La cortina.
Lenta, intentando moverse con la brisa del vacío y frío lugar. A veces el viento viene, la roza y se va. Ella se derrite y alcanza a sudar, pero espera pacientemente que sus gotas se sequen con los tijeretazos que retumban sus oídos con el sonido de un tic tac.
Tic tac.
Duerme enmudecida por casi 24 horas y con un disparo, dos veces al día la hacen despertar.
La estropean, la utilizan y ni se toman la delicadeza de volverla a mirar. Ella aún así, espera que su caída deje de ser tan inestable y que de nuevo el viento la vuelva a embriagar.
La besa, la traspasa, la persigue y vuelve y se va. Con una carcajada, ella disfruta y un cigarrillo sería la perfecta combinación de ese despertar. ¿Pero el olor, las cenizas y el viento de golpes y silbidos que la hacen gritar? ese viento gris parece ser el mal, que transparentemente la revuelca y la hace ensuciar.
Por qué pareciera que no necesita respirar? por qué sus poros son millones y esa cantidad es suficiente para oxigenar el color de su blancura que a veces se impregna con odio sobre los muebles de este lugar?. Sin la cortina, se quiebran, se retuercen y sin importarle, los mira sin parpadear.
Cuando cierra los ojos otra vez el zumbido de ese tic tac no la deja pensar. Su cara se vuelve inexpresiva y ni las caricias del aire o las cortaduras plateadas que golpean la ventana la pueden reconfortar. ¿Por qué no lloras en semejante soledad? A centímetros, observa su amante y no lo puede tocar. No la deja, simplemente eligió ser frío transparente pero como todos, es frágil como el cristal.
Acaríciala urgente, que alguien la podría despertar. ¿El inicio es el día o la noche?, pareciera que no se supiera si el principio es cuando sus pies flotan sobre el suelo o cuando sus manos se estiran para colgar.
Nació atada a la raíz del cemento. Entrenada para el frío, el calor, la lluvia y la indiferencia del clima de esta ciudad. ¿Acaso siente las ondas electromagnéticas de los muros, que posiblemente con un temblor, no la dejen volver a volar?
Voló, por fin, parece que pudo sonreír. Si, lo hizo. Cuando creyó que nadie la volvería a mirar.
¿Cómo logra no enloquecer con el murmullo y los gritos de los demás? Parece tan fiel al escuchar. Fiel con su mirar. No es una, son cientos de miradas, de líneas que entre ángulos rectos redondean cada conversación que al azar ella elige escuchar.
¿Y por qué no coincide su alma gemela al colgar? Es la luz, que en la noche entra con oscuridad. Una línea gruesa que las divide y otra vez hay que esperar otro tic tac.
Tic tac.
Aparecen los que estaban escondidos, aquellos inconscientes y absurdos puntos suspensivos que la van a volver a despertar.
Él, el jefe, el hilo colgante que la enrolla como una serpiente y se va perdiendo entre las curvas de su vanidad.
La controla, la determina, le quita la ropa, la ignora y solamente cuando llegan los dos momentos del día, la mira y la vuelve a desechar.
Hey cortina, eleva tu mirada, haz un vestido blanco, habla con la luna y vuelve a brillar.
Ya no se cuánta perfección ha sido puesta en cada centímetro que rodea tu altar.
Esa perfección nunca desaparecerá, porque la armonía de tu compás, necesita de ti para iluminar, para poderte escuchar.
Llega la noche y otra vez termina desnuda. Yo siempre la veo y no está. Su cuerpo está tan alto que hay que ayudarla a bajar. Se desliza como una musa entre los brazos de la intimidad. Pero cuando estira su piel, en cada habitación, ella parece enloquecer, por no poderse abrazar con las demás, por no poderlas tocar.
Oculta, esconde, silencia, abraza los llantos, los murmullos, los gemidos, las lágrimas y aunque enmudece para tratar de descifrar, ella solamente escucha los latidos de su corazón como un tic tac.
Tic Tac.
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