martes, 1 de noviembre de 2022

Se llamaría Dalí

Yo soy su perro. Me llamo Dalí. Julieta me puso ese nombre porque así se llama su pintor favorito. Duermo con ella en una cuna en la habitación porque tengo prohibido subirme a su cama. Cuando ella se despierta, yo levanto mis orejas, la saludo y la persigo hasta que me sirve la comida. Siempre que me ve comer, me dice que soy un perro juicioso y bien educado porque no hago reguero cuando como en mi plato. Antes de empezar, cierro los ojos, oro un poquito y empiezo a comer. A ella y a mí nos enloquecen las palomitas de maíz, las salchichas y el queso. Las pepitas para perro son aburridas, pero siempre me lo como todo y cuando termino, ella me da una galleta de premio.  

Cuando llegué por primera vez a su casa, me oriné por todos lados, pero aprendí con la ayuda del periódico de Julieta. Me señaló con él y su pelo se esponjó como el de un león. Me da miedo verla así. Varias veces me dejó sin galletas por no haberle hecho caso. 

Ella sabe pasearme. Ha leído libros sobre eso y ve videos de perros. Le gusta caminar conmigo y me habla todo el tiempo. A veces corremos juntos pero siempre quedo con mucha sed. No me deja acercarme a los perros más grandes que yo. Cuando me suelta la correa, me dan ganas de perseguir a las palomas y a los gatos. Pero Julieta me llama fuerte con mi nombre y hago como que la cosa no es conmigo. Me pongo a oler el pasto. 

Me gustan los postes, los árboles y los caminos del parque con flores. Los niños me ven y quieren acariciar las partes de mi pelo blanco. Mi cola es pequeña y se mueve muy rápido. Me gusta levantarme despacio, pero cuando veo la pelota, no me importa lo que haya a mi lado. Una vez rompí una copa que Julieta había dejado en el suelo. A ella le gusta leer al frente de la chimenea, sentarse sobre los cojines, cubrirse las piernas con una cobija y tomar vino.  A veces me acuesto a su lado para sentir su calor. Cuando tengo frío me prende el calentador y yo la acompaño mientras trabaja. Ella me consiente la cabeza y yo me quedo dormido. 

Me gusta decirle por las mañanas cuando se arregla, que se ve bonita. Lo que más me gusta es su pelo alborotado. A ella también se le cae mucho el pelo, pero hay una señora que se encarga de recogerlo. Se llama Robotina. A mí esa señora no me gusta porque me anda persiguiendo por toda la casa. A veces se queda dormida y Julieta tiene que alzarla. Duerme en la sala y habla muy poco. Solamente avisa con un timbre cuando termina de barrer. 

Hoy me llevaron al colegio y no le ladré a nadie. Julieta quiere que aprenda a leer y a escribir bien, pero yo me quiero quedar en la casa con ella, jugando con sus medias, mordiendo los palitos del parque y persiguiendo moscas.

Si yo tuviera un perro, lo amaría tanto como Julieta me ama a mí. 

Ella me hace feliz y yo sé que mis bigotes la hacen feliz a ella. Te amo Julieta.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Una poesía

"De la oscuridad a la luz" llamó al poema. ¿Sería eso lo que trataba de decir? Nunca lo sabré. Ella se acercó al papel y dejó dos páginas de su significado. Tal vez fue el "dolor" como lo llamó el autor del prólogo al sentimiento en común de los autores que escribieron ese libro. 

Hoy tuve mi primera clase de poesía y salí enmudecida. Tal vez porque siento que sigo sin entenderla. La poesía me habla lento y con un mar de acertijos. Es ingenua, es directa, es inocente y atrevida. Así como era ella. Yo no sabía si lo que ella había escrito era poesía, hoy creo que ella tampoco lo sabía. Tengo un sin fin de preguntas para entender el poema, pero me dejó la tarea más difícil de mi mundo de escritura. Entender su poesía. 

No sé si mañana me den ganas de escribir con poesía. Hoy no quiero. No la quiero, me genera conflictos internos, dolor y más preguntas que respuestas. El gesto del silencio es tan ruidoso que a veces me da miedo tanto silencio. Ese miedo le robó sus sueños. Ella se durmió para siempre con ellos. Yo quisiera la transcripción de su poema. ¿Sería eso que está escrito, su sueño? Sigo sin entenderlo. Por ahora no quiero saber de poesía. 

Oye señor de los poemas, dale más luz a este momento de preguntas en la tierra. Dale movimiento a mis dedos para escribir con sabiduría. No conocí la oscuridad que habitaba en ella. Definitivamente, no tengo ni idea de poesía.

De la oscuridad a la luz 
Por Diana Plata Rueda. QEPD.

Estar en el vacío
sin saber a dónde ir,
sentir el inmenso frío
y no querer ni salir. 

No salir de la pena
y estar tan hundida
que el alma solo anhela
y se siente vacía. 

Vacía de amor y de energía,
sin querer tener un renacer,
ya ha quedado lejos la alegría
y las ilusiones no se dejan ver. 

Ver de nuevo a mis viejos
sonriendo por mi vida
y ya no estar con ellos,
buscando una salida. 

Salida del odio y de esta condena
que no me quiere dejar vivir,
solo hay vacío, ya nadie sueña
se convirtió en pesar el existir. 

Existir por inercia y no por querer,
sería mejor poder escapar,
lograr de nuevo un renacer,
dejar de sufrir, volver a soñar. 

Soñar con tener una nueva vida,
construir con los escombros,
dejar de vivir cada día más frío,
salir del juego del viene y va. 

Viene la alegría se va el miedo,
es lo que quiero poder hacer;
es tiempo de empezar de nuevo,
venga la paz, la quiero tener. 

Tener la calma en medio de todo,
dejar la ceguera y poderlo hacer;
lograr salir al estar en el lodo
y dejar de darle tanto poder,
poder decir sí, aunque me cueste.  

Salir de esta pena y mejorar,
que la vida ya no me apeste
y pueda volver a amar.
Amar la vida y el dolor dejarlo ser y respirar,
olvidarme ya del temor,
yo puedo lo sé, voy a avanzar.


jueves, 4 de agosto de 2022

La olla

Hermita Martínez era la mayor de los siete hermanos. Su papel era como el de mi abuela que alma bendita en paz descanse. A ella le gustaba hacer el oficio de la casa, ordenar los cajones, hacer mercado y cocinar. Se levantaba todos los días a las seis de la mañana, se servía un tinto, con aguardiente y panela. Su marido era conductor de la Flota Magdalena y casi no permanecía en la casa. Tenía fama de tener varias mujeres e hijos regados por todo el país, pero a Hermita no le importaba, lo único que ella esperaba, era que le diera dinero suficiente para los gastos de la casa. Ella había sido profesora de la escuela durante muchos años, pero ya se había pensionado. Se dedicaba a cuidar a Miguel, su marido; a prepararle la comida, a recogerle la ropa sucia y a ver novelas asiáticas, portuguesas, mexicanas y cualquier programa de televisión que tuviera historias de amor. Los fines de semana se iba para la finca de la familia asegurándose que ninguno de sus hermanos estuviera. No le gustaba hacer favores y sus hermanos al verla pensionada, le pedían mil encargos, pero ella siempre se resistía y se quejaba. La finca era el mejor lugar para esconderse y alejarse de ellos.

La finca tenía una casa mediana con dos balcones, rodeada de flores y naturaleza. Tenía aves de toda clase, pichones, loros, guacamayas y más de cincuenta clases de pericos australianos. Tres patos, dos pavos reales y palomas mensajeras, eran las favoritas de mi papá. Mis tíos habían arreglado la casa y la llenaron de lugares para descansar. Construyeron un baño turco y un sauna al lado de la piscina. Hicieron un parque de arena para los niños con rodadero y columpios. Construyeron una casa en un árbol y la llamaron "La casa del aire". Esa finca la heredaron mis tíos luego de que mis abuelos murieron. Entre mi papá y sus hermanos terminaron de pagar el terreno con la casa que incluso tenía áreas a medio construir. Después del infarto de mi abuelo porque mi abuela se murió, decidieron honrar su partida arreglando la finca, pero el problema es que todos tenían ideas distintas. Unos querían una casa silenciosa y para el descanso y otros querían un zoológico lleno de animales regados por todas partes. Aunque decían que luego de la muerte de mis abuelos se acabaría el conflicto, no era cierto, se la pasaban discutiendo por la plata para los arreglos, los mercados y el tiempo del mantenimiento de la casa. Los vecinos la llamaban el circo de los Martínez García.

