lunes, 14 de junio de 2021

Consecuencia

La consecuencia es que un día despertó sola en una cama enorme, con una sola almohada, sin el momento favorito de a dos en la noche; en un silencio por las mañanas cuando abría los ojos, en un desayuno sin compañía, en eso que ella llama “un instante detenido”. Cualquier hora estaba bien para pensar en el almuerzo; el reloj ya no importaba, el menú tampoco. No importaba si la comida se había preparado con amor, si era del día anterior, si era una pizza de viernes, un domicilio de día agotador o simplemente, si no era. Podía ser a cualquier hora, lo importante era comer, no “qué comer”, ni a qué horas, sino comer. 

Las tardes podían seguir siendo de cine, de visitas familiares, de libros, para dormir, de lluvia para armar rompecabezas, de soledad para dibujar o de día de no hacer nada, eran tardes sin consultar. Las noches podían seguir siendo sin sexo como en sus últimos dos años, sin celular ni dispositivos electrónicos, pero hora eran mejores sin el ruido de las redes sociales. Y como un secreto, al apagar la luz, siempre volvían las lágrimas, las preguntas y las miles de preguntas sin respuestas. Ella no lo podía entender, era difícil conciliar el sueño. Noche tras noche fue haciendo un oración que la mantuvo conectada e ilusionada con un nuevo futuro. Creyó en el destino. 

La vista diaria con el espejo, no le exigió mantener el pelo en orden, cepillado, con ondas, con balacas o con caimanes. Ya no importó más el maquillaje, ni los polvos compactos, las cejas oscuras o las pestañas largas. Ahora empezaba a verse y sentirse bella. Cambió su clóset, se empolvaron los bolsos, se acabaron las chaquetas elegantes, ya no importaban los cinturones, ni los collares, ni los accesorios, ni las ruidosas pulseras. Ahora los tenis sobresalían como su outfit favorito. 

El próximo viaje sería cuando ella quisiera, con el mismo miedo de comprar los pasajes pero con la seguridad de que al final siempre terminaría haciéndolo bien. Sin hoteles ni equipaje, ella sabía que ese nuevo camino, la llevaría a un increíble destino. Se acabaron las visitas con su familia adoptiva, eso dolió. Sí que dolió. Tuvo que enfrentarse al perdón y aceptarlo. Tuvo que llorar a gritos silenciosos los dolores de su propia familia. Intentó recoger las lágrimas de su padre, el silencio defraudado de su madre, las preguntas de sus sobrinos y las miradas mudas de sus hermanas. El último integrante de la familia ya no quería ser parte de ella. Había dejado el chat, ahora era impar. Otra vez ella le pidió perdón a Dios por la ira que sentía, por tanto dolor y aprendió con el tiempo y compasión a perdonar al último amor de su vida. Aceptó que no quisieran vivir con ella. Quedó con las cicatrices en la piel de su corazón.

Pero con el tiempo dejó de doler. Extrañó sus risa, los momentos de felicidad y hasta los de tristeza que los habían unido. Le deseó un feliz viaje en su nuevo camino y pidió por su vida. Imaginó la tediosa escena de la firma de papeles de divorcio y las preguntas que le harían los 300 amigos que tenían en común. Días después ella despertó con la decisión de no ponerle una etiqueta de sufrimiento a su realidad. De no verse como la exesposa triste, ardida y solitaria como lo veía en otras mujeres. No bajaría 10 kilos como lo hizo en su relación anterior. Ella decidió aceptar que las personas pueden rendirse en el camino y que podía querer a alguien desde lejos en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Ese juramento ya estaba hecho y esas palabras eran sagradas. Ahora su juramento era no perderse en el otro que llegara. Era no dejar de amar a Dios sobre todas las cosas, sin importar las burlas. Estaba convencida que había algo en el universo que nunca le había exigido nada. Algo le susurraba al oído que viviera la vida plenamente con una sonrisa, la que ella tenía desde niña. Esa era ahora su nueva premisa. Reírse y sonreírle a la vida por sus nuevas y próximas almohadas. Las que sin duda algún día llegarían. Tenía Fe.


*Consigna día 12 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Eva Álvarez: Escribir desde la consecuencia de un acontecimiento muy importante que ya pasó y cómo se vive después.




jueves, 10 de junio de 2021

Ay Albani...

