, el pan, los champiñones, las aceitunas, las carnes y el vino nunca le faltan. 

A Martha le gustan los recuerdos, los revive con el scrapbook, sus escritos, su videocámara y los regalos empacados en papel kraft, tinta china y lacre. Sus lugares de ensueño son las papelerías, librerías y los talleres de herramientas, pero los hilos y las telas no hacen parte de su universo. Los ve como si fueran de otra cultura. Creció entre los cables, las conexiones, el taladro, los computadores, las configuraciones, el Internet y la tecnología. Por eso su mundo intenso y profesional inicia con un www y termina con un .com.

De niña recibió lecciones precisas (con correa) de sinceridad, honestidad y sobre todo lealtad. Por eso fácilmente le fluye hacer las cosas correctas, responsablemente y muy bien hechas. Tiene un problema constante con el tiempo, a veces los minutos los ve como horas y las horas como días. La velocidad de su globo terráqueo mental a veces se detiene y otras se acelera casi a la velocidad de la luz.

Su raíces tienen algo de carácter alemán y la serenidad del campo, pero es de la ciudad, de la rapidez, del caos encantador de Bogotá. Corre, usa tenis, baila y su cuerpo delgado y mediano no le teme a la burla. Le gusta abrir sus brazos a la humanidad. Cierra sus ojos grandes de párpados caídos y abre los brazos sin pensarlo, a los niños, a su familia, a sus amigos, a los que lloran y sobre todo a Dios.


A Martha, la niña y la adulta lo que la mueve es el corazón, que le han roto tres veces. Ama con intensidad. Pero no teme hacerlo nuevamente, porque siempre dice que nunca se pierde. Tuvo un matrimonio, tres bebés en el cielo, una década de experiencias y muchos recuerdos, pero como siempre, su corazón se recarga con su risa y los surcos a los lados de su boca, que a los 43 años de edad ya se le empiezan evidentemente a notar.

Ella es Martha Liliana, la diseñadora gráfica de su propia vida.



*Ejercicio para la clase de Narrativa de la Maestría en Escrituras Creativas 


lunes, 15 de febrero de 2021

La perra

La perra tenía rotundamente prohibido subir a las habitaciones. Mi papá le decía así: la perra. 

Pili no era "la perra", era nuestra "Pili". Una Parson Russell de color blanco que jugaba con  mi hermana y conmigo cuando teníamos 12 y 10 años de edad. Era nuestra compañía en las tardes cuando ninguno de mis papás estaba en la casa.

Una tarde de esas libertades infantiles soltamos a Pili para que corriera por toda la casa y se divirtiera "como perra sin dueño". Era una casa de 2 pisos, con 4 habitaciones y nos surgió la grandiosa idea de llevar a Pili al cuarto principal, el más grande, el cuarto de mis papás. La diversión nos absorbía el tiempo hasta que nos hizo perder el sentido de la hora precisa a la que debíamos bajar a Pili nuevamente al primer piso. Fue así como las risas y las carcajadas no nos dejaron escuchar el cerrojo de la puerta, ni los pasos subiendo las escaleras y mucho menos sus pasos mientras se acercaba a la habitación. Fue en un breve momento en el que mi papá abrió la puerta de la habitación, miró alrededor, hizo un paneo por todo el piso y mirándonos fijamente con su actitud imponente de educador y voz firme, preguntó: "Acá está la perra"?

El frío recorrió mi cuerpo. Mi hermana estaba con medio cuerpo debajo de la cama y yo encima de la cama orando para que Pili no asomara su cabeza por ninguna parte. Alcancé a creer que Pli entendía que tenía prohibido subir rotundamente al segundo piso y que por tal motivo debía quedarse quietecita, o de lo contrario ambas perderíamos la vida. Pero mi hermana la juiciosa, la que siempre decía la verdad, dijo "SI" y yo, la rebelde, la que mentía por culpa de la diversión, afirmé sin miedo y con firmeza: "NO". 

En ese instante a Pili se le hizo fácil salir debajo de la cama caminando muy campante hacia la puerta donde mi papá estaba de pie. Sus ojos se convirtieron en furia y en vez de ir detrás de Pili, la perra, él sacó su correa y me recordó la importancia de no mentir. 

Recibí su castigo y aunque hoy aún recuerdo los latigazos, me río a carcajadas por el caminado campante y con osadía de nuestra Pili hacia la puerta. Caminó sin una gota de miedo, la perra.


*Ejercicio para la clase de Narrativa de la Maestría en Escrituras Creativas 


Verde esmeralda

Cuando intento traer a mi memoria mi más antiguo recuerdo, me emociono, lo busco entre mis cajones mentales, lo refuerzo, lo ato a mi mente y cuando ya lo tengo, siento que algo en él se desgasta. Es un recuerdo con color, uno verde esmeralda. 

Es una mirada de mi madre, una tranquila, una que me dio paz. Es un instante en una joyería de hermosas esmeraldas, verdes como los ojos de ella. Un lugar frío y en el centro de una noche Bogotana. Estoy de pie observando una vitrina de marco dorado, llena de joyas y veo a mi madre hablando con el vendedor del lugar. No recuerdo ninguna de sus palabras, ni siquiera su tono de voz, pero como entre neblina, en un instante me veo sentada sobre el mostrador. Sé que no tengo más de 4 años, porque mis pies cuelgan y mi mamá me toma de las manos. Hay una grapadora para papel horizontal sobre la vitrina y resalta por su color negro y sus formas plateadas. La siguiente imagen es la mirada verde esmeralda de mi madre sobre mis ojos. Me hablan con certeza, suavidad y tranquilidad, pero con algo de preocupación. El vendedor toma la grapadora y como un rayo de luz, pone sus manos sobre mi oreja, y aquel objeto ya no parece objeto de oficina, ahora parece un monstruo destructor de lóbulos infantiles, que en un segundo atraviesa mi piel y automáticamente la neblina de mi recuerdo desaparece. Es una imagen perfectamente nítida. Es un dolor físico que se quiebra en mis oídos, recorre todas las fibras de mi cuerpo y sale disparado por mi garganta un grito ensordecedor. No he podido recobrar el aliento y nuevamente esa máquina destructora hace la misma perforación en mi otra oreja. 

Dos gritos secos que no terminan en llanto sino en impotencia. Llevo mis manos a mis orejas y siento el fuego pero descanso cuando imagino lo que cuelgan de ellas.

Creo que jamás olvidaré ese instante, ese sonido, ese dolor físico que parecía un castigo a la rebeldía de mi niñez. Pero como todo aquel recuerdo viejo, el cajón se cierra y la siguiente imagen es la mirada de ojos verdes esmeralda de mi madre, diciendo: "todo está bien". 

El dolor se va, mis orejas no sangran y mis lóbulos candentes terminan siendo dos esmeraldas hermosas que aún conservo en el cajón de mi presente realidad.