Hermita era la más malgeniada. Decía que sino fuera por la promesa que le hizo a mi abuelo, ya habría vendido la casa. Aún así, ella seguía yendo los fines de semana. A Gladis y a mi papá le gustaban las matas, regaban las flores, mantenían limpios los caminos, barrían las hojas secas y limpiaban la maleza. Ella, mi papá y la guadaña, se hacían llamar los tres mosqueteros. Elvia se encargaba de las conexiones. Instaló cámaras de seguridad por toda la finca, Internet inalámbrico y televisión por cable. Ella conocía la funcionalidad de todos los tomacorrientes, interruptores y cables que se desplegaban por toda la casa. La motobomba para el agua siempre era un dolor de cabeza y era mi tía Elvia la que se encargaba de coordinar con el electricista todos los mantenimientos. Jacinta era la más floja de las mujeres. Para ella lo más importante era la comodidad. Ir a la piscina, tomar el sol, broncearse, tener una ducha limpia, una habitación con aire acondicionado y una cama de plumas. Por eso decidió construir una habitación independiente, para que nadie la incomodara cuando iba con su hija. Su esposo la había abandonado a los siete años de casada por una mujer más joven que ella y siempre decía que no necesitaba un hombre más en su vida. Por eso nunca se volió a casar. Aportaba con dinero a la finca cada vez que sus hermanos se reunían y decía:

-A mí no me pongan a hacer oficio que yo ya hice suficiente de eso. Para eso es que trabajo y la plata es para gastarla. Así que ustedes propongan que yo pago.

Paco y Luis, los gemelos y por ser los menores eran los consentidos de mis tías. Aunque eran viejos, siempre los trataban como niños. Hermita era como una mamá y cuando organizaba ir a la finca, cargaba la camioneta con un montón de comida y garrafas de aguardiente para ellos.

Ángel era mi tío el innombrable. De él no se hablaba nada porque era el hijo perdido. Mi abuela lo había cuidado en su juventud y lo protegió tanto, que a los veinte años él se fue de la casa porque decía que quería vivir solo. Fue así como nunca volvió. Mi abuelo intentó buscarlo cuando supo que se había ido para Cali a montar una peluquería, pero cuando lo vio, ya no se llamaba Ángel, ahora era Ángela. Desde ese día mis abuelos nos prohibieron hablar de él y dijeron que hasta que no estuvieran en la tumba, Ángel no debía entrar a la casa. 

Como era tan difícil ponerse de acuerdo para reunirse todos al tiempo, meses después de la muerte de mi abuelo decidieron reunirse en la finca para hacer la lectura del testamento. Por fin alguien sería el encargado de convertirla en un lugar de descanso o en el zoológico que varios anhelaban. Era Semana Santa y organizaron un almuerzo el miércoles santo. Hermita tenía fama de hacer el mejor sancocho de Acacías. Sabía cómo alimentar a las gallinas, desnucarlas, lavarlas con agua caliente, despellejarlas, sacarles las tripas, cortar las mejores presas y cocinarlas.

Acacías era el pueblo donde a mediados de año hacían las fiestas patronales. La gente se reunía, echaba pólvora, tomaba aguardiente y coronaba a la reina de la piña. La vereda tenía las mejores piñas y cuando llegaba la cosecha, celebraban botando la casa por la ventana con orquesta y reinado. Varias de mis tías participaron pero nunca ganaron nada. Siempre ganaba la hija del dueño del único bailadero del pueblo, la llamaban la tetona. Algunas vez fuimos con mis tíos y mis primos a tomar cerveza para poder verla, pero ese día nos atendió su hermano mayor, que parecía todo menos llanero. Tenía los ojos verdes y el pelo pintado por los rayos del sol. Le decían el ruso.

A Hermita, Gladis y Elvia se encargaron del almuerzo. Acordaron que fuera pescado porque decían que comer carnes rojas en Semana Santa era pecado. Compraron un bagre gigante que debieron cargar desde el pueblo hasta la finca. Mis tíos Paco y Luis eran los encargados de ir a comprarlo. Pero mientras mis tías esperaban, ellos llegaron casi dos horas después, medio borrachos y cargando el pescado. Era tan grande que tuvieron que ponerlo encima de la mesa del comedor. Le tomaron fotos, le hicieron video y hasta le pusieron nombre: Arnulfo. Así se llamaba el abogado que se suponía llegaría para la lectura del testamento. Era un hombre robusto, calvo y con bigotes largos. Mis tíos estaban tan borrachos que no sabían la diferencia entre un bagre y un róbalo, "el pescado de los abogados". Al fin y a al cabo a ellos no les importaba el tipo de pescado, lo que les importaba era que se llamara como el abogado.

Mis tías lo cortaron, lo adobaron y lo prepararon. Para poderlo cocinar tuvieron que utilizar una olla nueva que nunca habían estrenado porque desde hacía muchos años no había tanta gente en la finca. Fue un regalo de una vecina que a veces iba entre semana a cuidar la finca y se sentía agradecida porque le pagaban por barrer las hojas, airear la casa y darle comida a los animales. Las agarraderas  de la olla eran difíciles de coger, pero mientras estuviera estable sobre el fogón, todo estaría bien. El problema sería después cuando ellas pidieron ayuda a mis tíos para bajarla y servir la sopa. 

Mientras las señoras cocinaban, Paco y Luis siguieron la rasca con las garrafas de aguardiente. Desde la piscina se escuchaba cómo chiflaban, cantaban a grito herido las canciones de Vicente Fernández y los corridos prohibidos típicos de la zona. Descalzos y desentonados, bailaban mirando al cielo con los ojos cerrados. Ya eran las tres de la tarde y el abogado no llegaba. El sancocho ya estaba listo así que decidieron servir y guardarle en un plato aparte la porción del abogado. La olla la habían puesto encima del fogón. Pesaba tanto que Hermita tuvo que llamar a Paco y Luis para que le ayudaran a bajarla. Pero el alcohol ya estaba en todo su torrente sanguíneo. Desde el momento que los llamaron yo vi venir la tragedia que se avecinaba. Mis tíos apenas enfocaban las agarraderas y aún así insistían que ellos eran los encargados. Cada uno tomó un trapo sobre las orejas de la olla, pero estaban tan descoordinados que cuando la levantaron, el caldo del sancocho de pescado se tambaleó de lado a lado. Parecía tener vida propia y el líquido salió como si fuera una ola golpeando la arena. Lo vi todo en cámara lenta, pero en segundos, el caldo hirviendo salpicó sobre la mano de Luis e inmediatamente la soltó. Cuando golpeó el lado de la olla con el piso, el resto del caldo salpicó a los pies de ambos, quemándoles la piel y haciéndolos soltar por completo esa arca de Noé que no sobrevivió al diluvio. El caldo voló y se desplegó por el piso de toda la cocina, hasta llegar a la sala. Los gritos de Hermita, Gladis y Elvia ensordecieron la finca. Las gallinas corrieron, el perro ladró, los patos graznaron y las palomas mensajeras se estrellaban con las jaulas. Mi tía Jacinta muerta de risa sacó el celular para hacer un video. Como si estuviera disfrutando de la desgracia familiar de perder la comida.

-Hubiera sido mejor haber pedido un domicilio. Decía a carcajadas

Cuando Hermita la escuchó, tomó el primer sartén que encontró con la mano y se fue encima de ella. Pero mi papá alcanzó a tomarla por el brazo mientras ella gritaba:

-¡Cállese la jeta! Bastante razón tenía mi abuelo cuando decía que por eso la botaron, porque usted sólo sirve para estar peinada y ni un tinto sabe preparar. ¡Por eso fue que le pusieron los cachos y su marido la dejó!.

-Pues bien ido ese idiota que ni falta me hace. Se buscó una empleada que le cocinara y harta falta que le hacía a él. Para eso yo trabajo, para no tener que andar lavándole los calzones cagaos como sí le toca a usted mientras él anda por todo el país regando hijos con cualquier moza.

