No son escritos de mi vida, son versiones escritas sobre la vida. Lilobp "La libertad de expresión lleva consigo cierta libertad para escuchar" Bob Marley
viernes, 27 de agosto de 2021
Morir para vivir
Volveré a las nubes
No conocía Nueva York. Una de las ciudades de mayor influencia artística y cultural en el mundo. Luego de haberla visto, podría decir que sin duda ese viaje hizo un click profundo en mi universo como diseñadora gráfica.
Caminar por las calles entre galerías de arte, boutiques, salas de teatro, de cine, escuelas de música, tiendas de ropa, casas de moda y un sin fin de lugares comerciales llenos de magia, se convirtió en una de las mejores experiencias de mi vida.
Los taxis amarillos de ajedrez que delineaban las vías y la rapidez de los transeúntes en medio de las cebras y los postes saturados de adhesivos, eran toda una melodía de “The Weekend” de “luces cegadoras”. Las pantallas gigantes vigilando mis movimientos, hablándome con la perfección de su alta definición, hicieron de ese viaje algo inolvidable. Podía ver en cámara lenta mi cuerpo girar, mientras el sol iluminaba mi frente y el día se pasaba a más de 250 millas por hora.
Hombres de traje, mujeres atractivas, artistas de colores, adolescentes a carcajadas, miradas de jóvenes perdidos, habitantes de calle semidesnudos con cartones escritos a mano, indocumentados y personas de todas partes del mundo, dejaban un halo de textos en el aire, que me fascinaron. Yo quería escuchar sus conversaciones, saber hacia dónde iban, dónde compraban sus botas pantaneras escocesas, sus gabanes para el frío, sus guantes ajustados, sus gafas setenteras y sus estilos de personajes de vídeos musicales en medio de un día cotidiano en Nueva York.
El suelo no era suficiente. Mirar hacia lo alto mantenía mi cuello en un estado de estrés y al mismo tiempo de felicidad por querer capturar todas las imágenes retratadas durante años por mis amigos en redes sociales en medio del Times Square. Fue así como algo se detuvo y la vi. Era la nueva rueda de Chicago frente a mí, que rodó como una argolla de compromiso lentamente ante mis pies. Ahora el "slow motion" se triplicaba y era yo quien me subía a ella y empezaba a ver a mi altura las pantallas incandescentes moverse lentamente. Durante breves segundos, tenía un abismo de mundo creativo y en movimiento bajo mis hombros.
Hermosa, única e irrepetible vista panorámica que nunca olvidaré. Ahora era el suelo quien me dejaba escuchar a Bruno Mars, como un eco de Versace. Un instante de ansiedad y emociones. Un giro de 180 grados en mi mundo paralelo. Mi corazón parecía detenerse, mi piel se erizaba y mis ojos secos por el viento, se humedecieron con un parpadeo. Un sólo pestañeo que jamás olvidaré. Nueva York, la ciudad creativa que desde mi adolescencia, época universitaria, laboral y adultez, me atraía como un imán. Jamás entendí, por qué tardé tanto en conocerla. Como la mayoría de las cosas más maravillosas de mi vida, me hacen creer que llegan tarde pero no. Llegan justo a tiempo.
No quiero olvidarla, quiero volver, sentirla, cansarme de su caos, repetir las escaleras externas de los edificios, respirar el humo de los extractores del suelo, escuchar los timbres de las bicicletas, sentir el olor del pan y el tintineo de los cafés. Quiero sentir nuevamente la libertad de su estatua, el vacío de las torres imaginadas, el dinero perdido de Wall Street, los sueños imposibles de los bailarines de Broadway y rascar el cielo del Empire State para quitarle el puesto a otro de mis lugares favoritos del mundo: Ámsterdam. Era la ciudad líquida de piedras en mis bolsillos que me mantenía aterrizada, pero New York llegó sin avisar y con un pasaje en cohete que me llevó directo a las nubes. Parecía algo inalcanzable.
Gracias ciudad hermosa, jamás te olvidaré. No se cuándo volveré para que me lleves nuevamente a la luna, pero te prometo que jamás te olvidaré. Volveré a las nubes. Uno de mis lugares favoritos.
PD: Hoy 27 de agosto de 2021 aún no conozco NY.
*Consigna día 8 para el 5to Mundial de escritura. Elegir una noticia del día y escribir sobre ella. Elegí esta: "Nueva York estrena su nueva atracción: una rueda de Chicago en Times Square"
https://www.lafm.com.co/internacional/nueva-york-estrena-su-nueva-atraccion-una-rueda-de-chicago-en-times-square
martes, 24 de agosto de 2021
Mascachochas
Yace el año 1967 y Pateplomo Jaramillo lideraba el equipo de la banda de guerra, del Colegio Salesiano en el pueblo de Zapatoca. El entrenador Finito Chávez, lo había elegido porque decía que su caminado particular, le daba el estilo perfecto al guionero, en el desfile de la clausura anual del colegio. La organización de sus músicos debía ser "fina" y precisa. Por eso los integrantes llamaban a su entrenador, el Finito Chávez y a su asistente Milímetro Prada. Dos seminaristas con alma de militares cuchillas y exigentes, pero orgullosos de su exactitud armónica.
Al odiado por el rector del colegio lo llamaban Cotorra Rueda. Sus silencios imposibles durante las clases y los descansos escolares, eran el dolor de cabeza de los profesores. Su mejor amigo, Morfeo Rueda, debía ser exactamente su opuesto. Lo había elegido por permanecer en silencio mientras él hablaba, hasta el punto de llegar a quedarse dormido. Eran inseparables.
El equipo de baloncesto era otro de los orgullos del Colegio Salesiano. Su entrenador el Flaco Torrens, los mantenía como los campeones de la región. El Aguao Otero, se encargaba de la hidratación; Pedopicho de mandarlos a las regaderas luego de los partidos y el Ratón Granados de sacarlos de las clases académicas, para ir a los entrenamientos. El Toco Bermúdez era el capitán del equipo; algunos le decían el intocable, porque era el hijo del rector y nadie se metía con él. Cuando empezaban los campeonatos y viajaban a los pueblos cercanos, el Chulo Martínez se conseguía una novia distinta en cada partido. Silbido Barrios era quien le hacía cuarto cuando alguna de las novias preguntaba si aún seguía en las duchas. El palomero del equipo era Medallitas Santos. No fallaba ningún tiro. Entre él y Mafafa Suárez anotaban todos los puntos que aseguraban las victorias.
