lunes, 13 de diciembre de 2021

El miedo de volver a amar

Hacía rato que no sentía esto, creo que es miedo. Yo sé que me estás mirando, pero debo confesártelo. ¿Es acaso el amor que está tocando mi puerta y otra vez está haciendo florecer mi habitación?. Amar es un verbo demasiado poderoso. Es eso que escuchas al otro lado del teléfono sin titubeos, cuando agradeces al universo por la presencia del otro. Es saber que las arrugas que te cortan la piel han dejado de ser cicatrices y ahora son perfectas armonías con las primeras canas. Nunca he sentido el tiempo, ese al que le temen los que se miran varias veces al día en el espejo. Mi temor es al tiempo que pasa y que se desvanece en un parque, en un aeropuerto o en una puerta cerrada. Si estoy sintiendo esto será porque posiblemente creo en mi corazón. El que estaba blindado, protegido, con claves, cerraduras, dispuesto a dejarse ver, pero a no dejarse romper. Ahora entiendo el temor ese que él me dijo un día que tenía. He escuchado tantas veces palabras hermosas, han regado mis pétalos con agua de colores, he perdido mis ojos, he dejado de mirarme y me he desvanecido en la luna como un reflejo infinito en el mar. No quiero un desprecio más. No quiero palabras de cansancio, ni más mentiras. Quiero un amor de verdad. Uno para siempre, como el de Dios. Ese que viene con abrazos, deseo, sin lujos, con momentos, con sonrisas silenciosas y con miradas de complicidad. ¿Estaré sintiendo nuevamente que alguien me puede amar por fin y de verdad?, o será una ilusión de mi corazón reflejado en el otro?. A él lo veo tan diferente que tal vez por eso tengo tanto miedo. No entiendo cómo no lo vieron, cómo estaba tan solo como yo, cómo él necesitaba unas pocas gotas de agua para renacer en el desierto del desamor, cómo nadie pudo romper ese bloqueador emocional al que le temía de volverse a quemar por el sol del amor. 

Por favor Dios, no me dejes perder, no otra vez, déjame hacerlo bien, mejor, contigo como mi prioridad. Déjame sentir tu amor, déjame amarte a través de él, déjame creer que no tendré que recoger los pedazos que me quedaron de mi corazón. Esos que están buenos, rojos, vivos, llenos de ADN que unen cicatrices, que tienen vitamina para levantarse cada mañana sonriendo porque estás ahí. Si algún día él me deja de ver, recuérdame que esto que estoy sintiendo hoy, valió la pena porque entregué mi corazón al 100%, como siempre. 

¿Por qué me enviaste alguien tan sincero que lo único que logra es sanar y abrir nuevamente mi corazón?. ¿Es realmente lo que me merezco?, por fin llegó y para siempre?. Dime que sí Diosito, dime que mis lágrimas no son de miedo sino de amor verdadero, ese que tengo desbordado por ti y por la vida. Gracias otra vez. Yo sabía que algún día volvería a llorar de felicidad. ¿Es este el amor del que me hablaste?, es que lo siento tan diferente. Me siento como si tuviera 15 años, nerviosa, ansiosa y con ganas de salir corriendo para agradecer por su vida. ¿Eso será el enamoramiento?, ya ni sé cómo es. Me siento vieja para volverme a enamorar así. No quiero perderlo, quiero mantener esta ilusión. Por siempre. Esa que podría prometer, no por el miedo a lo que él es, sino por la de tener entrelazada mi mano a la de él, hasta cuando tú quieras llevarme contigo. Creo que volví a amar. Lo estoy sintiendo. Creo que esto es lo que siempre quise y quiero decidirlo otra vez. Amar así, confiar y amar.


8 de octubre de 2021

Las alas de Moha-Lu

Sentada en la cama, observaba las venas brotadas sobre sus manos y las gotas de sangre casi suspendidas en el aire, caían sobre el suelo. La luz del sol entraba como rayos por entre las persianas haciendo surcos sobre la piel. Se podían ver sus hombros pecosos, sus brazos delgados y sus manos blancas como palmas de gimnasta. En el aire aún las plumas iban cayendo como aeroplanos sin viento. Su frustración de sentirse abatida, le hacía escuchar en su cabeza el tema de Solomon de Hans Zimmer. Se preguntaba cómo le contestaría las preguntas a su padre. En cualquier momento llegaría a la puerta pero posiblemente ya estaba en ella y estaba esperando a que ella levantara la mirada. Ella ya no podría esconderse, ni salir por la ventana o hacer una llamada de emergencia. Debía enfrentarse a esa conversación con su padre, que sería como una siguiente batalla pero sin heridas en su cuerpo, sería como una cirugía de corazón abierto y sin anestesia. No tenía respuestas, estaba llena de miles de preguntas. No sabía qué tipo de conversación sería. Se sentía condenada, perdida y abandonada por sus compañeros de guerra.

Cerró sus ojos tratando de recordar el libro de instrucciones de esa, su segunda batalla, pero pasaba las páginas tan rápido que parecían hojas llenas de garabatos. Casi no podía moverse. Su cuerpo estaba agotado. Las rodillas raspadas aún tenían esquirlas de vidrio. Las costillas se podían contar a simple vista, la clavícula casi tocaba su quijada. Aunque estaba vestida con ropa interior, sentía que estaba completamente desnuda. Había perdido hasta sus zapatos. Giró su cabeza para mirar la herida de su espalda y podía ver el hueso astillado que sobresalía por entre la carne. Todo era sangre. Una de sus alas alcanzaba a golpear la ventana, como tratando de buscar aire. La otra estaba completamente rota. Como pudo, trató de moverse y tomó parte de la tela del vestido blanco despedazado en el suelo y secó la sangre de sus manos. Moa-Lu no había llorado durante la batalla, pero mientras se limpiaba y reaparecían los dibujos tatuados en sus manos, sus ojos no aguantaron más y rompió en llanto. Las lágrimas cayeron como gotas de morfina. Le ayudaron a recobrar parte del aliento, aún así, ella quería seguir llorando. 

La enfermera entró bruscamente a la habitación. Se escuchaba el rechinar de la suela de sus zapatos. No la miró a los ojos, le revisó la tensión, le tomó el pulso y le terminó de limpiar la sangre de sus manos. Bateó el aire para despejar las plumas que aún estaban en la habitación y caminó por detrás de la cama. Le tomó una de las alas rotas y con un quiebre seco, se la arrancó de la espalda. Un grito ensordecedor habitó la habitación y Moa-Lu sintió morir. Aún así, intentó levantarse pero el movimiento de su otra ala golpeó la ventana. La enfermera le pidió que se quedara quieta porque aún no había terminado y con el segundo quiebre le arrancó la otra ala con fuerza y sin compasión. Moa-Lu perdió las luces, se desplomó y las plumas se desplegaron por toda la habitación. Pensó que sería su último aliento y que moriría. Como un globo terráqueo, veía el giro ciento ochenta de su vida a punto de caer al suelo, pero entre la niebla de sus ojos, vio correr a su padre que sabía no la dejaría caer. La tomó de los brazos, la acostó sobre la cama y le dijo al oído: tranquila mi niña, tus alas volverán a crecer, serán distintas, nuevas y mejores. Me llevaré conmigo las que has perdido, pero te estarán esperando para cuando emprendas un nuevo vuelo.

Moa-Lu siempre sonreía. Le gustaba creer que era un ángel en la tierra. Que perder sus bebés por segunda vez, sería tan desgarrador como cuando un ángel pierde sus alas. Ese día perdió un vuelo, pero alguien la rescató. Ahora necesitaba dormir, sus heridas ya estaban cubiertas con suficientes vendas, el sol era suficiente para saber que no estaba sola y que Dios la quería viva en la tierra para cuando alguien necesitara recuperar sus alas. Por más que tuviera que enfrentarse a situaciones desgarradoras, ninguna experiencia de vida, sería jamás una batalla perdida. Moha-Lu camina entre las calles de una ciudad que desconoce sus alas, ella cubre sus heridas, sus astillas, sus rodillas rotas y los tatuajes de ángeles que siempre lleva bajo la piel.


*Escrito como ejercicio de "álter ego", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

Samoa es un estado de Polinesia que traduce "centro sagrado del Universo". En su idioma, marcar o golpear dos veces, se dice Tátau. La leyenda dice que el Dios del universo tuvo una hijo llamado Moha y una hija llamado Lou. Se dice que viajeros que iban por el Pacífico, encontraron a estos hombres que llevaban tatuajes en sus cuerpos.

Medusas

Escribir es un acto de valentía. 

Los latidos del corazón palpitan al ritmo del cursor de una hoja en blanco. Está enfrentado a la pausa, al silencio y a la duda. Son tres cabezas en un mismo cuerpo que se mueven como medusas sin dirección. Me enfrento a la escritura.

La pausa. Es el momento justo en el que tengo que detenerme y pensar. En el que tengo que elegir el tema. No sé si debería olvidarme de las cicatrices que me ha dejado ese gran demonio que acabó con el tríptico de mis relaciones pasadas o usarlo como analogía en la temática de mi texto escrito. Debo definir el ritmo de las comas, que me desgarraron el alma pero afortunadamente no me la quitaron.  El del punto, que siempre terminó siendo un punto aparte, para salir de las batallas de desprecio a mi corazón, pero continuó con un nuevo párrafo de mi próxima relación. La pausa me obliga a mantener el lenguaje y guardar la compostura. No me deja caer en el recurso básico de utilizar la expresión “hijueputas mentiras” cuando estoy buscándole un nombre a mi peor demonio. Debo hacer una pausa para elegir lo que le podría importar al mundo y lo que debería ser parte de mi intimidad. Tengo que controlar ese demonio con pausa y sin prisa. 