La histeria y los gritos incrementaban. Ya no había nada que hacer, el sancocho de pescado se había desplegado por el suelo. Mis tíos se sostenían sobre un piso resbaloso como si fuera hecho de cáscaras de bananos. Paco intentó salir de ahí, pero la pista de jabón y la borrachera lo hizo caer otra vez al suelo. Luis también perdió el equilibrio y ahora parecía una pista de lucha en un cuadrilátero de lodo. Ellos reían a carcajadas y yo no sabía si hacer lo mismo o calmar a las histéricas de mis tías. Hermita empezó a llorar y señalaba el suelo.

-¡Eso les pasa por andar tomando trago! Par de borrachos, se los dije. Con ustedes siempre es lo mismo, me tienen aburrida con esa falta de seriedad, tan viejos y siguen en esas.

En ese momento escuché el timbre de la puerta y me alejé del circo para ir a abrirla.

- Buenas tardes, ¿qué se le ofrece? le pregunté.
- Gracias, ¿esta es la finca de la familia Martínez García?
- Sí, ¿a quién busca?
- A mis hermanos. Mi nombre es Ángela.

En ese momento descifré su rostro y por fin había conocido a mi tío perdido. Venía acompañada del abogado y ruso del pueblo.

-Claro que sí, siga, estábamos a punto de almorzar. ¿Y usted qué necesita?, le pregunté al ruso.

-Yo le pedí que nos acompañara porque no sabíamos dónde quedaba la finca. Contestó el abogado y me miró con la complicidad porque al parecer el ruso no le quitaba a Ángela los ojos de encima. 

Lo miré con afirmación sabiendo que era mentira. Le di la gracias y despedí al ruso.

-Muchas gracias por su compañía, espero tu llamada. Le dijo Ángela y se despidió de él con un beso en la mejilla.

Entramos con la risa entre los dientes y cerré la puerta. Nos fuimos acercando lentamente a la casa hasta la sala y de inmediato apareció el cuadro de la escena de circo como toda una obra de teatro.

Dos hombres en una lucha libre sobre la sopa regada por el suelo, riendo a carcajadas, lanzándose los pedazos de comida y hablando con la lengua enredada. Un hombre tomando por el brazo a una mujer que gritaba con un sartén en la mano. Otra mujer muy elegante haciendo un video del momento y riendo mientras comentaba la escena. Dos mujeres llorando como si el bagre hubiera sido el entierro del perro y un revoloteo de animales haciendo ruido por toda la finca.

-Te presento a tu familia. Los Martínez García. ¡Silencio todos! Grité. Llegó el tío Ángel.

Él me miró y rectifiqué.

-Perdón, la tía Ángela.

Todos enmudecieron, se hizo un silencio sepulcral y la revisaron de pies a cabeza.

-Hola a todos, que alegría verlos de nuevo.

Mi tío Paco y Luis se miraron y soltaron la risa:

-¡Llegó el heredero! Hasta bonita se ve la tía. Dijo Luis
-¡Y viene con el abogado!. Apresuré a decir.

Mi tía Hermita se limpió las lágrimas con el trapo de la cocina y se dirigió hacia él diciendo:

-Don Arnulfo siga se sienta y almuerza mientras limpiamos este desorden. Pero tranquilo que su plato ya estaba servido desde antes; fue el único que se salvó.


viernes, 3 de junio de 2022

El abismo de Gustavo Álvarez Gardeazabal

Crítica de la nota semanal “El Premio Alfaguara se desprestigia”de Gustavo Álvarez Gardeazabal y su opinión sobre la novela "Los Abismos" de Pilar Quintana.


Enero de 2022


Catalogar la novela Los Abismos de Pilar Quintana como “vergonzosa y simplona” es afirmar con miserableza, no solamente la obra de la autora, sino afirmar con ignorancia y bajeza el conocimiento de un jurado presidido por Héctor Abad Facio Lince, que al parecer al señor Gustavo Álvarez Gardeazabal ve como ignorante y desconoce según él, la gracia narrativa de las mujeres caleñas. Yo diría que eso sí es desprestigiar la literatura de las mujeres caleñas.

Afirmar que la ciudad de Cali está descrita con miserableza narrativa porque la autora no se centra en los elogios o en enaltecerla, me parece una manera básica de hablar de una novela que lo último que pretende, es hacer que el lector se enamore de la gente o de un romanticismo caleño que no tiene nada que ver con el sentido de la obra. La protagonista no es la ciudad de Cali, es la oscuridad de los conflictos humanos que podrían estar ubicados en cualquier otra atmósfera de abismo.

La novela utiliza la metáfora del pensamiento de una niña, no la de un adulto. Su temática es sobre la muerte, la que inconscientemente llevamos por dentro los adultos. Es un cuestionamiento al comportamiento de una sociedad que amenaza con la muerte interior, independientemente de la ciudad en la que habita la novela. Utiliza de manera cruda, la anécdota del suicidio como un acontecimiento contundente. Acerca al lector a la muerte, como desayuno cotidiano de la ciudad de Cali. No es una novela que desprestigie a los habitantes, es la realidad de una y varias ciudades colombianas que aunque nos cueste reconocer, no les hemos podido quitar ese tatuaje de ver morir a la gente de manera tan constante e insensible en nuestro país.

El concepto de la muerte no está representado solamente el abismo, sino a través de las acciones de sus padres, incluso desde la voz de la niña que los describe: “Los muertos de mi papá, empecé a pensar, vivían sus silencios, como ahogados en un mar de calma”. “El abismo dentro de ella, igual al de las mujeres muertas, al de Gloria Inés, una grieta sin fondo que nada podía llenar”.

“Los personajes son muy pocos y sin posibilidad de ser contrastados”, los personajes son pocos, pero son suficientes.  El adulto no es el protagonista, es la niña. Leer una novela para adultos desde la voz de una niña, es algo que no todos pueden entender como lo hace el señor Gardeazabal.

La muñeca es una metáfora potente. No habla, simplemente actúa desde el interior de la niña. Hace lo que aprendió de sus padres, los que según Gardeazabal parecen no tener vida porque viven alicorados o empastillados como la mamá de la niña narradora. Ellos se encuentran alicorados es en sus desgracias emocionales que son los suficientemente incómodas y ponen al lector a ver su propio reflejo en el papel de alguno de los personajes y eso creo que es lo que le incomoda. La novela hace una crítica a las relaciones de la sociedad colombiana como el matrimonio, la infidelidad, la dependencia de las mujeres cabeza de hogar por los hombres, la indiferencia de los hombres, la falta de comprensión del pensamiento de los niños, la pobreza y las clases sociales. Una realidad de la que nadie escribe y menos las mujeres colombianas.

La novela no acumula minutos para llegar a un final sin carácter porque si hay algo que tiene la autora, es carácter. Pero sin duda el final del libro deja una mesa sin una pata y se queda corta. Le hace falta un cierre que no deje sueltos los círculos a los que vuelven los personajes. Es una novela que no está escrita para la literalidad de un personaje descrito de manera precisa, la autora deja la decisión al lector de cambiar el camino de los personajes. En este país no estamos acostumbrados a elegir nuestro propio camino. 

La voz narrativa nace desde el pensamiento de una niña que ve a la muerte en la vida de los adultos que la rodean no es una transcripción simplona de unas conversaciones esmirriadas. La muerte es un elemento tensionante para los que viven en ese universo de manera cotidiana. La fotografía del espacio es completamente evidente en la metáfora no es una fotografía borrosa de un espacio sin ningún sabor a nada. Al parecer la capacidad de ver el espacio con matas es lo único que queda en la mente de Gardeazabal cuando dice que todo queda apenas como otra mata de las muchas que al comienzo nos cuentan que dizque inundan el apartamento y después desaparecen. 

