Cuando intento traer a mi memoria mi más antiguo recuerdo, me emociono, lo busco entre mis cajones mentales, lo refuerzo, lo ato a mi mente y cuando ya lo tengo, siento que algo en él se desgasta. Es un recuerdo con color, uno verde esmeralda.
Es una mirada de mi madre, una tranquila, una que me dio paz. Es un instante en una joyería de hermosas esmeraldas, verdes como los ojos de ella. Un lugar frío y en el centro de una noche Bogotana. Estoy de pie observando una vitrina de marco dorado, llena de joyas y veo a mi madre hablando con el vendedor del lugar. No recuerdo ninguna de sus palabras, ni siquiera su tono de voz, pero como entre neblina, en un instante me veo sentada sobre el mostrador. Sé que no tengo más de 4 años, porque mis pies cuelgan y mi mamá me toma de las manos. Hay una grapadora para papel horizontal sobre la vitrina y resalta por su color negro y sus formas plateadas. La siguiente imagen es la mirada verde esmeralda de mi madre sobre mis ojos. Me hablan con certeza, suavidad y tranquilidad, pero con algo de preocupación. El vendedor toma la grapadora y como un rayo de luz, pone sus manos sobre mi oreja, y aquel objeto ya no parece objeto de oficina, ahora parece un monstruo destructor de lóbulos infantiles, que en un segundo atraviesa mi piel y automáticamente la neblina de mi recuerdo desaparece. Es una imagen perfectamente nítida. Es un dolor físico que se quiebra en mis oídos, recorre todas las fibras de mi cuerpo y sale disparado por mi garganta un grito ensordecedor. No he podido recobrar el aliento y nuevamente esa máquina destructora hace la misma perforación en mi otra oreja.
Dos gritos secos que no terminan en llanto sino en impotencia. Llevo mis manos a mis orejas y siento el fuego pero descanso cuando imagino lo que cuelgan de ellas.
Creo que jamás olvidaré ese instante, ese sonido, ese dolor físico que parecía un castigo a la rebeldía de mi niñez. Pero como todo aquel recuerdo viejo, el cajón se cierra y la siguiente imagen es la mirada de ojos verdes esmeralda de mi madre, diciendo: "todo está bien".
El dolor se va, mis orejas no sangran y mis lóbulos candentes terminan siendo dos esmeraldas hermosas que aún conservo en el cajón de mi presente realidad.
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