El silencio. Es el nudo en la garganta. Aparece cuando quiero llorar porque las imágenes en mi memoria, se vuelven reales cuando las escribo. Es un grito hacia adentro como cuando uno intenta hacerlo en los sueños y no sale nada de la garganta. Es la preocupación constante de no mover lo suficiente, las fibras de mis lectores. De no poder tocar el corazón de alguien a quien siento que necesito que me lea. Me da terror que no hayan palabras, ni voces, ni melodías, sino pitidos en el tímpano que sigan derecho. Que mientras me leen, no vibren, no lloren, no rían o simplemente que no me vean. Es una lucha contra el ego que me congela los dedos y hace que no se escuchen las letras contra el teclado. Es una pelea entre la barra espaciadora y la tecla suprimir. No puedo permitir que el silencio siga siendo el bastón de mi peor demonio. No puedo callar y siento que tengo que contárselo al mundo. Me gusta creer que hay personas que necesitan mi voz. Así mis letras  no sean reconocidas. No me importa si por cuarta vez vuelvo a ser un silencio para el otro. Esta vez me enfrentaré cuantas veces sea necesario. Quiero intentar liberarlos, como otros lo han hecho conmigo.

La duda. Es como una metralleta. Está llena de preguntas de ese, mi peor demonio. Al que aún no le encuentro nombre. No sé cómo se llamará el libro, si finalmente valdrá la pena darle protagonismo a extraños que ya no sé si existen. Tengo miles de personajes enfrente y me da miedo hablarles. Me han callado tantas veces que aún tengo textos sin publicar. Han sido afirmaciones y negaciones que no puedo diferenciar la realidad. Por eso me gusta escribir creyendo que los objetos me hablan, porque no tienen cara, edad, ni tiempo. La teoría dice lo contrario y es ahí donde la duda no me deja dormir. Pero ese demonio desaparece cuando me dejo llevar por mi corazón y empiezo a escribir. Porque como dice Platón: no existe alguien tan cobarde al que el amor no transforme en alguien valiente. 

Al terminar la pausa, desaparece el silencio, intento acabar con la duda y el texto empieza a brotar. Los renglones poco a poco van esfumando el cortisol de mi cuerpo y tomo el control sobre la hoja en blanco. Me apropio de la valentía de Perseo y la medusa le da una dirección controlada a mis escritos. Es una valentía que sale de lo más profundo de mi expresión emocional y acaba con mi peor demonio: el miedo a las heridas de las mentiras. Escarbo entre los libros para inspirarme aún más y me encuentro con genios como San Agustín. Hombres que entienden el valor de la verdad, la hacen palabra y finalmente texto. El demonio se acaba cuando llego a la interioridad por el camino de la certeza. Ese es mi acto de valentía. Escribir para acabar con mis demonios.


*Escrito como ejercicio de "nuestros demonios a través de la escritura", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

lunes, 29 de noviembre de 2021

¿Y nuestro acuerdo de Paz, para cuándo?

A cinco años del acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, nuestro país quiere seguir en guerra. Una guerra que físicamente se sigue enfrentando al conflicto armado, que pierde su paso en la reforma rural integral, que parece ir de fiesta en la participación política con los mismos problemas de las drogas ilícitas guardados entre los bolsillos y que no tiene claro el significado de la reparación a las víctimas.

Hablar de política, de problemas sociales o de la guerra en Colombia, es al parecer un tema que solamente pueden hablar los expertos y se ha convertido en la nueva religión de las redes sociales, de las reuniones sociales e incluso de una causa profunda de desacuerdos familiares. ¿Hasta cuándo el discurso de hablar de lo que sabemos o no sabemos, será nuestra condena? Posiblemente nos pondrán una "estrella de David" en el pecho cocida con sangre por nuestra supuesta ignorancia política. Defender un pensamiento político para quienes no lo comparten, es casi como "amar a un mesías". Creo que el principio del fin de la guerra debería ser poder hablar de política sin perder la cabeza y sobre todo el control emocional.

La manera como nos han contado la historia política y social colombiana no nos ha ayudado a entender la guerra. Tampoco nos han enseñado a comprender la naturaleza de un conflicto, a analizar y evaluar las mejores alternativas para su solución. La indiferencia no nos ha permitido transformar nuestra narrativa con los reportes* de los asesinatos de líderes y firmantes del acuerdo de Paz. Seguimos hablando de “dolor de patria”, de “ir por la lucha”, de “nos están matando” y de frases cada vez más lapidarias que van llenando nuestro tanque de orgullo colombiano, de vergüenza, odio y dolor. 

Hasta cuándo seguiremos convirtiéndonos en nuestros propios enemigos, donde olvidamos nuestros deberes como sociedad, confundimos la definición de derecho, olvidamos el beneficio colectivo y es así como nosotros mismos nos volvemos parte de las nueve millones doscientas mil víctimas que registra el Registro Único de Víctimas RUV. Porque las masacres se convierten en los señalamientos de nuestras publicaciones, secuestramos las noticias y la información conveniente, asesinamos a nuestros amigos con nuestras opiniones y nos volvemos indiferentes, desplazamos a familiares Uribistas y Petristas, violamos el género cuando las mujeres expresan su postura feminista y subestimamos a los jóvenes que opinan sobre política o sobre la guerra. 

Necesitamos un acuerdo de Paz desde la responsabilidad de nuestras palabras, la coherencia de nuestros actos y el respeto por la opinión política. Hagamos el acuerdo.


* El Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) reportó que solo este año, hasta el mes de julio de 2021, 103 líderes y 31 firmantes del acuerdo fueron asesinados y ocurrieron 60 masacres con 221 víctimas mortales en el país. Fuente: France24

Escrito como ejercicio de la columna de opinión política, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.


viernes, 26 de noviembre de 2021

Alexa, lights off

Salir de casa no es cruzar la puerta. Es cortar el cordón umbilical para buscar un nuevo lugar donde habitar. Si la definición fuera salir de casa al cruzar la puerta, entonces aún no he salido de casa.  

Para llegar a la puerta, un eco de voces se escuchan indefinidos en el corredor, como cuando mis sobrinos corrían hacia el timbre con sus risas y jadeos de ansiedad para ver a los abuelos. La puerta, si aún mi mamá viviera en mi casa, se mantendría abierta. El sol entra de frente por todas las ventanas y solamente en la noche se oculta para que las estrellas entren a dormir. A veces cambian de color y se ubican como un arco iris, detrás de la cabecera de mi cama. La casa nunca se ha inundado, ni le han caído tormentas, pero el agua se presenta constantemente como un grandioso protagonista y hace parte de los cuadros en mis ventanas cuando llueve. Las gotas son como teclas de piano en perfecta sincronía. Se pueden ver desde el sofá reclinable de la sala o desde la cama de la habitación. 

Las ventanas cuando se han abierto más de lo normal, han levantado los papeles, los pinceles, los lápices de colores y las escuadras que habitan mi taller. En una ocasión casi se lleva mi pelo, mi piel, mi ropa e incluso mi voz, pero reforcé los marcos de las ventanas con icopor y cinta industrial para que ni el frío se volviera a meter y no se  llevara el calor que habitaba en ella. 

Las paredes son blancas y diariamente hablan con la tipografía de mis pensamientos. La necesidad de rayarlas me hizo pintar un tablero gigante para que la tiza trazara mis nuevos propósitos. Los chazos han sostenido fotos, sombreros, guitarras, rombos, relojes, percheros y cuadros de tres generaciones. Hoy tienen plasmados los versículos de la Biblia que se camuflan entre los libros de novela y los libros de diseño de mi biblioteca. Son mis nuevos amigos. 

El ángulo recto es el director de arte de mis muebles, las repisas, el tapete de la sala y la mesa del comedor. La creatividad lidera el equipo de trabajo en cada rincón de la casa. Las lámparas tipo Pixar, los rincones viajeros, los manteles de picnic y la cocina vintage han servido tardes de café, cenas románticas, desayunos auténticos, almuerzos inesperados y noches de brindis hasta el amanecer. 

Cada esquina de mi casa está perfectamente renderizada en mi mente. Tengo un disco duro de recuerdos en cada cajón. Podría instalar nuevamente las canaletas de mis palabras, repetir los sueños de princesas y remodelar las noches de pasión. El techo de mi casa me ha protegido tres veces, cambiando su apariencia hasta hoy, que al fin se ha dejado modelar sólo por mí. Ha sostenido todo lo que mi universo creativo adapta para hacer a otros sonreír. 

Algunos globos que alguna vez perdieron el helio se escurrieron hasta al piso de madera, el que alguna vez fue un tapete y se llenó de visitas pasajeras por días, semanas, meses e incluso años. El suelo que me ha mantenido de pie, es lo mejor de mi casa. Un lugar para ir y venir, para soltar mis maletas y refugiarme en el calor de mi habitación. Ese espacio favorito lleno de amor, que calienta mi corazón y escucha a Dios cada noche, cuando le agradezco a mis padres por haberme dejado salir de casa, en su propia casa. 

Cierro mis ojos, me siento en casa, me aferro a las sábanas grises y digo en voz alta: "Alexa lights off".

 

*Escrito como ejercicio de la casa o la "no casa" de nuestras vidas, asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Ou revoir Paris

“Nous sommes sur le point d'atterrir. Veuillez retourner à votre poste et attacher votre ceinture de sécurité”, anunció la asistente de vuelo por el altavoz. Once horas suspendida en el cielo y al fin Ana tocaría su destino soñado. 

Dos meses atrás, un hombre con ojos de mar y pelo de sol, la había invitado a la ciudad de la luz. Ella contaba los días como si deshojara los pétalos de una margarita. Jamás había salido de su país, jamás había viajado en avión y ahora todo se hacía realidad. Pero una semana antes del viaje, aquel hombre ahora tenía una mirada gris y su pelo había perdido el color. No contestaba sus llamadas, no respondía sus mensajes ni tampoco pronunciaba palabras. Afortunadamente el día del viaje la llamó solamente para confirmar la hora de encuentro en el aeropuerto. Ella, desconcertada por su silencio, horas después se encontró con él y con monosílabos subió al ave blanca que sabía la llevaría al cielo. Como todo un francés envuelto en su propio ego, la saludó, se sentó a su lado y durante 11 horas no salió  palabra alguna de su mudo y desabrido rostro. Pero ninguna de sus expresiones resecas, le quitarían la emoción de ese momento inolvidable a Ana.

