Bogotá,
Agosto de 2021
Ser bisabuela, ser abuela, ser mamá y ser niña. Ahí empezó todo. En su primer suspiro, su primer llanto en mayo de 1921, 100 años atrás. Ninguno de nosotros lo escuchó, pero suponemos que debió ser suave y pequeño como ella, como fue Ana Lucrecia, Luca, Luquita, Tita, la abuelita Luca.
El primer suspiro de vida que Dios eligió en el mes de las flores, en el campo, del sol tímido en las montañas frías de Nuevo Colón, en un día de luz. Así ella aprendió a caminar, sin afán y sin apuros. Creció sostenida por unas alpargatas resistentes al frío y al calor. Con la mirada baja y sus dedos diminutos, tomó de la mano al abuelo Pablo y se entregó a Dios. Al lado del ímpetu de un hombre que no le temía dejar el campo, ella tuvo que enfrentarte a la imponente capital y con toda su devoción, llevó el verbo “amar” en su corazón. Él, siendo su bastón y con la inocencia de su juventud, construyó un heptágono con sus hijos en una estricta y educada formación.
La abuelita Luca se desprendió de sus dos primeros varones Enrique y Víctor, con la ilusión de verlos predicar la palabra de Dios. Pero sería un día, en el ofrecimiento que le hizo a él, al señor, por salvarla de la furia de un bovino que apuntaba su mirada sobre la niña que llevaba en su vientre, se hizo realidad su sueño y orgullo: su hija Fanny Yolanda llevaría el hábito religioso de la familia. Dejó un legado de 8 hijos, 11 nietos y 9 bisnietos, incluyendo a Jenny, que hoy la miramos desde la barrera del mundo terrenal.
No podemos entender cómo luchó y entregó su vida con tantas ganas hasta su último suspiro, pero sí podemos entregarnos como familia y luchar por amarnos entre todos, unidos, como ella lo hizo con la familia y sus amigos. Esa es su obra. Amar la vida.
Cito sus propias palabras en su cumpleaños número 100: “Toda vanidad, toda riqueza, todo poder, termina reduciéndose a nada, sólo los hechos que hayamos podido realizar con buena fe, con cariño, con amor, puede permanecer y superar el paso de los años”. Y es verdad. Pasaron 100 años, pasarán los años y jamás olvidaremos tantas obras maravillosas de amor que hizo por nosotros.
La abuelita fue tan espiritual, que al cumplir un siglo de vida enfatizó que “La mayor esperanza que podía tener: era reunirse con Dios, cuando Dios lo quisiera con sus padres, su esposo, sus hermanos y sus amistades en la casa del padre eterno”. Y ya lo hizo. Ya cruzó. Se dejó llevar por Dios a ese valle de verdes prados al que pertenece, porque la abuelita Luca nunca fue de la tierra, le pertenecía al cielo, donde viven los seres perfectos como ella.
Fue un ángel y ahora es un ángel con vuelo.
Sí. Es nuestro ángel por haber sido una mujer única y maravillosa. Pequeñita.
Dulce.
Silenciosa.
Lúcida.
Creyente.
Sonriente.
Humilde.
Resistente.
Valiente.
Amorosa.
Leal.
Espiritual.
Sencilla.
Bella.
Amada.
Fue una mujer excepcional.
En nombre de la familia, escribimos estas palabras para que deje de ser una anécdota y se vuelva historia. Para leer en voz alta, cuánto Dios la ama y cuánto la amamos nosotros. Queremos recordarle al mundo, que ha vivido un siglo completo sin decaer, sonriente y sin temerle a la vida. Hoy con el instante del silencio de un lugar que desconocemos, sabemos que está en paz y seguimos aprendiendo de ella. Desde hace muchos años se desprendió de lo terrenal, de eso que nos distrae y nos nubla constantemente de la verdadera felicidad.
Gracias abuelita por demostrarnos la descripción perfecta de la existencia de Dios. Él no es un ser humano, no es materia, no se puede retratar y la razón humana no nos da para entenderlo. Dios es un número infinito, es el amor al que hoy debemos recurrir para llenarnos de valor y despedirte con fortaleza.