Cuando iniciaba la temporada de viajes, debían viajar en el mismo bus, la banda de guerra, el equipo de baloncesto y el de fútbol. Manoloca Serrano el corneta de órdenes de la banda, no soportaba encontrarse con uno de los entrenadores del equipo de fútbol: el Gancho Lozano. Todos le temían por sus brazos enormes y su manera de armar desorden en los partidos. La última vez que lo vieron pelear fue con Calabazo Ortega. Dos profesores que se fueron a golpes en la premiación de los inter colegiados, porque Apracur Vivas y El Cucarrón Márquez, uno de la banda de guerra y el otro del equipo de baloncesto respectivamente, recibirían el premio a los mejores deportistas y no el Negro Reyes, quien era la estrella del equipo de fútbol; no solamente por hacer las mejores jugadas con Molécula Ortega, sino por ser el consentido de Tetanegra Suárez. El árbitro del equipo.
Frijolito Díaz y Julio Blog siempre estuvieron en la banca, pero un día Mascachochas se encargó de hacer una bebida diurética para reemplazar a las estrellitas del equipo de baloncesto. Ese último campeonato no solamente se llevó por delante al equipo de baloncesto, sino al de fútbol y a la banda de guerra. Todos bebieron de la misma jarra de cerveza durante la inauguración de los juegos.
Al día siguiente El colegio Salesiano de Zapatoca, no pudo representar el orgullo de sus directivos seminaristas que eran sus estudiantes. Fue toda una temporada de dolores de estómago, aguas de apio, canela y cuidados en casa. La generación entre 1965 y 1967 fue recordada por la inolvidable y odiada gracia de las aguas pichas de Mascachochas.
lunes, 23 de agosto de 2021
El golpe
La luz palpitaba y podía escuchar la vibración de los filamentos.
Nos dividía una pared de aglomerado y una tela azul en el cubículo.
Las enfermeras se reían a carcajadas en la recepción.
Un anciano decía a gritos "Bueno, me voy". "¿Dónde está?" repetía.
Una adolescente acompañaba a su madre viendo videos de Tik Tok.
El fonocardiograma marcaba los pulsos del corazón.
No había agua para beber. Los vasos eran desechables.
El baño parecía público. Estaba sucio. Olía a orines.
Los dedos del enfermero del frente pulsaban las teclas de manera arrítmica. Hacía los informes de los pacientes.
La voz angelical de otra enfermera y sus rudos movimientos con sus manos, se confundían mientras le cambiaba el pañal a un paciente. Era ordinaria, grotesca, vulgar; cantando canciones de perreo mientras hacía su tarea de enfermera.
Él las puteaba. Quería irse. No entendía nada.
Una mujer dormía sobre su brazo en ángulo recto, sentada en una silla sin espaldar. La pared hacía lo suyo. Parecía un mueble más.
Las cobijas sobraban. Mi abuela tenía calor. Sudaba. Se las quité, intenté entender su temperatura corporal. No sé si lo estaría haciendo bien.
Ella se veía en paz. Yo no lo estaba.
Le acariciaba su mano. Quería que me hablara pero ya ni sus párpados se movían.
Le puse la camándula en la otra mano. Donde tenía puesta la cánula.
Que piel tan suave y delicada. Era hermosa.
Quería que me sintiera, que supiera que no estaba sola. Pero era yo quien no quería estar sola.
Respiraba con un gemido, como intentando hablar. Solamente respiraba.
Yo llevaba un libro para leer, pero mi mente no podía unir ninguna palabra.
Había un "Chocoramo". Mi favorito, pero tenía sed. Así no me daban ganas ni de comer.
Miraba sus labios secos y con una gasa los mojaba para refrescarla.
Me sentaba, esperaba, trataba de escuchar a Dios en el silencio.
Me paraba, intentaba caminar, suspiraba.
Acomodaba mi cuerpo en la silla de cubo, se me dormían las piernas. El sueño desaparecía. Qué ansiedad.
Pensaba que su último suspiro, sería conmigo. Pero no lo fue.
Quería hablarle, despedirme, decírselo bien, pero no sabía cómo.
Se repetía el sonido de la falta de suero del paciente perdido. "¿Estarán sordas las idiotas enfermeras?". Pensaba. Todas me parecían ajenas al dolor. Tan incompetentes.
Creí que no sería capaz, pero me calmaba. Me negaba a enloquecer.
Durante su vida jamás la vi quejarse. 100 años y ella siempre tan paciente. Yo con pocas horas de una noche tan difícil y me sentí desvanecer.
No tenía ganas de sonreír, no quería, pero sabía que ella necesitaba mi sonrisa.
Pensaba que esa situación era la peor. Sin habitación, sin privacidad, sin los de ella, sin los míos. No se lo merecía. Pero aún yo no lo entendía.
Sentía que la irrespetaban.
Le abrían la bata, la monitoreaban como a cualquier desconocida del hospital.
Le decían Ana. "¡Que así no la llamen!" me repetía. Quería gritarles. Estuve a punto, pero pensé que de pronto mi abuela podría escucharme. Sí se llamaba Ana, era su primer nombre, pero así nadie le decía. ¡No le digan Ana!.
La insensible enfermera le afirmaba que estaban contadas, que no había.
Que aguantara.
Absurda, incompetente, inhumana. Yo la juzgaba.
En la cama mi abuela tenía tres cobijas sin usar. Me demoré en reaccionar. Mi energía cada vez se reducía más y más.
La tomé, llegué al corredor. Eran casi las 2 de la mañana. La mujer y su hermana estaban en una camilla. Hacía un frío infernal.