No importaba el orgullo de él o que la hubiera ignorado durante todo el trayecto. El tiempo transcurrió lentamente y por fin desde la ventana del avión, el sol se asomó sobre su sonrisa y le puso a sus pies la luz de la ciudad. Su corazón palpitaba como el de una bebé recién nacida y su respiración parecía suspendida. Contenía su locura y contenía las lágrimas evitando avergonzarse por su emoción. 

Ana movía sus ojos como un pez veloz en el agua, tratando de encontrar desde la ventana, la princesa de hierro que se alzaba a más de trescientos metros. Entre los copos de nieve que se mezclaban a kilómetros de la tierra, sus ojos continuaban persiguiendo la cartografía, tratando de encontrar a su forma favorita… Era un baile de cisnes desde el cielo hasta la tierra. 

Mientras el hombre a su lado se desvanecía cada vez que transcurrían los minutos, por fin la sinfonía tocó la nota perfecta de ese pentagrama de edificios en la capital francesa. “Mírame… yo te haré feliz”. Esas fueron las palabras que ella escuchó en su cabeza del cisne de hierro negro. La torre soñada, se había declarado como la obra más importante de ese país soñado, de ese momento y de ese vuelo de once horas. Un viaje al lado de una sombra que no pronunció palabra alguna. Una conversación que jamás inicio y nunca terminó. 

Ese fue el viaje más extraño de dos mundos desconocidos. El vuelo más largo para él y más corto para ella. El quiebre de lo que ella imaginó que sería un romance en la ciudad de la luz y el mejor recuerdo y más extraño de su existencia. La torre Eiffel sería de ella. No sería de nadie más sino de ella. La sombra masculina desplegada en la silla de al lado, se desintegró como polvo.

Conocer París de esa manera, le permitió recorrer un país entero, sin miedo, sin idioma y sin dependencia. Respiró el aire frío de árboles sin hojas. Habló durante horas con los Campos Elíseos, recorrió los pinceles de las artes decorativas, se escabulló entre la revolución francesa y renació entre las calles de andenes angostos y puertas de madera. El vino fue su mejor beso y los canales del río Sena se grabaron en su memoria como el primer y mejor destino de su juventud. Una torre para una princesa, fue suficiente para sentir que algo de ella, se quedaría para siempre en ese lugar. Paris.


*Consigna día 1 para el 6to Mundial de escritura. Escribir a partir del "un país extraño". 

martes, 2 de noviembre de 2021

Las camas de la gitana

De ladrillo. Esa era la cama que alguna vez sostuvo con un par de ladrillos, porque las patas diagonales de su cama se partieron cuando saltaba de cama en cama con sus hermanas. Su padre amenazó con no volverla a arreglar si la rompía, así que durante varios meses tuvo que dormir sobre una cama sostenida por un par de ladrillos que en vez de dar pesar, le daban risa y le recordaban lo divertido de saltar.

Azul. Una cama universitaria. Para una persona. Amigos, visitas y sacada del nido de un camarote. Lo suficientemente baja para guardar los primeros secretos de amor y lo suficientemente alta para sentarse con las rodillas dobladas y los codos sobre las piernas. Un lugar para mirar por la ventana y ver la lluvia caer. Un lugar de espera, en un azul intenso que fue perdiendo el color. Fácil de tender, sin arrugas y de un sólo cojín. Así, como el número uno, sin pensarse para dos, pero anhelando serlo.

De sofá. Esa que se desplegó y siempre estuvo ahí. En la casa de otras personas que disfrutaron de su compañía. Negras, cafés, sleepings y pedazos de tela. De camas francas inolvidables. Entre el guayabo, los caldos de costilla y los dolores pomarrosos de cabeza. Una cama que adquiría las propiedades de cama por simplemente poner la cabeza sobre ella.

La de viento. Una hamaca perdida en San Agustín en medio de extranjeros que disfrutaban del calor, de la sal del mar, de la arena y los cangrejos que pasaban por debajo de ellas. Con tres décadas encima ella prometió no volver a tener una noche tan inesperada y tan fría como esa. Llevaba un año sin ver a su novio y no fue una noche romántica como ella esperaba. Fue una noche individual, en una hamaca fría, que golpeaba el viento y en vez de mecer, distraía. Una cama rodeada de extraños que susurraron durante toda la noche palabras que parecían mosquitos en olas de calor y sin agua. Una cama seca.

Matrimonial. Una cama para dos pero donde terminaron durmiendo tres. No era de ella, no fue pensada para ella. Al principio, la noche era el momento favorito del día. Dormir sobre una cama compartida desde sus 15 años, era el anhelo de su vida de princesa, pero se convirtieron en noches silenciosas, de preguntas mentales, de ojos cerrados intentando conciliar el sueño y minutos eternos esperando a que él llegara temprano para dormir a su lado. Una cama que se soñó para hacer una familia, de 3 o de 4, pero al final se convirtió en la cama que nunca llegaría. Una de todos los días. De la rutina que no sabía que dormía entre ellos, acomodada, sin alientos y aburrida. La de los besos no besados, la de las palabras no pronunciadas, las verdades ocultas, la de los silencios del corazón, la de las sábanas que no volvieron durante años a acariciarle la piel.

El desierto. Una cama enorme. Elegida porque tal vez un bebé haría parte de ella. Perfecta para jugar un partido de tenis e incluso hacer un picnic.  Habitada solamente por ella, casi sin estrenar, la más fría de toda su vida, vacía y con silencios prolongados. Así durmió durante varias noches, inundada entre lágrimas y preguntando al techo por qué no tenía las respuestas. Aunque finalmente encontró el amor mirando hacia arriba, ahora el frío era quien acompañaba sus piernas. Era la caja de cristal de un estado de coma.

La gris. Una cama llena de color. Armada entre dos. Pensada para soñar, para despertar entre sábanas y almohadas grises. Con una colcha de líneas blancas y temperaturas equilibradas noche tras noche. La cama que volvió con los besos, los abrazos, las risas, las carcajadas, los gemidos, las medias y sin duda el calor de las piernas. Una cama donde las lágrimas salieron por volver a los regalos debajo de la almohada, a la ilusión de sentir que alguien quería compartir con ella una cama. 

La cama es el lugar favorito de esa gitana. Es la playa para cerrar los ojos, sentir que habrá un despertar, que el mañana siempre traerá esas plumas en las que se hunde y puede soñar. A veces el ruido de las palabras no pronunciadas quieren salirse por su boca, pero ella intenta atraparlos para repetirse cada noche que puede escribir en vez de hablar. Que mañana será un nuevo despertar, en el que tendrá la satisfacción de haber entregado esas miles de preguntas de sus camas al universo. Él será el único que tendrá las respuestas completas, para saber que los secretos de sus almohadas, serán los motivos suficientes para su propósito en la vida: amar. 



*Consigna día 1 para el 6to Mundial de escritura. Escribir a partir del objeto de "la cama". 

martes, 12 de octubre de 2021

Sí señora

“Calle décima sur con carrera 15”, ya me la aprendí sin duda. El taxista se ve que entiende que no tenemos tiempo y que tenemos afán. Menos mal el desayuno es un café y listo. Ojalá lleguemos a tiempo. La vez pasada llegué justo cuando empezaba la misa. Qué aburridas que son esas misas. Me dan miedo las vírgenes, todavía me acuerdo de esa pesadilla de la escultura moviéndose y tomando café. En el recreo le haré caritas a la señora de la cooperativa. Ella me rebaja para comprar la lecherita; pero mi mamá dice que coma saludable, un yogurt con una mantecada. Las niñas de mi salón tienen loncheras bonitas. Mi maleta está muy pesada. Se me bajan las medias, me quedan grandes, quiero unas nuevas, siempre me toca heredar la ropa de mis hermanas. Estos zapatos del colegio son muy duros, no me gustan. Le voy a decir a la profesora que tengo ganas de ir al baño para ir a saludar a mi mamá. Ella sabe que soy yo porque le rasgo la ventanita de la secretaría y me abre. Le voy a pintar unos corazones y se los dejo en el bolso. La profesora se dio cuenta porque salí corriendo y ahora me toca ir el baño y hacerle creer que tengo ganas. Me gusta encontrarme con mis hermanas en el recreo. Hoy es martes, que pereza, nos toca ir a almorzar donde la señora Emita. Me encanta el timbre de la hora de salida. Me gustaría tener ruta como las otras niñas de mi salón. 

¡Ay no!, ¿Esa señora hizo habichuelas otra vez?, son horribles. Si no fuera martes, comería rico con los almuerzos de doña Adela. Los fríjoles de ella son mis favoritos. Mi hermana Pocha dice que me faltan las plumas por hablar tanto entre el carro. Me encanta ver a mi papá reírse por eso. Ya no me gustan tanto las tareas; las de dibujar, plastilina o de papel sí, pero que aburridas las otras. Tengo sueño, ojalá no tuviera que bajarme del carro. Mi papá me va a preguntar otra vez por las tareas y si le digo mentiras me vuelve a dar correa. Entremos rapidito. Es raro que casi nunca entramos por la puerta grande de la casa sino por el patio. Salieron cerezas, podría subirme otra vez por la reja, llegar al árbol y comérmelas. Me tengo que quitar el uniforme y sacar la ropa de la cómoda. Mi mamá debería quedarse por las tardes con nosotras. No podemos ver televisión, igual no hay nada chévere que ver. Que nombre tan ridículo ese de “Caminito alegre”. Lo único que nos dejan ver es “Lola Calamidades” porque a mi hermana Tata la mayor, le gusta.