La escritura es una obra de arte y por lo tanto cada obra tiene el sello de un autor que lo último que busca es clasificar dentro de una vanguardia o un género definido. Esa es la estrella de esta obra. Es una novela que deja al lector con temas a punto de explotar, el suicidio es lo suficientemente tensionante porque según él, no hay trama, ni hay tensión ni hay desarrollos elementales de una novela. Pero el éxito es tan potente en esta obra, que incluso un autor como Gustavo Álvarez Gardeazabal no es capaz de comprender el universo de los niños, menos el de una niña que seguramente ha permanecido en su interior, pero está muerta. En vez de afirmar que las relaciones humanas para la niña solo se tratan de pespunteadas en diálogos moribundos con una muñeca que, obviamente, no habla y dizque se suicida porque la arrojan al vacío, yo diría que usted no ha podido entablar una conversación con su niño interior que se encuentra moribundo o muerto, como los muertos de todos los adultos que tienen un abismo interior. Es como dice Pilar: una grieta sin fondo que nada puede llenar, no pueden ver mariposas, neblina, barrigas de lagartos, gotas en las gafas de mundos distorcionados, jardines de chocolate, cuencos hechos con las manos, barbas en los árboles o algodones blancos de la neblina, que en vez de saber a azúcar. A críticos como Gardeazabal les sabe a racismo con sabor a miserableza. No es una obra para adultos que necesiten el ego o prestigio como norma de vida, sino para quienes dialogan con la voz de la vida que no tienen abismos en sus vidas y evitan caminar muertos en vida.

Martha Liliana Barrantes
Estudiante Maestría Escrituras Creativas
Universidad Nacional de Colombia




 

lunes, 9 de mayo de 2022

Gabo - Cien años de autenticidad

Mi abuela murió tres meses después de cumplir cien años. Años de vida, no de soledad. Días antes le escribí una carta tratando de recopilar su historia en apenas tres páginas. La compartí con mi familia y le gustó tanto, que me pidieron volver esas páginas como palabras de despedida el día del entierro. Completé el texto y terminaron siendo seis páginas. Cada vez que tomo los textos y nuevamente los leo, siento la necesidad de agregar historias para que la gente conozca lo maravillosa que fue su vida. Es como un imán que me atrapa pero siempre me hace falta carga magnética para sentir que es son las palabras definitivas. Cien años llenos de vida, de experiencias, personas que pasaron a su alrededor, lugares y de un legado familiar, que se fue y se ha ido multiplicando a medida que va pasando el tiempo. Hasta el día que le escribí una carta a mi abuela, me hice consciente de la complejidad y responsabilidad de plasmar de manera acertada en el papel, cien años de vida.

¿Será esta experiencia de verbalizar lo que pasa durante un siglo de vida, es la que nos hace reflexionar sobre nuestra existencia y lo que le dejaremos a nuestras familias? ¿Cuál será la magia que existe detrás de ese número cien que nos quita un poco el aliento? Supongo que escarbar en el pasado, raspar las paredes de la casa de nuestra niñez, identificar las generaciones, conocer las fallas familiares y abrir las maletas de los viajes de la vida, nos apasiona cuando sentimos que estamos llegando al punto en el que la soledad parece estar asomándose por la ventana.

Hay días en los que me despierto con tanta necesidad de contar su historia, que ya no sé si la protagonista es mi abuela, son mis tíos, es la casa de visita los domingos o simplemente si soy yo. Tal vez pongo parte de mí en los personajes. Hablar del número cien en la literatura, es pensar inevitablemente en Gabriel García Márquez y sus “Cien años de soledad”. Un nombre que parece hacer parte de los tatuajes y apellidos del mundo literario. Es una historia que queremos bajar del realismo mágico para guardarla en la realidad colombiana de una “selva humana desbordada” como diría José Miguel Oviedo en el Magazine Dominical El Espectador en 1967 , el mismo año de la primera publicación.

La historia del pasado del autor creo que es el primer punto conector para confrontar mi experiencia como escritora con la vida de Gabriel García Márquez. Sin duda no espero ser como él, pero espero “hacer más feliz la vida a un lector inexistente”  como él mismo lo afirmó.  Cuando descubrí cómo su abuelo influyó profundamente en su futura visión del mundo con simbologías y cómo le hacía consultar el diccionario palabras que desconocía , comprendí aún más por qué su obra llegó a mi vida de dos maneras tan distintas tanto en mi juventud, como en mi adultez. 

En mi adultez, hasta hace pocos meses volví a leer el libro y tuve una visión distinta del imaginario que conservaba en mi adolescencia. Así como me gustó más, me dolió peor. Descubrí cómo el autor podía darle tanta vida a la muerte, a la soledad y a la tristeza. Me identifiqué con algunas características de sus personajes y adicional a eso, comprendí cómo ellos eran un espejo triste de la historia y la cultura de mi país. Niñas que comían tierra, tesoros escondidos debajo de la cama, pescaditos de oro convertidos en monedas y casas selladas que me recordaron la superficial lectura que hice la primera vez al libro en mi adolescencia. Treinta años después vuelvo a ese lugar y lo único que siento es un profundo dolor descrito en un legado familiar de adultos a los que se les envejece no solamente el cuerpo sino que se les pudre el corazón. Por ese motivo quiero escribir historias que le hagan honor al legado que mi abuela dejó, con la premisa del premio Nobel de Literatura: escribir para hacer más felices a las personas, pero opuesta a su obra de soledades y dolores en el alma. El mejor ingrediente de Gabriel García Márquez es el realismo mágico. Con ese y con el poder del amor, quiero lograr sinestesias y anáforas en la vida de las personas. El problema es que ese poder tiene nombre propio y cuando se nombra está cargado de amores y odios, de historias reales y metáforas, uno que también viene con palabras mágicas en un diccionario a modo de testamento lleno de Epifonemas. Hablar del amor de Dios a través de cien años de “compañía”, es una exageración y un propósito ambicioso con el que no pretendo vender en una semana más de ocho mil ejemplares y en tres años quinientos mil, ni que se traduzca a más de veinticinco idiomas, que gane seis premios internacionales o que reciba un premio Nobel de Literatura. Solamente quiero escribir con esa misma pasión de hacer de lo extraordinario algo natural  y con esa humildad con la que se encerró Gabo durante diez y ocho meses para hablar de su familia. Una auténtica, llena de generaciones y personajes que personalmente me hicieron feliz en el oxímoron de sus figuras literarias.

Aún faltan cuatro años para cumplir un siglo del nacimiento de este grandioso escritor que posiblemente seguirá durante siglos siendo un caso de estudio. Pero estoy segura de que los jóvenes de ahora están leyendo alguna obra que será digna de un premio nobel de literatura y aún no lo saben. Tal vez es un libro que está reposando en la biblioteca casi sin usar o posiblemente está gastado en las esquinas, subrayado con resaltador o con algunas hojas rotas. Y si aún ese libro no se ha escrito, espero que este mundo en cien años siga apoyándose en una grandiosa obra literaria como lo es Cien años de Soledad. Que sea otro clásico de la literatura colombiana y hable de nuestra actual cultura colombiana, donde un nuevo género literario sea el ingrediente secreto para endulzar las lecturas de los que hacemos parte de los controvertidos cambios de siglo.

Gracias Gabo por tus cien años de autenticidad. 


La regla, el lápiz y el corrector

Empecé escribiendo, sin saber caminar, hablando de mis juguetes, del clima y de la vida. La verdad lo hice con el corazón. Mis juguetes estaban llenos de experiencias personales con mi trabajo. El clima se iba transformando con el sol de las mañanas de mi familia, las estrellas de la noche, con mis amigos o con la miel mi relación que en vez de ser una luna llena, era tan inestable como una gelatina. Esa necesidad de expresar lo que mi mente relacionaba con la realidad y la fantasía, era y es una necesidad constante que no me deja desconectar de la escritura. 
 
Luego de pasar por varias estaciones, atardeceres y amaneceres, salté con mis textos describiendo a las personas, como si fueran “hojas de vida”. Convertí mis textos en dedicatorias personales a quienes tocaron mi corazón. Me gustó recordarles los momentos que yo tenía en mi mente. Eran fotos colgadas en las paredes de mis recuerdos. Esa conexión me hizo entender que no solamente mis reflexiones de los juguetes, el clima y las historias de personas importantes en  mi vida, eran suficientes para escribir. Necesitaba algo más que un motor que se activaba con fuerza cada vez que mi corazón estaba débil. 
 
Una de mis lectoras favoritas me decía que amaba mi escritura porque le tocaba el corazón. En ese momento me pregunté si podía tener la capacidad de escribir con menos llanto y con más risa. Así que empecé a tratar de dar pequeños saltos en la forma de construir mis textos, con el cuidado de que no se vieran disfrazados con zapatones, caras blancas y narices rojas. Me acerqué a la ironía de la vida, con el miedo a fracasar en mi poesía romántica y existencial que tanto le gustaba a mis lectoras incondicionales. Aunque la narrativa hacía parte de mi intimidad, no sabía que también podía ser parte de mi mundo profesional.
 