Le pregunté si ella era quien buscaba una cobija. La mujer me miró. No hablaba. Me la recibió. Casi grita. Me dio un golpe con su mano abierta en mi brazo. Me agradeció con rabia y al mismo tiempo con emoción.
"Usted es persona" me dijo. Me dio otro golpe y seguía haciendo afirmaciones de la situación. Esas eran sus caricias. Su manera de agradecerlo. Yo necesitaba un abrazo y ese golpe fue suficiente para llenarme nuevamente de valor.
Casi lloro.
Fue ella quien me animó. Era Dios diciéndome que yo podía. Podía vivir ese momento. Estar ahí. Ver a la muerte convirtiéndose en vida.
Dos hermanas cuidándose una a la otra en un corredor, en ese triste y frío hospital.
Un momento bello, en medio de una noche. Una muy difícil. Una que llenó mis lágrimas de impotencia. Por el fin de la vida, por no entender el sentido del tiempo.
Tuvo que ser en medio de una pequeña y simple acción de amor.
Fue un golpe. Un gran golpe de amor.
Una grandiosa e inolvidable mujer desconocida, me dio el aliento que yo necesitaba para sobrevivir. Porque me sentí morir. A una situación mínima. A un momento difícil de mi caja de cristal. Pero era mi lucha. Era la vida de mi abuela que se desvanecía.
No era una lucha por la vida. Era una lucha por la impotencia de la situación.
Era mi conversación interior con Dios.
Pero como siempre, él me lo explicó. Me demoré más de 24 horas en entenderlo pero me lo explicó.
Fue una situación, de esas que el universo se vale para hablarme de Dios.
*Consigna día 6 para el 5to Mundial de escritura. Escribir y buscar la pequeñez, dentro de un gran momento de turbulencia.
viernes, 20 de agosto de 2021
Primero muerta que sencilla
A Rubén no le gustaba que le preguntaran su edad. Pero con algo de esfuerzo, decía que tenía 60 años y su cabeza redonda le ayudaba a ocultar su verdadera edad. Que era un poco más. Se rapaba cada filo negro o gris que se asomara a los lados de su frente con sus pulgares chatos y cuadrados. El baño era su lugar favorito de la casa y el espejo era su mejor amigo. Mantenía gavetas llenas de exfoliantes, cremas, aceites y lociones. Le gustaba lucir su barba perfectamente arreglada, tupida y las canas sutiles decía que eran parte de su sex-appeal. Pesaba más de 75 kilos, calzaba 43 y no medía más de 1,65m, pero ni la báscula, ni la sociedad le quitaban la seguridad de hombre atractivo y corpulento con forma de T con el que salía diariamente de su casa.
Jamás se casó pero tuvo un hijo a los 20 años. Nicolás. La novia de su mejor amigo era lo suficientemente necia y él lo suficientemente mal amigo. Él nunca se hizo cargo de ese hijo, pero de vez en cuando lo llamaba. Salía con él solamente para que le dijeran que parecía su hermano menor. Andar en el auto clásico y deportivo de su hijo, atraía las miradas de mujeres de todas las edades. Su pasión por las competencias de autos clásicos, hacía que lo reconocieran como el Peter Pan de las carreras.
A veces ocultaba las canas de su barba con el tinte de su peluquero de confianza, Kerin. Él no solamente lo trataba como un rey, sino que le recomendaba cremas para el cuerpo, mascarillas de aloe, depilaciones para la nariz y las orejas, tips para mantener las pestañas encrespadas, fajas masculinas para el abdomen y para eliminar la papada. Por supuesto no podían faltar las secretas liposucciones, botox y ácido hialurónico de su cirujano plástico. Solamente su mejor amigo: el espejo, conocía su vida íntima como todo un personaje de un cuento de hadas.
Nunca tuvo que preocuparse por trabajar y ganar dinero, su madre la señora Adela, se encargaba de sus finanzas, gracias a los negocios que mantenía con su ex esposo quien era dueño de una firma de abogados. Los documentos y los negocios eran su especialidad.
Aunque quería aparentar verse como toda una dama, Adela diariamente lo visitaba para hacerle su desayuno favorito. Él podía devorarse entre 4 y 6 huevos con porciones de pan, tamal, chocolate, jugo y arepa. Ella le planchaba la ropa, le lustraba los zapatos, le lavaba los baños y hasta le pagaba los recibos de su casa. Le compraba su medicina, se encargaba del mercado, de los arreglos locativos, de sus deudas e incluso le cubría sus tarjetas de crédito. Sus otros dos hijos la criticaban porque más que una madre, parecía su empleada. Pero eso ni a él ni a ella les importaba. Eran felices y su madre sabía cada uno de los deseos de su hijo menor, sus problemas, entornos e incluso cada uno de sus secretos más íntimos. Se encargaba hasta de espantar las mujeres que se acercaran y no estuvieran a su altura. Realmente su preocupación, era que Rubén no metiera las patas otra vez y que la llamaran abuela. Envejecer era la palabra prohibida en esa familia.
Rubén se mantenía de fiesta en los clubes con sus amigos y sus fines de semana se volvían cada vez más solitarios y rodeados de gente extraña que despertaba en la sala de su casa. Sus hermanos no soportaban verlo en las reuniones familiares y criticaban su ropa de marca, sus zapatos sin medias, su anillo piscatorio, los botones de su camisa a punto de reventar, su actitud de hijo mantenido y las deudas que su madre asumía por su vida desgobernada.
Al cumplir 70 años, la madre de Rubén falleció. Ese día, fue la última vez que sus hermanos supieron algo de él. Desapareció sin dejar rastro y solamente encontraron en el cuarto de su madre, un sin fin de documentos con bienes a nombre de su nieto Nicolás. Deudas, créditos, hipotecas e incluso demandas de los bancos por pagos de impuestos retrasados. En ese momento recordaron el lema de su madre, que llevaría a Nicolás a la clínica por un paro cardiaco luego de enterarse de la monumental deuda y herencia de su grandiosa abuela: "Envejecer y pobre, jamás. Primero muerta que sencilla".