Hoy no vino mi prima Laura con su vestido nuevo. Voy a jugar con Pocha. La voy a hacer reír. Tengo sueño. Mi hermana me va a poner otra vez a hacer tareas. Ella hace de profesora. Yo le dije que el macho de la gallina era el gallino. Me va a morder los cachetes. Me gustaría tener un tocador y una barbie. Creo que nunca tendré una, son muy caras. Cuando sea grande me quiero casar y tener hijos, para tener una familia tan bonita como la mía. Hice reír tanto a Pocha que se volvió a orinar de la risa. Juguemos ajedrez. Mi papá se despertó, me va a preguntar por las tareas. Me puso a leer el Quijote, que aburrido. Ya es de noche y mi mamá no llega. Me toca plisar el uniforme y embetunar los zapatos, que aburrido. Mi hermana mayor me amenaza con contarle a mi mamá que no hice caso. ¡Pues que le cuente!. Mi mamá llamó de la universidad y otra vez le dieron quejas. “Lilo, al teléfono”. Sí señora, sí señora, sí señora. Ya hice lo que debía haber hecho. Me tengo que bañar pero está lloviendo y hace mucho frío. Diana dijo que de pronto me daba pulmonía. Me voy a dormir. ¡La cartelera! Se me olvidó. No me puedo dormir. Me van a regañar y no me puedo dormir si no la hago. Mi papá está bravo. Ya la hice y me quedó divina. No quiero madrugar. Escucho los tacones de mi mamá llegando. Debe ser muy tarde. La alcanzo a ver por la ventana caminando. Que me de un besito y me acuesto. ¡Otra vez me toca levantarme muy temprano!. 

Quiero ser grande para no tener que madrugar. Me faltan como 10 años para salir del colegio. Cuando sea grande me voy a casar a los 25 años, esa es la edad para casarse. Pocha se demora mucho en el baño, es la única que entra sola. Ya me cepillé los dientes. Mi mamá me pone esa camiseta de borde verde, por debajo del uniforme para el frío. Si nos toman la foto del colegio, me bajo bien la camiseta para que no se me vea. No me gusta el frío de las mañanas. ¡El café está hirviendo! mi mamita me lo pasó a otro pocillo. Es tan linda. Tenemos afán. Me parece curioso que no nos sentamos nunca a desayunar al comedor entre semana. Esa sillas son muy frías. 


¡Hoy es viernes! puedo salir a jugar baloncesto por la tarde. Podría alquilar una película y llamar a Paola, una niña de mi salón. Mejor alquilo una película en Betamax con las monedas de las chaquetas de mi papá o las de la alcancía de Tata. No me imagino cómo seré cuando sea grande. Pero seré linda. Quiero ser un payaso para hacer reír a la gente. También quiero ser famosa. Puedo jugar toda la tarde porque es viernes. Otra vez me raspé las rodillas. Mi mamá no debería dejarnos tan cortico el pelo. La bicicleta me encanta pero es para mis hermanas grandes. No me alcanzan los pies a los pedales. Cuando sea grande la voy a poder usar. Quiero ser jugadora de baloncesto profesional. Me gusta correr, mi vecina corre rapidísimo. Unos niños nos dijeron lagartijas porque somos muy flacas. No nos importa. ¿Por qué se tutean en vez de decir "sumercé"?. Me gusta arrancar las flores para dárselas a mi mamá. Me gusta mi familia. 

Voy a jugar.


*Escrito como ejercicio de "qué contaríamos de nuestra vida infantil", asignada por el profesor Nelson Fredy Padilla Castro - Grandes escritores del siglo XX - Maestría en Escrituras Creativas.

viernes, 27 de agosto de 2021

Morir para vivir

MUERTE:

Ella sabía que había muerto. Pálida, sentada, en posición fetal, el agua caía sobre su cabeza y su espalda. El día gris, el silencio ensordecía y el frío se metía por debajo de las puertas. Se levantó como un ánima en pena y cerró la llave. Secó sus pies, su cuerpo y su pelo. No había reflejo en el espejo, el vaho nublaba la posibilidad de mirarse. Las huellas se evaporaban camino al armario. Una blusa de seda, estampada y de flores. Un pantalón cualquiera. Unas botas. Un gabán y una pashmina. Accesorios ruidosos, perfume, maquillaje para cubrir sus ojeras, un bolso vistoso, las llaves del auto y el celular. Un auto por cambiar por uno nuevo, sus gafas oscuras y el viento entraba por el sunroof. 

Un largo día de trabajo, trancones, conversaciones telefónicas y otro día sin sol. Volvió a su casa y recordó su funeral. El tiempo se detuvo y ella estaba ahí parada con una mano en su cintura y con la otra cubriendo su boca. "¿Cómo he muerto?", se preguntaba. Fue así como se quitó sus botas, lanzó su gabán al sillón, arrancó sus joyas y segundo a segundo su ropa fue quedando por el suelo hasta llegar a la ducha. El agua desvanecía su rímel y parecían grietas sobre su cara. Surcos enormes de sangre que llegaban hasta su corazón. Empezó a sollozar, los decibeles de su llanto aumentaban, hasta que gritó tan fuerte que el agua se detuvo. Una hora dejando caer el agua, hasta el punto de no saber cómo llegó su cuerpo hasta su cama. Enterrado entre las almohadas, las sábanas y la profundidad de la espuma. Antes de cerrar sus ojos escuchó una voz que decía "descansa en paz, eso quieres, ¿verdad?". Fueron varias noches largas de velación, rosarios y palabras bonitas para la muerta. Del cadáver siempre se dice que es bueno.
-Se fue muriendo lentamente, pero en medio de todo, ella fue una buena mujer.


NACIMIENTO:

El siguiente día empezó con un llanto. Pero con una salida imprevista como si hubiera sido desde el vientre de su madre. No sabía que la estaban esperando con tanta emoción. La alegría de su mejor amigo y de muchos años atrás, era adrenalina pura. El primer contacto sobre su piel fue un abrazo. El llanto había sido de felicidad. Entró a una casa nueva como si sus padres la hubieran decorado para ella. Una cuna nueva. Música, baile, carcajadas, recuerdos y abrazos, muchos abrazos. Camisetas, jeans y tenis, incluso caminaba descalza. Sin maquillaje y despelucada como una niña. ¿Cómo no agradecer por ese renacer que había pedido a gritos el día de su muerte?. Dios lo había hecho nuevamente. La hizo ver la luz, cortó su cordón umbilical, el agua limpió su cuerpo, la crema suavizó su piel, estrenó una nueva muda, jugó como una niña en la playa, en el parque, entre escondites, arequipe y recortes de papel. Había vuelto a nacer, pero para eso, había tenido que morir.

Olvidar que podía ser amada como cuando había sido niña, la estaba matando por dentro. Ella misma se había asesinado. Se subió al tren de sus propias exigencias y había perdido la posibilidad de volver a vivir como una niña, una adolescente, una universitaria o una completa mujer. La única manera de poder volverse a sentir viva fue muriendo. Podía tener más de 40 años, pero su cuerpo ya no estaba atrapado. Era la niña y la adulta que siempre había querido ser.


*Consigna día 9 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre los dos días más importantes de la misma persona:su nacimiento y su muerte.

Volveré a las nubes

No conocía Nueva York. Una de las ciudades de mayor influencia artística y cultural en el mundo. Luego de haberla visto, podría decir que sin duda ese viaje hizo un click profundo en mi universo como diseñadora gráfica.

Caminar por las calles entre galerías de arte, boutiques, salas de teatro, de cine, escuelas de música, tiendas de ropa, casas de moda y un sin fin de lugares comerciales llenos de magia, se convirtió en una de las mejores experiencias de mi vida.

Los taxis amarillos de ajedrez que delineaban las vías y la rapidez de los transeúntes en medio de las cebras y los postes saturados de adhesivos, eran toda una melodía de “The Weekend” de “luces cegadoras”. Las pantallas gigantes vigilando mis movimientos, hablándome con la perfección de su alta definición, hicieron de ese viaje algo inolvidable. Podía ver en cámara lenta mi cuerpo girar, mientras el sol iluminaba mi frente y el día se pasaba a más de 250 millas por hora.

Hombres de traje, mujeres atractivas, artistas de colores, adolescentes a carcajadas, miradas de jóvenes perdidos, habitantes de calle semidesnudos con cartones escritos a mano, indocumentados y personas de todas partes del mundo, dejaban un halo de textos en el aire, que me fascinaron. Yo quería escuchar sus conversaciones, saber hacia dónde iban, dónde compraban sus botas pantaneras escocesas, sus gabanes para el frío, sus guantes ajustados, sus gafas setenteras y sus estilos de personajes de vídeos musicales en medio de un día cotidiano en Nueva York.

El suelo no era suficiente. Mirar hacia lo alto mantenía mi cuello en un estado de estrés y al mismo tiempo de felicidad por querer capturar todas las imágenes retratadas durante años por mis amigos en redes sociales en medio del Times Square. Fue así como algo se detuvo y la vi. Era la nueva rueda de Chicago frente a mí, que rodó como una argolla de compromiso lentamente ante mis pies. Ahora el "slow motion" se triplicaba y era yo quien me subía a ella y empezaba a ver a mi altura las pantallas incandescentes moverse lentamente. Durante breves segundos, tenía un abismo de mundo creativo y en movimiento bajo mis hombros.

Hermosa, única e irrepetible vista panorámica que nunca olvidaré. Ahora era el suelo quien me dejaba escuchar a Bruno Mars, como un eco de Versace. Un instante de ansiedad y emociones. Un giro de 180 grados en mi mundo paralelo. Mi corazón parecía detenerse, mi piel se erizaba y mis ojos secos por el viento, se humedecieron con un parpadeo. Un sólo pestañeo que jamás olvidaré. Nueva York, la ciudad creativa que desde mi adolescencia, época universitaria, laboral y adultez, me atraía como un imán. Jamás entendí, por qué tardé tanto en conocerla. Como la mayoría de las cosas más maravillosas de mi vida,  me hacen creer que llegan tarde pero no. Llegan justo a tiempo.

