Yo veía la copa en el borde de la mesa. Sabía que en cualquier momento se caería y se quebraría.
Me gusta el vino y rojo, del bueno, del de verdad. En pequeños y lentos sorbos. Imaginé el momento en que el cristal de la copa tocaría el suelo. Sería un un desastre. Mi hermosa copa sería la última y a pesar de quererla tanto, el vino en ella ya no sabía igual. Tal vez sería que no me lo tomé a tiempo, o que lo dejé servido desde tiempo atrás, pero no lo recuerdo. Creo que estoy ebrio y no puedo diferenciar el sabor real.
Acabo de ver que mi boca está rota, sangro y el líquido se ha mezclado con el vino. Ahora sí que estoy perdido. Prendo un cigarrillo, enciendo mi celular y me entretengo con estúpidos mensajes. La copa se pondría celosa por ignorarla con algo tan barato como este momento con el cigarrillo y el celular. Lo suelto sobre la mesa. Miro la copa nuevamente y apenas se sostiene de un sólo eje. Le veo una grieta. Fue culpa de mi última cena, la golpeé sin querer con el borde de la mesa. Lo había olvidado. Era mi copa favorita pero ahora le veo la falla. Hace muchos años que no me me tomaba esta copa de vino tan amarga. Empiezo a creer que no la he probado como un catador de verdad, no lo entiendo, ¿Estaré loco?, ¿Habré perdido la razón?, ¿Me perdonará esta copa algún día de no quererla tomar nunca más? ¿Me arrepentiré de tener ganas de dejar rodar la botella hasta ella para que finalmente los vidrios caigan sobre el suelo y sea un desastre de rojo vino tinto?. ¡No lo sé!, pero tengo que salir de este círculo vicioso.
Siento el sabor del corcho en el último sorbo, ya no lo quiero. Imagino a alguien llevándose mi botella de vino, mi copa y la marca de mis labios en el borde de ella. No quiero, intento convencerme que estoy haciendo lo correcto, pero no lo soporto. Mi ego me dice que fui yo quien hizo de esta copa algo maravilloso, pero de algo sí estoy seguro fue de haber servido con amor el vino, lo hice espontáneamente, sabía lo que hacía, yo mismo lo elegí entre cientos de botellas. No era un tema de precio o de qué tan añejo era. Simplemente cuando la elegí, fue algo maravilloso. Que buena noche de copas. Ahora me pregunto por qué no sabe igual. Tal vez no sé nada de vinos. Tengo ganas de llorar otra vez. Puta indecisión. El cigarrillo se apagó, se acabó el vino, la última gota mancha mi mesa blanca, voy a dejarla, finalmente lo que necesito es otra botella, otra nueva copa de vino.
Voy a hacerlo, derramaré el último sorbo. Voltearé la botella sobre la mesa, la dejaré rodar, no quiero golpear la copa y que de pronto caiga al suelo, pero será inevitable. Caerá, se quebrará, o se terminará de quebrar por completo. Enciendo un nuevo cigarrillo, limpio mis lágrimas, dejo mis últimas huellas sobre el cristal. Volteo la botella, la suelto, ahora sí decido dejarla rodar, no quiero verla, me levanto, me doy media vuelta y la escucho quebrar. Lloro. Te amaba, te juro que te amaba, pero mi embriaguez me dice que es momento de partir. De partirte con consciencia el corazón de cristal en mil pedazos. De partir mi mundo así no te tenga más a ti. No sé lo que te prometí, pensé que lo sabía, pero quiero ser feliz y siento que no puedo serlo al lado tuyo. Me sigo tropezando mientras camino, pero llegaré a casa como siempre. En la noche o en la mañana, pero llegaré. Estará Dios esperándome. Necesito hablar con él. Él sabe de vinos. Seguro me dirá que me estoy equivocando o me dirá que no. No sé. Quiero gritar y no puedo. Quiero tenerte y no tenerte. Perdóname, por favor, lo siento. Adiós. De verdad lo siento, no puedo explicarlo, pero solamente puedo decirte gracias. Gracias por esa última copa de vino.
*Consigna día 10 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Olivia Gallo: Escribir sobre la ruptura de una relación previo al quiebre, en ese momento en que se da cuenta que no va más, pero la separación todavía no es un hecho concreto.
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