*Consigna día 5 para el 5to Mundial de escritura. Escribir de manera exagerada y extrema.
jueves, 19 de agosto de 2021
La colilla de cigarrillo
Hacía un calor infernal. La carretera destapada no permitía ir a más de 10 km por hora. Las llantas crujían sobre las piedras, levantando algo de polvo, que se entraba por las ventanas del automóvil. Aquel lugar en el mapa aparecía como "Acapulco". Tenía una única entrada y una única salida. El rayo de sol sobre el medio día, calentaba las tejas de zinc de las casas, construidas con muros de bahereque, solares inmensos, árboles secos alrededor y banderas colgantes gastadas por el viento y la lluvia; pedazos de tela medio azules y casi transparentes con imágenes estampadas de la Virgen María.
Los perros callejeros dormían en la vía, con las costillas marcadas por el hambre y algunas moscas rondaban sus inmóviles colas. En medio del silencio y a medida que Daniela iba adentrando al pueblo, se incrementaba el volumen del tema de "La Jarretona". Sin saber a dónde la llevaba el GPS de su celular, ella manejaba sin afán por entre las calles de un pueblo recóndito y silencioso.
Algunas ventanas y puertas abiertas dejaban ver algo del interior de las casas, pero el contraluz las oscurecía y solamente el viento hacía mover las cortinas de Acapulco.
Una mujer con el pelo color ceniza, de extensas caderas y con el cuerpo tumbado sobre una mecedora, observaba inexpresiva pero detenidamente a Daniela. Sus ojos azules pero pequeños, no le permitían ver claramente quién era la mujer extraña que venía en un auto negro y recorriendo aquel pueblo viejo que no tenía nada que ofrecerle a los turistas. No parecía tener alguna intención de levantarse de esa silla de mimbre, pero no dejó de quitarle la mirada hasta verla perderse en la vía.
En algo que parecía una tienda, dos hombres de conversaciones fuertes pero confusas, se sostenían mutuamente. La corpulencia sudorosa de sus cuerpos, el color rojizo de su piel y el olor a hierba, atrajeron a aquella mujer. Iba en busca de Carlos, su primo y sabía que lo encontraría en alguna cantina, con cualquier extraño, perdiendo el tiempo y dejando pasar la vida. La apariencia de esos hombres atléticos, con el sol bronceando sus biceps, le hicieron creer que no pertenecían a un pueblo que no tenía ni el más mínimo vestigio de diversión.
Se detuvo algunos metros atrás, apagó su auto y se bajó lentamente. Al ver a aquella mujer delgada, los dos hombres hicieron silencio y uno de ellos se acercó con curiosidad y al mismo tiempo deseo. Ver el cuerpo casi perfecto de una mujer, con ropa vaporosa, vaqueros ajustados y labios carnosos, hizo que el hombre perdiera el equilibrio, casi terminando encima de las tetas de ella. Una fuerte bofetada de Daniela sobre el hombre lo mandó al piso, pero le permitió ver un tatuaje en su cuello. Levantando sus gafas oscuras, ella lo miró detenidamente y recordó la primera vez que se fumó un cigarrillo. Fue debajo de las escaleras del altillo en la casa de su tío Ovidio. Escondida con su primo y con el susto de que alguien los descubrieran, en un movimiento en falso, la colilla del cigarrillo aún encendido, cayó sobre el cuello de él. Esa marca inconfundible por la que ella recibió un fuerte castigo, no la hizo olvidar el tatuaje que debieron hacerse ella y su primo Carlos, para intentar borrar el recuerdo de una cicatriz mutua que los había mantenido unidos por años.
-Maldita sea Carlos, por poco y te rompo las bolas. Levántate y vámonos de este pueblo aburrido, que te necesito, sobrio y con un buen baño de agua fría. El tío Ovidio ha muerto y no sé dónde encontrarlo.
Las cajas
Mario finalmente nunca quiso tener hijos. Afirmaba que eran un problema y dolor de cabeza.
Un día una mujer corpulenta, de ojos verdes y piel blanca como la arena, tocó la puerta de la casa de la familia Baudelaire. Doña Dolores abrió, y en una conversación de 5 minutos, con sólo ver la mirada de la niña que traía de la mano, ella supo que tenía una nieta, que sin duda era hija de Mario, pero su linaje imaginario de mujer europea, no le permitía aceptar semejante situación. Así que de un portazo hizo retumbar la puerta y nunca más volvió a ver a aquella mujer, ni a la garza diminuta que la acompañaba. Después de ese día, cada mes de julio, recibía una carta del pavo real que había tocado su puerta, contándole de su vida, de los viajes, de los sueños de ellas y de cualquier cosa que intentara descongelarle el corazón. Pero eso jamás ocurrió. Año tras año, esas cartas iban cayendo como plumas entre una caja de cartón.
Esa no era la única caja que había en el cuarto del difunto. El día que doña Dolores tuvo que abrir los cajones, desocupar el armario y desbaratar la habitación, encontró una caja llena de libretas "Moleskine". De bolsillo, agendas y cuadernos de distintos colores. Unas llenas de textos sin sentido, otras con apuntes de estudio y unas cuantas completamente nuevas y sin estrenar. Entre algunas de esas libretas, había distintas partituras de piano. La quinta sinfonía de Beethoven, la Sonata para piano nº 18 en re mayor de Mozart, el Bolero de Ravel, la Tocata en Re Menor de Bach y un sin número de obras que Mario tocaba en vida, mientras la lluvia golpeaba las ventanas y el cigarrillo humeaba la sala de su casa.
Algunas cajas aún mantenían ese olor a nicotina que odiaba doña Dolores. Pero en ese instante, ella deseaba tener nuevamente a su hijo a su lado, así fuera fumando con su postura de viejo cascarrabias. Ya no importaba su ropa vieja, sus tres únicos pares de zapatos, sus medias grises y delgadas, los pocillos sucios de café sobre la mesa o el ruido del radio en la mañana. Doña Dolores extrañaba a su hijo que había dejado sin vida y en silencio aquella habitación después de su partida.