Un día en una clase de un colega docente, habló de su Maestría en Escrituras Creativas y yo como una niña que no sabe si rayar con lápiz o con esfero, le pregunté, anoté y busqué información para saber si eso complementaría mi profesión o le pondría un peldaño a mi vida personal como escritora. En ese primer intento la academia no abrió y esperé por un buen tiempo, casi dos años. Mientras tanto seguí escribiendo historias para quienes se entretenían con ellas. Era un mundo lleno de fantasía y empezaron a leerme personas desconocidas. Escribía pensando que ya sabía caminar y cargar mi maleta como escritora. Me sentía de las grandes del salón del colegio, pero yo por lo menos y en el fondo de mi corazón, quería formarme y estudiar para aprender a escribir de verdad. Quería ser la primípara universitaria en la escritura. 
 
Fue así como un día la voluntad de mis deseos se enfrentaron nuevamente a la voluntad del de arriba. En medio de una pandemia perdí mi corazón y la escritura se reveló en su esplendor. La retomé casi a manera de hábito y florecieron mis ganas de hacerlo para mí y no para los demás. Era terapéutica, liberadora y parte de un mundo hecho solamente en mis cuatro paredes.
 
En ese momento sentí que ya no pertenecía al colegio. Mi ego me hizo creer que estaba creciendo. Participé en varios concursos de escritura y descubrí una cantidad de ritmos musicales que me empezaron a abrir los ojos. Me reté en los tiempos, en los temas, en  los personajes e incluso en mis realidades. Vi el camino largo que aún me faltaba por recorrer.
 
Mis textos empezaron a convertirse en relatos que no tenían fantasía sino ficción. En ese momento la academia apareció y abrió sus puertas. Me inscribí a la maestría y llegar a ella fue como un boom de quipitos en la boca que explotaron en distintas direcciones. Cuando sentí que estaba sentada en una silla de la universidad de la escritura, me di cuenta que aún seguía en el colegio, casi en el jardín. Tuve que aprender a leer de verdad, a escribir, a borrar, a no utilizar esfero sino lápiz. Me encontré con textos que a veces me daban ganas de patear como las loncheras del colegio y con otros textos que no sabía que se merecían medallitas de honor. 
 
Aunque no sé si ya estoy por graduarme del colegio, creo que la teoría, la experiencia y los académicos que van llegando, me están ayudando a elegir el medio de transporte a donde quiero llegar. No sé cuánto me demore el viaje, siento que voy en tren, pero me gusta sentir que cada vez que asomo la cabeza por la ventana, veo las estaciones, tierras desconocidas y recuerdos olvidados. Es un recorrido por tantos lugares que a veces me dan sueño en clase y quiero salir corriendo. Otras veces quiero que todo desaparezca para escribir durante horas. Son estaciones que van y vienen como el caballo desbordado al que un profesor se refirió sobre mis textos: "Tienes que atajarlo porque se te puede desbocar..."  Sin duda creo que tiene razón. Por eso creo que estoy en el punto en el que sigo usando la regla, el lápiz y el corrector para escribir como lo hice desde el primer día: sin prisa, con buena letra y con el corazón.

lunes, 18 de abril de 2022

Hasta que mi aliento se integre con tus rayos de luz

Eärendel, my love...

Te puedo sentir y a veces creo que te puedo ver. En las noches iluminas la oscuridad de mi balcón con tus cuerdas de luz y entras como si pudieras sentarte en la silla vacía que dejaste al lado mío. También me gusta que entres a mi habitación, así, sin permiso, como desde el primer día que entraste a mi vida. A veces cuando hay luna llena, no puedo verte, pero no me importa porque sé que estás en alguna parte, escondida, con tus esferas y con la luz apagada. Estoy buscando en el libro que me dejaste algún mapa para encontrarte, pero nunca me entregaste las instrucciones completas de uso y manejo. Aún así, lo sigo guardando todas las noches entre mi cajón.

Me han dicho que estás suspendida en el espacio y que es imposible que te lleguen mis cartas, pero yo sigo haciendo mil intentos de enviarlas porque sé que en algún momento me contestarás y a tu manera. Por algo eres la más especial de las estrellas y me tocó a mí esa bendición de haberte encontrado. Algunas personas me preguntan si estoy esperando que tus respuestas me lleguen por debajo de la puerta en algún sobre de Amazon, pero cuando intento explicarles, simplemente no lo entienden y me dicen que estoy loco. 

Cada vez tengo más canas y supongo que eres tú quien las estás pintando en las noches mientras duermo. Esos momentos con Morfeo son muy silenciosos, pero así duermo mejor. Yo creo que tú debes estar haciendo algo en el lugar que estás escondida porque ni siquiera el sonido de la lluvia en la ventana me despierta. 

Hace poco anunciaron una tormenta de estrellas, así que viajé hasta allá para verlas pero todas eran muy pequeñas. Me dijeron que por tu tamaño sería más fácil buscarte en los destellos de luz encima del mar. Así que en los próximos años saldré al espacio a buscarte; posiblemente tardaré millones de años en encontrarte, pero me estoy preparando para eso. Llevo todo lo necesario para medir una a una las estrellas suspendidas en el cielo. He buscado en tus registros si eres de primera o segunda generación porque así sería más fácil elegir el camino correcto, pero esperemos que el telescopio de James me dé el dato en los próximos millones de años. 

Por ahora seguiré esperándote todas las noches hasta que mi aliento se integre con tus rayos de luz y de esa manera tendré las fuerzas suficientes para salir a buscarte. Te prometo que cuando te encuentre, te sentirás orgullosa de mí. Para ese momento seguramente ya habré entendido el propósito del libro, el significado de tus esferas y las cuerdas de luz que me dejas colgando todas las noches en el balcón. 


*Escrito como ejercicio del mensaje para Eärendel, la estrella más lejana hasta ahora descubierta, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro de la asignatura Escritores Experimentales Latinoamericanos - Maestría en Escrituras Creativas.

lunes, 4 de abril de 2022

Quisiera ser Helvética

Quisiera ser Helvética, así sería negra y blanca a la vez. Podría estar de pie en cualquier acera y el largo de mis piernas se confundirían con la simetría de las cebras del asfalto. Pasaría desapercibida, no sería ni un hombre ni una mujer. Soy una M mayúscula, pero quisiera ser como la M de la Helvética, con los pies firmes y apoyados sobre tacos de madera que sostienen al atleta en una carrera. Una de sus rodillas apunta hacia la meta y la otra sobre el asfalto me recuerda la importancia de bajar la cabeza y la importancia de la humildad. Aunque mi pelo está lleno de cotas hay quienes creen que son serifas. Me desgastan esas miradas inquisidoras que parecen cajas tipográficas queriéndome encasillar dentro de una Arial o una Futura. Quisiera caminar por cualquier parte del mundo sin que a la gente le importe si mis oídos están escuchando el álbum del 1987 de Michael Jackson o el de Massive Attack de 1991, al fin y al cabo ambos llevan el ritmo de la Helvética. ¿Qué tan relevante podría ser volar con American Airlines o con Luftansa?. ¿Acaso no son más importantes los pasos que los destinos?. No deberían existir diferencias entre los cafés de Nestlé que sirven en primera clase o los que sirven en recipientes de plástico para los de última silla. Si fuera Helvética podría subirme al metro y me dedicaría a atravesar ciudades como Tokio, Boston, México o Manhatan. Sería ideal que nadie se fijara en mi raza cuando atravieso sus vísceras subterráneas o elevadas en un transporte que finalmente es colectivo y el fin es llevarnos a todos en la misma dirección. 

