domingo, 26 de julio de 2020

Mi primera vez

No fue la primera vez de sexo... no.

La "primera vez" durante 13 años, siempre fue la de emoción, anhelo y ganas de ir al colegio. Si no eran los zapatos, eran las medias, el uniforme, la maleta o los lápices de colores, pero con seguridad, algo nuevo había para estrenar. La mayor preocupación era saber con qué compañeros debía compartir el salón de clase o el "pupitre", pero sobre todo y una de las más importantes: con qué seres superiores llamados profesores, habría que lidiar.

Lidiar: término común, destinado por los adolescentes para la mayorías de las actividades que requieren algún esfuerzo. 

Las siguientes "primeras veces" fueron por 5 años en la universidad. Esa emoción se había duplicado y las ganas de llegar a clase, eran aún, más infinitas. ¿Estrenar? si, ¿Los compañeros o el churro de la clase? también, reconocí un par de delicias, pero ahora "el maestro", era la razón de mi duplicada emoción. Era la clave de mi éxito. Conocer un nuevo profesor cada semestre, era realmente emocionante. Debo confesar que los seres con tanto conocimiento, me enloquecen, me alborotan las hormonas y me retan. Podría decir que excitan mi creatividad. 

Si esa excitación iba en aumento, debería creer que 8 años después, en la siguiente "primera vez" de mis clases de postgrado, serían una bomba de clímax de felicidad. Pero no. Curiosamente se triplicó en un sentimiento de ansiedad pero con un poco de nerviosismo. Los profesores, me intimidaban tanto con su sabiduría y conocimiento, que se convertía en algo que yo quería tener. Quería ser como ellos. 

Durante los siguientes 7 años trabajé con clientes, proveedores, jefes, colegas y adquirí la suficiente experiencia para que luego de llevar mi hoja de vida y presentar un par de entrevistas, me dijeran por primera vez: bienvenida profe, dictarás tu primera clase en esta universidad.

Pues mi primera vez realmente había llegado.

Esa mañana empieza con mi closet observándome fijamente como un mar de formas y tonalidades. ¿Falda? imposible, necesito que me miren la cara, no las piernas. Nada de ropa ajustada, ni colores llamativos, ni cordones o cosas que me cuelguen y me enreden. Nada de pulseras que hagan ruido, ni chaquetas que me engorden. Ni botas, ni tacones, estaré mucho tiempo de pie. Finalmente una camisa blanca, una chaqueta de jean y listo. 

Al llegar a la universidad y mientras nerviosamente me parqueaba, mi nube sobre el océano, se llenaba de miedo pero con un poco de emoción imaginando el nuevo reto que se me venía encima: transformar la vida de personas que tal vez tenían los mismos sueños que yo tuve, enseñar mi conocimiento para enfrentar el mundo laboral, inspirarlos a ser increíbles profesionales, pero sobre todo, tocar sus corazones para que nunca perdieran la motivación. Éramos la nube y yo.

De pronto llegó el ventarrón. Estaba de pie al frente de los primeros 10 estudiantes que parecían los alienígenas del Omnitrix de Ben 10: Cuatro brazos, Materia Gris, Ultra-T, Insectoide, Fantasmática, Cannonbolt, Multi ojos, Fangosa, Mono Araña y Nanomech. Tal cual como lo había imaginado. Me revisaron de pies a cabeza, algunos con sus miradas desafiantes, otros sin levantar la mirada y mis favoritas: un par de niñas que con su saludo y sonrisa, me hacían fortalecer mi valentía.

Intentando recordar los consejos de los expertos en docencia, traté de manejar ese oleaje con el timón firme, directo al sol, sintiendo el viento en la cara y sin dejar ver ninguna gota de sudor. Fueron 120 minutos de intensidad emocional que terminaron con la llegada triunfal al puerto y un sentimiento de satisfacción. Finalizó la clase. Lo había logrado. 

Podría decir que esa primera vez no se repitió. Pero debo reconocer que cada vez que prendo mi yate para navegar en un nuevo mar, la mirada de los estudiantes me intimidan y mi corazón palpita a mil. 

No sé si ellos lo recuerden, pero esa primera vez la llevo guardada en mi mente y en mi corazón. No solamente porque dos de mis estudiantes favoritas me hicieron sentir muy orgullosa el día de su graduación, sino porque por andar en la nube, ese día, en el parqueadero de la universidad, todos sabían que la nueva profesora, la del Spark, por lo visto, no sabía parquear, lo había hecho fatal. 




Consigna: "Escribir sobre alguna primera vez"

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