No quiero olvidarla, quiero volver, sentirla, cansarme de su caos, repetir las escaleras externas de los edificios, respirar el humo de los extractores del suelo, escuchar los timbres de las bicicletas, sentir el olor del pan y el tintineo de los cafés. Quiero sentir nuevamente la libertad de su estatua, el vacío de las torres imaginadas, el dinero perdido de Wall Street, los sueños imposibles de los bailarines de Broadway y rascar el cielo del Empire State para quitarle el puesto a otro de mis lugares favoritos del mundo: Ámsterdam. Era la ciudad líquida de piedras en mis bolsillos que me mantenía aterrizada, pero New York llegó sin avisar y con un pasaje en cohete que me llevó directo a las nubes. Parecía algo inalcanzable.

Gracias ciudad hermosa, jamás te olvidaré. No se cuándo volveré para que me lleves nuevamente a la luna, pero te prometo que jamás te olvidaré. Volveré a las nubes. Uno de mis lugares favoritos.

PD: Hoy 27 de agosto de 2021 aún no conozco NY.

*Consigna día 8 para el 5to Mundial de escritura. Elegir una noticia del día y escribir sobre ella. Elegí esta: "Nueva York estrena su nueva atracción: una rueda de Chicago en Times Square"
https://www.lafm.com.co/internacional/nueva-york-estrena-su-nueva-atraccion-una-rueda-de-chicago-en-times-square 

martes, 24 de agosto de 2021

Mascachochas

Yace el año 1967 y Pateplomo Jaramillo lideraba el equipo de la banda de guerra, del Colegio Salesiano en el pueblo de Zapatoca. El entrenador Finito Chávez, lo había elegido porque decía que su caminado particular, le daba el estilo perfecto al guionero, en el desfile de la clausura anual del colegio. La organización de sus músicos debía ser "fina" y precisa. Por eso los integrantes llamaban a su entrenador, el Finito Chávez y a su asistente Milímetro Prada. Dos seminaristas con alma de militares cuchillas y exigentes, pero orgullosos de su exactitud armónica.

Al odiado por el rector del colegio lo llamaban Cotorra Rueda. Sus silencios imposibles durante las clases y los descansos escolares, eran el dolor de cabeza de los profesores. Su mejor amigo, Morfeo Rueda, debía ser exactamente su opuesto. Lo había elegido por permanecer en silencio mientras él hablaba, hasta el punto de llegar a quedarse dormido. Eran inseparables.

El equipo de baloncesto era otro de los orgullos del Colegio Salesiano. Su entrenador el Flaco Torrens, los mantenía como los campeones de la región. El Aguao Otero, se encargaba de la hidratación; Pedopicho de mandarlos a las regaderas luego de los partidos y el Ratón Granados de sacarlos de las clases académicas, para ir a los entrenamientos. El Toco Bermúdez era el capitán del equipo; algunos le decían el intocable, porque era el hijo del rector y nadie se metía con él. Cuando empezaban los campeonatos y viajaban a los pueblos cercanos, el Chulo Martínez se conseguía una novia distinta en cada partido. Silbido Barrios era quien le hacía cuarto cuando alguna de las novias preguntaba si aún seguía en las duchas. El palomero del equipo era Medallitas Santos. No fallaba ningún tiro. Entre él y Mafafa Suárez anotaban todos los puntos que aseguraban las victorias. 

Cuando iniciaba la temporada de viajes, debían viajar en el mismo bus, la banda de guerra, el equipo de baloncesto y el de fútbol. Manoloca Serrano el corneta de órdenes de la banda, no soportaba encontrarse con uno de los entrenadores del equipo de fútbol: el Gancho Lozano. Todos le temían por sus brazos enormes y su manera de armar desorden en los partidos. La última vez que lo vieron pelear fue con Calabazo Ortega. Dos profesores que se fueron a golpes en la premiación de los inter colegiados, porque Apracur Vivas y El Cucarrón Márquez, uno de la banda de guerra y el otro del equipo de baloncesto respectivamente, recibirían el premio a los mejores deportistas y no el Negro Reyes, quien era la estrella del equipo de fútbol; no solamente por hacer las mejores jugadas con Molécula Ortega, sino por ser el consentido de Tetanegra Suárez. El árbitro del equipo. 

Frijolito Díaz y Julio Blog siempre estuvieron en la banca, pero un día Mascachochas se encargó de hacer una bebida diurética para reemplazar a las estrellitas del equipo de baloncesto. Ese último campeonato no solamente se llevó por delante al equipo de baloncesto, sino al de fútbol y a la banda de guerra. Todos bebieron de la misma jarra de cerveza durante la inauguración de los juegos. 

Al día siguiente El colegio Salesiano de Zapatoca, no pudo representar el orgullo de sus directivos seminaristas que eran sus estudiantes. Fue toda una temporada de dolores de estómago, aguas de apio, canela y cuidados en casa. La generación entre 1965 y 1967 fue recordada por la inolvidable y odiada gracia de las aguas pichas de Mascachochas.


*Consigna día 7 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre algún amigo de la escuela y terminar con algo que comieron.

lunes, 23 de agosto de 2021

El golpe

La luz palpitaba y podía escuchar la vibración de los filamentos.
Nos dividía una pared de aglomerado y una tela azul en el cubículo.
Las enfermeras se reían a carcajadas en la recepción.
Un anciano decía a gritos "Bueno, me voy". "¿Dónde está?" repetía.
Una adolescente acompañaba a su madre viendo videos de Tik Tok.
El  fonocardiograma marcaba los pulsos del corazón.
No había agua para beber. Los vasos eran desechables.
El baño parecía público. Estaba sucio. Olía a orines.
Los dedos del enfermero del frente pulsaban las teclas de manera arrítmica. Hacía los informes de los pacientes.
La voz angelical de otra enfermera y sus rudos movimientos con sus manos, se confundían mientras le cambiaba el pañal a un paciente. Era ordinaria, grotesca, vulgar; cantando canciones de perreo mientras hacía su tarea de enfermera.
Él las puteaba. Quería irse. No entendía nada.
Una mujer dormía sobre su brazo en ángulo recto, sentada en una silla sin espaldar. La pared hacía lo suyo. Parecía un mueble más.
Las cobijas sobraban. Mi abuela tenía calor. Sudaba. Se las quité, intenté entender su temperatura corporal. No sé si lo estaría haciendo bien.
Ella se veía en paz. Yo no lo estaba.
Le acariciaba su mano. Quería que me hablara pero ya ni sus párpados se movían.
Le puse la camándula en la otra mano. Donde tenía puesta la cánula.
Que piel tan suave y delicada. Era hermosa.
Quería que me sintiera, que supiera que no estaba sola. Pero era yo quien no quería estar sola.
Respiraba con un gemido, como intentando hablar. Solamente respiraba.
Yo llevaba un libro para leer, pero mi mente no podía unir ninguna palabra. 
Había un "Chocoramo". Mi favorito, pero tenía sed. Así no me daban ganas ni de comer.
Miraba sus labios secos y con una gasa los mojaba para refrescarla.
Me sentaba, esperaba, trataba de escuchar a Dios en el silencio.
Me paraba, intentaba caminar, suspiraba.
Acomodaba mi cuerpo en la silla de cubo, se me dormían las piernas. El sueño desaparecía. Qué ansiedad.
Pensaba que su último suspiro, sería conmigo. Pero no lo fue.
Quería hablarle, despedirme, decírselo bien, pero no sabía cómo.
Se repetía el sonido de la falta de suero del paciente perdido. "¿Estarán sordas las idiotas enfermeras?". Pensaba. Todas me parecían ajenas al dolor. Tan incompetentes.
Creí que no sería capaz, pero me calmaba. Me negaba a enloquecer.
Durante su vida jamás la vi quejarse. 100 años y ella siempre tan paciente. Yo con pocas horas de una noche tan difícil y me sentí desvanecer.
No tenía ganas de sonreír, no quería, pero sabía que ella necesitaba mi sonrisa.
Pensaba que esa situación era la peor. Sin habitación, sin privacidad, sin los de ella, sin los míos. No se lo merecía. Pero aún yo no lo entendía.
Sentía que la irrespetaban.
Le abrían la bata, la monitoreaban como a cualquier desconocida del hospital. 
Le decían Ana. "¡Que así no la llamen!" me repetía. Quería gritarles. Estuve a punto, pero pensé que de pronto mi abuela podría escucharme. Sí se llamaba Ana, era su primer nombre, pero así nadie le decía. ¡No le digan Ana!.

Llegó una mujer, buscaba una cobija. Su hermana tenía frío. Estaba en el corredor. Decía que llevaba horas esperando un cubículo, necesitaba atención, una respuesta. ¡Por lo menos una cobija!
La insensible enfermera le afirmaba que estaban contadas, que no había.
Que aguantara.
Absurda, incompetente, inhumana. Yo la juzgaba.
En la cama mi abuela tenía tres cobijas sin usar. Me demoré en reaccionar. Mi energía cada vez se reducía más y más.
La tomé, llegué al corredor. Eran casi las 2 de la mañana. La mujer y su hermana estaban en una camilla. Hacía un frío infernal. 
Le pregunté si ella era quien buscaba una cobija. La mujer me miró. No hablaba. Me la recibió. Casi grita. Me dio un golpe con su mano abierta en mi brazo. Me agradeció con rabia y al mismo tiempo con emoción. 
"Usted es persona" me dijo. Me dio otro golpe y seguía haciendo afirmaciones de la situación. Esas eran sus caricias. Su manera de agradecerlo. Yo necesitaba un abrazo y ese golpe fue suficiente para llenarme nuevamente de valor.
Casi lloro.
Fue ella quien me animó. Era Dios diciéndome que yo podía. Podía vivir ese momento. Estar ahí. Ver a la muerte convirtiéndose en vida.
Dos hermanas cuidándose una a la otra en un corredor, en ese triste y frío hospital. 
Un momento bello, en medio de una noche. Una muy difícil. Una que llenó mis lágrimas de impotencia. Por el fin de la vida, por no entender el sentido del tiempo.
Tuvo que ser en medio de una pequeña y simple acción de amor.
Fue un golpe. Un gran golpe de amor.
Una grandiosa e inolvidable mujer desconocida, me dio el aliento que yo necesitaba para sobrevivir. Porque me sentí morir. A una situación mínima. A un momento difícil de mi caja de cristal. Pero era mi lucha. Era la vida de mi abuela que se desvanecía.
No era una lucha por la vida. Era una lucha por la impotencia de la situación.
Era mi conversación interior con Dios.
Pero como siempre, él me lo explicó. Me demoré más de 24 horas en entenderlo pero me lo explicó.
Fue una situación, de esas que el universo se vale para hablarme de Dios.