Siendo Helvética podría seguir siendo urbana, de los postes y las calles nocturnas. De los carteles de películas clásicas en un teatro bohemio del centro de cualquier ciudad. Podría ser una señal de tránsito que ayude a quien necesita cruzar o de las que alertan a los bañistas en la playa de los tiburones. Aunque algún día quisiera ser parte del titular de The Guardian, me gustaría que fuera con lo mejor de mi Helvética: Un libro lleno de historias que nos hagan olvidar si somos autores o autoras latinoamericanas blancas o negras. Quisiera que la gente que nunca ha visto una mujer negra como yo, lo hiciera sin sorprenderse de mi color casi azul. Que mirara mis pestañas oscureciendo mis párpados como sombras de alguien que no quiere ser juzgada, simplemente son las tildes de mis ojos. Que pensara que de mi lengua morada sale la sabiduría o el canto de negra inigualable hecho por la unión de mis palabras. Quisiera que la gente dejara de mirar mi trasero como un melón tenso de una B mayúscula y en vez de eso observara la persistencia de una atleta que ha fortalecido sus músculos sin ninguna vanidad absurda. Quisiera ser una Helvética puramente leída por el valor de sus palabras y no solamente por la forma estética construida por una sociedad que no nos deja identificar la verdadera esencia del ser humano.


*Escrito como ejercicio escrito sobre "raza" a partir de verme en el espejo o en una fotografía, inspirados en la lectura y diálogo sobre "El origen de los otros" de la Nobel Toni Morrison, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro de la asignatura Escritores Experimentales Latinoamericanos de la Maestría en Escrituras Creativas.

Alerta aeropuerto

Aunque entendía su idioma, la primera palabra que salió de su boca, fue enredada y confusa. Yo lo veía mover su cara de pescado y el aire entrando y saliendo por sus branquias a los lados del cuello. Era blanco, parecía del océano atlántico y alcancé a pensar que era un róbalo, se veía saludable y no parecía amargo. No tenía aún el olor putrefacto del mar cuando los peces están cenándose a otros y sentí que podía pasar nadando cerca a él, por el arrecife y sin ningún problema. Pero el sol se asomó lentamente y el pez empezó a cambiar de color. Ahora no sólo tenía un tono verdoso como si estuviera impregnado de contaminación, sino que una baba de moho de mar salía de su boca. Yo llevaba mi pelo suelto, pocos accesorios y nada que distrajera la mirada de ese vertebrado. Por primera vez no me preocupé y así mismo, por primera vez y sin darme cuenta, terminé devorada dentro de su esófago casi hasta el intestino. Mientras él me preguntaba en su idioma enredado de mar por mi lugar de procedencia, mi trabajo, mi relación, mis ingresos y mi maleta, yo me imaginaba que en cualquier momento un carnicero acabaría con mi cabeza. “¿Trae comida en su maleta?”, le contesté con la verdad. -Si. Y una sonrisa se desplomó en sus papilas gustativas como si yo fuera el desayuno de su mañana.

Ahora sí el sol empezó a hacerme expulsar mis feromonas de temor infundado. No entendía mi angustia, pero sus aletas rozaron mi cara y comencé a sudar. Como si me hubiera tomado de la mano, me llevó por un corredor hasta el fondo del arrecife. Mientras nadábamos por entre las algas, me di cuenta que él hablaba perfectamente mi idioma. En ese momento deseé que un pescador lo hubiera dejado a mitad del océano, chorreando sangre y moviéndose de lado a lado mientras lo insertaba en un balde cubano de vuelta a su ciudad natal. Pero no, él tenía el poder del mar y su tarea de untarme de su olor putrefacto, hasta ahora empezaba. Me dejó con uno de sus amigos, un pulpo negro. Sonriente, amable, de ojos saltones y actitud empática. Tomó sutilmente mi maleta y a pesar de haber escaneado mis veinte kilos de comodidades, la abrió como si me estuviera quitando la ropa. Afortunadamente solamente la miró, la rodeó y descartó una de esas posibilidades de no poder pasar que yo había visto en esos programas de televisión "Alerta aeropuerto".

Yo no sabía hasta dónde debía nadar, si ya había llegado al fondo o si podía volver a la superficie. Continué por ese enredo de algas que acariciaban mi maleta y llegué al borde del abismo. Al otro lado de él se veía un fondo oscuro de una bahía estancada que no quería ver. Siempre le he temido a las alturas y esta vez no era la excepción. Con un dorso verdoso, casi negro  y su vientre blanco como la nieve, apareció una anguila de dos metros. Como si hubiera perdido la vista, decía mi nombre en voz alta y nuevamente inició con su interrogatorio como el primer róbalo que casi me corta con sus escamas. En cámara lenta llegó a mi cara su aliento a acuario podrido. Yo sabía que no podía gesticular ni hacer ningún movimiento que exasperara aún más su hambre carnívora. Le vi sus ganas de comerme con un chasquido, como si fuera un insecto o un gusano. No era mi sabor lo que quería, era su placer de dejarme marcas rojas en mi piel para producirme el dolor profundo de no pertenecer a su arrecife. Se tomó un copa de vino, se limpió los dientes con la lengua, chupó mis huesos y cuando vio que no podía acabar con mi cabeza, repitió su mirada inquisidora y finalmente me dejó pasar.

Ese gesto mucoso que salió de su pelo amarillento y sus ojos cristalinos, me hicieron devolver el paso a la superficie. Por poco pierdo mis alientos y estuve a punto de llorar. Quise ser un pez sin identidad, sin sabor, un caballito de mar que no dejara ver mi sexo, mi género y mi vida en el mar.


*Escrito como ejercicio de texto contado o intervenido de juego o antijuego inventado o existente. Posiblemente inocente a perverso., asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro de la asignatura Escritores Experimentales Latinoamericanos - Maestría en Escrituras Creativas.

sábado, 19 de marzo de 2022

No es San José

Ojo, no es San José, es José.

Así le pusieron sus papás católicos, supongo que era porque creían mucho en la historia, en la Biblia y en Dios. Sus hermanos dicen que de santo no tiene mucho. Si su mamá estuviera en la tierra, diría lo contrario y tal vez defendería a su José como seguramente lo haría cualquier mamá con su hijo. Yo creo que las hadas madrinas sí existen y por eso los nombres parecen pinceladas de virtudes que se sellan con agua bendita. Realmente ese nombre se lo pusieron en una ceremonia religiosa para que tuviera el mismo nombre de un hombre maravilloso como su papá: "José". 

No es San José, pero ese hijo de Manuel José ha sido un orgullo para su familia. Trabajador, persistente, talentoso y un artesano con sus manos. Lo he visto ser justo y noble. Ser leal y coherente. Niega su edad, nunca la dice y es mejor no hablar de eso. Algunas personas se atreven a llamarlo viejo pero así como en la iconografía paleocristiana, dicen que es un hombre joven y que "de viejo" no tiene nada. Yo cada vez que lo veo digo que es como un niño y está lleno de vida. Lo he visto emigrar, trabajar luchar y contemplar el silencio. 

No es San José, pero sin proponérselo, ha asumido un rol de consejero lleno de esas acciones como las que describen Mateo o Lucas. Sus amigos y familia, inconscientemente recurren a él porque creen en su criterio. Le hacen preguntas y él siempre contesta con otras preguntas, es un buen escucha y entre todas sus reflexiones ayuda a que otros tomen buenas decisiones. Esas que salen de la razón y el corazón. No impone y confía en que si sus palabras vienen cargadas de verbos sensatos, hace correctamente su labor de ser un buen José para sus amigos y su familia. Su don sin duda, es el don de la palabra.

No es San José, pero me gusta que se llame José. 

Ese José de mi universo y posiblemente de mi imaginación, es leal, honesto, humilde y sobre todo sencillo. Es un niño, es un hombre, es un buen ser humano, buen amigo, buena pareja y le hace bien a mi vida. No tengo amigos terrenales que se llamen Mateo, Lucas, Marcos o Juan. Pero seguramente si los tuviera, se burlarían de mi asociación metafórica de un ser humano lleno de defectos con un Santo que claramente no existe ni pretendo que exista en el mundo terrenal. Aún así, el man de arriba me escuchó cuando le dije que quería un José.

Aunque en esta tierra no existen "San Josés" como de los que hablan mis amigos espirituales Mateo, Marcos, Juan o Lucas, todas las mujeres queremos creer que sí pueden existir y que tenerlos cerquita nos hace mejores personas. Hoy nos inventamos un día para agradecer por la existencia de esos hombres sencillos que saben dar abrazos, escuchar, reír y llorar. Esos buenos hombres por los que vale la pena escribir, viajar, cuidar, soñar y amar.

Feliz día del hombre mi José, gracias por existir y hacerme sonreír.

miércoles, 9 de febrero de 2022

¿Cuándo se jodió Vargas Llosa?