DÍA 75
-Don José, 3 empanadas.
-Para llevar?.
-Una, las otras para acá.
-Ay Albani y cómo le va con el jefe?
-Pues lo mismo de siempre. Me pide que mande correos, que le lleve un tinto, que conteste el teléfono, que revise los pedidos, que organice las facturas, que no hable por celular y que siempre desocupe la papelera de su oficina.
-Y qué más ha encontrado?
-Pues la última compra parece que fue todo un derroche de dinero. Fueron a Estados Unidos y compraron ropa, pantalones, chaquetas, lociones, bolsos y creo que la señora Rodríguez está embarazada porque también compraron ropa de bebé.
-Y finalmente la cambiaron de puesto y le aumentaron el sueldo?
-No, son como tacaños y no han salido con nada. Me pusieron a ir a la casa de ellos. Ahora voy los lunes por la tarde y los sábados. Me piden que les haga el aseo, que lave baños, recoja la ropa y hasta que cocine. Yo estoy aburrida don José. Me siento desvalorada, usted sabe que yo vengo de una oficina en Montería. Yo era la administradora de departamento y acá me tienen como una secretaria. Ahora me volvieron la empleada del servicio y yo no me merezco eso.
-Y no ha hablado con la esposa?
-Pues esa señora casi ni me habla y no hace nada. Todos los días se levanta y se ve como una gallina despelucada.

DÍA 20
Albani había recibido de Jimena la asistente de Carlos, el cargo de secretaria en la bodega de la sucursal de la ciudad. Le asignaron un equipo de cómputo, una oficina privada, un teléfono celular y una línea fija. Los muebles estaban nuevos, los materiales de papelería y todo lo necesario para un buen ambiente de trabajo. Una apropiada calidad de vida para la nueva secretaria.

-Ay Albani no olvide que la hora de entrada es a las 8:00 en punto.
-Si, señora Jimena.
-Ahí hay una cafetera y cuando quiera puede servirse.
-Gracias señora Jimena.
-Aunque sé que viene medio tiempo, si quiere puede traer su almuerzo y almorzar con nosotros.
-Perfecto señora Jimena.
-A la vuelta hay una cafetería y venden unas empanas deliciosas. Don José se las puede traer incluso a domicilio.
-Vale señora Jimena. Gracias por la oportunidad, no sabe cuánto se lo agradezco.

DÍA 10
Albani se encontraba almorzando en la sala de la señora Rodríguez.

-Don Carlos, discúlpeme el atrevimiento. Pero es que yo he visto que usted en su empresa habla de que está montando una bodega. 
-Si Albani, cuénteme.
-Yo sé que usted solamente me necesita una vez a la semana para que venga a su casa y pues usted sabe que eso para mi representa mucho.
-Ajá.
-Yo quisiera preguntarle si no necesita que de pronto yo vaya y pues también le haga aseo a la bodega. Yo podría ir el día que a usted le quede bien y me ayudaría a tener un día más de trabajo a la semana. Acuérdese que yo acabo de llegar de Montería.
-Pues déjeme lo pienso Albani. No me parece mala idea.
-Uy gracias don Carlos, yo sé que solamente he trabajado en servicios domésticos, pero si me da la oportunidad, podría incluso servirle de secretaria.
-No sé Albani, tendría que hablar con Jimena quien es la que administra la bodega. Y seguramente sería un trabajo de medio tiempo y pues yo necesito que siga viniendo a mi casa a hacer aseo por lo menos una vez a la semana. 
-Pero yo podría, si quiere, venir los sábados a su casa y el otro medio tiempo a la bodega. Piénselo don Carlos. Mire que mi esposo y yo llegamos hace poco y no sabemos hacer casi nada, pero le aseguro que podemos aprender y si necesita alguien de seguridad él también puede colaborarle.
-Ay Albani tranquila, por ahora miremos lo suyo y dependiendo de cómo nos va, miramos si podemos contratar en un futuro a su esposo.
-Muchas gracias don Carlos, seguro no le vamos a fallar.

DÍA 76
Días después de la compra de las empanadas de Albani, llega Jimena a la tienda de don José, lo saluda como siempre y le pide tres empanadas.

-Doña Jimena milagro de verla, ​quería preguntarle si Albani sabe que yo conozco a don Carlos y a su esposa desde hace varios años.
-No don José, por qué me lo pregunta?


*Consigna día 9 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Tamara Talesnik: Escribir diálogos de una conversación de oficina de tres personajes, donde uno de ellos no tiene ni idea de lo que hablan.

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Rojo vinto tinto

Yo veía la copa en el borde de la mesa. Sabía que en cualquier momento se caería y se quebraría.

Me gusta el vino y rojo, del bueno, del de verdad. En pequeños y lentos sorbos. Imaginé el momento en que el cristal de la copa tocaría el suelo. Sería un un desastre. Mi hermosa copa sería la última y a pesar de quererla tanto, el vino en ella ya no sabía igual. Tal vez sería que no me lo tomé a tiempo, o que lo dejé servido desde tiempo atrás, pero no lo recuerdo. Creo que estoy ebrio y no puedo diferenciar el sabor real. 