A pocos metros y kilómetros de ti, en presencia y virtualmente tu familia, tu nieto, tus bisnietos, tus amigos y tus hermanas religiosas, te acompañamos. Cada uno de ellos están agradecidos contigo. Nosotros como familia agradecemos su compañía y eso nos llena de calor entre tanto distanciamiento físico. El mundo cambió, nos transformó y tú pudiste vivirlo, y como todo lo tuyo, increíblemente saliste triunfante y a paso lento.
Somos una partícula minúscula del universo y posiblemente no tengamos un legado tan grande como el que ella ha dejado, pero como familia, prometemos llevar el mejor legado que nos pudo dejar: el amor. Nos enseñó a amar. Así como debería ser el amor: incondicional. Dando todo sin pedir nada a cambio.
Como su primera nieta Yolanda definió a la abuelita Luca, a través del versículo de Corintios 13:4-7 en su cumpleaños número 100:
“Ella es paciente, es servicial; no tiene envidia, no es presumida, no es orgullosa; no es egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; ella no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Ella todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”.
A la abuelita Luca nunca se le escuchó de su boca un juicio, un comentario de vanidad, una expresión de furia o de desesperación. Todos nos preguntamos, ¿Cómo lo hizo parecer tan fácil?. Queremos ser como ella, sabemos que es difícil, pero nos demostró que no es imposible.
A lo único que ella le temía, era al instante en el que tuviera que entregar su cuerpo a Dios. Y lo logró. Nos esperó a todos y se soltó. Al lado de su primer hijo Enrique, hizo su último suspiro, liberó su equipaje y se dejó llevar. Descansó en paz. En un profundo sueño de amor y paz.
Abuelita, queremos que sepas que estaremos bien. Nos estaremos cuidando y sobre todo porque estamos unidos gracias a ti. Lograste armar un punto común entre las conversaciones de política de Enrique, la particular educación de Víctor, la espiritualidad de Fanicita, la nobleza y bondad de Josuesito y los cuidados de Gemita. Entre ella y Daniel durante muchos años, con su amor y cariño, te mantuvieron saludable, llena de vida y sin una queja alguna por asumir ese rol de padres contigo. Jamás nos alcanzarán los agradecimientos por esa labor hecha con tanto amor, tú eras la motivación. En nombre de tus nietos y bisnietos, cuidaremos a tus hijos como ellos lo hicieron contigo. Te lo prometemos.
*Pilas pues! Por lo menos yo los haré reír.
Fuiste el punto en común de la familia Barrantes Muñoz. Lo increíble es que lo sigues siendo. Eres el amor y eso es Dios.
No tenemos tanta habilidad como la que tenías con tus herramientas de batalla: tu Biblia o tus libros mágicos de páginas gastadas, tus estampitas con el divino niño, tus camándulas, tus imágenes religiosas o tus vírgenes iluminando la habitación, pero tenemos solamente un Salmo que nos recuerda cómo intentar vivir 100 años como tú:
El Salmo 23:
“El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar, me conduce hacia las aguas del remanso
y conforta mi alma; me guía por los senderos de justicia, por amor a su nombre;
aunque vaya por un valle tenebroso, no tengo miedo a nada, porque tú estás conmigo, tu voz y tu cayado me sostienen.
Me preparas una mesa ante mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar.
Lealtad y dicha me acompañan todos los días de mi vida; habitaré en la casa del Señor por siempre jamás.”
Sigue por favor elevando tus oraciones hacia nosotros para que la vida nos sonría. No queremos llorar de tristeza, queremos llorar de felicidad, porque en el lugar en el que estás, el recuerdo de tu sonrisa nos iluminará día a día. Vuela alto abuelita. Un día como hoy, mi tía Hilda está en la puerta esperándote, porque Dios ha hecho lo que mejor sabe hacer para tú felicidad: su voluntad.
Te amamos,
Tu familia Barrantes Muñoz.