Era octubre. La cita empezó a las once de la mañana, con un café, una pantalla de computador y un cuaderno de apuntes. Escribí en mayúscula el nombre de la clase y la encerré con un marcador de color azul para diferenciar fácilmente los apuntes de hojas llenas de anotaciones importantes sobre la escritura. “El cartón de la maestría se llama disciplina lectora, disciplina escritora” afirmó el escritor, periodista y profesor de la clase. Me acomodé en la silla con algo de preocupación por el énfasis en esa afirmación que requería un alto nivel de compromiso de mi parte pero seguí escuchando atenta. La clase continuó con la definición del autor a tratar, que sin duda estaba alineado con los principios de la asignatura y sorpresivamente aumentaron mis expectativas cuando el profesor mencionó que estudiaríamos la obra de Mario Vargas Llosa. Fue así como iniciamos un transcurso de profundos análisis sobre algunos de sus libros, ensayos y entrevistas. 

En ese recorrido empecé a descubrir a un autor cargado de voces latinoamericanas que me llenaron de un montón de dudas y preguntas. ¿Cómo un escritor despierta un interés desde tan joven y tan profundo sobre ambientes políticos, clases sociales, diferencias económicas y comportamientos humanos? ¿Podría yo como “joven novelista” encontrar respuestas en un autor que al parecer no evidenciaba en su obra la intención de contestar preguntas sobre mis intereses como escritora?. Pensé que necesitaría una respuesta del autor que me explicara por qué entre más me adentraba en sus historias, más me desconectaba de su humanidad. Tal vez entre líneas más adelante lo encontraría.

Mario Vargas Llosa considerado uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, reconocido por numerosos e importantes premios como el destacado Nobel de Literatura 2010, enfatizaba constantemente sus posturas políticas en su obra y se cargaba de un veneno constante de los comportamientos humanos convertidos en animales que cortaban de manera radical mi diálogo con él como persona y como escritor. Tuve la oportunidad de analizar su recorrido desde su ciudad natal donde parecía untar sus manos con la sangre de las dictaduras, la podredumbre de los ambientes militares, rodeados de corrupción y manipulación, hasta los lugares más recónditos de selvas humanas que como caníbales se iban destruyendo unos a otros a partir de diferencias en pensamientos políticos y religiosos. Debo reconocer que en varios momentos me agoté por la manera como relacionó su país con mujeres ganosas que prostituían sus vidas y se contagiaban de frustración. Aunque esa era su intención, era inevitable no ponerle una cara militar a “Los inconquistables que entraron como siempre: abriendo la puerta de un patadón y cantando el himno: eran los inconquistables, que no sabían trabajar, sólo chupar, sólo timbear, eran los inconquistables y ahora iban a culear”1

Tal vez su formación y trabajo periodístico permeó de manera tan profunda, que la posibilidad de poder acceder a la información de las calles y su propia decadencia, de los militares y la corrupción, del gobierno y sus incoherentes leyes, le dieron material suficiente para crear historias que serían un motivo de controversia. Por lo menos conmigo ya tenía una fuerte discusión. En ese momento empecé a ver al autor caer en su propio juego de envidiar el poder y tener la última palabra, y lo vi prostituido en el facilismo del escándalo social con su narrativa tan cruda y contundente. Desacredité por primera vez su obra, reconociendo que la humanidad necesita un morbo constante de nuestro comportamiento, pero que ya era suficiente con las noticias y lo que veo a mi alrededor para tener ahora que leerlo de alguna manera, condicionada en una clase de maestría. Afirmé en mi mente que el autor colgaba la ropa sucia de un país, en las cuerdas del frente de su casa para que las personas sintieran el hedor y así tuvieran razones para hablar de ella, de la ropa sucia de la casa. No importaba qué dijeran, lo importante era que hablaran.

Intentando desconectarme de las percepciones personales y tratando de abarcar su narrativa, me adentré en los ejercicios propuestos por el profesor y descubrí en mi escritura, que realmente era un reto sacar la ropa sucia para entender la intención del autor. Pero nuevamente me resistí a entender su éxito cuando tocó las fibras más sensibles de mi lectura: las afirmaciones sobre la existencia de Dios. Sabiendo que el autor estudiaba detalladamente los contextos históricos, políticos y religiosos, me seguía sorprendiendo con su ironía el lenguaje que utilizaba para hablar de la moral, la razón y el universo espiritual. Nuevamente dejé de ver la obra en su estructura y me centré en la pregunta constante que me repito cuando leo a un autor con el que no comparto algunas de sus afirmaciones: ¿Qué tiene en el corazón o en la mente Mario Vargas Llosa, que no le permite sembrar en el lector algo que no esté cargado de tanto odio y de dolor? Fue entonces cuando empecé a recrear un tablero de fotos conectadas con hilos sobre una pared para lograr entenderlo. Entendí que Vargas Llosa necesita ver para creer, supongo que por eso se hace llamar agnóstico. Y en ese momento me hice la misma pregunta que él le hizo a la vida: ¿Cuándo se jodió el Perú? 2 o mejor… ¿Cuándo se jodió Vargas Llosa?. 

“Lo peor era tener dudas y lo maravilloso poder cerrar los ojos y decir Dios existe, o Dios no existe, y creerlo.”3  Sin duda en ese momento pensé que esa frase descrita en su libro “Conversación en la catedral”, era la muestra de la pelea interna que él tenía con el único que podía quitarle su lugar. Un Dios en el que muchos creen e idolatran de manera desmesurada y claramente él no iba a alcanzar. Pero como es él, rebelde, persuasivo y con el deseo de querer más, hizo una jugada maestra para obtener ese poder que tanto criticaba y pensé que esa sería la razón por la que decidió lanzarse a la política como candidato presidencial. ¿Qué más que tener el poder al que tanto mencionaba, enfatizaba, describía e idolatraba irónicamente en su obra, siendo presidente de un país que veía lleno de lepra?. Esa sería una batalla ganada que ningún escritor podría superar. Nadie sabía tanto de política como él. Ni siquiera sus escritores rivales que aunque parecía admirar como Gabriel García Márquez y que sutilmente intentó desprestigiar al considerar que la ficción que él fabricaba, suplantaba en cierto sentido el poder de Dios, podría bajarlo de ese pedestal. Pero como el don y la virtud de Vargas Llosa es ser escritor y no una figura política, me hizo creer que por esa razón perdió las elecciones y nuevamente le tocó volver a su escritura y a centrarse en su obra. 

En 1993 escribió su autobiografía “El pez en el agua” que seguí viendo como una oda a su egocentrismo. Personajes como El Tío Lucho descrito como si fuera un patrón y la rigurosidad de su padre, me hacían creer que mientras siguiera compitiendo con esa sed de superioridad como escritor, definitivamente yo no me iba a conectar realmente con él como ser humano ni como persona. Pero analizando detalladamente su niñez sin su padre biológico, la pérdida de su inocencia luego de pasar por la Academia Militar Leoncio Prado en 1950 y el cariño de su madre y su familia, descubrí que realmente lo que el autor hizo con “La guerra del fin del mundo” no fue cuestionar los principios religiosos, sino expresar su frustración por ser reconocido. Describió parte de la condición humana por la incomprensión de marginados en la sociedad, que deseaban recuperar la dignidad y la visibilidad como personas comunes y corrientes. Logró rescatar la capacidad que tenemos para adaptarnos a situaciones difíciles y reconoció que tenemos la Fe suficiente para superarlos. Haber entendido que su motivación venía de un ejercicio periodístico que lo apasionaba y al mismo tiempo lo lastimaba, lo había llevado a contar la historia social y política de su país y de Latinoamérica de la manera más real posible. Entendí su dolor. Aunque sin duda el ego seguía permaneciendo entre sus líneas (porque no entraré en discusión con su manera impecable de narrar) y luego de leer “Cartas a un joven novelista”, la imagen que tenía de un escritor que buscaba la adulación, se desbarató en mi mente como un castillo de naipes. La solidez con la que declaraba mi incompatibilidad de pensamiento con Mario Vargas Llosa se esfumó al leer algunas de sus citas que más me sorprendieron: “El juego de la literatura no es inocuo. Producto de una insatisfacción íntima contra la vida tal como es, la ficción es también fuente de malestar e insatisfacción”. 4  

Sin querer, yo me había convertido en uno de esos militares o políticos que tanto desprecié en algunas de sus obras. Era yo la que estaba jodida, no era Mario Vargas Llosa.  Me había untado del mismo poder leproso al destruir sus escritos solamente por no dejarlo ser libre como escritor, de juzgarlo por sus creencias religiosas. “Bajo su apariencia inofensiva, inventar ficciones es una manera de ejercer la libertad y de querellarse contra los que –religiosos o laicos- quisieran abolirla”.5 Sin duda el poder de sus palabras ficticias estaba tan bien escrito, que me hacía creer que sus historias eran completamente reales. Ese es, fue y sigue siendo el gran don de Mario Vargas Llosa. 

