jueves, 3 de junio de 2021

Derrota

Derrota: perder, fracaso, frustración. Un matrimonio que llega a su final, una década sin el uno y con el cero a la izquierda, una puerta cerrada, lágrimas con dolor, inconsistencias, infidelidad, silencios, verdades no pronunciadas, mensajes ocultos, impotencia del último fin de semana, cartas perdidas, oraciones y súplicas, preguntas sin respuestas, no lo vi venir, me negué las discusiones, sus reclamos, sus insistentes comentarios, no quise escuchar, me perdí en el optimismo, en el sol saliendo cada día, en la posibilidad de dejar ir el pasado, pero no se iba, se incrementaba, se fue llenando su copa, una que vi de hierro, sin labios, sin sudor, sin deseo, sin orgasmos. Debía ser más secador, más rímel, más armonía, más cenas, más desayunos, más atención, más listados, más planes, más casas, más viajes, más ahorros, más fertilidad, más cuidados, más y más.

Así un día en una pandemia, lo entendí. Debí aceptarlo. Dejarle las puertas que quiso cerrar. Las últimas flores naranjas en la mesa. Dejando los objetos sencillos. Una almohada, sin maletas, sin picnics, sin taladro, sin consolas, sin repisas, con frío entre mis sábanas, sin abrazos y sin contacto físico. Borró las cenas, se esfumó el cine, como un disco duro formateado, como un virus, sin anticuerpos, sin compasión, sin terapia, sin ayuda de nadie, sin creer, sin Fe.  Pedí no tener nada con tal de tenerlo a él, pero así no era. No era más, ya era hora, fue al tiempo del universo, el obligado, el necesario. No eran mis tiempos, eran los de Dios.

Pero nunca me dormí, no quise, lo decidí. Como un salvavidas, bajaron los guardianes en rápel. Sincronizados, llenos de luz, con tapabocas y trajes blancos. Cambiaron el Internet, eliminaron el Twitter, apagaron las noticias, se acabó el secador, no eran necesarias las flores, los mercados a tiempo y lo más maravilloso: no era necesaria la plancha de ropa. Apareció mi pelo, el esponjado, la gallina, el poco maquillaje, los tenis, menos accesorios, se acabaron los bolsos, la crema en el carro, los cables perdidos, los relojes sueltos en mis muñecas y los aburridos surcos nasogenianos de mis besos con cara de perro triste.

Ahí entendí que podía jugar al tablero, remodelar mis paredes, cocinar a destiempos, no cocinar, amarrarme mi pelo con un lapicero, hablar con mis objetos, hacer altares, abrazar a mis almohadas, escribir en las noches, jugar a las princesas, al té, a ser niña, encontrar un nuevo camino, volver a mi pasado y encontrarme nuevamente con mi corazón.

Volvió el sol, mejores amigos, salieron las risas, horas enteras de llamadas telefónicas, confesiones nocturnas, pasajes de avión, abrazos, atardeceres, conversaciones de a dos, experimentos de cenas, sin gluten, sin lactosa, sin tomate, ensaladas dulces, leche de almendras, de vainilla, barras de cereal, arequipe, oficio casero, secadora de ropa, baños sin sifón, aseo de un dólar, sábados de drives, millas sin medición, miradas cruzadas, canciones a grito herido, risas y risas, lágrimas de emoción, arena, bronceado, juego en la playa, palomas, mascota, días extensos, trotar bajo el sol, velas con aroma, estéticas precisas, trabajos valiosos, Alexa, luces programadas, repisas alineadas, autos de colección, balcón, tablas viejas, cama nueva, armarla entre dos, caja de herramientas maravillosa, pepas de aguacate lanzadas por la ventana, videos del pasado, baúl de los recuerdos. Mesa de noche, portarretrato, palabras dulces, confesiones, besos, sábanas grises, respiración agitada, besos, piel, suavidad, amor. Nuevamente el amor. Siempre con la verdad, nuevamente el amor.


*Consigna día 3 del Cuarto Mundial de Escritura asignado por Lautaro Lamisovski: Escribir sobre la derrota más grande narrada con desapego y gracia.



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