Acabo de ver que mi boca está rota, sangro y el líquido se ha mezclado con el vino. Ahora sí que estoy perdido. Prendo un cigarrillo, enciendo mi celular y me entretengo con estúpidos mensajes. La copa se pondría celosa por ignorarla con algo tan barato como este momento con el cigarrillo y el celular. Lo suelto sobre la mesa. Miro la copa nuevamente y apenas se sostiene de un sólo eje. Le veo una grieta. Fue culpa de mi última cena, la golpeé sin querer con el borde de la mesa. Lo había olvidado. Era mi copa favorita pero ahora le veo la falla. Hace muchos años que no me me tomaba esta copa de vino tan amarga. Empiezo a creer que no la he probado como un catador de verdad, no lo entiendo, ¿Estaré loco?, ¿Habré perdido la razón?, ¿Me perdonará esta copa algún día de no quererla tomar nunca más? ¿Me arrepentiré de tener ganas de dejar rodar la botella hasta ella para que finalmente los vidrios caigan sobre el suelo y sea un desastre de rojo vino tinto?. ¡No lo sé!, pero tengo que salir de este círculo vicioso. 

Siento el sabor del corcho en el último sorbo, ya no lo quiero. Imagino a alguien llevándose mi botella de vino, mi copa y la marca de mis labios en el borde de ella. No quiero, intento convencerme que estoy haciendo lo correcto, pero no lo soporto. Mi ego me dice que fui yo quien hizo de esta copa algo maravilloso, pero de algo sí estoy seguro fue de haber servido con amor el vino, lo hice espontáneamente, sabía lo que hacía, yo mismo lo elegí entre cientos de botellas. No era un tema de precio o de qué tan añejo era. Simplemente cuando la elegí, fue algo maravilloso. Que buena noche de copas.  Ahora me pregunto por qué no sabe igual. Tal vez no sé nada de vinos. Tengo ganas de llorar otra vez. Puta indecisión. El cigarrillo se apagó, se acabó el vino, la última gota mancha mi mesa blanca, voy a dejarla, finalmente lo que necesito es otra botella, otra nueva copa de vino.

Voy a hacerlo, derramaré el último sorbo. Voltearé la botella sobre la mesa, la dejaré rodar, no quiero golpear la copa y que de pronto caiga al suelo, pero será inevitable. Caerá, se quebrará, o se terminará de quebrar por completo. Enciendo un nuevo cigarrillo, limpio mis lágrimas, dejo mis últimas huellas sobre el cristal. Volteo la botella, la suelto, ahora sí decido dejarla rodar, no quiero verla, me levanto, me doy media vuelta y la escucho quebrar. Lloro. Te amaba, te juro que te amaba, pero mi embriaguez me dice que es momento de partir. De partirte con consciencia el corazón de cristal en mil pedazos. De partir mi mundo así no te tenga más a ti. No sé lo que te prometí, pensé que lo sabía, pero quiero ser feliz y siento que no puedo serlo al lado tuyo. Me sigo tropezando mientras camino, pero llegaré a casa como siempre. En la noche o en la mañana, pero llegaré. Estará Dios esperándome. Necesito hablar con él. Él sabe de vinos. Seguro me dirá que me estoy equivocando o me dirá que no. No sé. Quiero gritar y no puedo. Quiero tenerte y no tenerte. Perdóname, por favor, lo siento. Adiós. De verdad lo siento, no puedo explicarlo, pero solamente puedo decirte gracias. Gracias por esa última copa de vino.


*Consigna día 10 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Olivia Gallo: Escribir sobre la ruptura de una relación previo al quiebre, en ese momento en que se da cuenta que no va más, pero la separación todavía no es un hecho concreto.




martes, 8 de junio de 2021

El gesto del Nono

Las manos de mi abuelo eran pesadas y grandes. Su expresión de afecto cuando yo tenía casi nueve años, era una caricia fuerte sobre mi cabeza que terminaba en mi barbilla de manera fuerte y densa. Así eran las caricias de los abuelos santandereanos, o por lo menos eso fue lo que siempre creí en mi realidad de niña. Cuando lo venía venir yo agachaba mi cabeza con algo de temor porque sus manos eran demasiado pesadas, pero sin duda, amaba las caricias de mi abuelo. Abrazarlo con mi estatura de menos de un metro y por su contextura enorme, era no poder unir las manos al rodearle la cintura, pero era sentir su calor humano cuando me saludaba. Siempre se le veía caminar a paso lento, con unas llaves ruidosas colgando de uno de sus bolsillos. Casi no levantaba los talones para caminar y me imaginaba que era por el peso de su grandota barriga. Era como un familiar lejano de Papá Noel. Tenía el pelo, la barba y el alma blanca. Era un ángel en la tierra, como un eje del universo. Su espíritu tranquilo hacía que las aves caminaran por sus hombros, llegaran a su manos y ahí tomaran su alimento o bebieran agua de cualquier tapa pequeña de gaseosa. Él hablaba con las aves y hasta le picaban la lengua, como caricias sin manos. Era una conversación entre la humanidad y la naturaleza. Loros, pericos australianos, amarillos, verdes, azules, naranjas y de mil colores, sincronizaban su canto cuando lo veían llegar. En sus jaulas blancas cada uno tenía una tacita de arroz y un dispensador de agua elaborados por él mismo. En el solar de su casa, se veían los pajaritos, las flores de mi abuela y los mimos de él, del "nono". Así le llaman cariñosamente a los abuelos en Santander, Colombia. 