Lo más difícil de empacar fueron sus autos de colección. Las pequeñas cajas de cristal con perfectos acabados y modelos de autos que para la gente del común podrían ser carritos de niño. El simple hecho de saber que cada cajita podía costar un dinero, hacía que doña Dolores pensara dos veces, antes de mezclarlas con el metrónomo, el diapasón, las llaves con boca de estrella, las pinzas de plástico o las lámparas que Mario utilizaba para afinar su piano. Su frustración por desconocer el mundo de él, hacía que presionara más sus labios incoloros, vetados por los años y sus fosas nasales que se agrandaban como un bovino en el lado correcto de la barrera.
Algunas cajas se desfondaron por el peso de los libros. Física, literatura, historia, filosofía, matemática y obras maestras que para él seguían siendo libros de autores que tenían mala redacción, pero que conservó por años en su biblioteca de paredes infinitas.
Doña Dolores decidió apilar todas esas cajas en la habitación y esperar a que apareciera su sobrina Caroline. La única a la que el tío Mario siempre castigó como si hubiera sido su propia hija. La que invadió miles de veces sus momentos de lectura. La que usaba a escondidas su tornamesa y en dos ocasiones le partió la aguja. La que parecía una chifloreta, desgobernada sin educación y que aparentemente su tío no soportaba.
Había que esperarla a ella, pues en su testamento, Mario había escrito que todas sus cosas, debían quedarle a ella. No a su madre de uñas impecables y caminar de reina, la única que estuvo a su lado alimentándolo y preocupándose por su ropa, sino a ella, a Caroline, la de pantalones rotos, pelo alborotado y pensamientos liberales. La única persona que desencajaba con la alcurnia de la familia Boudelaire.
Marcaban las 3:30 cuando sonó el timbre. Doña Dolores abrió la puerta y no solamente estaba Caroline, la acompañaba la garza. Había crecido y no solamente se veía como su madre pavo real, sino que ella y Caroline ya eran dos mujeres adultas y se conocían. Las veía con un gesto de pálpito y vacío interior. Venían a llevarse lo único que le quedaba de su hijo.
*Consigna día 3 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre el obituario de una persona a la que hayan querido mucho a partir de algún tipo de material documental.
martes, 17 de agosto de 2021
Me pregunto... ella y yo
Aún no me has visto, pero el día que lo hagas te preguntarás por qué no tengo el rubio de tu pelo. Tal vez seré yo la que me pregunte en un futuro, por qué ni eso, ni tus ojos verdes, me tocaron a mí.
He aprendido a hacer silencio, pero tus gritos ensordecedores al nacer, seguro estarán retumbando la sala de parto.
Cuando recuerdo cuántos charcos he saltado, la cantidad de pelotas que he lanzado y los infinitos juego de Yermis que he ganado, me imagino haciéndolo contigo, pero aún no has empezado ni a caminar. De pronto en un futuro, serán para ti los juegos de la tía viejita.
Solamente tengo una muñeca y un coyote entre mi armario y seguramente tu habitación está llena de juguetes y muñecos reposados sobre tus repisas. Seguro el que yo te regalé, estará esperándote. Si lo conservas por cuarenta años como lo he hecho con el mío, para los demás será espantoso, pero para ti, eso será algo divino.
Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.
Esta semana he cantado a grito herido los temas de Juan Luis Guerra, tú seguramente solamente estarás escuchando canciones de cuna. Pero de pronto exista una versión de "El costo de la vida" para bebés.
Hoy en la mañana me desperté con una franja de luz que se mete como una intrusa por mi ventana y apuesto que esta noche tú estarás como un bombillo encendido con ganas de ver la luz del día, pero no para salir al parque, sino para dormir lo que no dejaste dormir en la noche a tu mamá.
Cuando me ducho y entra algo de frío, es inevitable estornudar y me da risa. Me gusta. Seguramente tu primer estornudo te hará llorar. Creo que a ti te parecerá extraño eso de "estornudar", pero no te preocupes, es herencia de familia.
No he podido abrazar a nadie en las últimas 72 horas, no puedo durar mucho tiempo así. Según los informes, no han dejado de acariciarte y llenarte de abrazos diariamente. Cosa que durará mínimo 5 años.
Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.
Estoy pensando con qué granola o fruta voy a desayunar mañana, tú tienes un dispensador de leche diario, suficiente para mantenerte saludable y seguramente tu última preocupación será engordar.
Me gusta el rojo y a ti te gusta el Violeta.
Siempre he soñado con ser una princesa, pero entre más vieja me pongo, más difícil se pone el tema. Tú no habías llegado y ya tenías el título de princesa.
Tú sin dientes y los míos están cada vez más torcidos.
Yo con años de cremas y jamás tendré la suavidad de tu piel.
Mi mamá será tu nona. La que era tu nona, fue mi tía. Tu mami es la hija más pequeñita, porque ahora es otra de las hijas de mi mamá. Por eso, ahora yo soy su hermana y por lo tanto, yo soy tu tía. Es decir, te convertiste en mi sobrina más pequeñita.
Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.
Creo que llevo la mitad de mi vida y tú hasta ahora estás empezando el camino de la tuya.
Ya me he remachado el corazón un par de veces y sigo con las curitas y el merthiolate entre la maleta. El tuyo está como nuevo y faltan muchos años para que tengas que pedirme la remachadora. Pero cuando ese día llegue, yo estaré a tu lado princesa hermosa, porque hoy 17 de agosto, le prometí a Dios que te ayudaría a cuidar tu corazón y a hacerte sonreír; en este momento tú llanto de recién nacida, no te deja escuchar mis mofas sobre lo más divertido de la vida:
Amar y a carcajadas, como nos gusta hacerlo en esta familia.
¡Oye! ¡Ya lo entendí!, esos ojos verdes no me tocaron a mí, porque te tocaron a tí, a tu mami y a las nonitas que están esperando conocerte por tu llegada que nos llena de vida.
Quiero verte ya princesa Violeta, alégranos con tus ojos verdes nuestros días.
