Elena abrió la puerta e hizo seguir a Mariana. Luego de 20 años, ella veía todo más pequeño de como lo recordaba. El color de las paredes de ladrillo se veía más rojo, el olor de los muebles antiguos seguía siendo a caoba y el suelo mantenía ese efecto de escaleras infinitas tipo "Penrose". Mariana se había jurado no volver allí, pero la vida la había traído de vuelta. La muerte de su tío Rodolfo sería la única razón por la que volvería a entrar a la casa de los más crueles castigos en su niñez. Su tía le preparó una taza de café caliente en la misma vajilla de porcelana que Mariana recordaba. Ese tintineo de la mezcla del azúcar le recordaba las conversaciones de adultos en las reuniones familiares.
-Murió en su habitación. La mañana del lunes, no despertó. Siempre decía que el día que menos le gustaba de la semana, sería el día que elegiría para despedirse de este mundo.
-¿Y ya sacaron las cosas de su cuarto?
-No, te estábamos esperando. Encontramos una carta donde decía que te había dejado algo que solamente alguien como tú, podría cuidar por el valor que siempre le has tenido a la vida.
Mariana se sentía completamente desconcertada por lo que parecía ser una herencia. Su tío nunca había sido afectuoso con ella, sus manos eran pesadas y los recuerdos que tenía de él, eran sobre sus castigo severos en las clases de piano y sus equivocaciones constantes. Entraron a la habitación y el cuarto estaba lleno de cajas. Decenas de cajas de sus viajes sin abrir. La luz apenas entraba por los espacios verticales de una habitación que parecía una bodega de envíos, en vez del antiguo cuarto de todo un académico, culto e impecable como lo era el tío Rodolfo.
-Esto es tuyo Mariana. Ábrela, es una carta que te ha dejado tu tío. La encontramos en su cajón de objetos valiosos.
Con el temor de encontrarse con el tío que nunca tuvo o con el hombre duro de siempre, Mariana se sentó lentamente sobre la cama mientras leía una a una las palabras de su tío.
"Mi pequeña e indefensa Mariana. Quiero dejarte por escrito algo que debí haberte dicho hace mucho tiempo: quiero pedirte perdón por haberte castigado tanto. Jamás pude hacerlo en vida, así que esto lo estarás leyendo cuando yo ya no esté. No sé en qué momento de mi vida lo entendí. Pero creo que fue una mañana de diciembre, cuando el sol entraba aún por las ventanas y la habitación se calentaba y tú ya no estabas. Extraño que no hayas vuelto para tomar mi tocadiscos a escondidas, o para bajar los libros y hacer castillos de naipes. Mis pequeños carros de colección se han llenado de polvo y las repisas parecen flores sin color, porque ya nadie juega con ellos. Es por eso que un día salí a caminar y compré nuevamente un globo terráqueo. Ese que partiste con tus pies diminutos en esa tarde de domingo que recordarla. Aún me hierve la piel. Me senté en la habitación, lo puse nuevamente en mi escritorio y lo contemplé como mi objeto más preciado. Me acerqué al piano y toqué el Concerto No. 21. Me trajo tu recuerdo y mis lágrimas rompieron en llanto porque ya no estás. Envejecí Mariana y esta casa está vacía sin tus gritos, tus risas, tus travesuras y sin tus notas desafinadas que me enloquecían pero me hacían vivir. No quiero que los objetos de mis viajes se queden empacados en cajas viejas que esconden la luz, no quiero que mi piano se desafine aún más y las termitas lo acaben. No quiero que el timbre de mi mesa de noche se quede sin sonar una vez más. Quiero que me recuerdes por siempre Mariana, que me perdones por no haber sido un tío más cariñoso y por no haberte dicho que te quiero".
En ese momento las lágrimas de mariana cayeron sobre la tinta de su carta y el sonido del timbre de la mesa de noche se escuchó nuevamente como si su tío estuviera presente. Un silencio sorpresivo dejó a Mariana y a su tía con el frío helado en su piel, tratando de encontrar una explicación física, del por qué había sonado el timbre si no había nadie más en la habitación del tío Rodolfo.
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