Cada mañana se levantaba muy temprano a darle a cada una de sus aves su ración de comida, a cambiar el papel periódico de las bases de las jaulas, a revisar la cantidad de agua y a consentirlas como si fueran sus hijas. En cada una de esas actividades mi abuelo tenía una manera particular de morder la lengua. Era una expresión inconfundible que con los años algunos de mis tíos fueron adquirieron con el tiempo. La forma de morderla mientras le daba de comer a sus aves o para todo tipo de actividad que exigiera concentración, se volvió su gesto característico. Para armar los refrescos que vendía cada semana, para colgar las gallinas despellejadas en el patio de la casa, para cortar los moldes de los cartones del almacén, para todo. Así poco a poco generación tras generación fue adoptando ese gesto para otras distintas actividades. Sus hijas mujeres lo adquirieron para cocinar la pepitoria, para la carne oreada, para pelar la yuca, para cortar la carne en los asados, para servir en manada a toda la familia, para lavar las ollas y finalmente para dejar limpia la mesa después del almuerzo. Los hombres también adquirieron ese gesto para hacer actividades en el cuarto de la herramienta, para arreglar los jardines de la finca, para armar la casa en el aire de los hijos, para darle de comer a los nuevos pájaros o simplemente al barrer las hojas que caían de los árboles después de las tormentas de lluvia. 

Ese gesto, siempre será el recuerdo que mejor identificó corporalmente a mi abuelo cuando realizó cualquiera de sus oficios. Al hombre que cada vez se volvió más blanco, de contextura grande, de pasos lentos, de manos pesadas, de silencios constantes y sonrisas tenues. Mi abuelo Luis, el nono, el jefe de la manada, era el hombre de ojos azules como los del cielo, que recordaré cada vez que vea a alguno de sus hijos, nietos o bisnietos, mordiendo la lengua de la manera como solamente lo hacía él.


*Consigna día 8 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Rafael Otegui: Escribir sobre un gesto puntual que revela las características de un personaje.





sábado, 5 de junio de 2021

El desfibrilador

Ese día decidió no ir en la mañana a su trabajo debido a la cita médica con el nutricionista programada para las 11:30 de la mañana. Aprovechó el tiempo para dormir un poco más y desayunar con calma. Apenas un café con una tostada y ya estaba. Su apetito había disminuido notablemente, sospechaba que se debía a su corazón roto y que era normal no tener alientos para prepararse algo de comer. Aún así, sabía que luego de ir a su cita médica, el nutricionista le daría alguna dieta para subir de peso, mejorar su alimentación o programarle algún examen médico que le dictaminara la causa de sus constantes cambios de apetito y sus dolores abdominales.

Durante los últimos días, había tenido varias citas con diferentes médicos que no comprendían sus distintos síntomas. Baja energía, días con muchas ganas de comer y otros días sin apetito; sueño constante, algunos días de estreñimiento, otros días de diarrea y a veces dolores de cabeza. Los síntomas aumentaban cuando sus padres la visitaban y ella incluso afirmaba que parecía coincidencia que siempre se afectara su estado de salud. Ese día, definitivamente debía llegar a tiempo a su cita, pues la preocupación de sentirse enferma por su última deposición con sangre, la tenían demasiado angustiada e inquieta.

Casi faltando veinte minutos para salir, llamaron a su puerta. Era el señor Ramírez, encargado de la seguridad del edificio le dijo a Sofía que el citófono no funcionaba y que había llegado el señor de la revisión del gas. Ella sorprendida le dijo que no había nadie programado para la visita y que debía salir a su cita médica. El señor Ramírez le indicó que habían enviado una carta días anteriores y que seguramente ella no la había recibido, que a pesar de su afán, era un tema de seguridad la visita y que no le tomaría más de 10 minutos. Fue así como Sofía le permitió la entrada y el técnico inició con la revisión.