“Si las palabras y el orden de una novela son eficientes, adecuados a la historia que ella pretende hacer persuasiva a los lectores, quiere que decir que hay en su texto un ajuste tan perfecto […] que el lector […] quedará tan sugestionado y absorbido por lo que ella cuenta que olvidará por completo la manera como se lo cuenta, y tendrá la sensación que ella carece de técnica […]. Ése es el gran triunfo de la técnica novelesca: alcanzar la invisibilidad”.6 

Gracias a este ejercicio, al profesor Nelson Fredy Padilla y a mi discusión con Mario Vargas Llosa, pude entender la obra de un Nóbel de literatura, que como él afirmó: “no estaba esperando ese reconocimiento”, pero sin duda es merecedor por su incansable y permanente publicación de sus escritos llenos de tanta historia, imaginación y cuestionamientos sociales año tras año. Demuestra que su capacidad de alcance narrativo es producto de horas de esfuerzo, estudio, riesgo, voluntad, terquedad, esfuerzo y sobre todo disciplina. Los anhelos de un escritor no deben ser juzgados, porque ahí nacen las expresiones más profundas; no importa sin son insatisfacciones o sueños, simplemente son ficciones que motivan a jóvenes novelistas que necesitan expresión y libertad. 

Como Vargas Llosa afirmó: me llevo todo lo que dijo en su carta tratando de “olvidarlo”, pero me quedo con la mejor tarea de esta clase de Grandes Escritores del Siglo XX descrita en su libro Cartas a un joven novelista: “La tarea creativa consiste en la transformación de aquel material suministrado al novelista por su propia memoria en ese mundo objetivo, hecho de palabras, que es una novela”.7  


* Ensayo para la clase de Grandes Autores del Siglo XX  de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia.


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1 La Casa Verde
2-3 Conversación en la Catedral
4-7 Cartas a un joven novelista


lunes, 24 de enero de 2022

El último pucho


Afortunadamente el toque había terminado, no había estado tan bueno como los otros martes. El bar iba a cerrar, Vannesa estaba cansada y por lo visto, iría sola a dormir. Sentada en las sillas de la barra, con sus tenis sucios, un jean de rodillas rotas y las uñas negras como el borde de sus ojos, se apagaban con el último cigarrillo de la noche. La nicotina y la cerveza se habían enredado desde la raíz hasta la punta de los dreads de su cabeza. Nuevamente una noche de soledad sin querer llegar a casa. Lo último que quería era ver a su padre con sus amigos borrachos de miradas morbosas. 

Felipe la había observado toda la noche. Él sabía que ella no se había dado cuenta, porque mientras ella reposaba su espalda tatuada con los codos sobre la barra, él limpiaba los vasos, servía la cerveza y recibía la plata. Era inevitable ver los hombros desnudos de aquella mujer de gris e imaginarse que los quería acariciar cuando la noche terminara. Un esqueleto dejaba ver que ella no llevaba sostén y los bordes de sus senos se asomaban sutilmente bajo sus axilas. Sabía que el calor de aquel sótano clandestino y sin ventanas, no le dejaría ver la silueta exacta de sus pezones. Comúnmente él no veía mujeres así. Solas, espantando hombres que caían como moscas, sentadas toda la noche y sin bailar, luego de un toque que dejaba a cualquiera con ganas de seguirla y ella tenía pinta de todo, menos de eso.
-¿Piba, vas a chupar más?.
Vannesa automáticamente giró su cabeza de pensamientos enredados y desconcertada lo miró con furia. Felipe, el bartender, le señaló la cerveza y en segundos ella lo entendió. -Chupar, beber, qué más da. 
Pensó y sonrió.
-No. ¿Cuánto es parce?.
-Sesenta y cuatro barras, pero el último tequila lo paga la casa.
Ella sabía que su estrategia de hacerse pasar por extrangero de medio pelo con su pregunta de juego de palabras, le había funcionado.
-Vale, pero dame el último pucho, pibe.

Con una leve sonrisa, Felipe le pasó un cigarrillo y una cerveza. 
Entre la conversación, los significados de palabras raras y las sonrisas de complicidad, la noche se alargó para ambos. El bar cerró, casi todos los clientes se fueron, la barra se volvió privada y quedaron solamente ellos dos y los músicos del toque. Todos terminaron detrás de la puerta corrediza, en el cuarto trasero del sótano. Un lugar oculto y exclusivo para los amigos del dueño del bar. Un catre, sillas de cine rotativo, poltronas de cuero roído, acetatos, cámaras colgando de puntillas oxidadas en los ladrillos de las paredes, cojines manchados en el suelo, un cuadro de El León de Judá sobre una mesa y las lámparas tenues, eran ahora el nuevo lugar del toque que terminaría en un Jam Session privado. 

Los dedos polvorosos empezaron a hablar con las narices, con los dientes blancos y la nube de Cannabis aumentaba. La excitación se iba volviendo la protagonista de bailes sudorosos entre Felipe y Vannesa. Sus cuerpos expidieron feromonas que olían a ovulación y los labios se los mordieron casi hasta romperlos. Las cervezas se desmayaron sobre el tapete y desaparecieron los espacios vitales de la habitación. Las sillas se marcaron con las rodillas y los codos. Las manos de Felipe por fin acariciaban los pezones de Vannesa y sus abrazos como cavadoras humanas, parecían atravesar la pared. Las cámaras sin rollo tomaban fotos en la mente nebulosa de quienes no tenían pareja, las risas se alargaban y los tatuajes bailaban por toda la habitación.

Un grito ensordecedor al otro lado de la puerta llamando a Vannesa intentó silenciar el lugar. Los cuerpos se soltaron y Felipe caminó tambaleando por entre la nebulosa hasta llegar a la puerta. La abrió y un hombre que expedía fuego por sus ojos, lo empujó, entró gritando y buscó a Vannesa. Mientras ella cerraba la cremallera de sus jeans, el hombre la vio, se acercó y le dio un golpe cerrado en la cara, mandándola al suelo.
-Maldita perra. Le gritó.
El hombre sacó un arma y Felipe por la espalda y sin pensarlo, tomó una botella y la rompió sobre la cabeza del hombre que cayó como una ficha de ajedrez sobre la poltrona. La sangre empezó a recorrer el cuero del sofá como una nueva invitada. Los gritos empezaron a ahuyentar a los que podían mantenerse en pie y el viento por fin entró por la puerta. 

Vannesa aún con el timbre de un electrocardiograma sin pulso en los oídos, intentó ponerse de pie. Felipe trató de ayudar a levantarla, pero como una bolsa de moras explotando en la cara de Vannesa, se escuchó un disparo que salpicó la sangre y atravesó el cuerpo de él. Felipe cayó encima de ella y sus manos acariciaron con desespero y por última vez, el pecho de ella. El hombre casi inconsciente soltó el arma y se sintió satisfecho de haber expulsado su ira. Vannesa lo miró y se acercó al asesino. Era su padre ebrio y drogado que estaba buscándola por todos los bares del centro de la ciudad. Ella tomó el arma y quiso repetir el homicidio. Pero primero se tomó un fondo blanco de tequila, puso sus dedos a hablar con sus narices, untó sus dientes blancos y le apuntó con el arma sobre la cabeza. Con su mano temblorosa, la sangre aún en su cara y recordando la cara de Felipe, pensó que solamente debía apretar el gatillo, pero escuchó una voz en medio de la nebulosa que como una agonía la llamaba:
-Piba, vení, esperate, fumémonos el último pucho.


*Ejercicio de escritura para la Maestría de Escrituras Creativas.