*Consigna día 6 para el 5to Mundial de escritura. Escribir y buscar la pequeñez, dentro de un gran momento de turbulencia. 

viernes, 20 de agosto de 2021

Primero muerta que sencilla

A Rubén no le gustaba que le preguntaran su edad. Pero con algo de esfuerzo, decía que tenía 60 años y su cabeza redonda le ayudaba a ocultar su verdadera edad. Que era un poco más. Se rapaba cada filo negro o gris que se asomara a los lados de su frente con sus pulgares chatos y cuadrados. El baño era su lugar favorito de la casa y el espejo era su mejor amigo. Mantenía gavetas llenas de exfoliantes, cremas, aceites y lociones. Le gustaba lucir su barba perfectamente arreglada, tupida y las canas sutiles decía que eran parte de su sex-appeal. Pesaba más de 75 kilos, calzaba 43 y no medía más de 1,65m, pero ni la báscula, ni la sociedad le quitaban la seguridad de hombre atractivo y corpulento con forma de T con el que salía diariamente de su casa. 

Jamás se casó pero tuvo un hijo a los 20 años. Nicolás. La novia de su mejor amigo era lo suficientemente necia y él lo suficientemente mal amigo. Él nunca se hizo cargo de ese hijo, pero de vez en cuando lo llamaba. Salía con él solamente para que le dijeran que parecía su hermano menor. Andar en el auto clásico y deportivo de su hijo, atraía las miradas de mujeres de todas las edades. Su pasión por las competencias de autos clásicos, hacía que lo reconocieran como el Peter Pan de las carreras.

A veces ocultaba las canas de su barba con el tinte de su peluquero de confianza, Kerin. Él no solamente lo trataba como un rey, sino que le recomendaba cremas para el cuerpo, mascarillas de aloe, depilaciones para la nariz y las orejas, tips para mantener las pestañas encrespadas, fajas masculinas para el abdomen y para eliminar la papada. Por supuesto no podían faltar las secretas liposucciones, botox y ácido hialurónico de su cirujano plástico. Solamente su mejor amigo: el espejo, conocía su vida íntima como todo un personaje de un cuento de hadas.

Nunca tuvo que preocuparse por trabajar y ganar dinero, su madre la señora Adela, se encargaba de sus finanzas, gracias a los negocios que mantenía con su ex esposo quien era dueño de una firma de abogados. Los documentos y los negocios eran su especialidad.

Aunque quería aparentar verse como toda una dama, Adela diariamente lo visitaba para hacerle su desayuno favorito. Él podía devorarse entre 4 y 6 huevos con porciones de pan, tamal, chocolate, jugo y arepa. Ella le planchaba la ropa, le lustraba los zapatos, le lavaba los baños y hasta le pagaba los recibos de su casa. Le compraba su medicina, se encargaba del mercado, de los arreglos locativos, de sus deudas e incluso le cubría sus tarjetas de crédito. Sus otros dos hijos la criticaban porque más que una madre, parecía su empleada. Pero eso ni a él ni a ella les importaba. Eran felices y su madre sabía cada uno de los deseos de su hijo menor, sus problemas, entornos e incluso cada uno de sus secretos más íntimos. Se encargaba hasta de espantar las mujeres que se acercaran y no estuvieran a su altura. Realmente su preocupación, era que Rubén no metiera las patas otra vez y que la llamaran abuela. Envejecer era la palabra prohibida en esa familia.

Rubén se mantenía de fiesta en los clubes con sus amigos y sus fines de semana se volvían cada vez más solitarios y rodeados de gente extraña que despertaba en la sala de su casa. Sus hermanos no soportaban verlo en las reuniones familiares y criticaban su ropa de marca, sus zapatos sin medias, su anillo piscatorio, los botones de su camisa a punto de reventar, su actitud de hijo mantenido y las deudas que su madre asumía por su vida desgobernada. 

Al cumplir 70 años, la madre de Rubén falleció. Ese día, fue la última vez que sus hermanos supieron algo de él. Desapareció sin dejar rastro y solamente encontraron en el cuarto de su madre, un sin fin de documentos con bienes a nombre de su nieto Nicolás. Deudas, créditos, hipotecas e incluso demandas de los bancos por pagos de impuestos retrasados. En ese momento recordaron el lema de su madre, que llevaría a Nicolás a la clínica por un paro cardiaco luego de enterarse de la monumental deuda y herencia de su grandiosa abuela: "Envejecer y pobre, jamás. Primero muerta que sencilla".


*Consigna día 5 para el 5to Mundial de escritura. Escribir de manera exagerada y extrema.

jueves, 19 de agosto de 2021

La colilla de cigarrillo

Hacía un calor infernal. La carretera destapada no permitía ir a más de 10 km por hora. Las llantas crujían sobre las piedras, levantando algo de polvo, que se entraba por las ventanas del automóvil. Aquel lugar en el mapa  aparecía como "Acapulco". Tenía una única entrada y una única salida. El rayo de sol sobre el medio día, calentaba las tejas de zinc de las casas, construidas con muros de bahereque, solares inmensos, árboles secos alrededor y banderas colgantes gastadas por el viento y la lluvia; pedazos de tela medio azules y casi transparentes con imágenes estampadas de la Virgen María. 

Los perros callejeros dormían en la vía, con las costillas marcadas por el hambre y algunas moscas rondaban sus inmóviles colas. En medio del silencio y a medida que Daniela iba adentrando al pueblo, se incrementaba el volumen del tema de "La Jarretona". Sin saber a dónde la llevaba el GPS de su celular, ella manejaba sin afán por entre las calles de un pueblo recóndito y silencioso.

Algunas ventanas y puertas abiertas dejaban ver algo del interior de las casas, pero el contraluz las oscurecía y solamente el viento hacía mover las cortinas de Acapulco. 

Una mujer con el pelo color ceniza, de extensas caderas y con el cuerpo tumbado sobre una mecedora, observaba inexpresiva pero detenidamente a Daniela. Sus ojos azules pero pequeños, no le permitían ver claramente quién era la mujer extraña que venía en un auto negro y recorriendo aquel pueblo viejo que no tenía nada que ofrecerle a los turistas. No parecía tener alguna intención de levantarse de esa silla de mimbre, pero no dejó de quitarle la mirada hasta verla perderse en la vía.

En algo que parecía una tienda, dos hombres de conversaciones fuertes pero confusas, se sostenían mutuamente. La corpulencia sudorosa de sus cuerpos, el color rojizo de su piel y el olor a hierba, atrajeron a aquella mujer. Iba en busca de Carlos, su primo y sabía que lo encontraría en alguna cantina, con cualquier extraño, perdiendo el tiempo y dejando pasar la vida. La apariencia de esos hombres atléticos, con el sol bronceando sus biceps, le hicieron creer que no pertenecían a un pueblo que no tenía ni el más mínimo vestigio de diversión.

Se detuvo algunos metros atrás, apagó su auto y se bajó lentamente. Al ver a aquella mujer delgada, los dos hombres hicieron silencio y uno de ellos se acercó con curiosidad y al mismo tiempo deseo. Ver el cuerpo casi perfecto de una mujer, con ropa vaporosa, vaqueros ajustados y labios carnosos, hizo que el hombre perdiera el equilibrio, casi terminando encima de las tetas de ella. Una fuerte bofetada de Daniela sobre el hombre lo mandó al piso, pero le permitió ver un tatuaje en su cuello. Levantando sus gafas oscuras, ella lo miró detenidamente y recordó la primera vez que se fumó un cigarrillo. Fue debajo de las escaleras del altillo en la casa de su tío Ovidio. Escondida con su primo y con el susto de que alguien los descubrieran, en un movimiento en falso, la colilla del cigarrillo aún encendido, cayó sobre el cuello de él. Esa marca inconfundible por la que ella recibió un fuerte castigo, no la hizo olvidar el tatuaje que debieron hacerse ella y su primo Carlos, para intentar borrar el recuerdo de una cicatriz mutua que los había mantenido unidos por años. 

-Maldita sea Carlos, por poco y te rompo las bolas. Levántate y vámonos de este pueblo aburrido, que te necesito, sobrio y con un buen baño de agua fría. El tío Ovidio ha muerto y no sé dónde encontrarlo.

*Consigna día 4 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre un momento aburrido sin que suene aburrido, finalizando con algo que cambie la trama.

Las cajas

Mario finalmente nunca quiso tener hijos. Afirmaba que eran un problema y dolor de cabeza.

Un día una mujer corpulenta, de ojos verdes y piel blanca como la arena, tocó la puerta de la casa de la familia Baudelaire. Doña Dolores abrió, y en una conversación de 5 minutos, con sólo ver la mirada de la niña que traía de la mano, ella supo que tenía una nieta, que sin duda era hija de Mario, pero su linaje imaginario de mujer europea, no le permitía aceptar semejante situación. Así que de un portazo hizo retumbar la puerta y nunca más volvió a ver a aquella mujer, ni a la garza diminuta que la acompañaba. Después de ese día, cada mes de julio, recibía una carta del pavo real que había tocado su puerta, contándole de su vida, de los viajes, de los sueños de ellas y de cualquier cosa que intentara descongelarle el corazón. Pero eso jamás ocurrió. Año tras año, esas cartas iban cayendo como plumas entre una caja de cartón. 