Como un casafantasmas con su traje blanco, sus guantes de nitrilo, las llaves colgando en sus bolsillos y un medidor de gas propano que producía un sonido al compás del segundero de un reloj, el técnico se desplazaba por la cocina con su aparato detector de filtraciones. Le indicó a Sofia que cerrara la puerta de la cocina, que abriera la ducha de agua caliente y encendiera ambos fogones con recipientes de agua. Realizando las indicaciones del técnico, el pitido de pulsaciones parecían un monitor de ritmos cardiacos de un paciente en coma. Con un pulso constante de un paciente sano, su cocina se veía aparentemente estable, pero justo en el momento en el que el técnico acercó el medidor sobre el calentador de gas, se disparó el pitido como si fuera un ataque al corazón. Los ojos de Sofía se abrieron listos para recibir gotas y un silencio se confundió en la sala de cirugía, o mejor dicho en su cocina. El técnico le preguntó a ella que si últimamente no se había sentido enferma y ella con algo de gracia le preguntó: ¿"me está hablando en serio"? y él con la seriedad de un médico a punto de dar un parte médico del paciente le afirmó sin titubear: "señorita, usted se puede estar muriendo por intoxicación de gas propano, primero empieza con dolores de cabeza, luego con dolores internos y finalmente termina acabando con los órganos internos. Esto es una bomba de muerte silenciosa".

Con un suspiro largo casi con lágrimas,  Sofía descansó. Fue el primer choque desfibrilador sobre su corazón.  Entendió las razones de sus malestares, debilidades, falta de apetito y cómo la visita de sus padres le incrementaba todos los síntomas. Entre el cazafantasmas y el señor Ramírez, la salvaron de la muerte silenciosa que se metía como un ave de mal agüero por el aire de su casa. Información valiosa para su nutricionista, que casi la hace entrar en coma al recordar que era demasiado tarde y que posiblemente había perdido su cita.


*Consigna día 6 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Alejandra Bargo: escribir una historia en la que alguien se dirige con prisa a un lugar, pero algo imprevisto sucede en el camino y tiene que frenar y esperar contra su voluntad. Y en esa espera algo captura toda su atención. Se abre la posibilidad de un desvío y no sabemos si el protagonista va a llegar a destino o no.




La loca

Ella despertó y no recordaba nada. Eran casi las 5:00 am y sin sol el cielo se veía levemente por un lado de la ventana. Cubierta con una sábana y solamente con la parte baja de su ropa interior, trató de recordar cómo había terminado así. Miró a su lado pero su novio dormía en otra cama. Se levantó y se dirigió hacia él y con un susurro le preguntó qué había pasado la noche anterior. Su novio despertó y le dijo que fuera hacia la puerta del apartamento para que viera lo que ella había hecho en la entrada por loca y que quería que lo dejara seguir durmiendo.

Era un primer piso, en un edificio que daba frente al mar. Rentado, amoblado, con muy pocas ventanas y con sillas de mimbre en el comedor y la sala. Un familiar de él les había ayudado a conseguirlo. No era temporada alta, pero su novio no tenía suficiente dinero para elegir un buen hotel, a pesar de haberla dejado sola durante un año para irse a trabajar a otro país. Eran jóvenes, él había decidido irse a Paris, con la ilusión de convencerla que se fuera con ella. Le prometía constantemente que volvería, que quería casarse con ella, pero eso nunca sucedió. Ese primer año había viajado para tener un fin de semana romántico en algún lugar cerca a la playa, pero ese sábado, fue su último peor recuerdo.

Con el miedo de saber cómo había despertado sin recordar nada, caminó hacia la puerta y recordó que solamente se podía abrir con una llave. La puerta era de vidrio, con una lámina oscura que filtraba la luz y le daba privacidad al apartamento. Pero lo que ella recordó al ver un orificio en la parte superior de la puerta, de casi 30 cm de diámetro, fue una imagen de ella soltando una silla luego de romper la puerta de varios golpes. Ese era el único recuerdo que ella tenía. Ella había roto la puerta de vidrio de seguridad con una silla de mimbre. Tuvo que haberlo hecho con mucha fuerza y mucha furia. Empezó a llorar, no entendía nada. Se vistió con su vestido blanco, se puso unas sandalias y salió a la portería del edificio. Se acercó al señor de seguridad y le preguntó qué había pasado la noche anterior.

Don José le dijo que había sido una noche bastante conflictiva. Le dijo que su novio la había llevado al apartamento cargada en brazos luego de la fiesta que se veía desde la recepción del edificio hasta la playa. Él que creía que ella debía estar en un estado de embriaguez muy alto o posiblemente drogada porque hacía 20 minutos la había visto salir perfectamente consciente. Que luego de llevarla él se devolvió a la playa y que horas después ella había despertado. Que al no poder abrir la puerta empezó a gritar tan fuerte que no la dejara sola, que los vecinos llamaron a seguridad. Que ella había empezado a golpear la puerta tratando de abrir, hasta que le hizo un hueco. Que habían llamado a la policía y que en ese momento llegó su novio para intentar explicar simplemente que ella estaba embriagada. La policía tuvo que entrar y verificar que ella estuviera bien y que por un momento alcanzaron a pensar que la tenía secuestrada. Pero verificaron y ella estaba dormida y no se veía que estuviera obligada a estar allí.

