miércoles, 8 de julio de 2020

La media azul

¡¿Absurdo?! esa es la palabra que tengo guardada en mi cabeza desde los 16 años. ¿Acaso no dijeron que la historia de todos los seres humanos estaba escrita en un libro gordo como el de Petete, que está guardado en el reino de los cielos, hecho por un escribano, con caligrafía artística, tinta de oro y piedras preciosas? Pues ese libro debe estar mal escrito, porque no puede ser posible que por una media azul, mi vida sea tan distinta a lo que el libro de mi niñez tenía en mente.

Mi vida debería ser en tenis, viendo los partidos de la NBA en NY, sin preocuparme tanto por arreglarme, con mi galería de diseño, viviendo con el amor de mi vida, en un loft del piso 15 y con una vista increíble. Pero no, no volví a jugar baloncesto, hasta ahora empiezo a armar mi taller, tengo una vecina que grita, tira la puerta y tiene un perro que ladra por el zumbido de una mosca; vivo en un apartamento tipo residencial, no loft, usando el secador y la plancha todos los días, porque ya no soporto verme desarreglada, en cuarentena y lo peor de todo, separada.

Mi papá decía que la música de Nirvana, Metallica o los Guns N' Roses era música del demonio. Así que en 1994, agregué a mis gustos musicales, la salsa. Pero eso y una media azul me cambiaron todos los planes que estaban descritos en el libro gordo de Petete.

El baloncesto siempre ha sido mi deporte favorito, pues desde niña mi mamá me llevaba a sus partidos y allí empezó a gustarme eso de ser armadora, alero y poste. Apenas ingresé a la universidad, me uní al equipo de baloncesto, pero esas viejas eran gigantes y ordinarias. ¿Empujones? no, gracias. Estudiaba Diseño Gráfico y tenía planes de irme a estudiar a NY con una beca que otorgaba la universidad por hacer parte del equipo de baloncesto, pero de nuevo el recuerdo de la media azul, me llenaba de inseguridad y de tachones, mi imaginario libro gordo de Petete.

En el último año del colegio, se celebraban las olimpiadas intercolegiales, por supuesto, luego de haber jugado durante casi 10 años, yo era una de las mejores jugadoras del equipo y ese momento era uno de los más emocionantes de mi adolescencia. Un día le dije a mi mamá que quería ser jugadora profesional de baloncesto, así que me dijo: "voy a llevarte a la liga para que empieces a entrenar. Apenas termines el campeonato del colegio y termine el partido, te llevo". Por supuesto esa noche casi no duermo y cuando abrí mis ojos, no había escuchado mi despertador. No sé exactamente qué pasó, pero entre gritos, lágrimas y angustia, me vestí tan rápido como pude e increíblemente llegué justo a tiempo. 

Al entrar al camerino deportivo, nuestro entrenador Carlos, nos dijo: "viejitas, tenemos un nuevo patrocinador y nos ha dado uniformes". Con mi ingenuidad, me imaginé un Adidas, Nike o incluso Coca Cola, pero cuando el entrenador nos dijo: "no crean que es una marca reconocida", me asusté e imaginé Pintuco, Frescaleche o Axión, pero no, era peor: "Fotolito Novedades". Ese era el nombre del fatal patrocinador desconocido, que con toda la vergüenza de una niña adolescente, mataría por no dejarse ver. 

Lo más grave no era el patrocinador, sino el color azul de las medias de futbolista. ¡Futbolista! ¿A quién carajos se le ocurre ponerle medias de futbolista a unas niñas de 16 años que están pensando que un colegio entero las está observando?. Fue así como respiré profundo y con resignación y un poco de actitud, me puse las benditas medias; pero con un pequeño y oculto detalle: me las puse más cortas, dobladas por debajo de la planta del pie, con una precisión y sutileza, para que no se notara, porque la longitud de las medias me llegaba hasta el cuello y no me las iba a dejar ver así, de nadie. Nadie. ¡Sería un oso completo! (Oso: término adolescente de los 90, que designa vergüenza irreparable).

Segundo tiempo, vamos ganando, mi mamá en la tribuna, orgullosa. Mis amigos, mi hermana y el colegio entero con los ojos encima. Yo, jugando concentrada, pero ya estaba desesperada con los tenis que me apretaban por culpa de esas medias azules de futbolista. "Tiempo", dijo el árbitro, nos acercamos a escuchar las indicaciones y aflojé un poco mis cordones, quedaban 5 minutos, imposible que algo me pasara en ese corto tiempo. Se reinició el partido y en los altavoces del colegio se empezó a escuchar: "Llorarás", un tema de salsa de Oscar D León que me encantaba. Hubiera podido sonar algo como "November Rain" o "Crazy", pero no. Salsa. Me distraje por un segundo y en un rebote, perdí la fuerza y una vieja grande y ordinaria, me empujó, caí al suelo y salió a volar uno de mis tenis. Me fui al piso y la desgraciada media azul se soltó como el pelo de Rapunzel en lo alto de su castillo. Se abrió y rodó. Medía como tres metros. Yo intenté rápidamente poner todo nuevamente en su sitio, pero fue peor. Me veía con una media ensurullada en el tobillo y con la vanidad regada por el suelo.

¡Absurdooooo! No solamente me sentía avergonzada y el público se reía, mi tobillo me dolía y casi no podía correr. El árbitro detuvo el partido y el entrenador hizo un cambio para que yo saliera. Ahora mi libro de Petete no solamente tenía tachones, sino que tampoco tenía escrita la prueba en la liga de baloncesto de ese día tan anhelado. Yo no quería que nadie me viera. Mi tobillo no me dejó presentarla y cuando intenté ir días después, el personaje que me evaluó, dijo que yo estaba "muy vieja" para ser jugadora profesional de baloncesto. Tenía 16 años.

Incinerada y en la basura la media azul de Fotolito Novedades, se tiró la historia de mi vanidad, mi seguridad y el absurdo detalle, que hubiera podido cambiar mi vida.



*Escrito para el II Mundial de Escritura / Consigna día 7: Qué situación absurda en su vida,  cambió a lo que imaginó.



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