*Consigna día 2 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre una relación de dos pronombres y sus pequeños contrastes, a partir de la estructura de Natalia Ginzburg. Elegí "ella y yo"
La carta
Elena abrió la puerta e hizo seguir a Mariana. Luego de 20 años, ella veía todo más pequeño de como lo recordaba. El color de las paredes de ladrillo se veía más rojo, el olor de los muebles antiguos seguía siendo a caoba y el suelo mantenía ese efecto de escaleras infinitas tipo "Penrose". Mariana se había jurado no volver allí, pero la vida la había traído de vuelta. La muerte de su tío Rodolfo sería la única razón por la que volvería a entrar a la casa de los más crueles castigos en su niñez. Su tía le preparó una taza de café caliente en la misma vajilla de porcelana que Mariana recordaba. Ese tintineo de la mezcla del azúcar le recordaba las conversaciones de adultos en las reuniones familiares.
-Murió en su habitación. La mañana del lunes, no despertó. Siempre decía que el día que menos le gustaba de la semana, sería el día que elegiría para despedirse de este mundo.
-¿Y ya sacaron las cosas de su cuarto?
-No, te estábamos esperando. Encontramos una carta donde decía que te había dejado algo que solamente alguien como tú, podría cuidar por el valor que siempre le has tenido a la vida.
Mariana se sentía completamente desconcertada por lo que parecía ser una herencia. Su tío nunca había sido afectuoso con ella, sus manos eran pesadas y los recuerdos que tenía de él, eran sobre sus castigo severos en las clases de piano y sus equivocaciones constantes. Entraron a la habitación y el cuarto estaba lleno de cajas. Decenas de cajas de sus viajes sin abrir. La luz apenas entraba por los espacios verticales de una habitación que parecía una bodega de envíos, en vez del antiguo cuarto de todo un académico, culto e impecable como lo era el tío Rodolfo.
-Esto es tuyo Mariana. Ábrela, es una carta que te ha dejado tu tío. La encontramos en su cajón de objetos valiosos.
Con el temor de encontrarse con el tío que nunca tuvo o con el hombre duro de siempre, Mariana se sentó lentamente sobre la cama mientras leía una a una las palabras de su tío.
"Mi pequeña e indefensa Mariana. Quiero dejarte por escrito algo que debí haberte dicho hace mucho tiempo: quiero pedirte perdón por haberte castigado tanto. Jamás pude hacerlo en vida, así que esto lo estarás leyendo cuando yo ya no esté. No sé en qué momento de mi vida lo entendí. Pero creo que fue una mañana de diciembre, cuando el sol entraba aún por las ventanas y la habitación se calentaba y tú ya no estabas. Extraño que no hayas vuelto para tomar mi tocadiscos a escondidas, o para bajar los libros y hacer castillos de naipes. Mis pequeños carros de colección se han llenado de polvo y las repisas parecen flores sin color, porque ya nadie juega con ellos. Es por eso que un día salí a caminar y compré nuevamente un globo terráqueo. Ese que partiste con tus pies diminutos en esa tarde de domingo que recordarla. Aún me hierve la piel. Me senté en la habitación, lo puse nuevamente en mi escritorio y lo contemplé como mi objeto más preciado. Me acerqué al piano y toqué el Concerto No. 21. Me trajo tu recuerdo y mis lágrimas rompieron en llanto porque ya no estás. Envejecí Mariana y esta casa está vacía sin tus gritos, tus risas, tus travesuras y sin tus notas desafinadas que me enloquecían pero me hacían vivir. No quiero que los objetos de mis viajes se queden empacados en cajas viejas que esconden la luz, no quiero que mi piano se desafine aún más y las termitas lo acaben. No quiero que el timbre de mi mesa de noche se quede sin sonar una vez más. Quiero que me recuerdes por siempre Mariana, que me perdones por no haber sido un tío más cariñoso y por no haberte dicho que te quiero".
En ese momento las lágrimas de mariana cayeron sobre la tinta de su carta y el sonido del timbre de la mesa de noche se escuchó nuevamente como si su tío estuviera presente. Un silencio sorpresivo dejó a Mariana y a su tía con el frío helado en su piel, tratando de encontrar una explicación física, del por qué había sonado el timbre si no había nadie más en la habitación del tío Rodolfo.
jueves, 12 de agosto de 2021
Palabras de despedida
Bogotá,
Agosto de 2021
Ser bisabuela, ser abuela, ser mamá y ser niña. Ahí empezó todo. En su primer suspiro, su primer llanto en mayo de 1921, 100 años atrás. Ninguno de nosotros lo escuchó, pero suponemos que debió ser suave y pequeño como ella, como fue Ana Lucrecia, Luca, Luquita, Tita, la abuelita Luca.
El primer suspiro de vida que Dios eligió en el mes de las flores, en el campo, del sol tímido en las montañas frías de Nuevo Colón, en un día de luz. Así ella aprendió a caminar, sin afán y sin apuros. Creció sostenida por unas alpargatas resistentes al frío y al calor. Con la mirada baja y sus dedos diminutos, tomó de la mano al abuelo Pablo y se entregó a Dios. Al lado del ímpetu de un hombre que no le temía dejar el campo, ella tuvo que enfrentarte a la imponente capital y con toda su devoción, llevó el verbo “amar” en su corazón. Él, siendo su bastón y con la inocencia de su juventud, construyó un heptágono con sus hijos en una estricta y educada formación.
La abuelita Luca se desprendió de sus dos primeros varones Enrique y Víctor, con la ilusión de verlos predicar la palabra de Dios. Pero sería un día, en el ofrecimiento que le hizo a él, al señor, por salvarla de la furia de un bovino que apuntaba su mirada sobre la niña que llevaba en su vientre, se hizo realidad su sueño y orgullo: su hija Fanny Yolanda llevaría el hábito religioso de la familia. Dejó un legado de 8 hijos, 11 nietos y 9 bisnietos, incluyendo a Jenny, que hoy la miramos desde la barrera del mundo terrenal.