Esa no era la única caja que había en el cuarto del difunto. El día que doña Dolores tuvo que abrir los cajones, desocupar el armario y desbaratar la habitación, encontró una caja llena de libretas "Moleskine". De bolsillo, agendas y cuadernos de distintos colores. Unas llenas de textos sin sentido, otras con apuntes de estudio y unas cuantas completamente nuevas y sin estrenar. Entre algunas de esas libretas, había distintas partituras de piano. La quinta sinfonía de Beethoven, la Sonata para piano nº 18 en re mayor de Mozart, el Bolero de Ravel, la Tocata en Re Menor de Bach y un sin número de obras que Mario tocaba en vida, mientras la lluvia golpeaba las ventanas y el cigarrillo humeaba la sala de su casa. 

Algunas cajas aún mantenían ese olor a nicotina que odiaba doña Dolores. Pero en ese instante, ella deseaba tener nuevamente a su hijo a su lado, así fuera fumando con su postura de viejo cascarrabias. Ya no importaba su ropa vieja, sus tres únicos pares de zapatos, sus medias grises y delgadas, los pocillos sucios de café sobre la mesa o el ruido del radio en la mañana. Doña Dolores extrañaba a su hijo que había dejado sin vida y en silencio aquella habitación después de su partida.

Lo más difícil de empacar fueron sus autos de colección. Las pequeñas cajas de cristal con perfectos acabados y modelos de autos que para la gente del común podrían ser carritos de niño. El simple hecho de saber que cada cajita podía costar un dinero, hacía que doña Dolores pensara dos veces, antes de mezclarlas con el metrónomo, el diapasón, las llaves con boca de estrella, las pinzas de plástico o las lámparas que Mario utilizaba para afinar su piano. Su frustración por desconocer el mundo de él, hacía que presionara más sus labios incoloros, vetados por los años y sus fosas nasales que se agrandaban como un bovino en el lado correcto de la barrera.

Algunas cajas se desfondaron por el peso de los libros. Física, literatura, historia, filosofía, matemática y obras maestras que para él seguían siendo libros de autores que tenían mala redacción, pero que conservó por años en su biblioteca de paredes infinitas. 

Doña Dolores decidió apilar todas esas cajas en la habitación y esperar a que apareciera su sobrina Caroline. La única a la que el tío Mario siempre castigó como si hubiera sido su propia hija. La que invadió miles de veces sus momentos de lectura. La que usaba a escondidas su tornamesa y en dos ocasiones le partió la aguja. La que parecía una chifloreta, desgobernada sin educación y que aparentemente su tío no soportaba. 

Había que esperarla a ella, pues en su testamento, Mario había escrito que todas sus cosas, debían quedarle a ella. No a su madre de uñas impecables y caminar de reina, la única que estuvo a su lado alimentándolo y preocupándose por su ropa, sino a ella, a Caroline, la de pantalones rotos, pelo alborotado y pensamientos liberales. La única persona que desencajaba con la alcurnia de la familia Boudelaire. 

Marcaban las 3:30 cuando sonó el timbre. Doña Dolores abrió la puerta y no solamente estaba Caroline, la acompañaba la garza. Había crecido y no solamente se veía como su madre pavo real, sino que ella y Caroline ya eran dos mujeres adultas y se conocían. Las veía con un gesto de pálpito y vacío interior. Venían a llevarse lo único que le quedaba de su hijo.


*Consigna día 3 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre el obituario de una persona a la que hayan querido mucho a partir de algún tipo de material documental.

martes, 17 de agosto de 2021

Me pregunto... ella y yo

Aún no me has visto, pero el día que lo hagas te preguntarás por qué no tengo el rubio de tu pelo. Tal vez seré yo la que me pregunte en un futuro, por qué ni eso, ni tus ojos verdes, me tocaron a mí. 

He aprendido a hacer silencio, pero tus gritos ensordecedores al nacer, seguro estarán retumbando la sala de parto. 

Cuando recuerdo cuántos charcos he saltado, la cantidad de pelotas que he lanzado y los infinitos juego de Yermis que he ganado, me imagino haciéndolo contigo, pero aún no has empezado ni a caminar. De pronto en un futuro, serán para ti los juegos de la tía viejita.

Solamente tengo una muñeca y un coyote entre mi armario y seguramente tu habitación está llena de juguetes y muñecos reposados sobre tus repisas. Seguro el que yo te regalé, estará esperándote. Si lo conservas por cuarenta años como lo he hecho con el mío, para los demás será espantoso, pero para ti, eso será algo divino.

Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.

Esta semana he cantado a grito herido los temas de Juan Luis Guerra, tú seguramente solamente estarás escuchando canciones de cuna. Pero de pronto exista una versión de "El costo de la vida" para bebés.

Hoy en la mañana me desperté con una franja de luz que se mete como una intrusa por mi ventana y apuesto que esta noche tú estarás como un bombillo encendido con ganas de ver la luz del día, pero no para salir al parque, sino para dormir lo que no dejaste dormir en la noche a tu mamá.

Cuando me ducho y entra algo de frío, es inevitable estornudar y me da risa. Me gusta. Seguramente tu primer estornudo te hará llorar. Creo que a ti te parecerá extraño eso de "estornudar", pero no te preocupes, es herencia de familia.

No he podido abrazar a nadie en las últimas 72 horas, no puedo durar mucho tiempo así. Según los informes, no han dejado de acariciarte y llenarte de abrazos diariamente. Cosa que durará mínimo 5 años.

Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.

Estoy pensando con qué granola o fruta voy a desayunar mañana, tú tienes un dispensador de leche diario, suficiente para mantenerte saludable y seguramente tu última preocupación será engordar.

Me gusta el rojo y a ti te gusta el Violeta.

Siempre he soñado con ser una princesa, pero entre más vieja me pongo, más difícil se pone el tema. Tú no habías llegado y ya tenías el título de princesa.

Tú sin dientes y los míos están cada vez más torcidos.

Yo con años de cremas y jamás tendré la suavidad de tu piel.

Mi mamá será tu nona. La que era tu nona, fue mi tía. Tu mami es la hija más pequeñita, porque ahora es otra de las hijas de mi mamá. Por eso, ahora yo soy su hermana y por lo tanto, yo soy tu tía. Es decir, te convertiste en mi sobrina más pequeñita.

Me pregunto por qué esos ojos verdes no me tocaron a mí.

Creo que llevo la mitad de mi vida y tú hasta ahora estás empezando el camino de la tuya.

Ya me he remachado el corazón un par de veces y sigo con las curitas y el merthiolate entre la maleta. El tuyo está como nuevo y faltan muchos años para que tengas que pedirme la remachadora.  Pero cuando ese día llegue, yo estaré a tu lado princesa hermosa, porque hoy 17 de agosto, le prometí a Dios que te ayudaría a cuidar tu corazón y a hacerte sonreír; en este momento tú llanto de recién nacida, no te deja escuchar mis mofas sobre lo más divertido de la vida:

Amar y a carcajadas, como nos gusta hacerlo en esta familia.

¡Oye! ¡Ya lo entendí!, esos ojos verdes no me tocaron a mí, porque te tocaron a tí, a tu mami y a las nonitas que están esperando conocerte por tu llegada que nos llena de vida.

Quiero verte ya princesa Violeta, alégranos con tus ojos verdes nuestros días.


*Consigna día 2 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre una relación de dos pronombres y sus pequeños contrastes, a partir de la estructura de Natalia Ginzburg. Elegí "ella y yo"

La carta

Elena abrió la puerta e hizo seguir a Mariana. Luego de 20 años, ella veía todo más pequeño de como lo recordaba. El color de las paredes de ladrillo se veía más rojo, el olor de los muebles antiguos seguía siendo a caoba y el suelo mantenía ese efecto de escaleras infinitas tipo "Penrose". Mariana se había jurado no volver allí, pero la vida la había traído de vuelta. La muerte de su tío Rodolfo sería la única razón por la que volvería a entrar a la casa de los más crueles castigos en su niñez. Su tía le preparó una taza de café caliente en la misma vajilla de porcelana que Mariana recordaba. Ese tintineo de la mezcla del azúcar le recordaba las conversaciones de adultos en las reuniones familiares.

-Murió en su habitación. La mañana del lunes, no despertó. Siempre decía que el día que menos le gustaba de la semana, sería el día que elegiría para despedirse de este mundo.

-¿Y ya sacaron las cosas de su cuarto?

-No, te estábamos esperando. Encontramos una carta donde decía que te había dejado algo que solamente alguien como tú, podría cuidar por el valor que siempre le has tenido a la vida.

Mariana se sentía completamente desconcertada por lo que parecía ser una herencia. Su tío nunca había sido afectuoso con ella, sus manos eran pesadas y los recuerdos que tenía de él, eran sobre sus castigo severos en las clases de piano y sus equivocaciones constantes. Entraron a la habitación y el cuarto estaba lleno de cajas. Decenas de cajas de sus viajes sin abrir. La luz apenas entraba por los espacios verticales de una habitación que parecía una bodega de envíos, en vez del antiguo cuarto de todo un académico, culto e impecable como lo era el tío Rodolfo.

-Esto es tuyo Mariana. Ábrela, es una carta que te ha dejado tu tío. La encontramos en su cajón de objetos valiosos.

Con el temor de encontrarse con el tío que nunca tuvo o con el hombre duro de siempre, Mariana se sentó lentamente sobre la cama mientras leía una a una las palabras de su tío.

