1ra parte: http://lilobp.blogspot.com/2021/02/un-beso-de-chocolate.html
Quería continuar alargando ese momento, pero ese anochecer con sol empezaba a perseguirme y aunque mis ganas de aventurar se mantenía, era momento de volver. Con mis pensamientos saliendo como letras en mi mente y la mirada baja, abrí la puerta del café esperando que volvieran a sonar las campanitas. Empujando la puerta para salir y atrapando nuevamente mi esponjosa cabellera, tropecé con un extraño como si fuera una escena de "perversa adicción". Pero su gorro de montaña casi igual al mío, su chaqueta de cuero que le cubría la boca, y su mirada no me dejaban ver a un hombre atractivo sino mi experiencia de desconfiar de los extraños, me hicieron imaginar a un hombre que posiblemente en un choque, se llevaría mi billetera. Con esa desconfianza por los extraños que me caracteriza, bajé rápidamente la mirada, llevé mis manos a mis bolsillos, mi corazón se aceleró y sin pensar que tal vez no entendería mi idioma le dije "lo siento". Él con una respuesta inesperada, respondió igual. En un idioma no común entre las calles europeas. Yo no sabía si debía sonreír por la empatía con el idioma o salir corriendo por un latino "confianzudo", pero mi salida apresurada ahora convertía el caminar de un vaho lento, en una caminata agitada con los nervios en las manos.
Intentando ponerme nuevamente los guantes, me percaté que solamente llevaba uno. Había perdido el guante de mi mano derecha. Guantes que en la mañana había comprado en una de esas tiendas bohemias de las hermosas calles de Ámsterdam. No podía darme el lujo de perderlo. Esa mañana cuando encontré aquel lugar, mi decisión de elegir los guantes adecuados fue bastante extensa. Incluso la entrega de ellos entre esa bolsa de papel, con un adhesivo en su cierre, se convertiría en uno de los recuerdos de mis libros de colecciones en aquel viaje de noviembre.
Me detuve. Me llené de valor y di media vuelta para volver al café con sabor a chocolate. Sabía que me encontraría a aquel extraño de cejas pobladas, ojeras marcadas y un candado en su barba. Ahora quería que las campanitas no existieran, quería que nadie volteara la mirada, ser un fantasma, traspasar la puerta y simplemente entrar, tomar mi guante y nuevamente salir corriendo.
No alcancé a acercarme a la puerta cuando sentí una mano en mi hombro, que pronunciaba mi nombre. Me dijo, -¿Martha, eres tú? Y contuve mi respiración, vi al hombre extraño con el guante en su mano y el instante me obligó a mirarlo fijamente a los ojos. ¿Cómo era posible que supiera mi nombre?. Al mirarlo fijamente, era él. Era nuevamente él. Era el imaginario de años atrás. Era el culpable de haberme hecho creer que no podría estar en ese lugar sin un "él", sin un romanticismo imaginario.
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