No podemos entender cómo luchó y entregó su vida con tantas ganas hasta su último suspiro, pero sí podemos entregarnos como familia y luchar por amarnos entre todos, unidos, como ella lo hizo con la familia y sus amigos. Esa es su obra. Amar la vida.
Cito sus propias palabras en su cumpleaños número 100: “Toda vanidad, toda riqueza, todo poder, termina reduciéndose a nada, sólo los hechos que hayamos podido realizar con buena fe, con cariño, con amor, puede permanecer y superar el paso de los años”. Y es verdad. Pasaron 100 años, pasarán los años y jamás olvidaremos tantas obras maravillosas de amor que hizo por nosotros.
La abuelita fue tan espiritual, que al cumplir un siglo de vida enfatizó que “La mayor esperanza que podía tener: era reunirse con Dios, cuando Dios lo quisiera con sus padres, su esposo, sus hermanos y sus amistades en la casa del padre eterno”. Y ya lo hizo. Ya cruzó. Se dejó llevar por Dios a ese valle de verdes prados al que pertenece, porque la abuelita Luca nunca fue de la tierra, le pertenecía al cielo, donde viven los seres perfectos como ella.
Fue un ángel y ahora es un ángel con vuelo.
Sí. Es nuestro ángel por haber sido una mujer única y maravillosa. Pequeñita.
Dulce.
Silenciosa.
Lúcida.
Creyente.
Sonriente.
Humilde.
Resistente.
Valiente.
Amorosa.
Leal.
Espiritual.
Sencilla.
Bella.
Amada.
Fue una mujer excepcional.
En nombre de la familia, escribimos estas palabras para que deje de ser una anécdota y se vuelva historia. Para leer en voz alta, cuánto Dios la ama y cuánto la amamos nosotros. Queremos recordarle al mundo, que ha vivido un siglo completo sin decaer, sonriente y sin temerle a la vida. Hoy con el instante del silencio de un lugar que desconocemos, sabemos que está en paz y seguimos aprendiendo de ella. Desde hace muchos años se desprendió de lo terrenal, de eso que nos distrae y nos nubla constantemente de la verdadera felicidad.
Gracias abuelita por demostrarnos la descripción perfecta de la existencia de Dios. Él no es un ser humano, no es materia, no se puede retratar y la razón humana no nos da para entenderlo. Dios es un número infinito, es el amor al que hoy debemos recurrir para llenarnos de valor y despedirte con fortaleza.
A pocos metros y kilómetros de ti, en presencia y virtualmente tu familia, tu nieto, tus bisnietos, tus amigos y tus hermanas religiosas, te acompañamos. Cada uno de ellos están agradecidos contigo. Nosotros como familia agradecemos su compañía y eso nos llena de calor entre tanto distanciamiento físico. El mundo cambió, nos transformó y tú pudiste vivirlo, y como todo lo tuyo, increíblemente saliste triunfante y a paso lento.
Somos una partícula minúscula del universo y posiblemente no tengamos un legado tan grande como el que ella ha dejado, pero como familia, prometemos llevar el mejor legado que nos pudo dejar: el amor. Nos enseñó a amar. Así como debería ser el amor: incondicional. Dando todo sin pedir nada a cambio.
Como su primera nieta Yolanda definió a la abuelita Luca, a través del versículo de Corintios 13:4-7 en su cumpleaños número 100:
“Ella es paciente, es servicial; no tiene envidia, no es presumida, no es orgullosa; no es egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; ella no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Ella todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”.
A la abuelita Luca nunca se le escuchó de su boca un juicio, un comentario de vanidad, una expresión de furia o de desesperación. Todos nos preguntamos, ¿Cómo lo hizo parecer tan fácil?. Queremos ser como ella, sabemos que es difícil, pero nos demostró que no es imposible.
A lo único que ella le temía, era al instante en el que tuviera que entregar su cuerpo a Dios. Y lo logró. Nos esperó a todos y se soltó. Al lado de su primer hijo Enrique, hizo su último suspiro, liberó su equipaje y se dejó llevar. Descansó en paz. En un profundo sueño de amor y paz.
Abuelita, queremos que sepas que estaremos bien. Nos estaremos cuidando y sobre todo porque estamos unidos gracias a ti. Lograste armar un punto común entre las conversaciones de política de Enrique, la particular educación de Víctor, la espiritualidad de Fanicita, la nobleza y bondad de Josuesito y los cuidados de Gemita. Entre ella y Daniel durante muchos años, con su amor y cariño, te mantuvieron saludable, llena de vida y sin una queja alguna por asumir ese rol de padres contigo. Jamás nos alcanzarán los agradecimientos por esa labor hecha con tanto amor, tú eras la motivación. En nombre de tus nietos y bisnietos, cuidaremos a tus hijos como ellos lo hicieron contigo. Te lo prometemos.
*Pilas pues! Por lo menos yo los haré reír.
Fuiste el punto en común de la familia Barrantes Muñoz. Lo increíble es que lo sigues siendo. Eres el amor y eso es Dios.
No tenemos tanta habilidad como la que tenías con tus herramientas de batalla: tu Biblia o tus libros mágicos de páginas gastadas, tus estampitas con el divino niño, tus camándulas, tus imágenes religiosas o tus vírgenes iluminando la habitación, pero tenemos solamente un Salmo que nos recuerda cómo intentar vivir 100 años como tú:
El Salmo 23:
“El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar, me conduce hacia las aguas del remanso
y conforta mi alma; me guía por los senderos de justicia, por amor a su nombre;
aunque vaya por un valle tenebroso, no tengo miedo a nada, porque tú estás conmigo, tu voz y tu cayado me sostienen.
Me preparas una mesa ante mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar.
Lealtad y dicha me acompañan todos los días de mi vida; habitaré en la casa del Señor por siempre jamás.”
Sigue por favor elevando tus oraciones hacia nosotros para que la vida nos sonría. No queremos llorar de tristeza, queremos llorar de felicidad, porque en el lugar en el que estás, el recuerdo de tu sonrisa nos iluminará día a día. Vuela alto abuelita. Un día como hoy, mi tía Hilda está en la puerta esperándote, porque Dios ha hecho lo que mejor sabe hacer para tú felicidad: su voluntad.