"Mi pequeña e indefensa Mariana. Quiero dejarte por escrito algo que debí haberte dicho hace mucho tiempo: quiero pedirte perdón por haberte castigado tanto. Jamás pude hacerlo en vida, así que esto lo estarás leyendo cuando yo ya no esté. No sé en qué momento de mi vida lo entendí. Pero creo que fue una mañana de diciembre, cuando el sol entraba aún por las ventanas y la habitación se calentaba y tú ya no estabas. Extraño que no hayas vuelto para tomar mi tocadiscos a escondidas, o para bajar los libros y hacer castillos de naipes. Mis pequeños carros de colección se han llenado de polvo y las repisas parecen flores sin color, porque ya nadie juega con ellos. Es por eso que un día salí a caminar y compré nuevamente un globo terráqueo. Ese que partiste con tus pies diminutos en esa tarde de domingo que recordarla. Aún me hierve la piel. Me senté en la habitación, lo puse nuevamente en mi escritorio y lo contemplé como mi objeto más preciado. Me acerqué al piano y toqué el Concerto No. 21. Me trajo tu recuerdo y mis lágrimas rompieron en llanto porque ya no estás. Envejecí Mariana y esta casa está vacía sin tus gritos, tus risas, tus travesuras y sin tus notas desafinadas que me enloquecían pero me hacían vivir. No quiero que los objetos de mis viajes se queden empacados en cajas viejas que esconden la luz, no quiero que mi piano se desafine aún más y las termitas lo acaben. No quiero que el timbre de mi mesa de noche se quede sin sonar una vez más. Quiero que me recuerdes por siempre Mariana, que me perdones por no haber sido un tío más cariñoso y por no haberte dicho que te quiero".

En ese momento las lágrimas de mariana cayeron sobre la tinta de su carta y el sonido del timbre de la mesa de noche se escuchó nuevamente como si su tío estuviera presente. Un silencio sorpresivo dejó a Mariana y a su tía con el frío helado en su piel, tratando de encontrar una explicación física, del por qué había sonado el timbre si no había nadie más en la habitación del tío Rodolfo. 


*Consigna día 1 para el 5to Mundial de escritura. Escribir sobre una casa misteriosa.

jueves, 12 de agosto de 2021

Palabras de despedida

Bogotá,
Agosto de 2021


Ser bisabuela, ser abuela, ser mamá y ser niña. Ahí empezó todo. En su primer suspiro, su primer llanto en mayo de 1921, 100 años atrás. Ninguno de nosotros lo escuchó, pero suponemos que debió ser suave y pequeño como ella, como fue Ana Lucrecia, Luca, Luquita, Tita, la abuelita Luca.


El primer suspiro de vida que Dios eligió en el mes de las flores, en el campo, del sol tímido en las montañas frías de Nuevo Colón, en un día de luz. Así ella aprendió a caminar, sin afán y sin apuros. Creció sostenida por unas alpargatas resistentes al frío y al calor. Con la mirada baja y sus dedos diminutos, tomó de la mano al abuelo Pablo y se entregó a Dios. Al lado del ímpetu de un hombre que no le temía dejar el campo, ella tuvo que enfrentarte a la imponente capital y con toda su devoción, llevó el verbo “amar” en su corazón. Él, siendo su bastón y con la inocencia de su juventud, construyó un heptágono con sus hijos en una estricta y educada formación.


La abuelita Luca se desprendió de sus dos primeros varones Enrique y Víctor, con la ilusión de verlos predicar la palabra de Dios. Pero sería un día, en el ofrecimiento que le hizo a él, al señor, por salvarla de la furia de un bovino que apuntaba su mirada sobre la niña que llevaba en su vientre, se hizo realidad su sueño y orgullo: su hija Fanny Yolanda llevaría el hábito religioso de la familia. Dejó un legado de 8 hijos, 11 nietos y 9 bisnietos, incluyendo a Jenny, que hoy la miramos desde la barrera del mundo terrenal.


No podemos entender cómo luchó y entregó su vida con tantas ganas hasta su último suspiro, pero sí podemos entregarnos como familia y luchar por amarnos entre todos, unidos, como ella lo hizo con la familia y sus amigos. Esa es su obra. Amar la vida.


Cito sus propias palabras en su cumpleaños número 100: “Toda vanidad, toda riqueza, todo poder, termina reduciéndose a nada, sólo los hechos que hayamos podido realizar con buena fe, con cariño, con amor, puede permanecer y superar el paso de los años”. Y es verdad. Pasaron 100 años, pasarán los años y jamás olvidaremos tantas obras maravillosas de amor que hizo por nosotros.


La abuelita fue tan espiritual, que al cumplir un siglo de vida enfatizó que “La mayor esperanza que podía tener: era reunirse con Dios, cuando Dios lo quisiera con sus padres, su esposo, sus hermanos y sus amistades en la casa del padre eterno”. Y ya lo hizo. Ya cruzó. Se dejó llevar por Dios a ese valle de verdes prados al que pertenece, porque la abuelita Luca nunca fue de la tierra, le pertenecía al cielo, donde viven los seres perfectos como ella.


Fue un ángel y ahora es un ángel con vuelo.

Sí. Es nuestro ángel por haber sido una mujer única y maravillosa. Pequeñita.
Dulce.
Silenciosa.
Lúcida.
Creyente.
Sonriente.
Humilde.
Resistente.
Valiente.
Amorosa.
Leal.
Espiritual.
Sencilla.
Bella.
Amada.
Fue una mujer excepcional.


En nombre de la familia, escribimos estas palabras para que deje de ser una anécdota y se vuelva historia. Para leer en voz alta, cuánto Dios la ama y cuánto la amamos nosotros. Queremos recordarle al mundo, que ha vivido un siglo completo sin decaer, sonriente y sin temerle a la vida. Hoy con el instante del silencio de un lugar que desconocemos, sabemos que está en paz y seguimos aprendiendo de ella. Desde hace muchos años se desprendió de lo terrenal, de eso que nos distrae y nos nubla constantemente de la verdadera felicidad.


Gracias abuelita por demostrarnos la descripción perfecta de la existencia de Dios. Él no es un ser humano, no es materia, no se puede retratar y la razón humana no nos da para entenderlo. Dios es un número infinito, es el amor al que hoy debemos recurrir para llenarnos de valor y despedirte con fortaleza.

A pocos metros y kilómetros de ti, en presencia y virtualmente tu familia, tu nieto, tus bisnietos, tus amigos y tus hermanas religiosas, te acompañamos. Cada uno de ellos están agradecidos contigo. Nosotros como familia agradecemos su compañía y eso nos llena de calor entre tanto distanciamiento físico. El mundo cambió, nos transformó y tú pudiste vivirlo, y como todo lo tuyo, increíblemente saliste triunfante y a paso lento.


Somos una partícula minúscula del universo y posiblemente no tengamos un legado tan grande como el que ella ha dejado, pero como familia, prometemos llevar el mejor legado que nos pudo dejar: el amor. Nos enseñó a amar. Así como debería ser el amor: incondicional. Dando todo sin pedir nada a cambio.

Como su primera nieta Yolanda definió a la abuelita Luca, a través del versículo de Corintios 13:4-7 en su cumpleaños número 100:


“Ella es paciente, es servicial; no tiene envidia, no es presumida, no es orgullosa; no es egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; ella no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Ella todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”.


A la abuelita Luca nunca se le escuchó de su boca un juicio, un comentario de vanidad, una expresión de furia o de desesperación. Todos nos preguntamos, ¿Cómo lo hizo parecer tan fácil?. Queremos ser como ella, sabemos que es difícil, pero nos demostró que no es imposible.


A lo único que ella le temía, era al instante en el que tuviera que entregar su cuerpo a Dios. Y lo logró. Nos esperó a todos y se soltó. Al lado de su primer hijo Enrique, hizo su último suspiro, liberó su equipaje y se dejó llevar. Descansó en paz. En un profundo sueño de amor y paz.


Abuelita, queremos que sepas que estaremos bien. Nos estaremos cuidando y sobre todo porque estamos unidos gracias a ti. Lograste armar un punto común entre las conversaciones de política de Enrique, la particular educación de Víctor, la espiritualidad de Fanicita, la nobleza y bondad de Josuesito y los cuidados de Gemita. Entre ella y Daniel durante muchos años, con su amor y cariño, te mantuvieron saludable, llena de vida y sin una queja alguna por asumir ese rol de padres contigo. Jamás nos alcanzarán los agradecimientos por esa labor hecha con tanto amor, tú eras la motivación. En nombre de tus nietos y bisnietos, cuidaremos a tus hijos como ellos lo hicieron contigo. Te lo prometemos.


*Pilas pues! Por lo menos yo los haré reír.


Fuiste el punto en común de la familia Barrantes Muñoz. Lo increíble es que lo sigues siendo. Eres el amor y eso es Dios.


No tenemos tanta habilidad como la que tenías con tus herramientas de batalla: tu Biblia o tus libros mágicos de páginas gastadas, tus estampitas con el divino niño, tus camándulas, tus imágenes religiosas o tus vírgenes iluminando la habitación, pero tenemos solamente un Salmo que nos recuerda cómo intentar vivir 100 años como tú:


El Salmo 23:

“El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar, me conduce hacia las aguas del remanso
y conforta mi alma; me guía por los senderos de justicia, por amor a su nombre;
aunque vaya por un valle tenebroso, no tengo miedo a nada, porque tú estás conmigo, tu voz y tu cayado me sostienen.
Me preparas una mesa ante mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar.
Lealtad y dicha me acompañan todos los días de mi vida; habitaré en la casa del Señor por siempre jamás.”


Sigue por favor elevando tus oraciones hacia nosotros para que la vida nos sonría. No queremos llorar de tristeza, queremos llorar de felicidad, porque en el lugar en el que estás, el recuerdo de tu sonrisa nos iluminará día a día. Vuela alto abuelita. Un día como hoy, mi tía Hilda está en la puerta esperándote, porque Dios ha hecho lo que mejor sabe hacer para tú felicidad: su voluntad.


Te amamos,

Tu familia Barrantes Muñoz.