jueves, 19 de agosto de 2021

Las cajas

Mario finalmente nunca quiso tener hijos. Afirmaba que eran un problema y dolor de cabeza.

Un día una mujer corpulenta, de ojos verdes y piel blanca como la arena, tocó la puerta de la casa de la familia Baudelaire. Doña Dolores abrió, y en una conversación de 5 minutos, con sólo ver la mirada de la niña que traía de la mano, ella supo que tenía una nieta, que sin duda era hija de Mario, pero su linaje imaginario de mujer europea, no le permitía aceptar semejante situación. Así que de un portazo hizo retumbar la puerta y nunca más volvió a ver a aquella mujer, ni a la garza diminuta que la acompañaba. Después de ese día, cada mes de julio, recibía una carta del pavo real que había tocado su puerta, contándole de su vida, de los viajes, de los sueños de ellas y de cualquier cosa que intentara descongelarle el corazón. Pero eso jamás ocurrió. Año tras año, esas cartas iban cayendo como plumas entre una caja de cartón. 

Esa no era la única caja que había en el cuarto del difunto. El día que doña Dolores tuvo que abrir los cajones, desocupar el armario y desbaratar la habitación, encontró una caja llena de libretas "Moleskine". De bolsillo, agendas y cuadernos de distintos colores. Unas llenas de textos sin sentido, otras con apuntes de estudio y unas cuantas completamente nuevas y sin estrenar. Entre algunas de esas libretas, había distintas partituras de piano. La quinta sinfonía de Beethoven, la Sonata para piano nº 18 en re mayor de Mozart, el Bolero de Ravel, la Tocata en Re Menor de Bach y un sin número de obras que Mario tocaba en vida, mientras la lluvia golpeaba las ventanas y el cigarrillo humeaba la sala de su casa. 

Algunas cajas aún mantenían ese olor a nicotina que odiaba doña Dolores. Pero en ese instante, ella deseaba tener nuevamente a su hijo a su lado, así fuera fumando con su postura de viejo cascarrabias. Ya no importaba su ropa vieja, sus tres únicos pares de zapatos, sus medias grises y delgadas, los pocillos sucios de café sobre la mesa o el ruido del radio en la mañana. Doña Dolores extrañaba a su hijo que había dejado sin vida y en silencio aquella habitación después de su partida.

Lo más difícil de empacar fueron sus autos de colección. Las pequeñas cajas de cristal con perfectos acabados y modelos de autos que para la gente del común podrían ser carritos de niño. El simple hecho de saber que cada cajita podía costar un dinero, hacía que doña Dolores pensara dos veces, antes de mezclarlas con el metrónomo, el diapasón, las llaves con boca de estrella, las pinzas de plástico o las lámparas que Mario utilizaba para afinar su piano. Su frustración por desconocer el mundo de él, hacía que presionara más sus labios incoloros, vetados por los años y sus fosas nasales que se agrandaban como un bovino en el lado correcto de la barrera.

Algunas cajas se desfondaron por el peso de los libros. Física, literatura, historia, filosofía, matemática y obras maestras que para él seguían siendo libros de autores que tenían mala redacción, pero que conservó por años en su biblioteca de paredes infinitas. 

Doña Dolores decidió apilar todas esas cajas en la habitación y esperar a que apareciera su sobrina Caroline. La única a la que el tío Mario siempre castigó como si hubiera sido su propia hija. La que invadió miles de veces sus momentos de lectura. La que usaba a escondidas su tornamesa y en dos ocasiones le partió la aguja. La que parecía una chifloreta, desgobernada sin educación y que aparentemente su tío no soportaba. 

Había que esperarla a ella, pues en su testamento, Mario había escrito que todas sus cosas, debían quedarle a ella. No a su madre de uñas impecables y caminar de reina, la única que estuvo a su lado alimentándolo y preocupándose por su ropa, sino a ella, a Caroline, la de pantalones rotos, pelo alborotado y pensamientos liberales. La única persona que desencajaba con la alcurnia de la familia Boudelaire. 

Marcaban las 3:30 cuando sonó el timbre. Doña Dolores abrió la puerta y no solamente estaba Caroline, la acompañaba la garza. Había crecido y no solamente se veía como su madre pavo real, sino que ella y Caroline ya eran dos mujeres adultas y se conocían. Las veía con un gesto de pálpito y vacío interior. Venían a llevarse lo único que le quedaba de su hijo.


*Consigna día 3 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre el obituario de una persona a la que hayan querido mucho a partir de algún tipo de material documental.

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