Mientras Ana escuchaba esa historia borrada en su memoria, lloraba, lloraba. Jamás entendió que pasó esa noche, por qué en sus gritos repetía que no la abandonara, cómo había sacado tanta fuerza para romper la puerta y por qué no tenía recuerdos progresivos sino un batazo mental de olvido profundo de la fiesta en la playa. La relación terminó a los pocos meses. Él finalmente nunca volvió, jamás cumplió sus promesas. 10 años después se encontraron por sorpresa en un café en Bogotá. Él le confesó a Ana que ese sábado efectivamente la había dejado sola, que fueron casi 3 horas en los que él estuvo en la fiesta sin ella, que antes de llevarla habían tomado alcohol de otras botellas de desconocidos en la playa, que nunca supo si había algo distinto dentro de ellas. Que la vio dormirse como si fuera producto de la embriaguez, que nunca imaginó que dejarla tanto tiempo sola volvería ese suceso en un desastroso recuerdo. Él tampoco supo qué detonó su ira. Le confesó que le alegraba volver a verla y que a pesar de los años, le dijo lo que aún sentía por ella.


*Consigna día 5 del Cuarto Mundial de Escritura asignada por Sebastián Uldry: Escribir sobre un acontecimiento que haya provocado una emoción muy fuerte en la vida, pero a la hora de escribir reduzcan al mínimo las sensaciones emocionales que esa situación les produjo. Escriban lo que pasó como si fueran testigos lejanos de esa vivencia.



jueves, 3 de junio de 2021

Mi equipaje

Empecé con dos maletas gigantes, compradas exclusivamente para guardar las camisas, cremas, perfumes, ropa de bebé, chalecos, zapatos y diversas ofertas luego de un Black Friday. Luego de varios meses, empezaban a estorbar, así que tuve que regalar una y la otra, utilizarla para guardar las colchas, cobijas y almohadas de la casa. 

Decidí pasarme al morral de viaje europeo. En ese cabía el sleeping para acampar, los sacos para el frío, las chaquetas, los guantes térmicos, los impermeables, los gorros, la sombrilla, la ropa, los libros, los regalos para la familia y los amigos. Eran tantos, que debí replantear el tamaño de mi equipaje.

Así que volví a la maleta de rodachines. Cambié el destino para bajar el peso y espacio de la maleta. Aparecieron las pantalonetas, las camisetas de tiras, los vestidos vaporosos, las sandalias delgadas, el vestido de baño, las gafas de sol, el pareo,  el sombrero para el sol, el secador, el cepillo y la plancha de pelo. El clima exigía el agua de rosas, el aceite de ricino, el exfoliante, el bloqueador solar y la crema del rostro y el cuerpo. Adicional a eso, me encargaron las arepas de la abuela, las cocadas de dulce, el encargo para las sobrinas y el libro que faltaba por leer.

En cada uno de ellos, llevaba adicional un bolso de mano con el computador portátil, los cargadores, el mouse, el mouse pad, el maquillaje, el libro para el avión, el cuaderno de apuntes, los bolígrafos de colores, el antibacterial, la crema mini de manos, el cepillo y crema de dientes, los audífonos, las llaves, las monedas y por supuesto la billetera.

En cada viaje mi hombro derecho empezaba a ladrar, así que tuve que buscar un morral de doble correa que pudiera llevar en mi espalda. Percatarme que la maleta tuviera rodachines verticales para poderla desplazar con facilidad. Pasarme a los tenis, a la camiseta y al bolso terciado. 

Pero aún así mi cuerpo estaba agotado, me dolía la espalda, mis dedos  se iban cansando de cargar las maletas, perdía la fuerza de mis brazos, prefería los ascensores y las escaleras eléctricas. Los viajes parecían lugares encantados que con pequeños detalles me hacían cambiar el rumbo. Y fue así como un día perdí la fuerza, sangré, mis brazos soltaron las maletas, mis tobillos se sintieron débiles y mis rodillas no aguantaron más. Caí en ellas, puse todo el peso de mi cuerpo sobre las piernas y mi espíritu suspiró. En el suelo, lloré, no sabía por qué, no entendía qué me gritaba mi cuerpo, no sabía qué debía llevar, ni hacia dónde ir. Sentí que había perdido mi destino, me sentí vacía, despreciada, sola y con un dolor profundo que se confundía con el peso de las cosas que llevaba entre mis maletas. Fue ahí donde entendí, que debía vaciarlas, sacar todo porque al final no me llevaría nada. A donde algún día llegaría, no necesitaría nada. Lo único que necesitaba era la fuerza de mi corazón. Esa fuerza que me hizo ponerme de pie para darle firmeza a mis tobillos delgados, a mis piernas, mi vientre, mis rodillas y mis dedos frágiles. Levanté mi pecho y mi corazón palpitó, miré al cielo y un baldado de energía se encargó de cargar todas y cada una de mi maletas por mi. Ahí entendí que era momento de Aligerar mi equipaje. Así lo hice, así lo hago y así espero hacerlo de ahora en adelante.


