jueves, 19 de agosto de 2021

La colilla de cigarrillo

Hacía un calor infernal. La carretera destapada no permitía ir a más de 10 km por hora. Las llantas crujían sobre las piedras, levantando algo de polvo, que se entraba por las ventanas del automóvil. Aquel lugar en el mapa  aparecía como "Acapulco". Tenía una única entrada y una única salida. El rayo de sol sobre el medio día, calentaba las tejas de zinc de las casas, construidas con muros de bahereque, solares inmensos, árboles secos alrededor y banderas colgantes gastadas por el viento y la lluvia; pedazos de tela medio azules y casi transparentes con imágenes estampadas de la Virgen María. 

Los perros callejeros dormían en la vía, con las costillas marcadas por el hambre y algunas moscas rondaban sus inmóviles colas. En medio del silencio y a medida que Daniela iba adentrando al pueblo, se incrementaba el volumen del tema de "La Jarretona". Sin saber a dónde la llevaba el GPS de su celular, ella manejaba sin afán por entre las calles de un pueblo recóndito y silencioso.

Algunas ventanas y puertas abiertas dejaban ver algo del interior de las casas, pero el contraluz las oscurecía y solamente el viento hacía mover las cortinas de Acapulco. 

Una mujer con el pelo color ceniza, de extensas caderas y con el cuerpo tumbado sobre una mecedora, observaba inexpresiva pero detenidamente a Daniela. Sus ojos azules pero pequeños, no le permitían ver claramente quién era la mujer extraña que venía en un auto negro y recorriendo aquel pueblo viejo que no tenía nada que ofrecerle a los turistas. No parecía tener alguna intención de levantarse de esa silla de mimbre, pero no dejó de quitarle la mirada hasta verla perderse en la vía.

En algo que parecía una tienda, dos hombres de conversaciones fuertes pero confusas, se sostenían mutuamente. La corpulencia sudorosa de sus cuerpos, el color rojizo de su piel y el olor a hierba, atrajeron a aquella mujer. Iba en busca de Carlos, su primo y sabía que lo encontraría en alguna cantina, con cualquier extraño, perdiendo el tiempo y dejando pasar la vida. La apariencia de esos hombres atléticos, con el sol bronceando sus biceps, le hicieron creer que no pertenecían a un pueblo que no tenía ni el más mínimo vestigio de diversión.

Se detuvo algunos metros atrás, apagó su auto y se bajó lentamente. Al ver a aquella mujer delgada, los dos hombres hicieron silencio y uno de ellos se acercó con curiosidad y al mismo tiempo deseo. Ver el cuerpo casi perfecto de una mujer, con ropa vaporosa, vaqueros ajustados y labios carnosos, hizo que el hombre perdiera el equilibrio, casi terminando encima de las tetas de ella. Una fuerte bofetada de Daniela sobre el hombre lo mandó al piso, pero le permitió ver un tatuaje en su cuello. Levantando sus gafas oscuras, ella lo miró detenidamente y recordó la primera vez que se fumó un cigarrillo. Fue debajo de las escaleras del altillo en la casa de su tío Ovidio. Escondida con su primo y con el susto de que alguien los descubrieran, en un movimiento en falso, la colilla del cigarrillo aún encendido, cayó sobre el cuello de él. Esa marca inconfundible por la que ella recibió un fuerte castigo, no la hizo olvidar el tatuaje que debieron hacerse ella y su primo Carlos, para intentar borrar el recuerdo de una cicatriz mutua que los había mantenido unidos por años. 

-Maldita sea Carlos, por poco y te rompo las bolas. Levántate y vámonos de este pueblo aburrido, que te necesito, sobrio y con un buen baño de agua fría. El tío Ovidio ha muerto y no sé dónde encontrarlo.

*Consigna día 4 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre un momento aburrido sin que suene aburrido, finalizando con algo que cambie la trama.

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