Te amamos,
Tu familia Barrantes Muñoz.
domingo, 8 de agosto de 2021
Abuelita Luca
Ser bisabuela, ser abuela, ser mamá y ser niña. Ahí empezó todo. En tu primer suspiro, tu primer llanto, 100 años atrás. No lo escuché, pero supongo que debió ser suavecito y pequeñito como tú.
El primer suspiro de vida que Dios eligió en un día de mayo, con el mes de las flores en el campo, del sol tímido en las montañas frías de Nuevo Colón, en un día de luz. Así aprendiste a caminar sin afán, sin apuros. Creciste sostenida por tus alpargatas resistentes al frío y al calor. Con la mirada baja y tus dedos diminutos, tomaste de la mano a mi abuelo y te entregaste a Dios. Al lado del ímpetu de un hombre que no le temía dejar el campo. Tuviste que enfrentarte a la imponente capital y con toda tu devoción, llevaste el verbo en tu corazón. Él, siendo tu bastón y con la inocencia de tu juventud, construyeron un heptágono de una estricta formación. Te desprendiste de tus dos primeros varones con la ilusión de verlos predicar la palabra de Dios. Pero sería un día, en el ofrecimiento que le hiciste a él, al señor, por salvarte de la furia de un bovino que apuntaba su mirada sobre tu vientre, se iluminó años después, con el hábito religioso en una de tus hijas. Un legado de 5 hijos, 3 nueros, 7 nietos y 9 bisnietos que hoy te miramos desde la barrera.
No podemos hacer parte de tu lucha instantánea por respirar con los ojos cerrados, pero sí podemos luchar por amarnos entre todos como nos amas tú. Esa es tu obra. Amar la vida. Y aquí me tienes abuelita. Sentada a tu lado, cuidándote una noche entera como nunca lo hice, pero nunca es tarde y menos para ayudarte a cruzar. Te tomo de la mano y oro. Le pido a Dios que te dejes llevar por ese valle de verdes prados al que perteneces. Mi abuelo, el que tanto amas, te está esperando. Ve con él. Nunca fuiste de la tierra, le perteneces al cielo, donde viven los seres perfectos como tú.
Eres un ángel aún sin vuelo.
Si. Aún eres…
Única.
Pequeñita.
Dulce.
Silenciosa.
Lúcida.
Creyente.
Sonriente.
Humilde.
Resistente.
Valiente.
Amorosa.
Leal.
Espiritual.
Bella.
Amada.
Eres una mujer excepcional.
Te escribo para que dejes de ser una anécdota y te vuelvas historia. Para leerte en voz alta, cuánto te ama Dios y cuánto te amo yo. Quiero recordarte que has vivido un siglo completo sin decaer, sonriente y sin temerle a la vida. Hoy con el instante del silencio donde ya nada importa, sino el hecho de que estés en paz, debo admitir que sigo aprendiendo de ti. Te desprendiste desde hace muchos años de lo terrenal, que nos nubla constantemente de la verdadera felicidad. Gracias abuelita por demostrarnos la descripción perfecta de la existencia de Dios. No es un ser humano, no es materia, no se puede retratar y la razón humana no nos da para entenderlo. Es un número infinito al que hoy tuve que recurrir nuevamente para llenarme de valor para estar a tu lado por si dejas de respirar. Soy una partícula minúscula de la familia que nunca tendrá un legado de sangre como el tuyo, pero te prometo que llevaré el mejor legado que me pudiste dejar: el amor. Me enseñaste a amar. Así, incondicional. Dando sin pedir nada a cambio. Como te definió tu primera nieta a través del versículo Corintios 13:4-7 en tu cumpleaños número 100. Sin escuchar de tu boca jamás un juicio, vanidad, furia o desesperación. ¿Cómo lo hiciste parecer tan fácil?. Debo recordarme diariamente ese versículo, que es mi favorito. Quiero ser como tú, es difícil, pero nos demuestras que no es imposible.
Suéltate abuelita, libera tu equipaje y déjate llevar. Prefiero verte descansar que verte dormir sin despertar. No le temas a este instante que te preguntaste millones de veces. No sé si te estoy pidiendo mi voluntad. No sé si soy egoísta por quererme alejar de la agonía, de las luces intermitentes, de los gritos de almas desconocidas, de las gotas de suero o los sonidos de supervivencia. Perdóname abuelita por no tener la sabiduría de saber si lo estoy haciendo bien. Tal vez elegirás a otra persona, otro momento u otro lugar para descansar.
Si no estaré contigo en tu último suspiro, quiero que sepas que estaré bien abuelita, me pidieron que te dijera que me están cuidando. Todos estaremos bien. Nos hemos estado cuidando. Estamos unidos gracias a ti. Lograste armar un punto común entre la política, la educación, la espiritualidad, la psicología y la bondad. Tú eres nuestro punto en común. Eres el amor y eso es Dios. No tengo conmigo tu Biblia o libros mágicos de páginas gastadas, tus estampitas con el divino niño, tus camándulas, tus imágenes religiosas o tus vírgenes iluminando tu habitación, tengo solamente un Salmo.
El Salmo 23:
1 Salmo de David El Señor es mi pastor, nada me falta:
2 en verdes praderas me hace reposar, me conduce hacia las aguas del remanso
3 y conforta mi alma; me guía por los senderos de justicia, por amor a su nombre;
4 aunque vaya por un valle tenebroso, no tengo miedo a nada, porque tú estás conmigo, tu voz y tu cayado me sostienen.
5 Me preparas una mesa ante mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar
6 Lealtad y dicha me acompañan todos los días de mi vida; habitaré en la casa del Señor por siempre jamás.
No llores de angustia abuelita Luca, llora de felicidad, porque al lugar al que vas, el recuerdo de tu sonrisa será la que nos iluminará en el momento en el que decidas volar, o mejor aún, cuando Dios haga lo que mejor sabe hacer para nuestra felicidad: su voluntad.
Te amo abuelita Luca.