*Consigna día 4 del Cuarto Mundial de Escritura asignada por Sol Dellepiane: Escribir sobre intersección de la trama de un libro y nuestra propia vida. El libro que elegí se llama: Aligera mi equipaje y me lo prestó una de mis hermanas.



Derrota

Derrota: perder, fracaso, frustración. Un matrimonio que llega a su final, una década sin el uno y con el cero a la izquierda, una puerta cerrada, lágrimas con dolor, inconsistencias, infidelidad, silencios, verdades no pronunciadas, mensajes ocultos, impotencia del último fin de semana, cartas perdidas, oraciones y súplicas, preguntas sin respuestas, no lo vi venir, me negué las discusiones, sus reclamos, sus insistentes comentarios, no quise escuchar, me perdí en el optimismo, en el sol saliendo cada día, en la posibilidad de dejar ir el pasado, pero no se iba, se incrementaba, se fue llenando su copa, una que vi de hierro, sin labios, sin sudor, sin deseo, sin orgasmos. Debía ser más secador, más rímel, más armonía, más cenas, más desayunos, más atención, más listados, más planes, más casas, más viajes, más ahorros, más fertilidad, más cuidados, más y más.

Así un día en una pandemia, lo entendí. Debí aceptarlo. Dejarle las puertas que quiso cerrar. Las últimas flores naranjas en la mesa. Dejando los objetos sencillos. Una almohada, sin maletas, sin picnics, sin taladro, sin consolas, sin repisas, con frío entre mis sábanas, sin abrazos y sin contacto físico. Borró las cenas, se esfumó el cine, como un disco duro formateado, como un virus, sin anticuerpos, sin compasión, sin terapia, sin ayuda de nadie, sin creer, sin Fe.  Pedí no tener nada con tal de tenerlo a él, pero así no era. No era más, ya era hora, fue al tiempo del universo, el obligado, el necesario. No eran mis tiempos, eran los de Dios.

Pero nunca me dormí, no quise, lo decidí. Como un salvavidas, bajaron los guardianes en rápel. Sincronizados, llenos de luz, con tapabocas y trajes blancos. Cambiaron el Internet, eliminaron el Twitter, apagaron las noticias, se acabó el secador, no eran necesarias las flores, los mercados a tiempo y lo más maravilloso: no era necesaria la plancha de ropa. Apareció mi pelo, el esponjado, la gallina, el poco maquillaje, los tenis, menos accesorios, se acabaron los bolsos, la crema en el carro, los cables perdidos, los relojes sueltos en mis muñecas y los aburridos surcos nasogenianos de mis besos con cara de perro triste.

Ahí entendí que podía jugar al tablero, remodelar mis paredes, cocinar a destiempos, no cocinar, amarrarme mi pelo con un lapicero, hablar con mis objetos, hacer altares, abrazar a mis almohadas, escribir en las noches, jugar a las princesas, al té, a ser niña, encontrar un nuevo camino, volver a mi pasado y encontrarme nuevamente con mi corazón.

Volvió el sol, mejores amigos, salieron las risas, horas enteras de llamadas telefónicas, confesiones nocturnas, pasajes de avión, abrazos, atardeceres, conversaciones de a dos, experimentos de cenas, sin gluten, sin lactosa, sin tomate, ensaladas dulces, leche de almendras, de vainilla, barras de cereal, arequipe, oficio casero, secadora de ropa, baños sin sifón, aseo de un dólar, sábados de drives, millas sin medición, miradas cruzadas, canciones a grito herido, risas y risas, lágrimas de emoción, arena, bronceado, juego en la playa, palomas, mascota, días extensos, trotar bajo el sol, velas con aroma, estéticas precisas, trabajos valiosos, Alexa, luces programadas, repisas alineadas, autos de colección, balcón, tablas viejas, cama nueva, armarla entre dos, caja de herramientas maravillosa, pepas de aguacate lanzadas por la ventana, videos del pasado, baúl de los recuerdos. Mesa de noche, portarretrato, palabras dulces, confesiones, besos, sábanas grises, respiración agitada, besos, piel, suavidad, amor. Nuevamente el amor. Siempre con la verdad, nuevamente el amor.


*Consigna día 3 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Lautaro Lamisovski: Escribir sobre la derrota más grande narrada con desapego y gracia.



martes, 1 de junio de 2021

La cama

El dueño del apartamento estaba decidido a terminar el contrato de renta. No importaba la cláusula de incumplimiento o los 10 años que Esteban llevaba viviendo en ese apartamento, ni lo bien conservada que él la tenía. Simplemente un día sin ninguna explicación, le solicitó a la señora Lisa, la administradora del edificio, que se encargara del tema y que hiciera lo que tuviera que hacer para que el residente lo desocupara. 

La mujer, muy cercana a la tercera edad, de mirada lenta, como una morsa que mira a media asta y enmarcada con anteojos de rosario colgante, mantenía por completo la distancia con los residentes del edificio Monticello. Permanecía diariamente en su oficina de documentos administrativos, sentada en su sillón de cuero, con un saco verde amargura que siempre colgaba sobre sus hombros. Solamente se levantaba del sillón con su bastón de empuñadura curva y sin mucho afán, se dirigía a los apartamentos con cartas de reclamos para los residentes. 

Una tarde de abril, el señor Esteban, residente del apartamento 1002, sin saber lo que la señora Lisa le notificaría, decidió comprar una cama nueva. Se deshizo de la vieja y desechó en el contenedor de basura de la terraza del edificio, todas las partes de manera muy precisa y organizada; tal como lo indicaba el reglamento de convivencia. Dos días después, recibió una carta de la señora Lisa, indicándole que el incumplimiento de la cláusula de desechos, había sido violada y que debía pagar una multa de 250 dólares por haber dejado elementos que excedían el tamaño del contenedor. 

A Esteban mientras leía la carta, le iba cambiando lentamente su expresión corporal, su color de piel llegaba al rojo cereza y su respiración agitada se incrementaba exponencialmente. Al terminar de leer el texto, expulsó un grito tan fuerte que hasta los gatos del vecino y su perro se escondieron debajo de la mesa. "Administradora hija de la gran puta". Con la ira recorriendo por sus venas brotadas como mangueras sanguíneas, caminó por el corredor con pasos de Rottweiller, hasta llegar al contenedor de basura. Nada de lo que había dejado en perfecto orden, estaba de la misma manera. Se encontró con todos los restos de su cama vieja regados por el suelo, las tablas incompletas e incluso los cartones de la cama nueva, estaban rasgados. Con la fuerza de 500 caballos de fuerza, llevó nuevamente cada una de las partes a su casa. Casi quebrando el techo, rayando el piso y golpeando las cornisas, luego de una hora, nuevamente estaba la cama vieja otra vez en la sala. 

El olor impregnado del calor de dos días en las tablas al aire libre, pensando que era basura sacada de un contenedor y hasta las deposiciones de las palomas en los bordes de las tablas, lo llenaban más de ira, desespero e impotencia.

Sentado en el sillón negro de su sala, rendido por algo que parecía una guerra con la morsa de anteojos, escuchó que alguien estaba de pie detrás de la puerta de entrada. Deslizaron una carta por debajo de ella. La señora Lisa le notificaba la decisión de desocupar el apartamento máximo en 15 días y que era una decisión irrefutable por parte del arrendatario. Sin duda, ese había sido el peor día de tolerancia residencial de su vida. Sin alientos, sudado, con más canas y casi con una gastritis, se rindió ante el momento y sus emociones se fueron mezclando triste y lentamente con sus recuerdos de 10 años vividos en ese lugar. 

Como una película en reversa y en cámara lenta, vio destellos de la primera vez que la habitó. Un apartamento de vista increíble, espacios abiertos, temperatura perfecta, momentos en familia, tardes con amigos, muebles con estilo, repisas con carros de colección, cuadros perfectamente alineados, iluminación sincronizada, olores a hogar, pero lo más importante: su intimidad. Recordó el día que compró esa cama vieja. Imaginó los niños que no nacieron orinando el colchón, las mujeres desconocidas que pasaron y no pasaron por ella, los tornillos que hicieron falta y sobraron al armarla, las tablas y las varillas sueltas, las infinitas lágrimas de las almohadas en su soledad, los silencios retumbantes de los domingos y las promesas perdidas, que se entrelazaron en noches que parecían no tener nuevos despertares. 

En es instante algo hizo que el aire cambiara de color y olor. Su mascota estaba orinando las tablas de la cama vieja. Esteban no sabía si reír o llorar. Fue así como ese momento recordó que la señora Lisa vivía a 10 cuadras en un edificio que tenía contenedores de basura públicos. Ese bombillo encendido y de lucidez ahora solucionaba las canas, la gastritis y el estrés de ese día. Así que se llenó de ganas, levantó cada una de las tablas de la cama vieja, con los orines del perro, los excrementos de paloma, los ácaros del tiempo y las malas vibras de la morsa de anteojos, montó y ató en la parte trasera de su auto las partes de la cama desbaratada. Salió como ladrón de banco, evadiendo los policías que prohiben el tránsito nocturno de basura y a las 10 cuadras, en el edificio de la señora Lisa, descargó en el contenedor todas las partes inservibles de su caja de Pandora, esas cosas que el tiempo ya debía llevarse. Por fin había botado la cama.

Al día siguiente, la señora Lisa debió reversar la multa, excusarse con el señor Esteban y comunicarle al dueño del apartamento que debía pagarle a su residente, 250 dólares por incumplimiento del contrato, por la solicitud de entrega inesperada del apartamento.


*Consigna día 2 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Luna Neuman: Escribir sobre una casa, sus objetos íntimos.